Unas grabaciones de 1957 confirman la influencia de la cultura y cosmovisión mapuche en la obra de la artista chilena, que cumpliría 103 años.
“¿Qué hacen cuando muere una persona o un niño?”, le pregunta Violeta Parra a la cantora Carmelita, quien perdió a su marido y a su hija. “Puro llorar”, responde la viuda. “¿Tiene mucha pena?”, le dice la folclorista más adelante. “Toda esa pena cántemela aquí”.
Como el canto de Carmela Colipi, las voces y los saberes de otras cinco cantoras mapuches se recuperaron en 2017 de entre el polvo del archivo de la Universidad de Chile. Son 39 cantos en mapudungun que la misma Violeta Parra registró en 1957 en uno de sus viajes, casi secreto y sin acompañantes, en el Wallmapu, la tierra mapuche. Un pueblo indígena, aún en lucha con el Estado, que le enseñó a la gran Parra cómo se siente la cultura popular desde una tradición con raíces y razón de ser en la naturaleza y en los ancestros.
La Violeta durmió en la comunidad de la machi María Painen Cotaro y es allí, por la región de la Araucanía, que se encerraba en los gallineros para escuchar las distintas melodías, memorizadas o improvisadas y de diferentes temáticas, de la boca de cantoras de la zona. Allí también aprendió a hacer la pregunta que le ofrecería más respuestas: “¿Y qué dice la palabra?”.
La palabra (o zugun), en la tradición mapuche, no es solo la que llena los libros o la que utilizamos para hacer llegar un mensaje aotra persona. Es una mezcla entre razón, conocimiento, sentimiento y espiritualidad, una parte constitutiva de los seres, sean humanos o no, que transmite la historia y forja la comunidad. Cuando prende forma de canto, además, permite conectar el humano con la tierra (mapuche significa “gente de la tierra”), así como el pasado con el presente y con el futuro. Es decir, es mediante el canto que el pueblo mapuche se identifica y crece en comunidad, y también mediante este Violeta Parra entendió qué y cuánto significaban las canciones que entonaron las cantoras entre gallinas delante de una grabadora.
Las canciones registradas durante aquel viaje hablaban de amor, de trabajar en la trilla, de dormir a los hijos o de rituales, y los expertos confirman que tuvieron una gran influencia en su obra, no solo por los ritmos utilizados sino también por contenidos tan importantes para la sociedad mapuche como el agradecer. Por eso, dicen investigadoras como Paula Miranda, Allison Ramay y Elisa Loncón, autoras del libro Violeta en el Wallmapu. Su encuentro con el canto mapuche y descubridoras de las grabaciones, el famoso tema “Gracias a la vida” tiene una clara raíz mapuche.
Elisa Loncón, investigadora, profesora y activista por los derechos de la comunidad mapuche, cuenta que “los mapuches siempre dan gracias a la vida, a la naturaleza, y el contenido de la canción es un agradecimiento a todo lo que tienes”, algo que la folclorista se tomó de manera muy personal, pues según cuenta su nieta Tita Parra, Violeta se despertaba cada día levantando los brazos hacia el sol y diciendo “Buenos días, día: buenos días, sol”.
Además, añade la coautora del libro, hay muchas otras canciones de la artista inspiradas en lo aprendido con el contacto mapuche: “Y Violeta pasó por Chile” relata la vida de los habitantes de la isla de Chiloé del sur del país, “Los jardines humanos” refleja la concepción mapuche de la naturaleza, que asume las flores como seres vivos con quienes estamos en constante diálogo, y “El gavilán” se aproxima al dolor de una forma muy similar a la mapuche, dice Loncón.
De forma más explícita, “El Guillatún” describe el ritual indígena desde la visión de un hispanohablante y, por otro lado, “Arauco tiene una pena”, que compuso en su casa de La Reina el abril de 1962, denuncia la colonización y violencia del Estado chileno hacia el pueblo mapuche con versos como “Ya no son los españoles / Los que les hacen llorar / Hoy son los propios chilenos /Los que les quitan su pan”.
Al fin y al cabo, dicen las autoras en el libro, los cantos que encontraron en la Universidad de Chile cuentan también las historias de personas mapuche que migraron y debieron vivir en “un escenario de dos caras”: el de preservar su cultura y cosmovisión y el de “someterse en la gran mayoría de los casos a condiciones de pobreza y dependencia en el proyecto de la nación chilena”.
Así, los cantos encontrados certifican que la perspectiva mapuche “ha estado presente en la cultura chilena mucho más poderosamente de lo que muchos están (o estaban) dispuestos a reconocer”, reivindican las autoras en el volumen publicado. Es decir, el folclor chileno también es mapuche. Pero esta sentencia no es aceptada por todos.
Loncón recuerda cómo las canciones de Violeta Parra eran para su comunidad una inspiración para la lucha: “Yo crecí en tiempos de dictadura y los cantos de Violeta eran nuestra lectura, los escuchábamos escondidos, nos copiábamos los cassettes. Estaban llenos de vida, de sentimiento, es una gran maestra de lucha. Pero esto no se ve en la gran oligarquía chilena, ellos desprecian el conocimiento popular”.
De hecho, ha sido este 2020 cuando el primer escritor mapuche ha ganado el Premio Nacional de Literatura: Elicura Chihuailaf, que escribe en mapudungun, es el primero que ve su obra reconocida por una distinción con el sello y la aprobación del estado. Mientras el poeta de Cunco recoge este premio que da a la cultura mapuche un valor intelectual, hoy Wallmapu sigue en lucha y tomando ejemplo de los cantos de Violeta Parra. “Es un momento político decisivo, o se potencia el diálogo o se potencia el racismo. La justicia chilena no está adecuada a los derechos indígenas, la clase política y los grupos económicos tienen toda su mirada puesta en el territorio mapuche para la explotación”, denuncia la investigadora.
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