Es un castigo. Un castigo. De eso se trata.
El Ministerio de Función Pública de Francia ha multado al Ayuntamiento de París, y por ende a la alcaldesa Anne Hidalgo, por «haber nombrado demasiadas mujeres en puestos de dirección». ES UN CASTIGO. No tiene nada que ver con ninguna ley ligada a eso que llaman «paridad». No tiene nada que ver con las cuotas o su reverso. Es un castigo. Se nombró para los puestos directivos a «once mujeres y solo cinco hombres», en palabras de Hidalgo. Ah, ese adverbio, qué importantes son los adverbios. Ah, ese «solo».
Un castigo.
Solo eso.
Pero no. No es «solo» eso, sino UN CASTIGO MÁS. Otro castigo. Lo que sucede es que este resulta mucho más concreto, certero y envenenado que los que acostumbramos a recibir.
Es un espanto.
La alcaldesa de París puede bromear al respecto, claro, porque lo grotesco del asunto llama a carcajada. Sin embargo, ay, la multa al consistorio que ella dirige muestra un retrato abrumador de lo que está sucediéndonos a las mujeres que ponemos un pie, de una u otra manera, en el espacio público.
¿Alguien sabe cuántos hombres y mujeres se han elegido para ocupar altos cargos en los ayuntamientos, comunidades autónomas, empresas públicas o Gobierno de España? ¿Alguien sabe de alguna empresa pública o privada que cumpla la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres? Y sobre todo, ¿es eso relevante?
No. La respuesta es NO. No es relevante.
Podríamos elegir como periodo histórico aquel que parte del año cero de las cuentas cristianas, o sea unos veinte siglos atrás, o elegir a los sumerios, por aquello de la escritura, y contar milenios, y nos daría igual. La cuestión no es cuánto tiempo llevan los hombres ocupando ellos solos algo que hoy llamamos «puestos de dirección», qué idiotez. Siempre. Pero la cuestión no es el SIEMPRE, sino el AHORA.
Detengámonos en el segundo exacto en el que usted lee la palabra AHORA. Pongamos ese segundo, ESTE, entre paréntesis y sumerjámonos ahí. ¿Cuántos nombramientos de hombres para puestos directivos existen en ese corchete de tiempo en el que permanece, sobre el que flota, la idea de eso llamado «paridad», incluso unas leyes al respecto? ¿Cuántos nombramientos de mujeres para esos mismos puestos?
Es evidente (sobran cifras al respecto) que AHORA se está nombrando a una cantidad incalculablemente mayor de hombres que de mujeres para puestos directivos, sea lo que sea que vayan a dirigir.
¿Entonces?
Entonces, el castigo.
Entonces, alguien busca un lugar, probablemente el único lugar relevante, en el que se elige a un porcentaje mayor de mujeres que de hombres para «puestos directivos» en un momento concreto. Y lo señala. Y lo denuncia. Y consigue que se castigue. Que ESO se castigue. Que se castigue nombrar a más mujeres que hombres para dirigir algo. Algo considerado RELEVANTE. Es más, consigue que eso se castigue usando una norma creada para precisamente lo contrario, paliar la ausencia de mujeres en «puestos directivos». O sea, se utiliza contra nosotras un instrumento, uno de los poquísimos, creado y aprobado para darnos vida, mientras un mundo, un universo de lo contrario, de nombramientos de hombres, no solo no se castiga, sino que ni siquiera merece una mirada. Consistía en paliar la ausencia de mujeres en «puestos directivos» o en cualquier otro punto, directivo o no, del ESPACIO PÚBLICO.
¡Ahí!, justo ahí late lo perverso. Por eso la multa al Ayuntamiento de París supone un paso mucho más concreto, certero y envenenado que los que acostumbramos a recibir.
Sí, para nosotras los castigos se han convertido en costumbre. Pero ¿por qué se nos castiga? ¿Qué se castiga?
