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29 octubre 2019

Síntomas inquietantes después de la sentencia


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Existía la percepción generalizada que la sentencia del procés marcaría el punto final de la fase unilateral del movimiento independentista, aunque se ignoraba cómo se produciría y hacia dónde se dirigiría tras este punto de inflexión. La ausencia de un planteamiento autocrítico sobre los errores cometidos por el independentismo en el otoño del 2017 y las reiteradas afirmaciones de que no se acataría una sentencia que no fuese absolutoria hacían prever unas jornadas convulsas donde el movimiento secesionista intentaría no solo movilizar a sus bases, sino relanzar su proyecto político.

Los acontecimientos de la semana pasada nos permiten despejar parcialmente algunas incógnitas sobre los eventuales desarrollos del movimiento independentista.

El movimiento independentista sin dirección política

En el orden político se esperaba que la reacción a la sentencia contribuyese a recoser, ni que fuera temporalmente, la profunda división entre los sectores fundamentalistas y posibilistas que pugnan por la hegemonía del independentismo. Por el contrario, no se ha producido una respuesta institucional unitaria a la sentencia y se ha ampliado aún más la brecha entre ambos vectores.

Esto se visualizó claramente en la comparecencia del jueves 17 en el Parlament del president vicario de la Generalitat. Quim Torra, quien sin consultarlo ni con sus compañeros de partido de Junts per Catalunya ni con sus socios de ERC planteó como respuesta a la sentencia insistir en la vía unilateral, a través de potenciar el fantasmal Consell de la República, elaborar una Constitución catalana y convocar en la primavera del 2020 un referéndum de autodeterminación. Una propuesta donde se concreta la consigna del ho tornarem a fer, pero que no encontró apoyos ni en su partido, ni en ERC, que no solo manifestó su malestar por esta huida hacia adelante, sino que propició que dirigentes históricos de la formación como Joan Tardà propugnasen la disolución de la Cámara y la convocatoria de elecciones anticipadas para salir del callejón sin salida.

Sin duda, con este movimiento Carles Puigdemont y Torra buscaban proporcionar un sucedáneo de alternativa política a los sectores más fundamentalistas del movimiento y al mismo tiempo colocar en una situación difícil a ERC, acusándolos implícitamente de tibios y traidores ante esos sectores. Esto pudo comprobarlo Gabriel Rufián, quien hubo de abandonar entre insultos y abucheos una concentración independentista el pasado sábado. Un muestra, si se nos permite la expresión, de justicia poética al autor del desafortunado tuit de las 155 monedas de plata.

No podemos olvidar que todo ello se produce tras el telón de fondo de las elecciones generales españolas del 10 de noviembre, que también servirán para medir la correlación de fuerzas entre ambos vectores del independentismo. En cualquier caso, la propuesta de Torra, que tiene escasas, por no decir nulas, posibilidades de materializarse, implicaría la aplicación del 155. Ahora en términos más duros, que quizás es lo que desean estos sectores del independentismo para profundizar en su confrontación con el Estado. Aquí debemos apuntar a la creciente cuperización del discurso independentista, donde resulta difícil distinguir los pronunciamientos de los dirigentes de la antigua Convergència de los alegatos de los líderes de la izquierda independentista.

En cualquier caso, todo parece indicar que el movimiento secesionista carece de dirección política para abordar la situación generada tras la sentencia que pone punto final a la vía unilateral.

Semántica de la violencia

La consecuencia lógica de la ausencia de perspectivas estratégicas para implementar la independencia y la profunda división de las formaciones secesionistas condujo a que la respuesta a la sentencia abandonase el ámbito institucional para producirse en la calle.

En una suerte de inversión hegeliana, el movimiento independentista que se jactaba de convocar manifestaciones multitudinarias donde no se dejaba un papel en el suelo ni se rompía una papelera, ha derivado en una salvaje explosión de violencia con graves heridos, incendios y brutales destrozos del mobiliario urbano durante varias noches consecutivas de disturbios en Barcelona y otras ciudades catalanas. Unos disturbios que han tapado las grandes movilizaciones pacíficas de las denominadas marchas de la libertad que, en realidad, han sido marchas por la independencia.

