Páginas de la herida
Para Antonio García Castillo, “El Pestiñero (1950-2021), in memoriam et ad honorem. “Quedé con él a la salida del trabajo, me llevó a su casa, allá arriba del todo, en la barriada de Cirera que se estaba haciendo a plazos, todavía en aquellos finales de 1965. Una sola habitación para –cinco personas, los padres, Antoñito y sus dos hermanas- vivir: guisar, comer, dormir y, sobre todo, el negocio familiar, una enorme sartén para hacer pestiños que vendían a las tabernas del vecindario para acompañar a la copa mañanera de cazalla o aguardiente. La familia García había sido detenida en Motril hacia años y llevada a la cárcel Provincial de Granada. Hablamos del partido (PSUC), les explico que militarían en la célula del barrio, que Antoñito iría a la Juventud Comunista (le pusimos de nombre Vicentín). Cuando me disponía a irme, casi mareado por el olor de la potente fritanga, me dan una caja metálica de aquellas de carne de membrillo de Puente Genil: la abro. Me dicen que esos dineros son las cotizaciones de todos los meses -muchos años- tras perder el contacto con el Partido. El día 3 de este mes [de marzo] murió Vicentín.”
(José Luis López Bulla, 2021).
[“Acabo de llamar al CAP para pedir hora, al dar mi DNI, la señorita (sic) que me atiende repite la última letra de mi DNI: -E de España, y yo la rectifico, le digo: -E de Estrasburgo. ¡Liberémonos psicológicamente!”, Rosario Palomino Otiniano, «catalana nacida en Perú», la número 32 por Barcelona en las listas del partido del Vivales]
[Martín] Rodrigo aporta a EL PAÍS unas cifras estremecedoras: “En toda su historia, Estados Unidos recibió 380.000 esclavos procedentes de África. Cuba recibió 900.000. Y de estos, 600.000 fueron transportados a Cuba de forma ilegal a partir de 1821”. El último esclavo africano que fue desembarcado en Cuba –y en toda América– lo hizo en 1867. España, recuerda Rodrigo, fue el último país europeo en abolir la esclavitud -en 1886-, y lo hizo tan tarde en parte por la movilización de grupos de presión industriales y comerciales, el más activo, el sector catalán, capitaneado por Antonio López.
Cristian Segura (2021)
La tríada petróleo-nucleares-gas natural, nos recuerda Dani Cordero, marca las bases del consumo energético en .Cat. Las energías renovables, datos de 2019, son una pequeña fracción del total, el 10%, a la mitad del objetivo del 20% dictado por la UE (el 32% en 2030). El protagonismo de la energía nuclear alcanzó en .Cat el 54,9% en la generación de electricidad en 2020; los ciclos combinados (gas) tuvieron un peso del 12,2% y las plantas de cogeneración representaron un 11%. La energía eléctrica de procedencia verde pesó un 19,8%, básicamente por la aportación de las centrales hidroeléctricas que generaron el 12%. La energía eólica se quedó con el 5,8% y la fotovoltaica con un 1,1% del total. El director general de Industria, Manel Torrent, ha tenido que admitir la escasa presencia de las renovables en .Cat, la ‘nueva Dinamarca del Mediterráneo’.
Pero todo esto es intrascendente. Lo esencial, lo que cuenta, lo que sigue contando en .Cat., es el procés (¡alerta a la presidencia y composición de la Mesa del Parlament! [1]) y la cultura clientelar del procesismo y sus prolongaciones. Veamos:
Como era de prever, el tuit que les he copiado de Rosario Palomino Otiniano (“una catalana nacida en Perú”, así es como ella se define, candidata de Junts por Barcelona el pasado 14F), ha tenido éxito en el ámbito nacional-secesionista y en colectivos próximos. En los comentarios al tuit, voces afines hacen recomendaciones similares: Euskadi, Escocia, Estocolmo, estelada,… para la E, jamás España. Del mismo modo: nunca Madrid para la M sino Mallorca o Miami. Así se liberan. Psicológicamente añaden.
