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24 febrero 2022

Michal Kalecki y la política del pleno empleo

Fuentes: Sin permiso [Imagen: Karl Marx, Michal Kalecki y John Maynard Keynes]

El economista polaco Michal Kalecki se relaciona a menudo con la «revolución keynesiana», pero la visión de Kalecki sobre el capitalismo era mucho más radical que la de Keynes. Sus ideas son una herramienta vital para entender cómo funciona el sistema y cómo trascenderlo.

En agosto de 2021, el articulista del Financial Times Martin Sandbu anunció el regreso del conflicto de clases como tema central del debate económico. Sandbu instó a sus lectores a estudiar a un economista polaco infravalorado si querían entender el nuevo contexto: «Cada recesión reaviva el interés por John Maynard Keynes. Esta debería poner en el centro Michal Kalecki».

El emparejamiento de Kalecki con Keynes de Sandbu era relevante. Kalecki alcanzó fama internacional en los años 30 y 40 como cofundador de lo que luego se conoció como revolución keynesiana. Desarrolló algunas de las mismas ideas económicas que Keynes, independientemente de éste, pero dándoles un impulso más radical. Sin embargo, el legado de Keynes sigue eclipsando al de Kalecki.

En el momento de su muerte en Varsovia, en 1970, Kalecki había pasado a formar parte de la categoría de pensadores «interesantes» pero abandonados, tanto para la vieja generación de economistas que seguían la corriente principal como para los estudiosos poskeynesianos y heterodoxos más recientes. Estos últimos buscaban en la obra de Kalecki una crítica más contemporánea del capitalismo que la proporcionada por Karl Marx, y una crítica más aguda de su funcionamiento que la que podía ofrecer Keynes.

A continuación, desarrollaré la trayectoria de Kalecki desde Polonia hasta Londres y Nueva York y de vuelta a su país natal, y resumiré su contribución distintiva al pensamiento económico, especialmente en relación con la de Keynes.

Primeros años

Michał Kalecki nació el 22 de junio de 1899 en la ciudad industrial polaca de Łódź. Procedía de una familia judía integrada en la cultura polaca y creció hablando polaco, lengua que servía de lengua franca en una ciudad en la que se mezclaban rusos, polacos, alemanes, austriacos y judíos. Su padre, Abram Kalecki, era propietario de una pequeña hilandería, que le permitía una vida de modesta comodidad, manteniendo a una elegante esposa, Klara, y luego a su hijo.

Sin embargo, el estallido de la revolución en el Imperio Ruso en 1905 quebrantó sus comodidades. Siendo el mayor centro industrial del imperio, Łódź se sumió en el caos con disturbios, peleas callejeras, asesinatos y ocupaciones de fábricas por parte de los trabajadores. Los brutales intentos de las autoridades por reprimir la revuelta no hicieron sino agravar la crisis aún más.

A pesar de la imposición de la ley marcial, en 1905, a petición de los grandes propietarios de fábricas, el malestar social continuó hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los nacionalistas polacos centraron sus ataques en las empresas judías y en los líderes socialistas. En 1910, Klara Kalecka abandonó a su desdichada familia. Tres años después, en 1913, Abram Kalecki cerró su fábrica.

El joven Kalecki completó su educación escolar en un ambiente de inseguridad, caos insurreccional y, a partir de 1915, ocupación alemana que redujo la ciudad a la pobreza. Estudió ingeniería en Varsovia y luego en Gdańsk, con un breve periodo de servicio militar entre medias. Pero el agotamiento de las ayudas económicas le obligó a abandonar sus estudios. Regresó a Łódź, donde se mantuvo a sí mismo y a su padre con el periodismo empresarial y financiero, convirtiéndose en un experto en corporaciones internacionales que dominaban el mercado de la fabricación y la minería en Polonia.

Esto condujo a Kalecki a su primer trabajo propiamente dicho, en el Instituto para el Estudio de los Ciclos Comerciales y los Precios (Instytut Badań Koniunktur Gospodarczych i Cen), creado en Varsovia en 1928 por el Ministerio de Comercio e Industria polaco. Era el especialista del instituto en cárteles empresariales. El puesto le permitió casarse con Ada Szternfeld, que también era de Łódź.

