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03 julio 2020

¡Ay zas, yo no soy pobre!


Misión Verdad


Por El Cayapo


Los pobres debemos pensarnos para construir una nueva cultura. Foto: Archivo
Aquí usaremos el término imperialismo, tal y como lo precisó Lenin, como la evolución del sistema capitalista, como su etapa superior, es decir una cultura que se impuso e impera en todo el planeta, sin importar país o patria.
El desgarre, desde sus cimientes, está sucediendo. El capitalismo en su fase superior, el imperialismo, definitivamente está intentando deshacerse de una de sus creaciones más caras: el estado-nación. De acuerdo con su proceso, el estado-nación se ha convertido en una traba para la continuidad del imperialismo.
Es claro que ya no hay territorios para fundar e imponerle la cultura humanista, ya no hay mercados que conquistar ni exprimir, todo está dentro de casa, las fronteras han sido rebasadas; si alguna patria se le puede asignar al imperialismo, tendría por nombre Tierra.
Todo el planeta está copado por la maquinaria capitalista, las viejas organizaciones e instituciones, creadas en el marco del desarrollo de esta cultura, son objetivo de destrucción, háblese de ONU o países, y todo lo que creamos inamovibles.
Pero no solo eso: también son objetivo de destrucción las viejas formas de hacer política, arte, oficio, incluso la ingeniería de la obsolescencia programada es una entelequia, que también pasará al trasto de la basura capitalista, como sucederá con los acuerdos de Bretton Woods y todo lo que hasta este momento ha creado para su beneficio la cultura humanista.
Hoy el capitalismo necesita destruir mercancías, medios de producción y, por encima de todas las cosas, necesita eliminar gente, mucha gente.
El capitalismo surgió como cultura sin patria. Para esta cultura, la patria es una entelequia que debe ser eliminada porque ya cumplió su cometido, aunque en nombre de la madre patria fueron invadidos y saqueados continentes enteros, pero eso ya no hace falta.
Es demasiado evidente: para el imperialismo es una necesidad tragarse a Europa, a Estados Unidos y a las grandes ciudades que concentran grandes poblaciones en todo el planeta, y no le importa si se convierten en bodrios, en tanto ellos puedan controlar el caos. El plan está en marcha. No importa cuál fuerza gane la batalla, nosotros siempre perderemos.
Estamos hablando de que esta mecha se prendió y la misma hará volar por los aires todo el andamiaje de la cultura capitalista, junto con todas las ideologías que, como pegostes, se nos agregaron al cerebro, sean estas de izquierda, de derecha, de los lados, de arriba o de abajo.
Este desbarajuste se ha de tragar todas las academias, iglesias e instituciones que hasta el momento han existido, todas serán sometidas a la nueva reingeniería del capital. Las que sobrevivan lo harán a su servicio, sin tapujos, sin disfraces, sin máscaras, dios será un burócrata más de la gran fábrica y los ofrecedores de quimeras, utopías o esperanzas quedarán para mostrarlos como burla, en las marquesinas de la cinematografía de mundos distópicos.
Ahora bien, al desnudarse y quedar en evidencia las verdaderas motivaciones del imperialismo, en medio de la calle planetaria, a pobres y a ricos nos iguala en la orfandad de los conceptos, de las ideologías. Ninguna teoría de las conocidas nos dará respuestas, porque los códigos, las claves, de estos hechos y muchos otros que suceden y sucederán, están lacrados en nuestras frentes.
Y no nos referimos a un grupo, a un sector, a un gremio, a un partido, a una organización; es la confrontación del todo, el embate y combate de las grandes fuerzas que se enfrentan en la realidad: las imperialistas, que con su plan buscan su perpetuación; las cobardes que siempre actúan circunstancialmente al lado de quien tenga el poder; y las que pudieran impulsar el nacimiento de otra cultura.
En esta batalla, los capitalistas tienen sus planes en el marco de su propia contradicción, que se mueve entre sostener el andamiaje del estado-nación o su absoluta destrucción; en cualquiera de los casos, los imperialistas tienen claridad de su hacer, tienen su motor propio, un interés que los mueve, no darán su brazo a torcer, no cederán un milímetro de terreno.
