Sobre el libro Ética para Celia
Ética para Celia no es un libro –solo– para chicas. Tampoco es un volumen académico. La obra publicada este verano por Ana de Miguel (Santander, 1961), profesora de Filosofía Moral y Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, está escrita con las herramientas de la filósofa y con el amor de la madre que se dirige a su hija, preocupada por el futuro de la siguiente generación. Un porvenir de mujeres y de hombres que deben buscar cómo crear “las condiciones de la vida buena”. Dice que todo lo que escribe “es producto de lo que hablo con la gente joven, mis estudiantes, y de que he visto criar a niñas y niños en una sociedad patriarcal”. A veces irónica y a veces cabreada, sostiene Ana de Miguel que la filosofía se alimenta de las preguntas que nos hacemos, siempre que las formulemos bien. El oficio de la prensa también trata de hacer preguntas, por eso intentaremos estar a la altura preguntando sobre el sexo, la maternidad, la pandemia, el socialismo o la ley trans.
En un tiempo en el que se exalta el “vive y deja vivir”, ¿es casi una provocación publicar un libro sobre ética?
En mi libro sí asumo un riesgo, adoptar un punto de vista sobre el sentido de la vida y los contenidos de la vida buena. Lo que pongo de relieve es que lo que era bueno para un hombre, no lo era para una mujer. En la historia y en el momento actual, bajo la apariencia del “haz lo que debas” y del “vive y deja vivir” lo que hay es una doble verdad. Los dos son falaces. Se han definido unas normas morales para las mujeres y otras para los hombres, y el “vive y deja vivir” lo que hace es fingir que estamos todos en la misma posición y no comprender a quienes no pueden elegir. Se convierte en un “a ti qué más te da”. La filosofía no se puede reducir a eslóganes, tampoco el feminismo, cuando quiere comprender la raíz de por qué nuestros hermanos nos han hecho lo que nos han hecho. Solo las personas que se tomen su tiempo para que algo les importe van a cambiar el mundo para bien. “Donde el corazón te lleve”, ni hablar: donde te lleve la razón.
Hay filósofos que han escrito sobre ética para una juventud encarnada en sus hijos, desde la Ética a Nicómaco de Aristóteles a la Ética para Amador de Savater. Esta Ética para Celia es seguramente la primera escrita por una filósofa que se dirige a su hija, ¿qué supone esto?
Con Ética a Nicómaco, no ya los antiguos griegos, sino toda la historia de la humanidad ha dado por sentado que Nicómaco era una representación del ser humano. Sin embargo, no es así. La ética que escribe Aristóteles es solo para varones, porque las mujeres no estaban consideradas sujetos morales sino seres inferiores y él contribuyó a legitimar que estuvieran, literalmente, encerradas. Cuando Savater escribe Ética para Amador, todo el mundo ha dado por hecho que era para seres humanos, fueran chicos o chicas. Cuando puse el nombre de “Celia” sabía que la gente iba a recibirla como una “ética para chicas”. Me encizaña tanto esa idea, cuando mi éticasí que es, conscientemente, para ellas y para ellos. Lo he hecho para que los chicos se acostumbren a que las chicas son representantes de la humanidad, y para que lo lean sabiendo que están incluidos en ese “Celia”. Hoy, cuando tener un discurso de la inferioridad de las mujeres es casi imposible, nuestro gran enemigo es el androcentrismo: la identificación de los varones con el ser humano neutral, y que eso mismo sea imposible para nosotras. Ahí es donde está estancado el proyecto feminista y hay que dar el salto para que los varones se pongan en el lugar de las mujeres, en el sentido moral. La posición moral de un sujeto implica cuál es su deber, cuál es el sentido de su vida, y también es ponerse en el lugar de los demás. Es salir del “yo, yo, yo” para comprender el mundo. El leitmotiv de este libro es mostrar cómo los hombres nunca se han puesto en el lugar de las mujeres.
¿Qué es la doble verdad y por qué es tan perversa? En el libro afirma que es una contradicción “que nos está llevando al fracaso de la humanidad”. Debe ser algo muy malo.
Sí, lo es. La doble verdad es definir un sentido de lo bueno y lo valioso, y de la vida, para las mujeres; y otro para los varones. Para las mujeres, lo único bueno y valioso ha sido cuidar a los demás. Para los hombres, ha sido proteger a quienes les cuidaban y desarrollar su proyecto de vida, como buenamente pudieran. También el soldado o el campesino. No digo que la vida de los hombres fuera mejor, pero era una vida humana, aunque el proyecto de vida fuera un horror, por eso luego se pudieron rebelar. La historia de la humanidad es la de la rebelión de los de abajo.