Lange y el ciclo económico

El trabajo en Varsovia también permitió a Kalecki conocer a Oskar Lange, de mayor rango académico, y a su Unión de Juventudes Socialistas Independientes (Związek Niezależnej Młodzierzy Socjalistycznej). Lange, marxista, se había doctorado en economía en la antigua universidad de Cracovia. Había sido expulsado del Partido Socialista Polaco por ser demasiado izquierdista.

La Unión de Juventudes Socialistas Independientes de Lange era, por tanto, independiente del antiguo Partido Socialista Polaco. Pero también era demasiado crítica con la evolución de la vecina Unión Soviética como para alinearse con el Partido Comunista Polaco. Muchos de los primeros análisis económicos de Kalecki aparecieron en la Revista Socialista mensual del sindicato (Przegląd Socjalistyczny) hasta que las autoridades polacas le echaron el cierre a finales de 1932.

Al año siguiente, el instituto publicó el Ensayo sobre la teoría del ciclo económico de Kalecki (Próba teorii koniunktury). El texto se proponía demostrar que, desafiando la ortodoxia neoclásica, las fuerzas del mercado no actúan para llevar a las economías capitalistas a ningún tipo de equilibrio estable, con todos los recursos plenamente utilizados, sino que hacen que esas economías oscilen naturalmente entre auges y depresiones. Podría decirse que el ensayo contiene las ideas esenciales de la teoría económica de Kalecki, aunque en años posteriores éste modificaría sus formulaciones matemáticas.

Polonia había sufrido un golpe militar dirigido por Józef Piłsudski en 1926, aparentemente para impedir la instalación de un gobierno nacionalista. Sin embargo, a medida que la situación económica polaca se deterioraba tras el crack de 1929, con la caída de la renta nacional de más grande de Europa, el gobierno militar se volvió cada vez más represivo, emulando el nacionalismo grandilocuente y la xenofobia de los fascistas italianos.

En 1935, incapaz de conseguir un puesto universitario permanente en su país natal, Oskar Lange se fue a Estados Unidos con una beca Rockefeller. En 1936 le llegó el turno a Kalecki. Primero viajó a Suecia y luego a Londres, donde Keynes acababa de publicar su Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Aunque la coincidencia entre sus ideas era sorprendente, había una notable divergencia entre sus respectivas economías políticas.

Definir la revolución

Para entender la coincidencia intelectual entre los dos economistas (de hecho, para entender la naturaleza de la llamada revolución keynesiana en sí misma) debemos definir primero qué fue esa revolución. Existe una interpretación común entre los economistas y otros académicos que permite trazar una conexión entre la escuela postkeynesiana de pensamiento económico con los keynesianos más convencionales. Reúne a seguidores de Keynes como Joan Robinson y Nicholas Kaldor con teóricos de la síntesis neoclásica posterior a los años 40, como Paul Samuelson, Oskar Lange y John Hicks.

Según esta perspectiva, la demanda agregada limita la producción y el empleo en una economía de mercado capitalista. La revolución keynesiana desacreditó de hecho la idea neoclásica que había prevalecido en este campo desde la década de 1870, según la cual el pleno empleo estaría asegurado siempre que hubiera suficiente flexibilidad de precios y salarios.

Sin embargo, la idea de que la demanda del mercado limita la producción y el empleo no era nueva en la época de Keynes y Kalecki. Ya era bien conocida antes de la década de 1930, no sólo en el submundo de los teóricos del «subconsumo», como Jean Charles de Léonard Sismondi, Karl Marx, Thorstein Veblen y John A. Hobson, sino también entre teóricos ampliamente respetados del ciclo económico monetario.

Entre estos últimos se encontraba Ralph Hawtrey, cuyo libro de 1913 Good and Bad Trade contiene el primer uso y definición del término «demanda efectiva»:

“Una necesidad se convierte en una demanda efectiva cuando la persona que la experimenta posee (y puede disponer) del poder adquisitivo necesario para satisfacer el precio de la cosa que la satisfará”.

