Hace poco Pilar descubrió una historia familiar oculta. Su madre tenía un primo al que llamaba “Fernandito” que quería como a un hermano, ya que se habían criado juntos. Cada vez que ella le nombraba, las lágrimas la interrumpían. Al morir su madre, Pilar descubrió una caja donde se escondía un documento de la Cruz Roja que informaba de la muerte de Fernandito. El nombre de Fernando Salcedo apareció en la lista de españoles víctimas de los campos de concentración nazis que el Gobierno publicó hace año y medio. El joven tenía 22 años cuando se alistó para combatir por la República y, tras huir por Francia, fue detenido y trasladado a Gusen, el campo de concentración nazi llamado “el matadero” de Mauthausen. Cuando murió tenía solo 25 años. Pilar todavía se emociona cuando cuenta la historia.
Pilar ha acudido a un paseo organizado por el Día Internacional del Holocausto, que se conmemora cada 27 de enero. Es una caminata por las calles del barrio madrileño de Chamberí en búsqueda de unos adoquines dorados incrustados en el suelo que llevan inscritos el nombre, los principales datos de las víctimas madrileñas y el campo de concentración en el que murieron. Están en la acera, frente a las casas donde vivieron estos deportados, y no son muy grandes, de manera que hay que detenerse y bajar la mirada para leer la inscripción. Precisamente esa es la intención de su autor, el artista alemán Gunter Demnig, que ha llamado a estas piezas Stolpersteine (piedra en el camino): esa inclinación del viandante supone un acto de reconocimiento a quienes perdieron la vida en los campos nazis.
El paseo de lo organizan varias personas involucradas en esta iniciativa internacional, algunos son descendientes de las víctimas. La pandemia impide que sea un gran acto conmemorativo, así que unas pocas personas, en pequeños grupos, avanzamos por las calles de Chamberí, hoy una zona de clase media-alta, aunque antaño era un barrio obrero. Aquí de momento hay cinco Stolpersteine, una por cada uno de los deportados. Desde que se colocaron las primeras en abril de 2018, hay 12 piedras de conmemoración en la ciudad de Madrid y una en Moralzarzal. El municipio de Navas (Catalunya) fue el primero del Estado en sumarse a esta iniciativa internacional en 2015. Actualmente hay 262 Stolpersteine en España y cerca de 80.000 en distintos países de todo el mundo.
Limpian uno de estos adoquines para que pueda leerse bien la inscripción, después depositan una rosa y una vela de color blanco. Pilar explica que la Stopersteine de “Fernandito” ha sido solicitada ya, y están a la espera de recibirla. El artista alemán fabrica cada una de las piezas de manera artesanal, así que puede tardar algunos meses. Este año en Madrid se quieren instalar una treintena, y el objetivo es que llegue a haber una por cada una de las más de 400 víctimas madrileñas de los campos de concentración nazis. “Estas personas merecen un homenaje y es un beneficio para la sociedad no olvidar a la gente que luchó por la República”, dice Pilar.
Los españoles deportados, víctimas del abandono y el silencio
La historia de Pilar no es algo excepcional. Unos 9.300 españoles fueron deportados a los campos de concentración nazis y unos 5.500 fueron exterminados allí. No eran tantos como los franceses, judíos o gitanos, pero lo que sí es excepcional es que el Estado español haya tardado más de cuatro décadas en dedicarles un día y un monumento oficial. Los españoles fueron abandonados a su suerte en los campos y sufrieron la doble humillación de recibir un triángulo invertido azul que los calificaba de “apátridas”. Las familias fueron obligadas a vivir con mutismo su tragedia, ya que fueron represaliadas bajo la dictadura de Franco. Los supervivientes de los campos, condenados al exilio, nunca recibieron el reconocimiento que otros países dieron a sus deportados, ni siquiera cuando llegó la democracia.
En 2019 el Gobierno fijó el día 5 de mayo como día de reconocimiento a las víctimas españolas del nazismo y el año pasado se inauguró un monumento para todos los deportados españoles. Son homenajes que llegan tarde para casi todos los deportados y aún muchos de los descendientes de estas víctimas creen que no ha llegado un verdadero reconocimiento para ellos en España.
“Se trata de que el Estado español resarza esa injusticia, reconociendo el valor que dieron ellos, que fue su vida a cambio de que nosotros pudiéramos vivir bien”, comenta Miguel Nogués, nieto de uno de los deportados y uno de los organizadores del paseo. Considera que recordar a estas víctimas es más necesario que nunca ante la amenaza de la destrucción de la democracia en países como EEUU. “Aún no se ha hecho un homenaje auténtico. Hasta hace poco no sabíamos los nombres de estas personas”, añade Pilar. Mientras piden que Ayuntamientos como el de Madrid siga facilitándoles el permiso y los operarios para colocar las piedras que ellos mismos financian.
El nombre del abuelo de Miguel Nogués ya se encuentra en una Stolpersteine en Madrid, aunque es provisional a la espera de la original. Su abuelo, el teniente Juan Antonio García Acero, nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) y poco antes del golpe de Estado de 1936 se quedó viudo con sus seis hijos a cargo, a quienes repartió entre sus familiares para marcharse a combatir por la República. Cuando huyó a Francia le apresaron los nazis: pasó primero el campo de Estrasburgo, Mauthausen y finalmente Gusen, donde murieron la mayoría de los españoles. “Mi madre y mis dos tíos siempre lo llevaron muy mal. Además mi madre decía que era un hombre muy bueno, culto para la época, ilusionado porque la República le hubiera dado libros y educación gratis a sus hijos. Era republicano 100%, amante de la libertad y la cultura”, narra Miguel.
