En la larga historia humana de los desencuentros, de las confrontaciones, de los exterminios del enemigo o su categorización del rival como exterminable, cumple un rol central el discurso de odio.
Se trata de una posición extremista que llama a considerar al otro inferior, subhumano, indigno de un reconocimiento integral de su humanidad y, entonces, de sus derechos; una violencia simbólica que impregna el ámbito político y que puede llamar a la acción, al derramamiento de sangre, a aniquilar la diferencia.
En momentos de conflicto y desacuerdo como el que atraviesa actualmente el mundo, en lo que varios analistas describen como un reacomodo de las condiciones geopolíticas planetarias, el discurso de odio reitera su presencia en la arena pública.
Sputnik conversó con el historiador Christian Nader para tratar de entender la genealogía y perspectivas políticas de esta práctica violenta.
Fabricar enemigos
"El objetivo principal de los discursos de odio siempre ha sido la creación de enemigos o la magnificación de estos a través de antagonismos ficticios y caricaturescos repletos de clichés y estereotipos dentro de dicotomías con extremos irreconciliables, las cuales han funcionado para ensordecer los auténticos motivos de los conflictos y persecuciones, usualmente con un trasfondo económico", apunta el especialista.
Esta práctica que demoniza y dibuja al otro desde la generalización adecuada a intereses de un grupo dominante, explica Nader, no es novedosa, sino que se ha ejercido durante miles de años.
"Y han ido de la mano de etnocentrismos y políticas expansionistas", recuerda.
Como ejemplos, cita el helenocentrismo o el supremacismo civilizatorio de la república y el Imperio romano, donde Atenas y Roma se reservaron la categorización de los seres humanos allende sus fronteras como bárbaros, incapaces del pensamiento o grupos torpes que requerían ser absorbidos por su cultura para "llevarles la civilización".
"Finalmente, desde el siglo XVIII nos encontramos con el euroccidentalocentrismo, posturas que han elaborado mitologías que colocan a los otros —a todo el planeta— como inferiores, decadentes e incluso como peligros que deben ser contrarrestados o erradicados", agrega Nader.
El odio, uno de los pilares de la civilización occidental
Como ejemplo de la prevalencia del discurso de odio, Nader señala que la rusofobia no solo no es nueva, con por lo menos tres siglos de historia, sino que constituye uno de los pilares del concepto de civilización occidental.
"Fue hasta el siglo de las luces cuando la rusofobia como la conocemos se desarrolló, durante el surgimiento de las teorías raciales/racistas y el apogeo de los imperios coloniales europeos. Rusia fue transformada en una amenaza inminente, una versión fallida, bizarra e incompleta de Europa", apunta.
Un territorio acusado de ser una mezcla salvaje de eslavos, pueblos túrquicos, mongoles, caucásicos, ortodoxos, musulmanes y judíos, estima el analista.
"Con el pasar de las décadas el peligro zarista se transformó en el terror comunista, para finalmente llegar a la fase de la amenaza populista putinista, por solo mencionar unas cuantas etiquetas. En pocas palabras, Rusia ha sido vista por los gobiernos, academias y medios al oeste como la antítesis de Occidente", sintetiza.
La desinformación, herramienta principal
El odio contra los rusos, los chinos o cualquier otro grupo demonizado se basa en la desinformación, la desmemoria, la ignorancia y la desidia de sectores continuamente bombardeados por propaganda emitida por el Gobierno estadounidense y sus vasallos, acusa Nader.
"Además, tenemos el papel viciado y cómplice de líderes de opinión amaestrados del esnobista sector académico del imperialismo, que fomenta los discursos de odio sin ni siquiera notar su complicidad al haber normalizado el excepcionalismo, el amplio historial de atrocidades y la manipulación", reclama el analista.
Asimismo, vaticina que "las masas no pondrán en duda lo dicho por las voces autorizadas, llegando incluso a apoyar los linchamientos. Todo lo enunciado por Washington o Europa será verdadero y benigno, mientras que toda acción o declaración desde otro contexto será falsa y perversa".
¿Contra quiénes apunta esta violencia?
El discurso de odio puede dirigirse al interior de un país, contra minorías o grupos desfavorecidos dentro de las fronteras, o al exterior, contra naciones, gobiernos o grupos lingüísticos y religiosos ajenos al centro que plantea la dominación ideológica, política y económica, describe el historiador.
Un ejemplo de esto, dice, es la historia de Estados Unidos, que no puede entenderse sin el odio o pánico ejercido contra diversos colectivos y traducido en guerras de exterminio y persecución contra sus supuestos antagonistas inmediatos, los pueblos originarios de Norteamérica.
Otro grupo destinatario del odio estadounidense y catalogado como una raza inferior desde el siglo XIX, recuerda Nader, son los africanos y afrodescendientes esclavizados.
Nazismo: de Alemania a Ucrania
En la Alemania nazi, recuerda el historiador, fue frecuente el discurso de odio contra judíos, eslavos y gitanos, que culminó con el genocidio de millones de seres humanos.
"Berlín contó con el apoyo de grupos colaboracionistas anticomunistas de toda Europa, incluso en territorio enemigo, el soviético, como ocurrió en el oeste ucraniano, donde miles de personas cometieron atrocidades exterminando a millones", describe Nader.
Según el analista, "llama la atención que dichos agresores, eslavos todos ellos, fueron incorporados al mito de la raza suprema como arios honorarios o temporales, a diferencia del resto de la población soviética y las naciones de lengua eslava, siempre considerados por el Tercer Reich como subhumanos, sirvientes de los pueblos germánicos".