Incertidumbre y expectativas

Si esta definición de la revolución keynesiana es cuestionable, hay otra que se impuso posteriormente, siguiendo la senda de keynesianos como George Shackle. Según esta línea de pensamiento, el núcleo de la revolución de Keynes fue la introducción de la incertidumbre y las expectativas en el proceso de toma de decisiones económicas. La noción de que la gente retiene dinero porque no está segura del futuro se ha convertido en un elemento básico de la teoría monetaria postkeynesiana.

Se trata ciertamente de una idea que Keynes empleó de forma original en el análisis monetario de su Teoría General. Sin embargo, debemos resaltar de nuevo que los principales economistas habían discutido los conceptos de incertidumbre y expectativas mucho antes de que Keynes contribuyera con sus reflexiones monetarias y filosóficas sobre el tema.

En Estados Unidos, los trabajos de Veblen y Frank Knight habían establecido la incertidumbre y las expectativas como fundamento de las instituciones y la toma de decisiones. En Europa, Friedrich Hayek, cuya economía política no compartía nada con la de Keynes o Kalecki, hizo de la incertidumbre la piedra angular de los relatos sobre el proceso de mercado y el espíritu empresarial asociados a la escuela austriaca. Por su parte, los marxistas también habían contrastado durante mucho tiempo el «caos» del capitalismo de mercado con la certeza que podía proporcionar la planificación económica.

Keynes propuso una versión más refinada de la idea del «caos del mercado» argumentando que las economías de mercado modernas carecen de la coordinación del tipo que se supone que proporciona un hipotético subastador, del que habló el famoso economista francés del siglo XIX Léon Walras. En teoría, una subasta walrasiana debe fijar los precios de equilibrio, ajustando perfectamente la oferta y la demanda. En la práctica, esto dista mucho de ser así.

Esta idea ha resurgido entre los economistas neokeynesianos, que enfatizan los problemas relacionados con la información o la falta de ella en la toma de decisiones descentralizada. Pero tampoco en este caso podemos calificar a Keynes como el creador de esta teoría. Los economistas suecos, entre otros, la habían explorado antes de que Keynes presentara su crítica distintiva.

Inversión

De hecho, la innovación intelectual fundamental que compartían Kalecki y Keynes radicaba en otro punto. Era su comprensión de que el nivel de inversión es lo que determina la producción y el empleo en una economía capitalista que contiene sólo capitalistas y trabajadores, y donde la producción se realiza con fines de lucro.

La explicación de Kalecki para esto (y la de Keynes, aunque no es la visión expresada en su Teoría General) era sorprendentemente simple. Si los capitalistas venden sus bienes para obtener beneficios, entonces lo máximo que pueden recuperar colectivamente vendiendo esos bienes a sus trabajadores es el valor total de lo que los capitalistas han pagado a estos últimos en salarios. Si algunos capitalistas individuales ganan más que esto, otros tendrán que ganar menos.

En otras palabras, los capitalistas tendrán que vender a alguien que no sea sus trabajadores si quieren obtener un beneficio superior a sus costes salariales. Los compradores sólo pueden ser los propios capitalistas, que compran equipamiento para fines de inversión, o bienes de lujo para su propio consumo.

En este contexto, Kalecki recordaba los argumentos de Karl Marx en el volumen II de El Capital. Marx había planteado exactamente la misma cuestión, interrogándose cómo pueden los capitalistas convertir sus beneficios en dinero: al fin y al cabo, no están interesados en explotar a sus trabajadores simplemente en pos de la obtención de mercancías producidas en exceso.

Marx llegó a una respuesta muy similar a la de Kalecki: en una economía en la que no hay inversión, el dinero que los capitalistas obtienen como beneficios es puesto en circulación por los propios capitalistas, comprando mercancías para su propio consumo. Kalecki llegó a esta conclusión leyendo la obra clásica de Rosa Luxemburgo La acumulación del capital, que había utilizado el argumento de Marx sobre este punto para mostrar su inconsistencia con otros aspectos de su obra.

Explicación del desempleo

Esta definición de lo que era fundamentalmente innovador en las ideas de Keynes y Kalecki es importante porque evidencia el contraste entre su obra y la teoría macroeconómica de su tiempo. Para la macroeconomía neoclásica, es la cantidad total de factores de producción disponibles la que determina la producción y el empleo.