Hagamos unos pequeños retoques. ¿Logran imaginarse a un ciudadano/a que escribiera algo así como lo siguiente: “Acabo de llamar al CAP para pedir hora, al dar mi DNI, la trabajadora (¡no la señorita!) que me atiende repite la última letra de mi DNI: -C de Cataluña, y yo la rectifico y le digo: -C de Cantabria, de Cáceres, de California. ¡Liberémonos psicológicamente!”. ¿No logran imaginárselo? Me pasa lo mismo. Nadie (o casi nadie) es tan insensato, tan nacionalmente excluyente.
Que en los ámbitos nacional-secesionistas oculten (y odien) la palabra “España” y la sustituyan por Estado español, Madrid, Península, Reino de España, etc., es cosa sabida. Llevan décadas y décadas con la misma historia, una historia nominal nada inocente. Quien manda en el lenguaje, manda mucho. No ha sido siempre así. Recordemos el “Viva España” de Companys en años republicanos. Usan España en contadísimas ocasiones. Si lo hacen, como ha apuntado Antonio Santamaría (https://www.elviejotopo.com/topoexpress/orfandad-politica-de-la-burguesia-catalana/), es para repetir hasta la saciedad que España no es un Estado democrático, sino parafascista y semejante a Turquía, un país donde no existe separación de poderes y donde la justicia opera al modo franquista. ¡Y punto!
La hispanofobia, no hace falta repetirlo, es característica esencial del movimiento nacional-secesionista. La misma ideología, el mismo marco conceptual, que se extiende por todas o por la gran mayoría de las instituciones autonómicas y por alcaldías donde el nacionalismo tiene mayoría consolidada. También en sus colectivos organizados.
Es menos comentado, aunque también sabido, que una grandísima parte de la izquierda catalana hace lo mismo. Nunca España, siempre “Estado español” (o expresión afín) para hablar de España. Obra del mismo modo, y en crecimiento acelerado, la izquierda del resto de España. Vale todo menos decir el nombre de la cosa cuando se habla de la cosa. Se escribe o se habla de “la lucha de los/las trabajadores del estado español”, de “la coordinada estatal de los movimientos…”, de “los sindicatos de clase del estado español”, etc., etc. El retorcimiento de lenguaje lleva aparejado que en algunos colectivos se habla del Vivales como un exiliado y se compara su estancia dorada en Waterloo con el exilio de los republicanos españoles del 36-39 (Recordemos que Unidas Podemos y otras formaciones de la izquierda europea (¡y de la extrema derecha!) votaron el pasado lunes en contra de la retirada de la inmunidad de Puigdemont, Comín y Ponsatí. Una acción cañera y verdaderamente revolucionaria).
La victoria lingüística y conceptual del nacionalismo .Cat (aunque no sólo) es de Guinness. Por goleada. No es asunto marginal o sin importancia. Yo mismo soy un buen ejemplo del disparate, de la penetrante inculcación ideológica y de nuestra inmensa derrota político-cultural. Desde que tuve uso de razón política a los 16 años, y durante más de tres décadas, me en negado a decir España a pesar de lo que pude leer y escuchar en maestros de la talla de Manuel Sacristán o Francisco Fernández Buey, que no tuvieron ningún reparo en usar España cuando hablaban de España. Busqué otras denominaciones: Iberia, Hispania, Península ibérica,… Lo que fuera, menos decir España. Siguiendo servilmente a Espriu, usé después Sefarad. Un gran hallazgo, pensé. Quedaba más progre, más literario, más sofisticado, ¡menos español! Afortunadamente, amigos como Francesc Xavier Pardo y Eduard Rodríguez Farré, me hicieron ver lo que se escondía detrás de mi dificultad para decir el nombre, el verdadero nombre de la cosa. Me desasnaron, no les fue fácil.
¿Qué se esconde detrás de este no decir España y de este decir, con voz clara e insistente, Catalunya, Catalunya, Catalunya (nadie habla de la Generalitat para referirse a Cataluña)? Pues que .Cat es una realidad casi natural, indiscutible, como los ríos, los mares, las montañas, los océanos, la Luna, los satélites de Júpiter o los agujeros negros y que, por el contrario, España es un ente (no llega ni a ser) artificial, una nación inexistente, una birria-patata-frita, un aparato político, impuesto a comunidades nacionales siempre oprimidas, que siempre ha ido a lo suyo, a lo centralista-español y olé, olvidándose de cosas tan elementales (sabidas y estudiadas) como las que apunta el historiador Martín Rodrigo en la cita inicial: que las políticas de los gobiernos españoles han estado dictadas en muchas ocasiones por los intereses y la cosmovisión de las burguesías nacionalistas periféricas.