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los nazis que no fueron capturados y enjuiciados por el Ejército Rojo de la Unión Soviética huyeron a Occidente, recuerda Nader, y a partir de 1991, con la desintegración de la URSS, resurgieron en Ucrania dentro de partidos como Svoboda.
"Siendo paulatinamente rehabilitados como héroes nacionales, primero durante el Gobierno de Víktor Yúshchenko y, posteriormente, ya en la coyuntura actual, con el sangriento golpe militar y paramilitar de 2014, cuando el neonazismo se instaló en Kiev alentado y patrocinado por EEUU y la OTAN", señala.
Nader también asevera que "ellos con beneplácito vieron cómo batallones como Azov, Aidar o milicias como Pravy Sector [organización extremista, prohibida en Rusia] masacraban a rusos en Odesa, Donetsk y Lugansk, además de ir directamente contra las minorías gitanas, húngaras y rumanas".
En el actual conflicto entre Rusia y Ucrania, la línea neonazi vigente en Kiev, considera Nader, reinsertó un discurso revisionista y pseudohistórico con fuerte orientación rusófoba y que pretende negar un milenio de historia conjunta entre ambos países.
El caso de los acuerdos de Minsk
Desde que suscribieron en 2014, tanto Kiev como Washington han buscado pisotear los acuerdos de Minsk, asegura el historiador, no solo recrudeciendo las hostilidades contra los pobladores del Donbás o fomentando el supremacismo étnico y lingüístico en Ucrania, sino colocando a la gente de esa zona fronteriza como los agresores y a Moscú como el instigador de la violencia.
"Y de paso satanizar aún más a aliados como los Gobiernos de Bielorrusia y China, algo terroríficamente sencillo si consideramos a la rusofobia como una 'entrañable tradición' tolerada y celebrada en Occidente", apunta.
"Desde hace un mes [finales de febrero de 2022] inició la etapa más cruenta de este proceso, en la que además de ocultar lo ocurrido desde hace ocho años también se ha iniciado una cacería de brujas contra prácticamente cualquier cosa que evoque o sea referente a Rusia, desde la música de compositores decimonónicos hasta cursos de literatura rusa", expone el historiador.
Esta persecución y censura no solo son ridículas sino también extremadamente peligrosas, considera, pues se suma a la intención de la OTAN de hacer héroes a los neonazis ucranianos y a los mercenarios fascistas.
"Pero eso tampoco debe sorprendernos: Washington y sus aliados, sus mercadólogos y merolicos convirtieron a ejércitos multinacionales de yihadistas, narcoparamilitares o escuadrones de la muerte en próceres de la libertad y la democracia, véase lo ocurrido en Afganistán en los 80, al igual que en Colombia, Centroamérica, Siria o Irak", enumera Nader.
La importancia histórica de la intransigencia
Cuestionado sobre la traición, que en el caso de México logró el asesinato de los revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata, o en el de Colombia derivó en el exterminio de excombatientes tras la firma de los acuerdos de paz con la guerrilla, Nader recuerda la confianza en promesas vacías.
"En 1991, la naciente Federación de Rusia, postsoviética, contemplaba cómo, a diferencia del Pacto de Varsovia, la OTAN no se disolvía. Moscú creyó en las promesas vacías tanto de Washington como de París o Berlín de que la Alianza Atlántica no se expandiría al este", recuerda.
Pero ocurrió todo lo contrario. "En menos de dos décadas había absorbido a las naciones del este europeo, incluyendo al trío báltico exsoviético. Desde 2008 el expansionismo atlantista puso sus ojos en Georgia y Ucrania, otra línea roja para la seguridad e integridad rusa", puntualiza.
Tanto los pobladores de Donetsk y Lugansk como el Kremlin, describe el analista, esperaban que los acuerdos de Minsk contribuyeran a detener las agresiones ucranianas desde 2014, escenario que no se presentó.
"Hasta la fecha, las víctimas rusoparlantes rebasan las 15.000, sin mencionar los miles de desaparecidos y desplazados. Promesas y acuerdos rotos", declara.
"Curiosamente, el único periodo en el que el discurso rusófobo se redujo fue durante el nefasto periodo de [Boris] Yeltsin, cuando el Gobierno ruso se convirtió en amigo de Occidente, cuando los oligarcas se enriquecieron a costa de un pueblo empobrecido y las riquezas rusas quedaron a merced de capitales extranjeros", subraya.
En aquellos años, apunta, se intentó balcanizar el Cáucaso ruso, con dos conflictos militares que generaron decenas de miles de muertos.
"En noviembre del año pasado la construcción del gasoducto Nord Stream II finalizó, fue en ese momento cuando el discurso de odio contra Rusia se recrudeció aún más, al igual que las provocaciones militares de Washington y Londres y las ayudas militares a Ucrania", señala.
Durante los últimos 200 años la rusofobia se ha materializado en agresiones como la invasión napoleónica, la guerra de Crimea, la invasión multinacional en tiempos de guerra civil y la invasión genocida de la Alemania nazi contra la Unión Soviética, que cobró la vida de 27 millones de personas, lamenta el historiador.
"Ceder posiciones le ha costado demasiado a Moscú. Había dos opciones: volver a hacerlo y lidiar con el cerco nuclear estadounidense y atlantista en sus fronteras o tolerar una guerra económica y una marejada rusófoba nunca antes vista. Optaron por lo segundo", concluye.
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