En este marco, se supone que la tasa salarial real determina la demanda de trabajo de las empresas y, por tanto, el nivel de empleo. Unas tasas salariales más altas reducirán la demanda de mano de obra y aumentarán el desempleo. Kalecki desmontó esta línea de argumentación, demostrando que los cambios en la tasa salarial tienen, de hecho, efectos complejos y contradictorios sobre la producción y el empleo, los cuales tienden a anularse entre sí. Keynes elogió este análisis.

La principal alternativa a la perspectiva neoclásica era la perspectiva subconsumista. Sus orígenes se remontan a los socialistas ricardianos de mediados del siglo XIX, que sostenían que la pobreza y el desempleo existen porque los trabajadores no reciben el valor total de su trabajo. Un crítico posterior de la escuela neoclásica, J. A. Hobson, más recordado hoy por su libro clásico sobre el imperialismo, vinculó esta afirmación a la distribución desigual de la renta, argumentando que las personas con mayores ingresos ahorran demasiado.

Desde este punto de vista, si los salarios reales son bajos, esto significa que el nivel de consumo es inadecuado para lograr el pleno empleo. Thorstein Veblen y los seguidores de Marx sostenían este punto. Los subconsumistas fueron, pues, los defensores originales de la idea de que la demanda efectiva es lo que limita la producción agregada y el empleo.

Esto se convirtió en la interpretación estándar de la teoría de Marx sobre los salarios y el desempleo, articulada por el economista estadounidense Paul Sweezy en su clásico resumen de la economía marxista de 1942, La teoría del desarrollo capitalista. También ha sido una característica de la teoría del crecimiento «neokaleckiana» más reciente, que identifica un bajo porcentaje de los salarios en la renta total como el determinante clave del subempleo.

Beneficios y precios

Sin embargo, aunque Keynes y Kalecki deploraban los bajos salarios por razones morales y sociales, no lo hacían porque creyeran que los bajos salarios eran en sí mismos la causa del desempleo. Centrarse en el porcentaje de los salarios en la renta total es también una herramienta política engañosa en una economía que produce para obtener beneficios y no para aumentar los salarios.

Kalecki insistió en que la inversión es lo que determina la producción y el empleo porque, en esencia, el dinero que los capitalistas gastan en inversión les llega a través del proceso de mercado en forma de beneficios. Esos beneficios son los que motivan la producción y el empleo.

En la versión más extendida de su teoría de los beneficios, Kalecki descubrió que hay varios factores que pueden aumentar los beneficios: el consumo de los capitalistas (como había argumentado Marx), un déficit fiscal gestionado por el gobierno o un superávit del comercio exterior, todos los cuales aportan a los capitalistas dinero que no gastaron en salarios. Sin embargo, el ahorro de los hogares (y en particular el ahorro de los trabajadores) reduce los beneficios, ya que el dinero pagado como salarios no vuelve a los bolsillos de los capitalistas cuando los trabajadores lo gastan.

Se puede demostrar fácilmente que en una economía en la que los ingresos son recibidos sólo por los capitalistas en forma de beneficios, o por los trabajadores en forma de salarios, la cantidad total de beneficios como flujos de efectivo en la economía será igual al nivel de inversión más el déficit fiscal, más el superávit del comercio exterior, más el consumo de los capitalistas, pero menos el ahorro de los trabajadores.

Muchos economistas radicales están impregnados de la literatura que insiste en la tendencia a la caída de la tasa de beneficio, o en la teoría del crecimiento engañosamente llamada «neokaleckiana». Esto los lleva a argumentar que lo decisivo en la evolución de una economía capitalista son los cambios en la cantidad total de los beneficios o en el porcentaje de los beneficios sobre la renta total.

Sin embargo, el propio Kalecki sostenía que a los capitalistas no les interesa la cantidad de beneficios que se obtienen en el conjunto de la economía, ya sea en términos absolutos o en proporción a la producción total. Son los beneficios obtenidos por sus propias empresas los que les motivan. La participación de cada capitalista en los beneficios globales dependerá de su poder de mercado y del estado de la demanda en esa economía.