¿Perdemos algo con este no decir, no escrbir? Mucho. Pensamos con el lenguaje y la perspectiva del nacional-secesionismo (y de otros nacionalismos), lo que no es poco, y reducimos España a golpes de Estado, a Austrias y Borbones, a atraso, a páginas negras de la Historia, a franquismo, a dictaduras, y nos olvidamos de Cervantes, de Bartolomé de Las Casas, de Jovellanos, de Gracián, de Goya, de Pablo Iglesias (el tipógrafo), de Cernuda, de Lorca, de Negrín, de Azaña, de Matilde Landa, de la Pasionaria, de Machado, de Miguel Hernández, de Gamoneda, y de mil nombres más. Nos olvidamos incluso de lo más esencial: de nuestros padres, de sus sentimientos, de sus orígenes, de sus luchas. De su ser y estar en el mundo.
Para ese decir nacionalista contagiado a la izquierda, la “España en el corazón” de Pablo Neruda no existe. Tampoco “España, aparte de mi ese cáliz” de César Vallejo. “Apología y repetición” de Jaime Gil de Biedma se difunde en las redes como un poema anti-España a pesar de “Porque quiero creer que no hay demonios./ Son hombres los que pagan al gobierno,/ los empresarios de la falsa historia,/ son hombres quienes han vendido al hombre,/ los que han convertido a la pobreza/ y secuestrado la salud de España./ Pido que España expulse a esos demonios./ Que la pobreza suba hasta el gobierno./ Que sea del hombre el dueño de su historia.” Todo es útil para su tesis central: Cataluña es modernidad y avance; España (¡ahora sí) es decadencia, muerte y vuelta a pasado. Lo incomprensible es que nosotros sigamos bebiendo de la misma fuente, de su fuente y su decir.
Sin trazar filiaciones injustificadas (no lo hago, no comparo lo que no puede ser comparado), un doctor en Filología germánica por la Universidad en Heidelberg (1921), puntal del que sería el o uno de los regímenes más criminales y abyectos de la historia de la humanidad, explicitó abiertamente en una ocasión uno de sus objetivos básicos, una aspiración (no solo de aquel régimen asesino) que no debe olvidarse: “Nosotros no queremos convencer a las gentes de nuestras ideas, queremos reducir el vocabulario de tal manera que no puedan expresar más que nuestras ideas.”.
Me olvidaba. Más de 180 cargos públicos del gobierno catalán ingresan anualmente más que el presidente del gobierno español; el presidente de la Generalitat gana un 80% más. La determinación en última instancia, que decíamos hace años, tiene su peso.
PS: TV3, Telenotícies del mediodía del pasado martes 9 de marzo, resultado de la votación del Parlamento Europeo en torno al levantamiento de la inmunidad de los tres vivales (Puigdemont, Comín, Posantí): mientras los locutores contaban el asunto ‘a su manera’, aparecía en pantalla un rótulo con esta leyenda: “El 42% de los eurodiputados votan contra la petición del Gobierno español”. No fue el 42% sino el 36% (incluyeron en el cálculo las abstenciones) y la petición no era del gobierno español sino del Tribunal Supremo. Una parte no menor de ese 36% procedía de la extrema derecha: Identidad y democracia (Le Pen), La Liga (Salvini) y Alternativa por Alemania. Unidas Podemos, en total inconsistencia con lo dice defender en el Congreso de Diputados (¡ningún privilegio de aforo para los diputados!) votó lo mismo que estas fuerzas, acusando, en doble inconsistencia, que el PP, el PSOE y otras fuerzas se alinearan con la extrema derecha del Parlamento europeo.
Nota.
1) Al cierre de esta página herida he sabido de “la buena nueva”: ¡la imputada (por una iniciativa de los Mossos) Laura Borràs será la presidenta del Parlament de Cataluña! ¡Más madera, mucho más madera, hasta el desastre final! Que un diputado de la CUP, Carles Riera, haya afirmado que el caso Borràs (malversación de fondos y tres o cuatro cosas más) forma parte de la “causa general contra el independentismo” es indicio demostrativo de la ceguera política de una fuerza que dice ser transformadora y radical. ¿En eso consiste su radicalismo? ¿En ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio?
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