Cada una de estas fuerzas contradictorias se obliga a morir en los campos de batalla, porque será de esas tempestades de donde nazca la otra manera de gobernar en el planeta, el imperialismo o su destrucción, porque los imperialistas saben que de no hacer lo que están haciendo, su aparato de producción fenecerá, y con ello su cultura.
Las personas de una forma o de otra se moverán permanentemente en esa dinámica, bien sea impulsando a su fuerza, apoyándola o traicionándola. Hasta este momento esas son las fuerzas que están motorizando la historia, es su plan, su concepto, su necesidad, sus deseos o veleidades, lo que hoy está estremeciendo a la especie a despecho de las viejas ideologías salvadoras de gente.
Existe otra inmensa y vigorosa fuerza que la conformamos los pobres. Esta fuerza, hoy, es objetivo de guerra como daño directo y colateral. A nosotros nos están cazando de mil formas, somos una mercancía sobrante, y al capitalismo no le temblará el pulso, nos asesinará como siempre, y para ello usará lo que esté a su alcance, porque ellos necesitan balancear la tasa de ganancia excesiva.
Guerra avisada no mata soldado, dicen los vivos; los pobres estamos llamados a entendernos. Necesitamos saber que existimos con capacidad de poder sustituir a las viejas fuerzas que hoy se enfrentan y decimos sustituir. Al imperialismo nada lo cambia, nada lo reforma, nada lo destruye, nadie lo vence, nadie lo derrota; aun cuando los pueblos del mundo han demostrado derrotarlo en los campos de batalla, no lo han podido derrotar en el campo productivo, que en definitiva es lo que regenera de manera permanente al capitalismo como cultura.
El chavismo ha sabido conglomerar a las mayorías a favor de un proyecto nacional-regional. Foto: Federico Parra / AFP
Los pobres estamos obligados a pensarnos, a dejar la pendejera de que “¡ay zas yo no soy pobre!”. El que se piensa se reconoce, en sus miserias y habilidades, y a partir de allí decide qué y cómo hacer.
Ningún sistema de poder garantiza la existencia de las grandes mayorías a menos que fuera hacia una más depauperada, sumisa y absoluta esclavitud, tal y como ya lo están ejecutando según sus planes. Esto es aplicable a países, continentes; quienes crean que somos subdesarrollados o en vías de desarrollo seguirán siendo mina; quienes piensen en progreso, civilización, crecimiento económico y toda esa sarta de estupideces sociológicas y economicistas, terminarán en la ruina absoluta, arriados por la carreta del imperialismo.
A pesar de todo el poder del Imperio, en su reacomodo, se abre una gran rendija que nos puede permitir a los pobres tomar el poder en gran parte del planeta, tal y como sucedió en la época de la Unión Soviética, China, el este europeo, Cuba, Vietnam, Nicaragua, y desde allí iniciar el proceso creativo de la otra cultura.
Para ello, es necesario entender que el pensamiento elaborado desde el poder, en toda la historia de la especie, ha sido hecho por aquellos que entienden que sus riquezas solo son posibles con nuestra esclavitud. En todos los sistemas de producción ocurridos hasta el momento, lo pensado, con sus excepciones, ha remachado nuestra esclavitud. El pensamiento que nos antecede, produce o reproduce, permanentemente, está hecho para el ejercicio del poder en contra de nosotros, ninguno de esos pensamientos nos ha quitado o quitará el yugo de la explotación, por muy preñado de buenas intenciones que se muestren.
Sólo aquel pensamiento que surja expresamente del nosotros nos hará de otra manera, la cultura que diseñemos desde el conocimiento.
Si seguimos aceptando que el pensamiento humanista es el pensamiento necesario, con su libertad, su igualdad y sus derechos fraternales del hombre-dueño, la esclavitud será perenne. Los pobres debemos saber que este pensamiento, expresado en su aparato de producción, nos reproduce como individuos-ego, separados en infinitos gremios, razas, religiones, ideologías, diseños políticos, tantos como individuos ambiciosos y deseosos del poder existan. La manera como pensamos, vivimos y trabajamos es fragmentaria, nos hace gente sola, porque así funciona el sistema.
