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25 abril 2022

“El Estado fue regulador y beneficiario de la trata de esclavos durante tres siglos”

Entrevista al historiador Juan Antonio Piqueras, autor de "Negreros. Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas"

Fuentes: Ctxt

Es incómodo para España. El profesor Juan Antonio Piqueras, catedrático de Historia Contemporánea y director del grupo de Historia Social Comparada de la Universitat Jaume I de Castellón, ha escrito un libro destinado a escocer. Lo publicó en 2021 la editorial Catarata, de Madrid, y su título es Negreros. Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas. Es perturbador, y desagradable, y enfadoso, que alguien nos diga que los beneficios de la infame explotación de esclavos quizá nos rodeen; que, con poco que afinemos nuestra vista, quizá hasta podamos verlos.

No recordamos la esclavitud; la astucia de nuestra consciencia la ha relegado a la antigüedad o a la lejanía del sur atrasado de Estados Unidos. Pero el profesor Piqueras está aquí para incordiar: nos dice que cuando hablamos de esclavitud no estamos contando una de romanos; que la esclavitud llega a su auge entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX y sus beneficios con el tiempo han dado lugar a “varios de los gigantes de la empresa actual española”. En verdad, se puede dudar de que podamos hacernos una idea de la envergadura de las fortunas acumuladas por los negreros en los negocios americanos en que millones de esclavos africanos eran inmolados en el altar del progreso de las metrópolis. Un ejemplo quizá baste: el patrimonio del alavés Julián Zuleta, acumulado con negocios en Cuba, alcanzó 10,75 millones de pesos, que hoy serían equivalentes a unos 26.400 millones de dólares. Hágase usted una idea de la de Francisco Martí, 5,9 millones, etcétera. En las páginas del implacable inventario de la ignominia que es Negreros encontramos, aquí y allá, nombres directa o indirectamente vinculados, a través de empresas, herencias, mecenazgos, enlaces familiares u otras formas, a fortunas procedentes de la trata legal o ilegal. Nombres de la nobleza, de la alta burguesía, de dirigentes políticos, de grandes instituciones financieras, de monumentos, de marcas de la cultura de masas y hasta de la alta cultura, como Caja Madrid, La Caixa, El Corte Inglés, Acciona, Parque Güell, Tusquets Editores o Penguin Random House España.

El investigador, que este año ha sido galardonado con el premio Casa de las Américas en la modalidad de ensayo, ha tenido la gentileza de responder a nuestras preguntas.

¿Qué rol jugó la Corona en el entramado esclavista? Menciona usted varios casos de negreros que al regresar a España desde América con una fortuna amasada en negocios en los que se compró, vendió y explotó a esclavos, recibían –¿compraban?– títulos nobiliarios.

La Corona desempeña un papel central en el entramado esclavista. Antes de llegar a América, tanto en Castilla como en Portugal el comercio con África de bienes y personas es concebido como una regalía, un derecho del soberano, que lo autoriza, regula y obtiene de ese tráfico el quinto, un tributo del 20% en dinero o en esclavos. Este privilegio se traslada al comercio transatlántico de esclavos. La Hacienda real percibe un derecho de entrada por cada esclavo, un arancel de desembarco, un impuesto por cada compra-venta, y obtiene de los concesionarios préstamos y donativos. Felipe V llega a tener una participación en la compañía francesa que provee en exclusiva de africanos al imperio. Cuando se liberaliza el tráfico a partir de 1789, muchos de estos ingresos fiscales desaparecen, y los que permanecen son recaudados por la Hacienda pública. La Corona desempeña en el siglo XIX un doble papel en relación con la trata: protege, con el gobierno, su continuidad, a pesar de haber sido puesta fuera de la ley, y reconoce la posición económica lograda por traficantes y plantadores esclavistas otorgándoles títulos nobiliarios, formando una nueva aristocracia esclavista que no tarda en establecer lazos matrimoniales con la vieja nobleza española. En medio se encuentra María Cristina de Borbón, reina regente de 1833 a 1840, quien a continuación constituye una sociedad con su esposo y otros socios radicados en Cuba para dedicarse al proscrito comercio transatlántico de africanos. Era la madre de la reina Isabel II y garantizó que esos intereses fueran protegidos por las autoridades españolas.