Esta doble verdad no la hizo toda la humanidad, la hicieron hombres. ¿Por qué es algo tan absolutamente malo? Porque los hombres han impedido a las mujeres pensar qué era un ser humano, cuál era el sentido de la vida, qué merecía la pena. Este cáliz amargo hay que tragarlo. Fueron Aristóteles, Platón y Sócrates los que pensaron lo que era un ser humano, y lo pensaron mal, ¡muy mal! No han comprendido quiénes somos, pensaron en un varón apoyado en una mujer que le hiciera todo lo necesario. Y eso lo relaciono con que los filósofos no han pensado la familia como parte de la vida buena. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles dedica dos capítulos a la amistad, y ninguno a la familia, ni a los hijos. Es intolerable, si para cualquier persona que tenga hijos sabe lo importantes que son en su vida, cómo la han cambiado. La humanidad sin hijos se extingue, ¡y los filósofos morales nunca han pensado lo que significaban!
La sociedad sí se ha preocupado de regular férreamente la familia, como institución.
Sí, pero la ha regulado como algo perteneciente al ámbito de lo natural. Comer también es muy necesario, y se ha decretado cómo comemos. Y claro que ha hecho familias, para que se cuidaran las necesidades naturales de la especie. Eso no significa que se haya incluido en lo bueno, lo valioso y el sentido de la vida. Quitando a los epicúreos, que sí pensaron al ser humano en su completud, no se ha hecho. Y es el feminismo el que ha puesto todo eso en cuestión. El feminismo no solo ha cuestionado la doble verdad, también dice: “ahora vamos a hacer una verdad nueva juntos y volvemos todos a nuestro tamaño normal”. Porque el problema de la doble verdad es que los hombres se han visto de un tamaño hinchado, porque redujeron el tamaño de las mujeres como seres humanos –un ser humano es un proyecto de vida, no una vida biológica–. Es lo que nos explicó la gran Simone de Beauvoir, cuando se preguntaba por qué la humanidad valora más al sexo que mata –la palabra virtud viene de vir, el guerrero es el virtuoso que arriesga su vida, es el héroe– que al sexo que da a luz.
El feminismo primero pensó que con incluirnos en lo público valía. Pasaron ochenta años, y las feministas radicales vieron que con eso no se solucionaba, y fueron a ver qué pasaba en la esfera de lo privado. Ese cambio epistemológico es crucial. El tercer paso es que la propia definición de lo público y lo privado nos ha expulsado de la categoría de seres humanos. Nuestras experiencias son de mujeres, no de seres humanos. Queremos que nuestras experiencias se humanicen, y nosotras vamos a definir también qué es lo bueno y lo valioso. Por eso nosotras examinamos la prostitución y decimos: “no nos parece bien”. Nos convertimos en filósofas morales y abrimos nuestro propio punto de vista para pensar las instituciones, la prostitución es para mí el ejemplo claro de lo que no cabe en la definición de lo humano. Es patriarcal, no humana.
Ética para Celia levanta algunas “capas” de nuestra cultura que cimientan la creencia de la importancia de los varones y la insignificancia de las mujeres. Aristóteles, Rousseau, Nietzsche, Darwin, Freud, Lévi-Strauss… ninguno de los grandes relatores “ha estado a la altura”, según su expresión, para entender a las mujeres, para ponerse en nuestro lugar.
Ahora que hemos visto el daño tan tremendo que ha hecho la doble verdad, anulando a las mujeres, si hacemos recuento, ¿qué hemos logrado como humanidad? Un progreso tecnológico brutal –ahora quieren ir a Venus o a Marte, varones multimillonarios, mientras buena parte de la humanidad se muere–, un progreso artístico enorme, pero un progreso moral estancado en muchos sentidos. Porque la humanidad sigue con una desigualdad inmensa. En algunos lugares las mujeres hemos salido de la insignificancia, pero no tenemos poder suficiente para opinar sobre el mundo que queremos.