De este modo, Kalecki introdujo el sistema de precios en su análisis. Este no se limita a cumplir la función trivial de hacer que la oferta sea igual a la demanda en cada mercado; más bien, Kalecki siguió el enfoque de Marx, en cuyo marco el sistema de precios, junto a los salarios, determinaba la distribución de los beneficios entre los capitalistas. Si los salarios suben, se redistribuyen los beneficios de los capitalistas dedicados a la producción de bienes de lujo y de inversión, donde los costes salariales son más altos, a los capitalistas del sector de los bienes asalariados, donde el gasto permitido por esos salarios más altos impulsa la cantidad de ventas.

Después de la revolución

Al reflexionar sobre los flujos de ingresos y gastos en una economía capitalista, Kalecki y Keynes descubrieron de forma independiente el factor clave que decide el nivel de empleo. También compartían el compromiso con el pleno empleo. Este compromiso era bastante común después de la experiencia de la Gran Depresión: lo que dividía a los economistas de la época era la cuestión de cómo podía lograrse.

Los partidarios de la escuela neoclásica sostenían que los desempleados sólo encontrarían trabajo si los salarios bajaban lo suficiente. Para los subconsumistas, en cambio, se podía resolver el desempleo aumentando los salarios. Rechazando ambos argumentos, Keynes y Kalecki insistieron en que el gasto público era la clave.

Después de 1945, se produjo una robusta asociación entre el nombre de Keynes y una doctrina general de gestión de la demanda agregada. De hecho, las décadas de posguerra llegaron a conocerse como la era keynesiana. Sin embargo, la orientación general de las políticas gubernamentales de esa época sólo tenía un parecido superficial con las que el propio Keynes había defendido.

Keynes quería unos tipos de interés permanentemente bajos (lo que conducía lo que él llamaba la «eutanasia del rentista» y la «socialización de la inversión») y unos impuestos más altos para los ricos. Pero pensaba que los gobiernos debían limitar los estímulos fiscales a los períodos de recesión económica. Keynes también se mostró cauteloso a la hora de apoyar el proyecto de un programa integral de bienestar social presentado durante la Segunda Guerra Mundial por su colega liberal británico William Beveridge, por considerar que supondría una carga excesiva para el contribuyente.

Para Keynes, la mejor manera de llevar a cabo el estímulo fiscal era a través de obras públicas en lugar de la expansión del bienestar y de los servicios públicos. Consideraba que la nacionalización de las empresas privadas era irrelevante. En general, consideraba que era posible asegurar el pleno empleo sin transformar el capitalismo.

Las políticas fiscales de la posguerra en Europa y Norteamérica adoptaron la lógica de la gestión de la demanda agregada, que los economistas denominan vagamente enfoque keynesiano. Sin embargo, los planes de seguridad social y de control estatal de los principales sectores económicos que muchos gobiernos pusieron en práctica estaban mucho más cerca de las ideas de J. A. Hobson, que ya había puesto sobre la mesa tales propuestas antes de la Primera Guerra Mundial.

Capitalismo y pleno empleo

La economía política de Kalecki era mucho más radical. Keynes escribía a veces como si se pudiera lograr el pleno empleo bajo un sistema capitalista tan pronto como todo el mundo entrara en razón y se diera cuenta de la solidez de sus ideas. Kalecki, en cambio, sabía que los capitalistas impugnarían el pleno empleo porque amenazaba su «poder en la sociedad». Bajo un régimen de pleno empleo, los empresarios ya no podrían blandir el miedo al despido sobre sus trabajadores para mantenerlos sumisos.

La clase obrera, predijo Kalecki, «ganaría confianza» una vez eliminada la larga sombra de las colas del paro. Así pues, creía que el pleno empleo permitiría la transición al socialismo, y no las crisis económicas que los marxistas habían considerado tradicionalmente como el catalizador de esa transición. A lo largo del camino, habría, por supuesto, problemas de distribución. Por ejemplo, si los trabajadores de ciertas industrias presionaran para obtener salarios más altos que sus homólogos en otros lugares. Pero esto supondría un reto político más que económico.

