Un problema estructural requiere de cambios estructurales. Si se cruzan la curva de pobreza e indigencia con las de evolución del PBI, de desocupación y salarios, se ve que cada crisis termina con un número creciente de pobres.
La pobreza es ya un rasgo estructural que se reproduce a sí misma como lo muestra su evolución en las últimas décadas, ahora agudizada por la combinación de crisis sanitaria y económica. No admite más paliativos, si es estructural su solución requiere de un cambio de enfoque, que será también estructural.
La recesión que ya lleva tres años, la pandemia y su impacto negativo sobre la actividad económica, la perdida de fuentes de trabajo, la carestía de la vida y la caída de la capacidad adquisitiva de salarios, jubilaciones y otros ingresos populares no han hecho más que exacerbar la pobreza estructural que se arrastra ya desde hace varias décadas.
Datos y más datos
Según el último informe del Indec en el año 2020 la pobreza alcanzó a 19 millones de personas, 3 millones más que un año atrás, y la indigencia trepó a 4,7 millones, 1,1 millón más que en los últimos doce meses En porcentajes subieron del 35,5% al 42% y del 8% al 10,5% respectivamente. La peor imagen de la pobreza es su “infantilización”, ya que alcanza al 57,7% de niños y niñas de hasta 14 años.
Si se los quiere relacionar con los datos del 2017 (el punto más bajo desde la crisis del 2002) los cómputos indican que hay 7,7 millones más de pobres y 2,6 millones más de indigentes. La variación cuantitativa de estos indicadores es importante pero tal vez más lo sea la velocidad y espiralización de los mismos en los últimos tres años.
Lo más dramático es que esto ocurre a pesar de las diversas políticas asistenciales instrumentadas por el gobierno, sin estos programas los indicadores serían aún más elevados. Si se mide la pobreza no solo por ingresos, sino por su fórmula multidimensional, contemplando también condiciones habitacionales y de acceso a servicios básicos (escolaridad, salud, saneamiento, comunicaciones) ascendería al 47% de la población, alcanzando a 21 millones de personas.
Estos datos son promedios anuales, pero si se tomara el último trimestre 2020 serían mayores y con la espiral inflacionaria de los últimos meses de este año es indudable que siguen en ascenso.
Causas y consecuencias
La pobreza como la desocupación no son producto de la naturaleza ni de un hecho divino, sino que son políticas concretas que tienen que ver con la lógica de la acumulación y reproducción de capitales en cada período histórico. La respuesta del capital a la crisis mundial de los años setenta del siglo pasado fue un vasto proceso de reestructuración pasando de un modelo de acumulación basado en el consumo intensivo a uno selectivo y fragmentado.
El resultado más general ha sido una caída estructural de los salarios y un aumento de la desocupación global. Argentina es una muestra de las consecuencias de la combinación de estas dos tendencias mundiales. En los años setenta la pobreza no superaba el 7% de la población, a mediados de los ochenta ya era del 18,4%, en los noventa trepó a 47,5%, en la crisis del 2002 llegó al récord del 57,5%, bajó al 32.2% en el 2005 y al 31,8% en 2017 y en 2020 al 42%. En el primer trimestre de este año, por el fuerte incremento inflacionario se estima que la pobreza está en el orden del 45%.
Las causas son varias que se superponen y retroalimentan. En lo inmediato es la espiral inflacionaria (específicamente la carestía de la vida por suba continuada de los alimentos), pero también la pérdida de puestos de trabajo, la precarización creciente, los bajos salarios y otros ingresos (el 50% de los trabajadores ocupados formales no cubren con sus ingresos la línea de pobreza).
Si se cruzan la curva de pobreza e indigencia con las de evolución del PBI, de desocupación y salarios reales se comprueba que cada crisis deja un nuevo umbral de pobres e indigentes. Para Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social, de la UCA en cada crisis la pobreza evoluciona según el comportamiento del PBI, pero “hay un común denominador: se sale con menos empleo y con empleo de menor calidad”.
Es que toda salida de la crisis implica una fuerte transferencia de ingresos que termina aumentando las desigualdades sociales. Si en 2017 la distancia de lo que se apropiaba el 10% más rico de nuestra sociedad respecto al 10% más pobre era de 17 veces, en 2019 ya era de 21 veces.
Así, pasan los gobiernos pero la pobreza permanece y se incrementa. Es que solo atinan a medidas asistencialistas que únicamente atienden la emergencia, lo que está bien en lo inmediato pero no resuelve el problema estructural de “la vulnerabilidad social” que ya tiene un carácter estructural y crónico.
Por otro enfoque
Si es un problema estructural requiere también cambios estructurales para resolverlo. En la lógica de acumulación del capitalismo actual la tendencia mundial es a crear trabajo de baja calidad y mal remunerado, la inversión reproductiva es en general capital intensiva, esto es tracciona poco el empleo.
A esta tendencia mundial nuestro país agrega sus propias limitaciones. Si se analiza la evolución del PBI del último medio siglo se comprueba que creció en promedio a razón de 2,4% anual y que la razón de este bajo crecimientos es por ausencia de un proceso de inversión reproductiva sostenido en el tiempo. La contrapartida son los miles de millones de dólares retirados del proceso productivo, y la deuda eterna. Nada indica que este proceso cambie sustancialmente en los próximos años.
Se impone como solución urgente la reducción de la jornada laboral para dar ocupación a actuales desempleados y la implantación de una renta básica universal a todo individuo por el solo hecho de existir. Obviamente esto requerirá financiamiento adicional por lo que se impone de una vez por todas una reforma tributaria que haga que efectivamente paguen los que más tienen.
La tinta
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