En su libro aparecen mencionadas grandes empresas y poderosas familias de la España de hoy, cuyas fortunas en su momento se habrían nutrido del negocio de compraventa y explotación de esclavos africanos en América Latina. Esa nómina ya bastaría para desmentir una supuesta falta de vínculos con la esclavitud de la sociedad española contemporánea, que a veces se arguye. ¿Puede ilustrarnos acerca de esos vínculos de grandes empresas actuales, como La Caixa y Acciona? Da usted nombres como el de José Antonio Vidal, los Ferrer Vidal y Soler, Luis Ferrer Vidal, que funda con José Güell Ferrer la Caja de Pensiones, “la raíz principal de La Caixa, actualmente CaixaBank”. Ese mismo Luis Ferrer Vidal fundaría Cubiertas y Tejados Cía. General de Construcciones, que luego, “a través de una serie de fusiones”, daría lugar a Acciona… La Caixa y Acciona, dos de las instituciones más representativas del empresariado español de hoy…

En mi libro no reduzco la formación del capitalismo a la trata de esclavos, a la propiedad de plantaciones trabajadas con esclavos o al retorno de capitales hechos en las colonias. Existen otras fuentes. Lo que hago es trazar el mapa de una de esas fuentes de capital, por lo general ignorada o subestimada. Los datos prueban que en modo alguno era una vía sin relevancia, anecdótica. Capitales formados en la trata y en la esclavitud desempeñaron un papel muy destacado. Eran importantes en términos cuantitativos y eran todavía más destacados en términos cualitativos. Esas fortunas levantadas con riesgo y rapidez buscaron colocación inmediata y la encontraron en sectores por lo común nuevos, con gran atractivo, pero en los que no invertían los financieros o los industriales establecidos, más conservadores. En este sentido, la elección de campos menos transitados de inversión los condujo a sectores innovadores en la industria, el transporte y la banca, e incluso la renovación urbana que no se limita al parasitismo rentista. A su retorno a España, los negreros y esclavistas buscaron socios o, convertidos en “capitanes de industria”, protagonizaron ellos mismos el impulso de estas actividades que después, por transformación en sociedades mercantiles, por fusiones y absorciones darían lugar a varios de los gigantes de la empresa actual española.

¿Y podría asimismo ilustrarnos sobre los vínculos con la esclavitud de la familia Güell, especialmente de Eugenio Güel Bacigalupi, quien fuera mecenas o promotor de varias obras de Gaudí? ¿Se puede pensar que obras como La Pedrera y el parque Güell de Barcelona fueron construidas con una fortuna amasada en la trata de esclavos? ¿Y qué decir con respecto a la familia Koplowitz y sus negocios actuales? ¿Hay otras grandes fortunas, negocios y familias de la España de esta época que pueda usted comentar?

La familia Güell hizo lo que otras en su época. Acumuló de la nada una fortuna en Cuba, dedicados al comercio de esclavos, y se reintegró a la Península con sus capitales. Juan Güell Ferrer acumuló capital en poco tiempo y regresó temprano. Invirtió en sectores nuevos, lo que representaba un riesgo, pero también una oportunidad. Consciente de la posición que escalaba, tuvo cuidado de borrar las huellas de su pasado difundiendo una versión, de otro lado inverosímil, sobre el origen de su fortuna. Su hijo, Eusebio Güell Bacigalupi, amplió aún más los negocios familiares, intervino en política y estrechó relaciones con el poder central y con la monarquía. El hijo de Eusebio obsequió el Palacio de Pedralbes a la familia real para que dispusiera de una residencia en Barcelona. Eusebio Güell representa bien al capital indiano, en este caso formado en la trata, que desea dejar su huella con unas construcciones singulares, su residencia, casa de recreo, jardines, que registren bien que pertenece a una nueva generación que ya no aspira a imitar los gustos de la rancia aristocracia de sangre y de dinero. El encuentro con Antonio Gaudí es providencial. Uno posee la fortuna y la voluntad de convertir parte de ella en capital social, y el otro la imaginación y la técnica suficientes para innovar en el Art Nouveau.