Kalecki consideró la posibilidad de que los capitalistas respondieran a la pérdida de su poder con una huelga de inversión. Sin embargo, dudaba de que renunciasen a oportunidades rentables simplemente para hacer un planteamiento político: «Los capitalistas hacen muchas cosas en tanto que clase, pero ciertamente no invierten en tanto que clase». Como ya hemos señalado, son los beneficios de sus empresas individuales los que motivan las decisiones de inversión, y no los beneficios de la clase capitalista en su conjunto.

En una respuesta a los críticos de sus teorías económicas, titulada La acumulación de capital: Una anticrítica, Rosa Luxemburgo se refirió a la inversión (y al consumo de los capitalistas) como un «asunto de familia», porque los capitalistas hacían los arreglos entre ellos y no directamente con la clase obrera. Kalecki admitió que el sistema monetario y la política gubernamental en una sociedad capitalista podían ser asuntos de acuerdo «familiar» entre los capitalistas. Sin embargo, si hicieran de la inversión el objeto de un acuerdo común, esto significaría constituir lo que Rudolf Hilferding describió como un «cártel general», a través del cual los capitalistas se pondrían de acuerdo sobre las dimensiones globales de la producción y la distribución.

Dicho cártel repartiría la producción y los beneficios entre los capitalistas en proporción a su capital productivo. Kalecki pensaba que tales acuerdos podían ser eficaces en épocas de estancamiento de la demanda. Pero tenderían a romperse en un auge, ya que los incentivos para incumplir el compromiso de restringir la producción serían mayores. En cualquier caso, el cártel sería difícil de vigilar entre las pequeñas e incluso medianas empresas.

El propio Rudolf Hilferding era escéptico sobre la idea de que los capitalistas pudieran hacer efectivo un cártel general. Los marxistas polacos de la generación previa a Kalecki reconocían que, aunque un cártel de este tipo podría, en teoría, aportar estabilidad económica, esto sería a costa del estancamiento social. Se podría asegurar un alto nivel de empleo, pero el cártel frustraría las aspiraciones sociales y políticas de los trabajadores y sus familias. Esto es lo que el sociólogo Ludwik Krzywicki y el temprano mentor de Kalecki, Oskar Lange, denominaron «feudalismo industrial».

El escepticismo de Kalecki sobre la posibilidad de una huelga de inversiones apunta, por tanto, a una crítica más general de una idea planteada por Keynes, que creía que, con la «socialización de la inversión», el capitalismo podría salvarse y funcionar eficazmente. Desde que las ideas políticas de Kalecki y Keynes se impusieron en la década de 1940, hablar de una inminente catástrofe inflacionaria se ha convertido en la forma en que los capitalistas se ponen de acuerdo entre ellos, junto a sus partidarios en el campo de la economía, en que es esencial para su «confianza» recibir un impulso frente a las demandas de la clase obrera.

La «vía del pleno empleo al socialismo» de Kalecki desafió una interpretación ingenua de Marx que consideraba la pauperización de la clase obrera como el factor precipitante para una transformación socialista de la sociedad. La propia experiencia de Kalecki con el antisemitismo, el fascismo y el estalinismo le había convencido de que el empobrecimiento de los trabajadores y sus familias no conducía de forma natural o inexorable a una mejor comprensión de su situación y sus posibilidades. El auge del populismo de derechas en nuestra época tras el crack de 2008 ha reafirmado esa lección.

La economía de guerra

La muerte de Keynes implicó no poder comentar las políticas con las que se asociaba su nombre o las interpretaciones populares de su propia obra. Kalecki, en cambio, vivió durante un cuarto de siglo después de la guerra. De 1945 a 1955, trabajó sucesivamente para la Organización Internacional del Trabajo y las Naciones Unidas en Montreal y Nueva York, antes de regresar a Varsovia, donde compaginó un puesto en la Comisión de Planificación Polaca con la investigación y la enseñanza.

Kalecki no perdió la fe en el principio cardinal de la revolución keynesiana: la capacidad del Estado para garantizar el pleno empleo mediante la política fiscal. Pero era mucho más crítico con la forma en que se había conseguido, en la medida en que se había conseguido, en los países capitalistas.