Pongamos el ejemplo de una fábrica dedicada al enlatado de mejillones en escabeche. A nadie se le ocurre, obviamente, la posibilidad de que se denuncie que la inmensa mayoría de las contratadas para las cadenas de enlatado sean mujeres. Ah, pero tampoco se ha detenido nadie a echar cuentas sobre el porcentaje de hombres y mujeres nombrados para ocupar «puestos directivos» en las fábricas de enlatado de mejillones en escabeche de España, Francia o Bélgica.
Pongamos ahora otro ejemplo, esta vez del mundo de la interpretación. Una actriz llamada X. En principio, a nadie le preocupa que dicha actriz llamada X cope todos los papeles protagonistas en las producciones de la temporada. La convertirán en «referente» en «la estrella del momento» y la retratarán donde sea que se retrate ahora a las gentes de la Cultura, si es que existe tal lugar. A no ser que…
A no ser que nuestra querida y estelar actriz llamada X decida expresar su opinión sobre cualquier tema más allá de sus hábitos gastronómicos o de indumentaria. Al grano, a no ser que la actriz llamada X decida OPINAR sobre cualquier asunto perteneciente al ESPACIO PÚBLICO. En este momento, incluso el simple hecho de hacer pública su vida sexual activaría el empentón que la mandaría al suelo. Se acabó la estrella. Qué decir si se le ocurriera expresar su sentir sobre cualquier «tema de actualidad».
El castigo no procede de ocupar o no un «puesto directivo». ¿Quién sabe y a quién le importa con cuántas mujeres cuenta la industria del enlatado de mejillones en escabeche?
El castigo no procede de ocupar un lugar en el espacio público. Ahí está nuestra estelar actriz llamada X mientras permanezca muda.
El castigo procede de INTERVENIR EN EL ESPACIO PÚBLICO.
Nadie multaría a Anne Hidalgo, empresaria mejillonera, por nombrar una escuadra de directivas del mejillón en escabeche. De la misma manera que nadie multaría a Anne Hidalgo, empresaria audiovisual, por producir la mayoría de los programas emitidos en las cadenas de televisión nacionales.
Las mujeres somos castigadas por INTERVENIR en el espacio público. Podemos hacer lo que nos parezca en el espacio privado, el que nos ha sido asignado desde los sumerios hasta el momento. Podemos ocupar un lugar, incluso considerable, en el espacio público a modo de gatos de porcelana. Desde la noche de los tiempos, nuestro lugar está en LO PRIVADO, allí donde se concibe, se gesta, se pare, se cría y se cuida. El espacio público, o sea político, o sea económico, es territorio vedado a las mujeres. Así ha sido siempre. SIEMPRE. Siempre es lo contrario de AHORA, o así nos lo parece cuando aceptamos la fantasía de que las mujeres hemos dado pasos históricos en lo público «y no hay marcha atrás», qué gilipollez. Siempre hay marcha atrás. La Historia es una construcción marcha atrás.
Todas y cada una de las mujeres que, en esta sociedad de AHORA, ponen un pie en LO PÚBLICO para INTERVENIR, reciben su castigo: periodistas, políticas, activistas, actrices, creadoras, sindicalistas, científicas, empresarias, teóricas… Eso lo sabemos. Se aprende pronto. La más notable característica del castigo es su rápida efectividad, nosotras lo conocemos bien.
La multa al Ayuntamiento de París por «haber nombrado demasiadas mujeres en puestos de dirección» se podría estudiar en un futuro próximo como un paso disruptivo al respecto. También como un daguerrotipo bilioso de dicha disrupción. De los sumerios aquí, o de los dinosaurios, las mujeres hemos tardado toda la Historia, TODA LA HISTORIA, en apenas rozar lo público con el filo de la uña del dedo meñique del pie izquierdo.
Imagina que el torturador coge esa misma uña, te arranca solo el borde con el que has rozado su espacio y con ese preciso filo te corta el cuello.
Pues eso.
Fuente: https://blogs.publico.es/cristina-fallaras/2020/12/18/el-castigo-que-nosotras-merecemos/
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