Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Era agosto de 2017 y Donald Trump aún no se había entusiasmado con Kim Jong-un, el corpulento dictador de Corea del Norte. De hecho, haciendo gala del típico estilo trumpiano, se mostró enojado con el líder coreano y, de forma no menos típica, se puso a arremeter verbalmente amenazando a ese país con un infierno literal en la Tierra. Exactamente lo que dijo fue: “Van a tener que enfrentarse a un fuego y furia como el mundo nunca ha visto”. Y luego, para dar un toque aún más personal, se quejó del propio Kim: “Ha estado muy amenazante, más allá de lo normal”.
Solo año y medio después, nuestro asteroidal presidente dijo, por supuesto sobre ese mismo hombre: “Nos enamoramos uno del otro”. Sin embargo, esa amenaza lanzada por un líder estadounidense -era algo obvio- de lanzar un ataque nuclear por primera vez desde que Hiroshima y Nagasaki fueron casi destruidas en agosto de 1945 fue algo memorable. La frase se convertiría, de hecho, en el título del libro más vendido de 2018: Fire and Fury: Inside the Trump White House, del periodista Michael Wolff. Dos años después, en medio de tantas otras frases amenazadoras de este presidente, “el fuego y la furia”, sin embargo, ha ido a parar al cubo de la basura de la historia, olvidados por el mundo en gran medida.
“Esto no es un acto de Dios”
¡Qué lástima!, porque parece mucho más relevante ahora que California, Oregón y Washington, por no hablar de un suroeste que ya está oficialmente inmerso en una “megasequía”, están experimentando el tipo de fuego y furia apocalípticos (y calor y humo) que convirtió los cielos diurnos en un fantasmal naranja nocturno (o amarillo o incluso morado, afirma un amigo que vive en el área de la bahía de San Francisco). Estamos hablando de un incendio y una furia que obliga a los coches a encender los faros al mediodía; de ciudades destruidas (dejando atrás sólo a activistas armados de extrema derecha en medio de las llamas para esperar a imaginarios saqueadores antifascistas); de millones de acres quemados, poniendo a cientos de miles de estadounidenses bajo la orden de evacuación; de convertir a un número escalofriante de ciudadanos en refugiados en una situación de pandemia; un incendio y furia que se deslizaron hacia los suburbios y las ciudades, poniendo en peligro el mundo tal como lo conocemos.
A raíz del verano más caluroso registrado en el hemisferio norte, estamos, en otras palabras, hablando del tipo de condiciones apocalípticas que el presidente sin duda tenía en mente para Corea del Norte en 2017, aunque no imaginaba ni por lo más remoto para los Estados Unidos de América; estamos hablando de una temporada de incendios como nadie había visto antes en Occidente, un incendio vinculado al sobrecalentamiento de este planeta gracias a la liberación de gases de efecto invernadero producidos por combustibles fósiles en cada vez mayores cantidades. De hecho, como señaló recientemente el gobernador de Washington, Jay Inslee, ni siquiera deberíamos hablar más de “incendios forestales” sino de “incendios climáticos”, cuya intensidad ha dejado muy atrás las predicciones de la mayoría de los científicos del clima. (O, como dijo Inslee, “Esto no es un acto de Dios. Esto ha sucedido porque hemos cambiado el clima del estado de Washington de forma inconcebible”).
Zonas inmensas del Oeste estadounidense se han transformado ahora en el equivalente natural de un horno, con incendios que incluso llegan a los bordes suburbanos de Portland, Oregon (que, durante días, tuvo la peor calidad de aire de cualquier zona urbana importante del planeta), y prometiendo un futuro en el que las ciudades también se verán sin duda arrastradas a tales conflagraciones. Es cierto que Donald Trump no amenazó con lanzar “fuego y furia como el mundo nunca ha visto” contra Portland (aunque envió allí agentes federales para sacar a los manifestantes pacíficos de sus calles y continúa insultando y amenazando al alcalde de esa ciudad). En todo caso, cuando los incendios achicharraron esos estados, hizo todo lo posible para evitar el tema del Oeste ardiendo, ya que en estos años, de manera más general, ha tratado el cambio climático (ese “engaño”) como… una pandemia que debería ignorarse mientras Estados Unidos permaneciera “abierto”.