Esta desilusión surgió en parte de su propia experiencia del macartismo en los pasillos diplomáticos supuestamente neutrales de la ONU. La dirección de la ONU bajo Dag Hammarskjőld había permitido que el FBI de J. Edgar Hoover operara en sus alrededores, aparentemente para vigilar a los ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, el FBI extendió su red mucho más, y Kalecki fue testigo directo de la persecución de la izquierda en Estados Unidos.

También observó que las políticas de alto empleo en Europa y Norteamérica durante la década de 1950 se habían basado en el gasto en armamento y en la Guerra Fría. Hasta cierto punto, Kalecki había anticipado esta evolución en su artículo de 1943 «Aspectos políticos del pleno empleo», que había señalado el vínculo entre «asegurar el pleno empleo mediante el gasto militar» y el fascismo. Aunque reconocía que el keynesianismo militar aumentaba el empleo, subrayaba que su principal función económica era mantener los beneficios.

Kalecki identificó las raíces del éxito industrial alemán y japonés tras la guerra en su experiencia previa de derrota militar. Señaló como factor clave la prohibición de la producción de armamento pesado que las potencias vencedoras habían impuesto a esos países. El rearme en el contexto de la temprana Guerra Fría obligó a los antiguos Estados del Eje a comprar equipos militares a Estados Unidos y Gran Bretaña. A cambio, obtuvieron acceso a esos mercados para sus exportaciones industriales.

El acuerdo resultante otorgó la superioridad industrial a Alemania y Japón, cuyos principales industriales no tuvieron más remedio que invertir en la industria civil, mientras sus homólogos estadounidenses y británicos eran sedados con contratos de armamento. El rendimiento de los sectores económicos relacionados con la guerra dependía de las decisiones políticas. La producción para uso civil, en cambio, fomentaba mercados más dinámicos y socialmente útiles.

Los últimos años

En la última década de su vida, Kalecki se enemistó gradualmente con las autoridades políticas de Polonia. El propósito del socialismo, según él, era mejorar la vida de los trabajadores, y no perdonaba a los gobiernos declaradamente socialistas que no conseguían esa mejora.

Para Kalecki, la razón habitual del fracaso era la persecución de algún objetivo político, como la superioridad militar o la industrialización forzosa, que prometía triunfos futuros pero desviaba recursos del suministro de salarios para los trabajadores de hoy. Cuando la escasez de bienes de consumo básicos, las llamadas crisis de la carne, se hizo endémica en la Polonia gobernada por los comunistas, las críticas de Kalecki a la planificación visionaria despertaron la hostilidad de sus dirigentes políticos.

La respuesta política a la disidencia fue primitiva. Tras la derrota de los aliados árabes de Polonia a manos de Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967, el gobierno de Władysław Gomułka incitó los prejuicios antisemitas contra la pequeña población judía que quedaba en el país. Orquestó una purga de judíos de los puestos en el gobierno, las universidades y las profesiones.

Las autoridades polacas también condenaron a Kalecki y a otros críticos por hacer «revisionismo» y «sembrar la confusión en la economía política». Expulsaron a los seguidores de Kalecki del partido gobernante, los despidieron de sus puestos de trabajo y los llevaron al exilio.

Kalecki estaba horrorizado, y no sólo por la reaparición de la antigua patología social del antisemitismo. A veces incluso se preguntaba si el gobierno de Estados Unidos estaba implicado en el esfuerzo por aplastar la moderna investigación en economía política que había construido en Varsovia. Con mala salud, viajó en la primavera de 1969 para quedarse con viejos amigos en el Reino Unido, en Cambridge. Pero en el verano regresó a Polonia, donde murió el 17 de abril de 1970.

Jan Toporowski, profesor de teoría económica y finanzas en la School of Oriental and African Studies de la Universidad de Londres. Está escribiendo una biografía intelectual de Michał Kalecki, y colaboró con Tadeusz Kowalik en un libro sobre el marxista polaco Oskar Lange.

Texto original: https://jacobinmag.com/2022/01/michal-kalecki-keynes-full-employment-political-economy/

Traducción: Oscar Planells

Fuente: https://sinpermiso.info/textos/michal-kalecki-y-la-politica-del-pleno-empleo





https://rebelion.org/michal-kalecki-y-la-politica-del-pleno-empleo/


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