La Embajada de España en el Reino de Bélgica ha recordado el esfuerzo de la sociedad civil belga para acoger a estos menores no acompañados, coincidiendo con la celebración del centenario de la institución en el país.
Bajo el título de Los niños de la guerra en Bélgica: historia de un modelo de acogida, la embajada española en Bélgica ha celebrado un seminario que se enmarca en la agenda de las conmemoraciones del centenario de la institución en la capital de Europa. Durante cuatro horas han hablado diferentes autoridades políticas y académicas, para profundizar en la acogida de más de 5.000 niños por parte de familias belgas entre el inicio de la guerra civil española y el inicio de la II Guerra Mundial. Además, el acto ha contado con el testimonio de dos de estas niñas y de varios familiares.
Para ponernos en contexto, cabe subrayar que desde la sublevación del ejército franquista, las diferentes ofensivas entre el ejército republicano y los militares sublevados, obligaron a continuos desplazamientos de la población civil. Los primeros tránsitos masivos se produjeron tras la batalla de Irún en agosto de 1936 y el asedio a Madrid en octubre del mismo año. Fue entonces cuando el gobierno republicano apoyó la evacuación de los niños y niñas a zonas del interior de España donde no había enfrentamientos, pero también a otros países.
Según la profesora Alicia Alted, estas evacuaciones se llevaron a cabo porque «se quería alejar a estos menores del escenario bélico y ponerles a salvo de los bombardeos aéreos indiscriminados en ciudades abiertas». «Obviamente también tiene un componente de propaganda de cara a la opinión pública internacional y, por último, en ciudades como Madrid había una decisión más pragmática, que era evacuar a todas aquellas personas vulnerables y no aptas para el esfuerzo bélico», ha añadido.
Tal y como ha explicado la profesora de la UNED, estas expediciones se desarrollaron principalmente entre marzo de 1937 y octubre de 1938. A pesar de que los momentos álgidos de evacuación infantil coinciden con la caída del frente del Norte, y por ello la mayoría de niños procedían de Asturias y Euskadi, había menores de otros lugares como Madrid, Aragón y toda la costa mediterránea.
Según los datos que barajan los expertos, hubo 33.000 niños y niñas evacuados en expediciones oficiales durante la Guerra Civil española. Francia acogió alrededor de 20.000 menores, Bélgica a 5.000, Reino Unido 4.000 (la mayoría eran vascos), la Unión Soviética a 2.900, México a 456 (conocidos como ‘los niños de Morelia’), Suiza a 430 y Dinamarca a un centenar.
La primera expedición llevó a 100 niños procedentes de Madrid y de València a la Unión Soviética y, a continuación, a 450 menores vascos a la isla francesa de Olerón. De éstos niños y niñas, 300 fueron llevados a París y el resto a Bélgica. Así, la última expedición fue en octubre de 1938 y la integraron varios grupos de niños que confluyeron en Barcelona y de allí fueron trasladados a Francia, para ser embarcados con rumbo a la Unión Soviética.
Las autoridades académicas coinciden en que, desde el principio, estas evacuaciones se concibieron con un carácter provisional mientras durase la guerra. Esto explica que los padres dieran su consentimiento para la evacuación de los menores. Sin embargo, la profesora Alted reconoce que, «aunque no fue lo habitual, no todos fueron evacuados con el consentimiento de sus progenitores, bien fuera porque en algunos casos habían fallecido, se encontraban luchando en el frente o no podían hacerse cargo de estos niños, que estaban en colegios u orfanatos que fueron evacuados sin dar parte a los progenitores».
A pesar de que para los menores fue un hecho traumático el hecho de ser separados de sus familias durante unos años, y de sus hermanos y hermanas al llegar al país de acogida, la mayoría de los niños y niñas que fueron acogidos por familias belgas tuvieron una experiencia excelente. Se adaptaron pronto y se encariñaron con sus familias, con las que conservaron una bonita relación una vez que fueron repatriados de vuelta a España antes de que llegase la II Guerra Mundial.
Es más, muchas de estas familias volvieron a acoger a estos menores cuando, años más tarde, decidieron regresar a sus países de acogida durante la infancia, para intentar escapar de la miseria de la posguerra y la dictadura.
Bélgica, modelo de acogida
La Secretaria de Estado de Migraciones, Hana Jalloul Muro, ha participado en el seminario a través de un mensaje grabado. Ha reconocido que «Bélgica fue lugar de refugio de 5.000 niños y niñas españoles de una guerra que nos cambió para siempre» y ha insistido en que «fue pionera en un modelo de acogida que España instaura bajo el nombre de patrocinio comunitario y nuestra una forma de acoger cercano, basado en la implicación directa de la sociedad civil». La socialista ha hecho hincapié en que «una oportunidad en un momento de crisis es una ventana de refresco para muchas personas, y tiene muchos de los componentes para evitar una vida rota».
Este modelo de acogida también ha sido definido como «alta política de la diplomacia más humana, más allá de las banderas o creencias» por la embajadora de España en el Reino de Bélgica, Beatriz Larrotcha Palma. La diplomática ha insistido en que la historia entre ambos países es la «historia de ayuda humanitaria, ayuda constante y apoyo sin límites».
Una historia de solidaridad y migración, «una historia europea, con implicaciones contemporáneas, llena de sufrimiento, pero también de éxito», según el profesor de la Université Libre de Bruselas, Nicolas Verschueren. Porque, tal y como ha adelantado el Secretario de Estado de Asilo y Migraciones de Bélgica, Sammy Mahdi, «los belgas no estamos ligados a España solo por el sol, la cocina y la cultura, sino por una excepcional relación, de ayuda, que nos enriquece».