Tenemos que saber lo que dijeron Lévi-Strauss o Aristóteles, tenemos que conocer y dialogar con nuestro pasado. La posmodernidad viene a decir que eso no importa, nosotras no hacemos eso. Pensamos con las categorías que ellos nos dieron, y aunque todo está deformado por la anulación de la mitad de la humanidad, no podemos partir de cero. No hay atajos. ¿Acaso no importan las desigualdades? Quien no conoce la sociedad, no puede cambiarla. No podemos ser como una novia de los años cincuenta, creyendo que la vida iba a ser fenomenal. O como un soldado de la Primera Guerra Mundial, que fuera al frente creyendo que era un juego de niños y acabara en una trinchera, como le ocurrió a cientos de miles. Eso es lo que pasa cuando el ser humano olvida quién es.
Este libro lo ha terminado en el tiempo de la pandemia, una crisis grave sanitaria y social que ha provocado múltiples reflexiones. Hoy sabemos que ha agravado las desigualdades en todo el planeta, y ha hecho más evidente la realidad material de la sobrecarga del trabajo de cuidados sobre las mujeres. Dice con ironía que “nos han puesto wifi en la caverna”, ¿hemos aprendido algo en este año traumático?
Creo que hemos visto que hay muchas cosas superfluas en nuestra vida, pero no sé si lo vamos a recordar. Lo que hemos aprendido es que el ser humano se adapta a cualquier cosa, pero tenemos que negarnos a adaptarnos a esta sociedad tan desigual que sale de la pandemia, con una destrucción de puestos de trabajo, de derechos, que venía de atrás y que se ha reforzado. A las mujeres, durante la pandemia, la sociedad patriarcal nos coloca donde siempre, arrastrando “la insoportable pesadez del ser”, como digo en el libro, siempre puestas en el lugar de los demás – a nosotras, que se nos negó la condición de sujetos morales–, y no podemos acostumbrarnos a esto.
Aunque habla del lado oscuro de la familia, dice en el libro que “ser madre es, sin duda, parte de la vida buena”. Posiblemente la maternidad sea una de las instituciones y experiencias que más debate produce entre las mujeres, también las jóvenes. ¿Tiene el feminismo una buena respuesta para las madres?
Yo creo que el feminismo tiene una buena respuesta. Ser madre, compartiendo de forma radical todas las preocupaciones y las profundas alegrías con otra persona, es parte de la vida buena. Esto exige un cambio de raíz en la sociedad, porque haya pandemia o no, las mujeres siguen cargando con la cuestión. Lo que es parte de la vida buena es tener hijos y poder salir y saber que están bien, que hay otra persona que los tiene en la cabeza y no se los saca; dicho así parece poca cosa, pero es brutal. Los hijos son parte importante en nuestra vida, las cosas buenas y valiosas son muy pocas. Obviamente no afirmo que sean una condición necesaria ni la única, parece que siempre hay que estar disculpándose al hablar de las cosas que nos importan. Un buen trabajo también forma parte de la vida buena, y el gran robo es que hoy muchas de mis alumnas me dicen “yo ya sé que nunca podré trabajar en lo que me gusta”. El ser humano necesita seguridad, no me importa que me llamen conservadora si lo digo. Soy conservadora de lo bueno y lo valioso.
Cuando escribe sobre el trabajo, la vocación, la autonomía material o el reconocimiento, lo cierto es que estamos en un contexto de capitalismo neoliberal que frustra muchas expectativas de lograr todo eso. ¿Tiene confianza en algún tipo de proyecto político más solidario? Si es así, ¿podemos llamar a eso socialismo, o esta palabra ya no nos serviría?
Diría comunista, pero el comunismo histórico ha sido responsable de unas dictaduras terribles y parece que la palabra ha quedado dañada, aunque no tendría que ser así. Diría el socialismo, entendido como comunismo democrático. Porque la democracia es importantísima, eso es lo que aprendí haciendo la tesis sobre Stuart Mill. Yo hice la tesina sobre marxismo y feminismo, porque el marxismo es una teoría extraordinaria de la desigualdad humana y de la importancia de los bienes materiales. Soy marxista, nunca he dejado de serlo. Lo que pasa es que estudiar a John Stuart Mill, un pensador radical a fuer de feminista –o viceversa–, hace entender la importancia de la libertad al ver que las mujeres estaban aplastadas. Con su obra On Liberty comprendí que no se podía meter a la gente en el cielo a patadas. Los bienes materiales son la base: primero es comer, la igualdad económica, una vez que has comido lo que te importa es la libertad. Si el ser humano es capaz de hacer máquinas que lleguen a Venus o a Marte, tiene que ser capaz de compaginar igualdad y libertad en una forma de vida. ¿Por qué somos socialistas? El Estado de bienestar fuerte no es el fin en sí mismo, lo es que todas las personas puedan desarrollar su proyecto de vida. ¿Por qué somos feministas? Porque queremos que todas las personas puedan hacerlo, y las mujeres no han podido.