Nosotros, en el marco de este proceso, no debemos aceptar la idea de que otros nos piensen. Debemos pensarnos distinto, debemos pensar globalmente, debemos pensar para el nosotros, debemos pensar la manera de eliminar el aparato de producción, no de apropiárnoslo y repartírnoslo, porque eso repetiría el esquema y sólo estaríamos sustituyendo dueños, porque en el marco del pensamiento actual estamos formados para ser dueños, aun cuando no tengamos nada.
Es tiempo de que nosotros como clase generemos el pensamiento que ha de constituirnos, es el tiempo de abandonar, de dejar solo al capitalismo, sus códigos, su ética del crimen y el saqueo, su modo de relacionarnos, su imaginario, su manera de transmitir el conocimiento, su manera de trabajar, su costumbre de destruirlo todo.
Los pobres no hemos podido hasta ahora generar pensamiento. Si logramos entender que no necesitamos depender de ningún dueño, que no es natural ser explotados y dirigidos por los dueños de dioses e individuos, si nos percatamos que tenemos cerebros y que estos colectivamente pueden trabajar para forjarse su propio destino, entonces pudiéramos estar hablando de la posibilidad de sustituir al capitalismo, porque este no desaparecerá porque lo deseemos, lo imaginemos, lo recemos, lo maldigamos, lo acusemos, lo condenemos, lo sometamos al escarnio público, y mucho menos porque deseemos sus mieles.
Cada derecho que le exigimos al capitalismo es un eslabón más de la cadena que nos ata, porque sus planes se cumplen mientras nos mantenga esclavos. Sin los esclavos que somos, el capitalismo no es posible; si seguimos creyendo en la lucha por derechos o reivindicaciones, es posible que los dueños de los gremios en donde militamos o nos afiliamos vivan bien de viaje en viaje, de hotel en hotel, de micrófono en micrófono, hablando de lo mal que nosotros vivimos y de que ojalá el capitalismo nos regalara los derechos que nos merecemos y un blablablá infinito… pero nosotros seguiríamos condenados a la pobreza.
Los pobres debemos entender que ningún gremio nos salvará de la esclavitud, porque el capitalismo no entrega derechos a quienes necesita como esclavos, sean de la piel que sean: ecologistas, minoría, tamaño, color, país, etnia, sexo, campesino, mujer, niño, pescador, obrero.
Para el capitalismo todos somos esclavos y como tales nos necesita, los gremios hoy nos dividen, y no es de extrañar que a la mayoría de los mismos los financia el estafador George Soros y los mueve de acuerdo a las circunstancias, y cuando estos se mueven a su antojo, siempre están sus ONG para el control de daños.
No podemos pedirles a los políticos, intelectuales, artistas, académicos, profesionales, que piensen por nosotros, por la simple razón de que ellos fueron educados para pensar como piensan, es decir no pensar en sustituir lo existente. Las universidades les castraron el cerebro y les hicieron creer que pensar es repetir libros, claves y códigos ya emitidos; para ellos el pensamiento ya existe, sólo hay que referirlo en presuntuosas y confusas palabras, ellos son sabios en capitalismo.
Pero a nosotros esa sabiduría no nos sirve, porque no nos dice el qué hacer, sólo nos ofrece quimeras, mundos imposibles. Esa no es su culpa, sólo que es así. No se trata de condenar, se trata de saber a qué atenernos, a saber que estamos solos y que eso no es una tragedia, sino la gran posibilidad de ser otros en lo junto.
Como decía Chávez: necesitamos es pensar, necesitamos suprimir el virus del pensamiento humanista, que mantiene enfermo los cerebros, y comenzar a crear la otra posibilidad.
¿Otra cultura es posible? Rotundamente sí, siempre y cuando se piense, se sueñe, se experimente, fuera de los parámetros de lo existente. Esto ya lo sabemos, no es tema de los esclarecidos o intelectuales, sino de todo un pueblo, una especie.

Es el tiempo en medio de la gran batalla y el pataleo del capitalismo por no desaparecer cuando debemos pensar un territorio auténticamente comunal, un territorio donde experimentemos, donde nos equivoquemos juntos. Donde podamos crear lo no existente, donde vivamos esa hermosa aventura de crear el país-poema, el de la no carencia, en donde definitivamente no exista más el hambre, el miedo y la ignorancia. Pero esta es harina de otro tema.


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