Italia
El Periódico
En las elecciones de Emilia-Romaña se juega el último baluarte de una manera de entender la política, la sociedad y las relaciones entre las personas frente al nacionalpopulismo.
'Com’è profondo il mare'. Es el título de una de las más famosas canciones de uno de los cantautores más amados y más llorados de la historia de la música italiana, Lucio Dalla, fallecido ahora casi hace ocho años. Como no, Lucio Dalla era de Bolonia, epicentro de unas de las elecciones técnicamente más modestas y políticamente más importantes, como serán este domingo las que deben renovar el Parlamento de la región de Emilia-Romaña. Para decirlo rápido, si Lucia Bergonzoni, la candidata de la Liga de Matteo Salvini, consigue prevalecer sobre el actual presidente de la región, el demócrata Stefano Bonaccini -procedente de la tradición del antiguo PCI-, es muy probable que caiga el Gobierno nacional, se vaya a elecciones generales y la Liga se imponga.
Hace meses que todo el mundo es consciente de que justamente en la región de Bolonia se juega una vez más el destino del país. En Emilia-Romaña el fascismo se hizo fuerte a principio de los años 20 del siglo pasado, reprimiendo los campesinos y pactando con los terratenientes. En Emilia-Romaña la Resistencia durante la guerra fue numerosa y durísima. Y en Emilia-Romaña desde 1945 solo ha gobernado la izquierda y se presume -con cierta solvencia- de unos servicios públicos del nivel de los países escandinavos.Por todo ello, la batalla electoral de este domingo va mucho más allá, configurándose como una verdadera guerra cultural: se juega el último baluarte de una manera de entender la política, la sociedad, las relaciones entre las personas. La última posibilidad de poner freno a un nacionalpopulismo que en Italia se está demostrando no solo agresivo, sino eficiente, capaz de conectar con sectores amplios de la sociedad, insertado en las dinámicas endiabladas de la política a golpe de tweet, de repliegue identitario, de construcción del otro como enemigo.
Vale la pena decir que esta batalla hasta ahora la izquierda la está perdiendo, al menos a nivel nacional. Es cierto que -más por los errores del mismo Salvini y por la tutela que ofrece el marco de la Unión Europea que por méritos propios- ahora mismo la izquierda (o lo que quede de ella) está en el Gobierno. Pero se tiene que decir que ni en políticas ni aún menos en capacidad de fijar la agenda esto se está traduciendo en un proyecto cultural y político alternativo a Salvini. Las razones que pueden explicarlo merecerían unas cuantas tesis doctorales. Aquí baste con decir que demasiadas veces y durante demasiado tiempo, la izquierda institucional ha oscilado entre una superioridad moral poco eficaz, el regate corto y una autoreferencialidad muy dañina.
Por esto está suscitando tanta esperanza el llamado movimiento de las 'sardine' (las sardinas). Nacido en otoño de la mano de cuatro treintañeros, Mattia Santoni (politólogo), Roberto Morotti (ingeniero), Giulia Trappoloni (fisioterapeuta) y Andrea Garreffa (guía turístico). En noviembre montaron una contramanifestación espontánea a un mítin de Salvini en el Paladozza de Bologna. Como aquel recinto puede contener 5.570 personas, apostaron por ser como mínimo 6.000 y empezaron a organizarse en las redes sociales. Querían ser muchos, tantos como para estar hacinados como sardinas en lata. Y lo consiguieron.
Desde entonces el movimiento se extendió, por provincias -dato importante- y grandes ciudades, para protestar sin símbolos de partido contra el populismo soberanista salviniano. En Roma se pusieron un objetivo muy ambicioso como era llenar la plaza de San Juan en Letrán, escenario histórico de las movilizaciones de la izquierda italiana. Algunos ya querrían que se convirtieran en un partido, mientras de momento el movimiento crece y crece.
El pasado domingo, en una nueva manifestación en Bolonia -en la cual participaron también artistas-, se contaban no ya 6.000 sino 40.000 'sardine'. E incluso en Barcelona consiguieron que se juntaran centenares de personas en la plaça del Rei. Es difícil saber exactamente cuál es el programa político de este movimiento. Por otra parte, también todo movimiento de protesta nace primero como una reacción. Y esta parece una clarísima reacción, en contra de un peligro real de que en muchos y muchos temas Italia se parezca más a la Hungría de Orban que a cualquier democracia consolidada de la Unión Europea en donde -solo por decir algo- no se pueda ser discriminados por razones de procedencia, de creencia religiosa, de género o de orientación sexual. Así que tiempo y espacio para las 'sardine': no magnificar, ni subestimar ni aún menos instrumentalizar el movimiento. De momento existe e -incluso más allá de lo que pueda pasar el domingo- es seguramente la novedad más importante del escenario político italiano.
Es de mal gusto hacer hablar a quien ya no está en este mundo. A saber la cara que pondría Lucio Dalla al leer cómo se cierra el manifiesto de las 'sardine': "Está claro que el pensamiento es molesto, incluso si el pensador está en silencio como un pez. De hecho, es un pez. Y los peces son difíciles de bloquear, porque el mar los protege. 'Com’è profondo il mare'".
Yo lo imagino sonriendo.
Fuente original: https://www.elperiodico.com/es/opinion/20200122/movimiento-sardine-articulo-paola-lo-cascio-7817353
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