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08 julio 2021

El declive de la economía brasileña

Fuentes: Alternatives Économiques (Francia) [Imagen: El agronegocio es un elemento fundamental en la economía brasileña. Créditos: Alternatives Économiques]

En Brasil, mientras que la industria está en declive, se mantiene la prosperidad del sector agrícola, lo que aleja aún más las perspectivas de diversificación económica y aumenta las desigualdades.


En enero de 2021, el grupo Ford anunció el cierre definitivo de la última línea de montaje aún en actividad, en el estado de São Paulo (Brasil). El fabricante estadounidense fue el primer gigante de la industria automotriz que se instaló en el país en 1921 y desde entonces, mantenía su presencia. El cierre de la planta deja sin trabajo a 2.500 empleados. En 2012, la empresa contaba con 14.500 trabajadores.

Después del cierre de Mercedes-Benz y de la reducción de la capacidad de producción de Honda y de Nissan, el anuncio del grupo Ford fue otro golpe duro en los círculos económicos. Con el correr del tiempo, gracias a la expansión de su mercado interno y a las políticas voluntaristas conocidas como «sustitución de importaciones», con sobretasas aduaneras para los vehículos importados y, por el contrario, con exoneraciones impositivas para los producidos localmente, Brasil había logrado atraer a los principales fabricantes mundiales a su territorio. Pero eso parece haberse terminado.

No sólo la industria automotriz se encuentra a media asta. Con la partida de la japonesa Sony, de la coreana LG y de la cementera franco-suiza Lafarge-Holcim, por citar sólo algunas de las grandes empresas, la desafección afecta a sectores enteros de la industria transformadora brasileña. Está claro que el país ya no es atractivo para los grandes grupos industriales multinacionales. La razón, por supuesto, es la pandemia de covid-19. En 2020, la producción de automóviles en Brasil cayó un 31% debido al efecto combinado de las restricciones sanitarias impuestas a los empleados, la caída de la demanda interna y de las exportaciones, especialmente a otros países latinoamericanos.

Esta coyuntura excepcional también afectó a las principales industrias nacionales, sobre todo a la metalúrgica, la de la confección y la del equipamiento para el transporte, ubicadas principalmente en el sur del país. Si en 2020 la industria en su conjunto disminuyó en proporciones cercanas a las de la economía general -sólo un 4,5%- ello se debe al buen rendimiento de las actividades industriales extractivas (minería), petroleras y agroalimentarias o las de procesamiento de carne o de caña de azúcar, por ejemplo. En definitiva, todos estos sectores están directamente vinculados al sector primario de la economía brasileña.

Por lo tanto, no se puede imputar todo a la crisis sanitaria. El movimiento de desindustrialización, al igual que en otros países del mundo, ha sido visible desde finales de los años 80 y se aceleró con la grave crisis de 2013-2014 y después, con la crisis sanitaria de 2020. El pasado mes de abril, a pesar de un reciente repunte, la producción industrial en Brasil fue un 13,4% menor que en 2012[1] y un 32% menor si no tenemos en cuenta las industrias extractivas, petroleras y agroalimentarias. Al final, sin esos tres sectores, la industria sólo representaría el 8% del PIB del país.

¿Un nuevo boom de las materias primas?

Mayo de 2021. Tierra adentro, en el estado de Mato Grosso, un escenario y un ambiente diferentes. En las 583.000 hectáreas (55 veces el tamaño de París) que posee el grupo agrícola «Bom Futuro», o en las 285.000 hectáreas de la familia Maggi, la fumigación aérea de productos fitosanitarios[2] y las máquinas de recolección funcionan a pleno.

Entre mayo de 2020 y de 2021, la producción de soja en Brasil aumentó un 9,4%, sobrepasando por primera vez en su historia los 133 millones de toneladas. El país se consolida así como primer productor mundial de esta materia prima, que se utiliza principalmente para la alimentación del ganado en China y en Europa. Como las buenas noticias nunca vienen solas, el aumento de la oferta no ha tenido un efecto negativo en los precios, sino todo lo contrario. Impulsada por la fuerte demanda mundial y por la intensa especulación en los mercados a término, en 2020, el precio del saco de soja aumentó un 78% en las cotizaciones internacionales.

El «boom» espectacular no cesa: el precio del producto subió un 9,8% más en los cuatro primeros meses de 2021. Una situación que satisface a los grandes productores y a los del «Big 4»[3] del comercio: las empresas estadounidenses Astier, Bunge y Cargill y la francesa Louis Dreyfus Compagnie (LDC), cuya remuneración está parcialmente indexada al precio. Como broche de oro, la debilidad de la moneda nacional, el real, en el mercado de divisas, enriquece aún más a los vendedores de soja brasileños cuyos contratos están redactados en dólares.

Pero la situación no es favorable para todos, también hay perdedores. El aumento de las exportaciones, al crear un efecto de exclusión en el mercado interno, provocó un aumento del 300% de las importaciones -una paradoja curiosa tratándose del primer exportador mundial- y un aumento espectacular del precio de los productos relacionados con la soja: el aceite comestible, que es el más utilizado por los hogares, aumentó 103% en un año y la carne bovina aumentó 50%.