Y tampoco es un tema sobre el que se le haya atosigado mucho hasta hace poco, cuando los gobernadores del Oeste comenzaron a criticarlo por su postura sobre el cambio climático. Para ofrecer solo un ejemplo, hasta donde yo sé, Bob Woodward, el editor del Washington Post y cronista judicial de los presidentes, quien durante meses tuvo un acceso incomparable a Trump y lo interrogó sobre tantos temas, nunca se molestó en preguntarle sobre el futuro más importante, más distópico y más apocalíptico al que se enfrentan los estadounidenses. Y a los demócratas de la corriente dominante no les fue mucho mejor en la cuestión mientras esos fuegos seguían in crescendo hasta que Joe Biden llamó finalmente al presidente “pirómano climático”. Añadió, acertadamente: “Si le das a un pirómano climático cuatro años más en la Casa Blanca, ¿por qué iba alguien a sorprenderse de que EE. UU. siga arrasándose en llamas?”
No hay duda de que Donald Trump y su diabólica pandilla, a entera disposición de la industria de los combustibles fósiles, han trabajado sin escrúpulos ni remordimientos para asegurarse de que esto se convierta en unos Estados Unidos ardientes y furiosos. Al liberar esa industria de restricciones de todo tipo, retirarse del acuerdo climático de París, abrir aún más áreas para la extracción de petróleo, eliminar las salvaguardias ambientales e incluso (en el mismo momento en que el Oeste estaba ardiendo) nombrar a un negacionista de la ciencia climática para un puesto superior en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, el presidente y su panda han demostrado ser unos pirómanos de primer orden.
Por supuesto, el calentamiento de este planeta se ha estado intensificando durante décadas. (No olviden, por ejemplo, que Barack Obama presidió un auge del fracking en EE. UU. que hizo que la gente se refiriera a nosotros como los “Estados Unidos saudíes”). Aún así, este presidente y sus altos funcionarios han puesto una energía notable (por así decirlo) en liberar aún más dióxido de carbono y metano a la atmósfera. Y aquí está lo extraño: se adentraron en el momento apocalíptico actual en el Oeste sin que -aparte de Greta Thunberg y los manifestantes contra el cambio climático- se les responsabilizara ni lo más mínimo por su impulso de alimentar el mayor peligro que enfrenta la humanidad además de las armas nucleares. De hecho, como es cada vez más obvio por el incendio en el Oeste, lo que estamos comenzando a experimentar es una versión a cámara lenta del apocalipsis nuclear que Trump amenazó en una ocasión con desatar en Corea del Norte.
El Donald, de forma increíblemente literal, está demostrando ser el presidente “fuego y furia” de la historia.
Y no piensen ni por un momento que no hubo advertencia alguna sobre la quema desatada que se está llevando a cabo en este país. Después de todo, en 2019, partes de Australia se achicharraron de manera nunca antes vista, matando al menos a 25 seres humanos y posiblemente a más de mil millones de animales. Y ese país también estaba encabezado por un negacionista del cambio climático, un hombre que una vez llevó un trozo de carbón al parlamento y lo fue repartiendo mientras le decía a otros legisladores con dulzura: “No tengan miedo, no se asusten”. Además, en los últimos años, el Ártico (entre todos los lugares) ha estado humeando y quemándose de una manera sin precedentes, calentando su permafrost y liberando cantidades asombrosas de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Ah, y en junio pasado, la temperatura en un pequeño pueblo de Siberia superó por vez primera la marca de los 38ºC.
Por cierto, Rusia también está dirigida por un líder que hasta hace poco era un negacionista del clima. Quiero decir, ¿qué impulsa a muchos de nosotros, en una crisis de este tipo, a apoyar a quienes se dedican a destruir literalmente este planeta como un lugar habitable para… bueno, nosotros? (¡Hola, Jair Bolsonaro!)