En Ética para Celia hay muchas referencias a la cultura popular, desde productos “tóxicos” románticos como Crepúsculo, la inefable Pretty Woman, series como Modern Family o Merlí. Habla de los modelos generalmente sexistas que esos relatos nos ofrecen, ¿qué clase de historias de ficción, de personajes, necesitamos? ¿Y cómo crearlos, si la industria no nos pertenece?
Igual que yo he escrito Ética para Celia, atreviéndome –después de pensarlo mucho, eso sí– a escribir sobre lo que es importante para mí, tengo la intuición de que hay creativas que no se están atreviendo a contar verdaderamente lo que les importa, lo que sienten. Y sí, estoy totalmente de acuerdo en que la industria también lo impide. Voy a decir otra cosa: yo me crié viendo películas, obras de teatro y leyendo libros. Eran muy patriarcales. Pero aunque fuera entre Los tres mosqueteros o las películas del Oeste, pude desarrollar un sentido crítico. Recibí una educación de seres humanos, igual que la de mis hermanos, la diferencia es que a mí me mandaban poner la mesa, hasta que me rebelé.
En el libro explica que el sexo tiene que ver con el respeto a nuestros propios límites corporales. La erotización de la violencia en la pornografía, la prostitución destrozando las vidas de miles de mujeres, están presentes en nuestro mundo. ¿Cómo es posible que el Tribunal Supremo no vea ningún problema en que haya una entidad que se presenta como sindicato de prostitutas, y que promueve su legitimación como un trabajo?
Lo que yo realmente digo en el libro es que si los chicos se pusieran en el lugar de las chicas, la prostitución y la violación desaparecerían. Porque las dos significan que los chicos son educados para ponerse en el lugar de su deseo, la sociedad les dice que su deseo es todo. Por eso es tan importante que se pongan en el lugar de las mujeres por primera vez en la historia. El Tribunal Supremo hace lo que nuestra cultura a lo largo de toda la historia: normalizar la prostitución de mujeres, poniéndose en el lugar de los prostituidores y de las mujeres que les dicen lo que quieren escuchar, que el sexo es una actividad como otra cualquiera. Sabemos que no lo es, porque en el proceso de humanización nos hemos ido poniendo límites en la relación con los otros. Históricamente, el tabú del incesto pone límites al poder del padre sobre el cuerpo de sus hijas. Las mujeres no nos toleramos erotizar a nuestros hijos, nos ponemos el límite nosotras mismas, ni siquiera haría falta imponerlo en forma de ley. Los hombres no se han puesto todavía el límite de no acostarse con las mujeres que no les desean. Ponernos límites nos humaniza.
¿Cree que las feministas críticas con la autoidentidad sexual tienen razones para estar en contra de las políticas del actual Ministerio de Igualdad, contra su proyecto de ley trans?
Creo que hay razones para estar en contra de esta ley trans y que están expuestas muy claramente. Para mí, la razón principal es que el feminismo no puede apoyar la irracionalidad de que nos definan los géneros, ni muchos, ni dos, ni ninguno. El feminismo surge para cuestionar la definición cultural de lo que es un hombre y lo que es una mujer, ese es su sentido, su ambición y su grandeza. El sentido del feminismo es cuestionar las identidades de género. Romper las etiquetas, no crear etiquetas.
Entonces, la idea de la “identidad de género” es antifeminista.
Totalmente. Creo que hay una mayoría que cree que esta ley defiende lo que defiende el feminismo, y no es así. El feminismo fue el gran descubridor de que las personas no podían encajar en identidades preelaboradas. Reconozco que este giro no me lo esperaba: la teoría queer está contrarrestando la fuerza del feminismo y metiendo mucha confusión, y en la confusión se alimenta y legitima la desigualdad humana. Cuando se dice que la libertad es la de elegir la identidad de género, se están oscureciendo con tinta de calamar realidades como que sin un buen empleo no puede haber libertad. Este tema, mal llevado, impide que las niñas y los niños vayan a comprender bien lo que les pasa por la sociedad patriarcal. Eso sí me parece muy grave. Porque cuando una persona no ve por dónde le vienen los golpes, se va a defender muy mal.
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