Gran entusiasmo ha generado entre columnistas, editorialistas, twitteros y demás integrantes del ecosistema de la opinión publica la recientemente proferida decisión de la JEP en torno a los secuestros cometidos por la ex-guerrilla FARC. Se trata de un extenso documento de más de 300 páginas, donde la JEP hace una larga exposición de cómo esta guerrilla tomó la decisión de secuestrar y la convirtió en una política de su organización, lo cual derivo en la promoción y organización de esta actividad, sumando una descripción detallada de las condiciones en las que se tuvieron privados de la libertad a sus blancos escogidos. Por lo tanto, decidió señalar responsabilidades individuales a los máximos líderes desmovilizados, provocando el júbilo del público.
Es posible que esta actitud se deba, pensarían, a que por fin se lograron liberar de la presión que ejercen sectores del poder sobre todos aquellos que defienden esta jurisdicción. Al tildarla de un tribunal de impunidad a través de todos los medios posibles, los que hoy gobiernan el país, dejaron claro que no abandonaron la convicción de levantar la bandera de hacer valer en los »acuerdos» todo lo que habían ganado militar y políticamente al golpear fuertemente las bases guerrilleras y al pueblo en general, con ayuda de sus amigos los paramilitares, al golpear la dirigencia , con ayuda de sus patrones los norteamericanos y golpear la legitimidad de la lucha fariana , en este caso, con ayuda de estas mismas, soberbias en sostenerse en una posición que obligó a desgastar la vida de cientos de secuestrados, para finalmente matarlos en actos de enorme inmoralidad o torpeza operativa, o de entregarlos al enemigo, contribuyendo propagandísticamente a elaborar la imagen de héroes de las FFMM colombianas. Todo lo cual indicaba para ellos que la victoria estaría cerca.
Esto explica la poca disposición a ignorar lo que suciamente habían ganado, y por ello no permitirían que un conjunto de convertidos pacifistas, junto con los defensores de lo que allí se acordó, en donde se encuentran, claramente, nuestros amigos los opinadores de oficio, hablaran de que había que ser un poco, solo un poco, ecuánimes en el juzgamiento de los crímenes cometidos en el marco de la guerra.
Y fue así como el poder ejerció eficaz presión para seguir defendiendo su idea de que solo se deben juzgar los crímenes cometidos por una parte, en este caso las FARC, ( todos los crímenes por ellos cometidos en compañía del nobel de paz tenían el perdón de la razón de estado) y que siendo así las cosas solo los exfarianos deberían agachar la cabeza, pedir perdón, y portar la eterna y total culpa por todo lo acontecido durante su alzamiento armado, incluso esto último más importante que enmendar de alguna manera el daño a la gente que padeció sus abusos, que por supuesto que los hubo y que deben ser señalados. Solo este escenario significaría no impunidad y justicia para ellos.
Y esta idea caló tan hondo que fue necesario pensar que todos los articulistas habían coordinado la defensa de lo mismo. Era más que obvio que la JEP ha enviado un mensaje contundente a todos los que pensaban que habría impunidad. No la habrá, sentenciaron. Alguno de ellos, muy famoso, fue más allá y afirmó »es sin duda lo más importante que ha sucedido en muchos años en la historia de Colombia. Por primera vez en muchos años muestra que aquí se puede hacer justicia.»
Es entendible que esta decisión genere algún grado de alivio para aquellos defensores de los acuerdos y de su idea de paz, refrendada con bolígrafo de plomo y con plomo de verdad. Pero ese entusiasmo no significa que deje de existir en realidad un altísimo nivel de impunidad y es aterrador decirlo, por los graves hechos que se omiten.
Ninguno de nuestros opinadores- entiéndase Caballero, Uprimmy , De la calle, El Espectador etc.- recordó que la idea general de lo que pactaron simplemente ya no existe ( que se juzguen a los principales responsables de los delitos más graves) , y que esto en sí mismo desdibuja la noción de un acuerdo ( pues se sabe que concretamente las dos partes ya no comparten lo que finalmente entró a funcionar a raíz de las modificaciones hechas por el uribismo) y la reemplaza por una imposición unilateral, que implica , entre muchas otras cosas, en materia de justicia, que los terceros intervinientes (otra manera de llamar a los empresarios y los políticos que se metieron en la guerra para acrecentar sus fortunas y sostenerse en el poder) no serán juzgados, ni siquiera se estimula para que sus socios los paramilitares los delaten. Sencillamente nada en materia de obligaciones para ellos. Si este solo hecho no significa impunidad, debe ser porque se cree que solo se deben juzgar a los exguerrilleros, con todo lo que ello implica y por tal motivo se entiende que la JEP solo debe pensar en los crímenes farianos. Posiblemente alguien con una mirada desapasionada sobre los siete macro-casos concluya que efectivamente eso está pasando. Pero no es lo que quiero advertir.
Sin embargo, tímidamente, alguien dijo que quedan más cosas por investigar, y lo dijo seguramente por un poco de respeto a su labor. Se trata del presidente de la JEP, el magistrado Eduardo Cifuentes, que recordó la próxima llegada de más decisiones similares en algunos de los otros casos abiertos por ellos. Esta reacción de la opinión debería hacerlo pensar mejor, pues pareciera que no es necesario buscar claridad frente a los crímenes cometidos por agentes del Estado, ya que ni siquiera se reconoce que el Estado movilizó todo lo que pudo para ganar la guerra. Es más , sin esas claridades igual escaparemos a la impunidad.
El mensaje está claro y muy celebrado, por cierto: la JEP marcha bien. Así nadie, ni tan solo por un segundo, mencione a la hora de pensar en si hay o no impunidad, que el general retirado Mario Montoya, señalado por sus otrora hombres de honor de ordenar los falsos positivos, no ha reconocido hoy nada de nada. Y no le ha bastado con eso, llego a ofender ,de una manera muy característica del uniforme que porta, a las familias de los asesinados por sus órdenes y muy posiblemente bajo las ordenes de alguien más poderoso que él, solo que no lo sabremos , señalando que pobres, al igual que los asesinados por su lógica de guerra, fueron los responsables de los falsos positivos , precisamente por ser pobres y padecer esa extraña enfermedad que los lleva inequívocamente a la delincuencia. ¿Impunidad? no. Los pobres pagaran.
Finalmente, hay algo aún más grave en juego: la justicia. Tristemente aun hoy no se ha podido liberar, de ser ese lugar hipócritamente construido para castigar al perdedor, y sigue paradójicamente condenada a ser una figura manoseada por el poder, y por los visto por todo mundo, que lejos de significar algo que como sociedad nos eleve a unos niveles de convivencia dignos la podemos encontrar en el escritorio de algún juez. Como diría un generoso escritor colombiano, »nadie ha demostrado nunca que la cárcel haga mejores a los seres humanos, y quien aspire a la justicia debe saber que la única justicia de verdad efectiva es la que no representa una venganza, que llega después de los hechos para castigar, sino la que previene los males y se esfuerza por impedir que los hechos injustos ocurran.’’, y nadie lo hará. Aunque falta aún por ver que sigue pasando con la JEP, lo que vemos es que justicia no es, es otra cosa.
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