Nuestro propio tornado de fuego
Hace un medio siglo casi inimaginable, en un planeta bien distinto, vivía en San Francisco. Todavía puedo recordar la niebla que nos invadía a diario, incluso durante el verano, en una de las ciudades más frescas y con más brisa de los alrededores. No sucedió así este año. El 6 de septiembre, por ejemplo, la temperatura superó los 38ºC, “pulverizando” el récord anterior para ese día. En Berkeley, al otro lado de la bahía, donde también viví hace mucho, mucho tiempo, se llegó a los 43,5ºC. Cuando una ola de calor barrió el estado (y el Oeste), las temperaturas cerca de Los Ángeles se dispararon hasta casi 50ºC (desafiando al sobrecalentado Bagdad, Iraq, este año), mientras se alcanzaban los 54,5ºC en el acertadamente llamado Valle de la Muerte, y eso solo por iniciar una lista de altas temperaturas por todo el Oeste, desde las fronteras canadienses hasta las mexicanas.
A medida que esos incendios llenaban los cielos de humo y cenizas convirtiendo el día en la noche más inquietante, una nube de humo como nunca se había visto antes apareció sobre la costa oeste. Mientras tanto, se detectaron varios tornados de fuego y el aire lleno de cenizas amenazaba con cosas terribles para la salud. Así ha sido durante los últimos 46 años, estoy a miles de kilómetros de mis frecuentados lugares en la Bahía. No obstante, me comunico regularmente con los amigos y autores de TomDispatch que habitan en esa costa, algunos de ellos mayores como yo y encerrados en sus casas para que el humo y las cenizas, el aire del infierno, no los destruyan. Mientras tanto, han empacado ya todo en sus coches para marcharse y tienen sus listados de evacuación preparados.
Mi corazón está con ellos y realmente con todos nosotros (y, sobre todo, con aquellos a quienes los mayores vamos a dejarles un mundo tan abrasado y turbulento).
Lamentablemente, entre los interminables escándalos y horrores de la era de Trump, el más grave de ellos escandalizó a muy pocos durante demasiado tiempo entre los verdaderamente importantes en este asediado planeta nuestro. Incluso en 2016 debería haber resultado suficientemente obvio que un voto por Donald Trump era un voto por el apocalipsis. Sin embargo, le dieron crédito. Él no ocultó ese hecho ni que su presidencia iba a ser una pesadilla alimentada por fósiles. Era obvio incluso entonces que él, y no el cambio climático, era el “engaño” y que sus administraciones iban a hacer sufrir a este planeta de forma incalculable.
Y en todos los sentidos imaginables, Donald Trump cumplió lo prometido. Ha sido excepcionalmente ardiente y furioso. A su modo, ha sido un hombre de palabra. Ya ha traído “el fuego y la furia” a este país de muchas maneras y, si tiene que decir algo al respecto, es que no ha hecho más que empezar.
No duden ni por un segundo de que, si pierde el 3 de noviembre (o más allá, dado el voto por correo que se avecina), declarará fraude electoral y se resistirá a abandonar la Casa Blanca. No duden ni por un segundo que se sentiría feliz de incendiar ese mismo edificio, y lo que sea que quede en ese momento del sistema estadounidense, antes de verse a sí mismo como “perdedor”.
Teniendo en cuenta que él es, a su modo, una parodia de todo: de político, de republicano, de autócrata, incluso de ser humano, resume de manera extrema (aunque inquietantemente satírica) los esfuerzos humanos para destruir nuestra forma de vida en estos años. Lo cierto es que, ardiente y furiosamente impulsado, es una nube histórica de humo y ceniza sobre todos nosotros.
Por su propia naturaleza, y por utilizar esas palabras nucleares suyas de 2017, está “amenazando más allá de lo que pudiera resultar normal”. Piensen en él como el presidente del infierno y aquí me refiero a un infierno literal. Cuatro años más de él, de su pandilla y de los criminales ahítos de combustibles fósiles dirigiendo las principales compañías de petróleo, gas y carbón que consiguen sus ganancias a costa de la miseria planetaria, constituyen el elenco de una obra, tanto de comedia como de tragedia, a la que ninguno de nosotros deberíamos asistir. Es nuestro propio tornado de fuego y cuatro años más de él nos abocarán -no es complicado imaginarlo- a un infierno en la Tierra que hoy no podemos siquiera imaginar.
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project y autor de una historia sobre la Guerra Fría: The End of Victory Culture. Dirige TomDispatch y es miembro del Type Media Center. Su último libro es A Nation Unmade by War.
Fuente:
http://www.tomdispatch.com/blog/176751/
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.
Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
No hay comentarios.:
Publicar un comentario