El hecho de que este estallido de violencia, con ribetes vandálicos, haya sido protagonizado por jóvenes y adolescentes de las clases medias obliga a una reflexión de fondo y también nos permite esbozar de modo microfísico cómo se (re)elaboran los discursos en el movimiento independentista.

En principio, el brutal choque con las proclamas sobre el carácter cívico y pacífico del movimiento independentista condujo a que Torra negase la realidad y responsabilizara, sin pruebas y contra todas las evidencias, a “infiltrados y provocadores” de los disturbios. Unas afirmaciones que posteriormente fueron matizadas por el cuestionado conseller de Interior Miquel Buch al atribuirlos a “grupos antisistema” en que el podían participar independentistas.

Sin embargo, desde los sectores más radicales del movimiento se apresuraron a desmentirlo. Así la exdiputada de la CUP, Mireia Boya, aseguró en un tuit (traducimos del catalán): “sabéis perfectamente que estos jóvenes en las calles no son grupos violentos, son vuestros hijos, hijas, nietas, sobrinos que han perdido el miedo.” Paralelamente, Vicent Partal, director del digital ultraindependentista Vilaweb, generosamente subvencionado por la Generalitat, le dedicó un editorial titulado (traducido del catalán): “Basta de mentiras: son nuestros muchachos, los hijos del 1-O, quieren ganar y merecen nuestro apoyo”, donde podía leerse: “El hecho preocupante de verdad, en este momento, es la campaña de criminalización de la nueva generación de jóvenes, de nuestros muchachos, vuestras nietas, los sobrinos y las sobrinas, los hijos y las hijas de vuestros amigos que hace días que plantan cara sin desfallecer al autoritarismo y a la inenarrable violencia policíaca de que somos objeto en las calles de nuestras ciudades (…) ¿Pero cómo podéis ir contra ellos? Si sois vosotros quienes los llevasteis a todas las manifestaciones, cogidos de la mano, prometiéndoles un país nuevo donde se viviría con dignidad y que estaba a punto de llegar. Si les habéis comprado las camisetas y las banderas, sí, la negra también. Si les enseñasteis vosotros mismos a gritar ‘¡1-O, ni olvido ni perdón!’. Si os vieron gritar indignados el día del referéndum, encendidos de ira con la misma policía que ahora los apalea a ellos”.

En efecto, estos jóvenes han crecido en el medio ambiente procesista donde se les ha inculcado el odio a España, caracterizado como un Estado dictatorial, y en la intolerancia respecto a todo aquel que discrepara con el independentismo, al que se le tacha de fascista, cuando la supuesta voluntad del pueblo está por encima de leyes y constituciones en un país donde las calles son únicamente suyas. De modo que no resulta extraño que la frustración generada por el incumplimiento de las promesas de una independencia exprés y de bajo coste haya degenerado en estos brotes de violencia. También es significativo que en la denominada huelga general del pasado viernes, según los sindicatos de clase un cierre patronal, el único sector que casi paró en su totalidad fue la enseñanza, pues gran parte del profesorado es militantemente independentista. Por otro lado, quizás también haya influido el consumo de videojuegos ultraviolentos tan de moda entre jóvenes y adolescentes.

Asimismo, debe destacarse cómo el foco de la crítica se desplaza de la violencia de los jóvenes a los excesos policiales. Sin duda, éstos últimos han existido y son rotundamente condenables, pero se obvia que las fuerzas de seguridad no han cargado contra las manifestaciones pacíficas, sino únicamente contra las explosiones de violencia vandálica.

