El Batallón Azov opera como una empresa para la guerra. Tiene su página de reclutamiento donde ensalza la gloria de sus muertos en la campaña de ataques al Donbass. Su símbolo es el Wolfsangel, de inconfundible linaje nazi y prohibido en Alemania. Llamado igual que el mar cercano donde nació al este de Ucrania, tiene una fama temible de la que no puede ufanarse el ejército regular que intenta sin ganas repeler la invasión rusa.
El Departamento de Estado de EEUU lo calificó (antes de la ocupación rusa) como “grupo de odio nacionalista” y en eso coincide bastante con Vladimir Putin. Es un mosaico de jóvenes cautivados por la ultraderecha, nostálgicos de la Alemania hitlerista, barrabravas de clubes ucranianos, todos amalgamados ahora para defender su ideología de las tropas enviadas desde Moscú. Adiestran a inexpertos en el uso de armas, pero también reclutan a militares curtidos. No son improvisados y sí el presidente ruso habló de desnazificar a su país vecino, se refería sin duda a ellos.
No son los únicos en esta disparada a tomar los fusiles Kalashnikov o usar bombas Molotov convocados por el ultraderechista presidente ucraniano Volodimir Zelenski. El exdiputado popular de Ucrania, Semyon Semenchenko, convicto por contrabando de armas, lideraba una formación paramilitar, bajo la apariencia de una empresa militar privada. Su emprendimiento incluía a más de 150 personas y operaba bajo el status de una compañía de seguridad, hasta que la policía la desbarató. Importaba repuestos militares y otros productos bélicos desde Rusia que no pasaban por el control aduanero y se los vendía al Estado a precios inflados.
Semenchenko acaba de ser dejado en libertad a cambio de alistarse para defender su país. Pasó de ser acusado de mercenario por el gobierno de Zelenski a combatiente en defensa de la patria. Su grupo no tenía la reputación de combate del Batallón Azov, ni puede jactarse de haber matado con éxito desde 2014 en las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk. Tampoco cuenta con el reconocimiento oficial de regimiento dentro de la Guardia Nacional ucraniana, como los neonazis del Azov.
La reputación nazi que se ganaron los integrantes de Azov no es solo una obsesión atribuida a Putin para revalidar su campaña contra el gobierno de Kiev o justificar la invasión. El primer comandante del batallón fue Andriy Biletsky, exparlamentario y uno de los líderes de Cuerpo Nacional, agrupación política de extrema derecha que le permitió alcanzar un escaño en la Rada Suprema (el parlamento de Ucrania) entre 2014 y 2019. Cuando finalizó su mandato no pudo revalidarlo en las elecciones, ya integrado al partido Svoboda, ultranacionalista y que tiene como referente histórico a Stepan Bandera.
Este último fue un dirigente al que juzgó como criminal de guerra y que colaboró con la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Después se dio vuelta contra los alemanes, a los que considere3ba muy blandos, fue deportado a un campo de concentración y sobrevivió. Continuó hadciendo propaganda de la ideología nazi hasta que la KGB lo ajustició en 1959 en Munich. Hoy los ultraderechistas lo reivindican en Ucrania como a un héroe.
Desde su página oficial (https://azov.org.ua/) Azov define el perfil de combatiente que busca sumar a sus filas: “Ser un guerrero y defender a tu país es un asunto digno de respeto y honor. En un momento difícil, cuando el enemigo intentó invadir descaradamente nuestro país, los ucranianos más valientes se unieron para una resistencia digna. Porque el patriotismo son hechos reales, coraje y honor, no solo llevar un galón”. Las fotografías y videos que ilustran su web son un canto wagneriano a la defensa de Ucrania. Se ven banderas nazis, alistamientos de tropas, ensayos de combates, utilización de armamento pesado y una envergadura de desplazamientos que no son los de un grupo improvisado o de voluntaristas.
Neonazismo oficial
El Batallón se confiere legalidad desde su propia constitución en 2014, durante el levantamiento contra el golpe de Estado pro-EEUU en Kiev de las repúblicas populares, ahora reconocidas por Rusia, de Donetsk y Lugansk. “El Batallón Azov se estableció el 5 de mayo de 2014 en Berdyansk como un batallón del servicio de patrulla policial especial (BPSMOP) del Ministerio del Interior sobre la base de una decisión del Ministerio del Interior de Ucrania”. Las referencias que pueden leerse en su página oficial traducida del ucraniano al español abundan en detalles sobre su declamada legitimidad jurídica: “El 17 de septiembre de 2014, por orden del Ministro del Interior de Ucrania, el Batallón Azov se reorganizó y se amplió al Regimiento de Policía Especial Azov del Ministerio del Interior”.
Los neonazis de Azov glorifican a sus integrantes caídos en combate y las atrocidades militares que emprendieron en la región del este de mayoría rusófona. Dicen de Serhiy Ambros que “era un hombre muy inteligente y culto. Se graduó de la escuela secundaria con medalla de oro, se interesó por el deporte y la vida patriótica de su ciudad natal”. Cuentan de Mykola Troitsky que “murió bajo el seudónimo de Akela y dio su vida por Ucrania. Permanecerá para siempre en nuestra memoria como un verdadero lobo de Odessa”. De otros muertos en escaramuzas con las fuerzas antifascistas se remarca su pertenencia como “ultras” (barrabravas) de diferentes clubes de fútbol como el Poltava, de la Primera División o el FC Sumy.
Un periodista canadiense, Michael Colborne, es autor de un libro sobre este grupo armado. Contó - citado por Télam - durante un seminario virtual organizado por la ONG Counter Extremism Project, que el Batallón Azov “dejó de ser solamente una unidad militar afiliada a la Guardia Nacional del país y generó extensiones como el llamado Cuerpo Civil Azov para alcanzar algo así como a los sectores no militares de la sociedad; en 2016 se expandió en el partido político Cuerpo Nacional y surgieron otras ramificaciones afiliadas y no afiliadas de lo que se conoce como el Movimiento Azov”. Colborne es el mismo que escribió: “Ucrania realmente tiene un problema de extrema derecha, y no es una ficción de la propaganda del Kremlin. Y ya es hora de hablar de eso”. Fue en Forward, un diario judío-estadounidense que se publica en inglés e idish, en diciembre pasado.
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