Y es que, a diferencia de otros países como Francia o la Unión Soviética, Bélgica no quería acoger a estos menores procedentes de familias republicanas. En un ejercicio por mantenerse neutral, las autoridades belgas renunciaron a proponerse como país de acogida. Sin embargo, la presión social de la sociedad civil fue tal, que acabó acogiendo a más de 5.000.
Según Géraldine Berger, responsable de acogida de jóvenes refugiados en Bélgica, esto fue posible gracias a diferentes organizaciones, de distinto color político, pero con el firme propósito de ayudar a proteger a estos menores: el Comité Nacional de acogida de niños españoles, la Iglesia y la Oficina Internacional de la Infancia. El comité nacional estaba formado por 28 asociaciones regionales de partidos de izquierdas, entre los que cabe destacar la figura de la socialista Isabelle Blume, como enlace con España. La iglesia católica también jugó un papel importante, impulsada por el cardenal de Malinas, tras la petición expresa del obispo de Vitoria, Mateo Múgica. Éste organizó la acogida por parte de familias católicas belgas, y establecieron la sede central en Malinas. Así, el departamento de asistencia social del gobierno de Euskadi y el comité belga-vasco de la embajada española también pusieron en marcha a familias de acogida en Lieja.
El profesor de historia contemporánea en la Universidad de Gante, Frank Caestecker, reconoce que el problema fue que las familias de acogida solo querían hacerse cargo de un niño, por lo que muchos hermanos fueron separados. Esto hizo que hermanos vivieran realidades y educación muy distinta, porque unos cayeron en familias adineradas, otros en familias humildes, unos creyentes y otros ateos, unos con el francés como lengua vehicular y otros el flamenco.
Es el caso de Carmen Mirantes. Según ha explicado su hijo Patrick Fakkel, su madre tenía dos hermanas más; una fue acogida en Ostende y otra en Estados Unidos. «Era tremendo, porque la familia de mi madre era de derechas y más conservadora, mientras que la de mi tía de Ostende era socialista», comenta.
Familias dispuestas a dar su amor a los menores
Pero todas eran familias dispuestas a dar su amor a los menores españoles. Jesús Alonso Carballés, profesor en la Université Bordeaux Montaigne, insiste en que las familias de acogida fueron pro activas y organizaron encuentros entre los niños y niñas repartidos por Bélgica para que no perdieran el idioma ni los lazos y hacían un esfuerzo para que los menores mantuvieran correspondencia con sus familias biológicas. Así, cuando estos niños regresaron a España, lo hicieron cargados de ropa y comida que les facilitaron sus familias belgas.
El padre de Pilar Carreton llegó con 12 años desde Burgos. Le acogió una familia de fuertes implicaciones políticas. De hecho, su padre de acogida ayudó a coordinar el grupo de enfermeras judías que se instaló en Ontinyent y luchó junto a la resistencia republicana, conocidas como las mamás belgas. La madre de Lola Abramovicz, también era originaria de Burgos. Según cuenta, su familia estaba en Tolosa y, tras el golpe de estado de los sublevados, se fueron a San Sebastián. Desde allí organizaron la salida de los menores en barco a través de Santander. Defiende el papel de las familias belgas, «familias de izquierdas y de derechas, religiosas o no religiosas, pero buenas, que acogieron a los españoles durante la Guerra Civil, pero también a niños judíos durante la época de ocupación nazi».
Idea que secunda el profesor de la Universitat de València, Andrés Payà Rico, quien defiende que los niños acogidos fueron tratados «como hijos propios, a los que les dieron la educación y el cariño que en esos momentos España no les podía brindar». «Al entrevistar a estos niños y niñas, coinciden en la figura de los maestros como referentes en la adaptación, ya que para muchos el idioma fue un hándicap».
Dolores Álvarez llegó a Bélgica con seis años. Su primer recuerdo es en la Maison du Peuple- la Casa del Pueblo, centro tradicionalmente socialista- donde las familias llegaban para elegir a los niños. Recuerda que la mayoría de estas familias prefería a las niñas, «porque pensaban que dábamos menos problemas» y que se quedó en Bélgica «hasta que llegaron los alemanes y enviaron de vuelta a España a todos los menores de 16 años».
Regresó a España en tren hasta Bilbao, donde le despojaron de todos los enseres que le había dado su familia de acogida. Estuvo en España hasta los años 60, cuando decidió regresar a Bélgica con su hija de 18 meses, huyendo de la dictadura. Álvarez se casó con el que había sido su hermano de acogida. Celia Vados también fue una niña de la guerra, ella estuvo en una colonia provisional en Francia durante la Guerra Civil española y, la enviaron de vuelta cuando concluyó. «Regresé a la miseria y el hambre, y en los años 50 emigré a Bélgica», cuenta emocionada.
«Como nieto de un hombre que tuvo que abandonar su patria por sus convicciones políticas e hijo de un niño de 6 años que se quedó solo en un país desconocido, creo que no podemos hacer oídos sordos de los niños de la guerra de hoy», sostiene Pablo Fernández, hijo del niño Juan Fernández. Habla orgulloso de su padre, que acabó siendo dirigente del sindicato socialista, teniendo las llaves de la Maison du Peuple a la que llegó. Un hombre bueno, que daba clases de español e historia a otros niños y niñas. Siguiendo su estela, hoy Pablo es voluntario. Trabaja por la integración de adolescentes provenientes de Afganistán, Siria o Somalia. «Con los menores españoles la acogida fue una obligación moral en un país en el que sus instituciones no estaban a favor. En la crisis de refugiados en 2015, Bélgica fue solidaria y estoy orgulloso porque, al igual que en el 37, lo mejor salió de la sociedad civil», ha añadido Fernández.
Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
No hay comentarios.:
Publicar un comentario