Bashar al Asad fue reelegido presidente de Siria para un cuarto mandato, en unas elecciones celebradas en un país destrozado por la sangrienta guerra promovida por Occidente, que a pesar de eso insiste en que los comicios no eran "ni libres ni justos". Eso en castellano se llama doble moral.
Durante una rueda de prensa el presidente del Parlamento, Hammud Sabbagha, anunció que Bashar al Asad había sido reelegido con el 95,1 por ciento de los votos. 14,2 millones de personas acudieron a las urnas, de los 18,1 millones convocadas a votar, lo que implica una tasa de participación del 76,64. por ciento.
Elegido por primera vez en el año 2000, el martes criticó a los regímenes occidentales, empezando por EEUU y los países europeos, que impulsan la guerra terrorisdta para destruir un país que le hace sombra a Israel, y al mismo tiempo evitar una salida al Mediterraneo para el petróleo iraní.
El presidente ruso Vladimir Putin felicitó a al Asad por su victoria en las elecciones y le dijo en un telegrama que ese triunfo confirma su alta autoridad política. "Los resultados del voto confirmaron la confianza de sus conciudadanos", declaró Putin según un comunicado del Kremlin, agregando que Asad logró "la estabilización rápida de la situación" en el país.
A su vez Irán congratuló a Asad por su "firme victoria". "La República islámica de Irán felicita al presidente Asad y al pueblo sirio resistente por su firme victoria en esta elección", escribió el ministerio de Relaciones Exteriores iraní en un comunicado. "La celebración exitosa de la elección y la participación masiva del pueblo sirio constituyen una etapa importante en la instauración de la paz."
Antes incluso de que se anunciaran los resultados, cuando el escrutinio estaba a punto de terminar, decenas de miles de sirios salieron a las calles de varias ciudades del país gritando consignas a favor del Gobierno. En la localidad costera de Tartús (oeste), multitudes ondeaban banderas y portaban retratos de Bashar al Asad, mientras otros bailaban y tocaban tambores, según imágenes difundidas por la televisión siria.
Miles de personas se concentraron también en Latakia, también a orillas del mar, y en la capital, Damasco. En Sweida, en el sur del país, una multitud se congregó frente a la sede de la gobernación, al igual que en Alepo.
Necesidades gigantescas
Se trata de las segundas presidenciales desde que en 2011 comenzó una guerra en la que participan bandas terroristas armadas y financiadas por Occidente. La guerra ha dejado más de 388.000 muertos y la economía por los suelos, especialmente por el robo del petróleo por parte de EEUU y Turquía.
Según los registros, el país cuenta oficialmente con un poco menos de 18 millones de electores. Pero con la fragmentación del país por la guerra y el exilio de millones de personas, el número de votantes es en realidad algo más bajo. En un país con la economía destrozada y las infraestructuras en ruinas, Bashar al Asad se presentaba como el hombre de la reconstrucción, tras haber encadenado triunfos militares con el apoyo de Rusia e Irán, y haber recuperado más de dos tercios del territorio.
En una Siria polarizada por la guerra terrorista, las regiones autónomas kurdas del noreste, que apoyan a EEUU, ignoraron los comicios, al igual que el último bastión yihadista y rebelde de Idlib (noroeste), donde viven unos tres millones de personas.
Frente a Asad se presentaron dos personalidades con mucho prestigio: el exministro y parlamentario Abdallah Sallum Abdallah y un miembro de la oposición, Mahmud Marei. Según el presidente del Parlamento, estos obtuvieron respectivamente el 1,5 y el 3,3 por ciento de los votos, respectivamente.
La ley electoral exige que los candidatos hayan vivido en Siria diez años consecutivos antes de los comicios, por lo que quedaron excluidas de facto las figuras de la derecha en el exilio, muy debilitada ante los avances del Gobierno en la recuperación del territorio. Su principal coalición, financiada por EEUU, denunció como siempre que los comicios eran una farsa.
Siria, como el propio Asad, es objeto de sanciones occidentales. Y las necesidades para la reconstrucción son gigantescas. Un reciente informe cifra en más de 1,2 billones de dólares el costo económico de la guerra, que deberían pagar las potencias que originaron el conflicto.
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