“¿Cómo sería si el resto del mundo considerara que Estados Unidos interfiere directamente en las elecciones de otros países…?»
Génova, Suiza. 16 de junio de 2021 – En la conferencia de prensa en el Hotel del Parc des Eaux-Vives, el senador por casi medio siglo, vicepresidente por dos períodos y ahora presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se despacha con convicción y comodidad:
“¿Cómo sería si el resto del mundo considerara que Estados Unidos interfiere directamente en las elecciones de otros países y que todo el mundo lo supiera? ¿Cómo sería si nosotros nos involucrásemos en actividades en las que él [el presidente de Rusia] participa? Eso disminuye la reputación de un país […] No es lo que hago yo; son las acciones que realizan otros países, en este caso Rusia, las que son contrarias a las normas internacionales […] Ellos no pueden dictar lo que sucede en el mundo”.
Fue el prank del siglo. Sin embargo, no hubo risas.
El 24 de marzo de 1983, en la Biblioteca del Congreso, el presidente Ronald Reagan había repetido, no como crítica sino con orgullo, las palabras del historiador Henry Commager: “la creación de los mitos nacionales nunca estuvo libre de conflictos; los estadounidenses no creían del Oeste lo que era verdad sino lo que para ellos debía ser verdad”.
El patrón histórico es claro. No hay nada nuevo bajo el sol.
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