En realidad, el caso emblemático de la soja no es aislado. El precio de los productos de los grandes monocultivos brasileños: maíz, algodón y también productos mineros (hierro, cobre, niobio) vienen experimentando un importante repunte desde 2019. Este aumento es considerado por algunos observadores como temporal[4] y por otros, como el inicio de un nuevo «boom» generalizado de «commodities» (o materias primas), similar al que conoció Brasil en la década del 2000, bajo las presidencias de Luiz Inacio Lula Da Silva y de Dilma Rousseff.

El boom es a la vez una oportunidad para los productores y para los comerciantes, pero es también una amenaza y sinónimo de un aumento duradero del precio de los bienes alimenticios y de los minerales procesados utilizados por la industria brasileña, pero sobre todo en Europa y que, en última instancia, resulta pagado por todos los consumidores. Sobre todo cuando las autoridades monetarias del mundo entero temen, aunque traten de minimizarlo, un regreso duradero de la inflación.

Un efecto derrame limitado

En Brasil, la prensa nacional, el influyente medio «ruralista», representante del agronegocio, y el presidente Jair Bolsonaro se felicitan ante esta situación de los «commodities», tan favorable para el país. Pero la población, que en un 70% gana el salario mínimo (190 euros al mes) o menos y que se empobreció durante la crisis sanitaria, no ha visto aún los efectos del «boom» de las materias primas.

Primero, en términos de empleo, el mercado de trabajo sigue profundamente afectado, con una tasa oficial de desempleo del 14,8%, a la que hay que añadir la enorme masa de trabajadores desocupados del sector informal. Sobre este punto, poco se puede esperar del dinamismo de los sectores agrícola y minero debido a su bajo aporte de empleo, un efecto lógico derivado de las inversiones realizadas por los grandes productores para adoptar los estándares de producción de la agricultura intensiva (Brasil es el mayor consumidor mundial de productos agrotóxicos) con la incorporación de las tecnologías más modernas. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) señala que, desde 2012, el sector agrícola ha perdido el 17% de sus puestos de trabajo.

Luego, en términos de ingresos, el sector agrícola es conocido por los modestos ingresos que, en todo caso, no tienen correlación con los deslumbrantes resultados financieros. En promedio, un trabajador agrícola recibe 1,2 salarios mínimos, o sea 215 euros al mes[5]. Además, este sector, que según la prensa es el pilar de la economía brasileña y que cuenta con el apoyo de un poderoso lobby, goza de amplias exenciones y beneficios fiscales sobre los principales gravámenes obligatorios: impuesto a la exportación, impuesto a la circulación de mercaderías (incluidos los insumos), contribución a la financiación de los organismos de seguridad social, impuesto a las ganancias, etc., lo que reduce su participación en la financiación de las políticas públicas, en particular las de inversión y redistribución.

Los ingresos agrícolas procedentes de las exportaciones se concentran en manos de un pequeño grupo de propietarios, por lo que «el derrame» hacia la sociedad brasileña es muy modesto. Este país, conocido por sus contrastes sociales (un eufemismo) hace honor una vez más a su reputación: mientras que, según el IBGE, el 50% de la población se encuentra en situación de inseguridad alimentaria (cuando una familia no sabe si tendrá suficiente comida la semana siguiente), lo que no ocurría desde hace dieciséis años, el 1% más rico, incluidos los grandes propietarios de tierras cultivables y minas, acapara el 49% de la riqueza nacional, frente al 46,9% en 2019 y el 40,5% en 2010, según el Crédit Suisse[6]. Esto permite validar las predicciones de los economistas sobre una recuperación económica en forma de K en 2021 y 2022: un aumento de los ingresos de los más ricos y un empobrecimiento de los más humildes.

Con la crisis sanitaria, Brasil se aleja más que nunca del sueño de una economía más diversificada y de una sociedad más igualitaria y consolida su papel de proveedor mundial de materias primas. Es una postura a la que el país está acostumbrado desde el principio de la colonización y su inserción, por la fuerza, en el sistema de intercambio mundial en el siglo XVII.

La actual inversión pública insuficiente (en infraestructuras o educación, donde las partidas federales cayeron un 38% con respecto a 2016) y la inversión privada en la industria, no auguran una modificación de la tendencia a mediano plazo. En este contexto, las prioridades económicas del gobierno son la privatización del gigante estatal Electrobras, propietario de las represas que suministran el 90% de la electricidad del país, y la conclusión del acuerdo comercial UE-Mercosur, que prevé la reducción de los derechos de aduana para los productos manufacturados europeos. No es para nada seguro que esto sirva para salvar la industria brasileña.

Notas

[1] https://sidra.ibge.gov.br/home/pimpfbr/brasil

[2] Una práctica prohibida en Europa

[3] Estos 4 grupos controlan el 70% del negocio agrícola mundial

[4] Ver el 35° informe Cyclope, que analiza la evolución de los mercadosde materias primas.

[5] https://cargos.com.br/salario/trabalhador-agropecuario-em-geral/

[6] https://www.credit-suisse.com/about-us/en/reports-research/global-wealth-report.html

Julien Dourgnon, economista, promotor de la renta universal, autor de varios artículos sobre Brasil en Alternatives Économiques.

Traducción: Ruben Navarro, para Correspondencia de Prensa.

Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=19297

Fuente (del original): https://www.alternatives-economiques.fr/leconomie-bresilienne-de-regression/00099738




https://rebelion.org/el-declive-de-la-economia/

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