Cronificación del conflicto

En las movilizaciones del movimiento de los indignados participaron sobre todo jóvenes de los barrios obreros de la periferia que ocuparon pacíficamente las plazas de las ciudades catalanas, que en Barcelona fueron brutalmente desalojados por los Mossos d’Esquadra, siguiendo las órdenes de Felip Puig, y fueron invitados por Josep-Lluís Carod Rovira a “irse a mear a España”. Ahora estos jóvenes parecen haber desaparecido de la escena sustituidos por miembros de su generación pero de las clases medias catalanohablantes que, a diferencia del 11-M, no reivindican cambios sociales, sino demandas nacionalistas. Asimismo, se aprecia un corte generacional entre los adultos que, en ANC y Omnium Cultural, se movilizan de modo pacífico por la independencia con sus hijos y nietos que ahora la exigen de modo violento, para desolación de Carme Forcadell. Por cierto, una de las escasas dirigentes del movimiento que se ha atrevido a entonar una autocrítica y que ya está siendo objeto de durísimas críticas por los sectores más fundamentalistas. https://www.racocatala.cat/forums/fil/228265/carme-forcadell-plora-containers-pero-no-pels-joves-demostra-ignorancia-total

Todo ello constituye un inquietante indicador de que el conflicto nacionalitario en Catalunya se cronifica, pues ha arraigado entre la juventud de las clases medias, lo cual parece asegurar su continuidad al menos durante una generación. Los recientes acontecimientos en Catalunya parecen conducirnos a una sociedad profundamente fracturada donde ha estallado en mil pedazos el sueño del sol poble, inspirado por el PSUC y recogido por el catalanismo conservador. Tristemente, el país se dirige hacia un tipo de sociedad como Irlanda del Norte o Bélgica, donde católicos y protestantes o valones y flamencos, viven en comunidades separadas y profesándose un odio mutuo.

Una perspectiva de empate infinito en el que el Estado español carece de la fuerza necesaria para acabar con el independentismo y el movimiento secesionista es incapaz de asumir la mayoría necesaria en el país para alcanzar sus objetivos.

Los puentes rotos

Los recientes acontecimientos avalan la consideración de que el independentismo es la fase superior del pujolismo. En su primer discurso de investidura (1980), Jordi Pujol aseguró que el sistema educativo y la televisión pública, ambos en lengua y contenidos catalanes, constituirían los puntales de la (re)construcción nacional del país. Hacia el final de su mandato (1990) se diseñó el denominado Programa 2000, con el objetivo de infiltrarse y ocupar todos los puestos claves de las instituciones culturales, sociales y económicas de la sociedad catalana, con especial atención en el sistema educativo y los medios de comunicación. Lo que, todo hay que decirlo, se logró con notable éxito.

Todo ello ha derivado en una inquietante degradación de las instituciones catalanas que ha contaminado desde el Parlament de Catalunya a la presidencia de la Generalitat. Así, muchos profesores han declinado de su labor de educadores para convertirse en propagandistas de la causa nacional y muchos periodistas han dejado de serlo para devenir agitadores del independentismo. Todo ello a costa de una inquietante restricción del pluralismo ideológico del país, donde los contrarios o simplemente los tibios respecto a la secesión suelen ser señalados y estigmatizados.

Este sombrío panorama dificulta extraordinariamente el éxito de las fuerzas políticas y sociales que defienden destensar el conflicto y hallar alguna suerte de solución negociada. Las formaciones como PSOE-PSC y ERC que tímidamente y con muchas contradicciones han mostrado cierta propensión en este sentido podrían verse desbordadas por los sectores más fundamentalistas. Llegados a este punto debe rechazarse la completa ausencia de sentido de Estado de la derecha españolista, representada por PP, Cs y Vox, cuyo único objetivo parecer ser echar más leña al fuego al conflicto, con unas posiciones que si llegasen a triunfar conducen directamente a la confrontación civil.

Las elecciones generales españolas servirán para tomar el pulso de esta correlación de fuerzas y para comprobar si las formaciones partidarias de la confrontación en España y Catalunya ganan posiciones respecto a quienes intentan atemperar el conflicto.



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