Las historias tras las piedras de Chamberí
Antonio Zurita Mayo. Calle Espronceda, 7. De familia humilde. Se alistó como voluntario para combatir por la República. A principios del 39 cruzó la frontera con Francia. Pasó por el campo de concentración de Argelés y, cuando se inició la Segunda Guerra Mundial, como todos los españoles de allí, se alistó en las compañías de trabajo al servicio del Ejército francés. Fue capturado por los nazis. Le trasladaron primero a Mauthausen, luego a Gusen. Allí le pusieron a conducir una locomotora que arrastraba los vagones con las piedras de las canteras. Con el calor de la máquina se calentaba y asaba patatas que compartía con sus compañeros españoles. Sobrevivió y fue liberado con grandes secuelas físicas y psíquicas. El Gobierno francés le ofreció la posibilidad de aprender el idioma y un oficio. Se hizo fresador y vivió en Puteaux hasta los 97 años.
Andrés Fariñas Adsuar. Calle Viriato, 2. Nació en Madrid en 1915. Andrés fue el menor de tres hermanos que combatieron por la República. Fue teniente con solo 20 años. Cuando cayó Cataluña, cruzó la frontera a Francia. Se alistó en el Ejército francés. Lo más probable es que fuera capturado por los nazis en la región de los Vosgos, junto a miles de españoles y más de un millón de soldados franceses. Formó parte del mayor convoy de prisioneros españoles que llegó a Mathausenen y en el registro del campo dejaron constancia de que su profesión era electricista. De allí fue desplazado a Gusen. Murió el 17 de octubre de ese año, según los médicos de las SS por nefritis e insuficiencia circulatoria, aunque se desconoce si es verdad. En España su familia preguntó al Gobierno franquista en repetidas ocasiones por el destino de Andrés, pero les negaron cualquier dato, aunque desde 1952 disponían de su certificado de defunción, como otros españoles. Su madre se sentaba todas las tardes en la puerta de su casa a la espera de que su hijo menor apareciera algún día. Lo hizo hasta que murió, a los 80 años.
José Bello Sánchez. Calle Ponzano, 44. Fue miembro del cuerpo de la Guardia de Asalto de la República. Llegó a Mauthausen el 8 de septiembre de 1940. En su ficha de entrada figura como jornalero. Fue destinado al campo de Steyr, donde se fabricaba material de guerra (motores de aviación y cañones). Sobrevivió a cinco años de encierro y el 5 de mayo de 1945 fue liberado. Como la mayoría de los deportados españoles, se quedó a vivir en Francia. Allí falleció pocos años más tarde, sin haber podido regresar a España.
Pedro Díaz Clemente. Calle Virtudes, 22. Nació en un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara y vivió en Madrid. En Cataluña conoció a la que sería su mujer, Mercedes Espinosa Ojeda. Tuvieron una hija. Tras la guerra, parte de la familia de ella, de ideología franquista, le obligó a abandonar el país. Ella le buscó hasta que dio con él a través de la Cruz Roja Internacional. Se encontraba en el campo de Bacarès. A partir de entonces mantuvieron contacto por carta. Mercedes murió prematuramente, enferma y muy triste. Años después su hija supo, a través del historiador Benito Bermejo, que su padre no las había abandonado, sino que había sido víctima del Holocausto. Por otro lado, su sobrino-nieto descubrió su historia años más tarde. Su padre pensaba que su tío Pedro vivía en Francia con su mujer y su hija.
Enrique Calcerrada Guijarro. Calle Bravo Murillo, 20. Nació en 1918, Pasó su infancia en dos pueblos de Ciudad Real. Siempre tuvo mucho interés en estudiar, leer y aprender. Fue autodidacta. Por este motivo se convirtió en un gran defensor de La República. Participó en la defensa de Madrid y acabó la guerra como teniente-ayudante. Acabó en los campos de concentración de Barcarès y Saint-Cyprien. Cuando comenzó la II Guerra Mundial, se incorporó a una Compañía de Trabajadores Españoles bajo la autoridad del Ejército francés. Fue capturado en los Vosgos y enviado a un stalag. Allí trató de aprender alemán en alguna biblioteca porque pensó que podría serle útil. Desde allí fue enviado a Mauthausen y más tarde a Gusen, que «ampliaba su maldad en muchos grados», como escribió en su libro. Hizo todo lo posible para mantenerse con vida: quería contarlo. Se arriesgaba robando patatas porque llegó a tener 32 kilos de peso. Fue liberado por las tropas norteamericanas el 5 de mayo en 1945 y hospitalizado en Bregenz (Austria). Después marchó a Francia, donde vivió primero en un centro de acogida y después con distintos empleos, estudiando por las noches. Se casó y tuvo un hijo. Logró reconstruir su vida y volvió a España en varias ocasiones, donde pudo reencontrarse con su familia.
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