En cuanto a la familia Koplowitz, la fortuna la crea el polaco Ernesto Koplowitz durante el primer franquismo gracias a una red corrupta político-administrativa. Su esposa era una cubana, Esther Romero de Juseu, que reunía varios títulos nobiliarios, todos ellos asociados a familias patricias dueñas de esclavos en los siglos XVIII y XIX. No se ha establecido la participación de los capitales de la esposa en la fundación de las primeras empresas del marido. Es cuestión de continuar indagando.

¿Qué piensa usted de las llamadas “reparaciones” o “compensaciones” que las instituciones implicadas suelen ofrecer a los descendientes de esclavos? Puesto que el asunto tiene relevancia no solo moral sino además social, ¿no haría falta llevarlo más allá de lo privado y voluntario, como se perfilan ahora las reparaciones, para que los casos se traten según criterios reglados, con un régimen legalmente definido? Insisto: si han de coexistir el ofensor y el ofendido, ¿no hace falta que la mediación reparadora sea no solo ética sino también legal?

El tema de las reparaciones introduce una dimensión realmente compleja. Fue uno de los que hizo estallar el consenso en la Conferencia de Durban de 2001 organizada por las Naciones Unidas (Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia).

El comercio de personas esclavizadas, como hemos indicado, se iniciaba en África con la participación activa, e indispensable, de jefes africanos, proveedores de los esclavos a los comerciantes extranjeros, dedicados a la guerra para obtener botín con el que mercadear. El comercio atlántico implicó a varias potencias europeas y a sujetos de numerosas procedencias, también a criollos de Brasil, Cuba, el Río de la Plata o los Estados Unidos, entre otros. Alguna república hispanoamericana conservó la trata por un tiempo y mantuvo la esclavitud hasta mediados del siglo XIX. No es sencillo precisar quiénes debían realizar la reparación. En ocasiones puede encontrarse una filiación directa entre empresas y comerciantes de aquella época y sociedades hoy constituidas. Ha servido para pactar acuerdos en los Estados Unidos. Los destinatarios de las compensaciones económicas han sido asociaciones de defensa de derechos civiles y aquellas que favorecen el progreso de los afroamericanos, creando ayudas para la educación. Los países de las Indias Occidentales británicas han emprendido una acción legal contra el Reino Unido por considerarlo responsable de la deportación continuada de africanos durante dos siglos. Son países-isla donde la población es, de manera abrumadora, afrodescendiente. Las víctimas, en ese caso, son más evidentes.

En el caso español, los pasos me parece que deberían ser los siguientes: el reconocimiento, en primer lugar, del hecho histórico, que tuviera traslado a la sociedad, comenzando por su introducción en el currículo de Historia y su debate como otra cuestión del pasado; esto implica también la revisión del relato nacional y de la memoria pública construida en espacios públicos y en tradiciones. En segundo lugar, puede hablarse de una doble responsabilidad del Estado: fue su regulador y beneficiario directo durante tres siglos –incluso los poseyó en número elevado–, y amparó la trata durante casi medio siglo después de haberla declarado ilegal. En tercer lugar, está la Iglesia, que no solo ofreció justificación doctrinal, sino que poseyó esclavos y hasta percibía diezmos de haciendas particulares trabajadas con esclavos. En cuarto lugar, quedan las sociedades mercantiles que en otros países están siendo señaladas como responsables dado que existe una continuidad jurídica. En el caso español este último aspecto es más difícil de establecer: no pocos negreros y esclavistas terminan fundando empresas industriales y de ferrocarriles o bancos, pero estas, en el siglo XIX, no invierten en el tráfico o las plantaciones. No obstante, queda una huella en todo este proceso y la reparación no es imposible.

La pregunta que quizá debemos hacernos es: ¿reparar cómo y a quiénes? Más allá de lo que hemos señalado en primer lugar, que no admite demora en los responsables públicos, existen tres líneas en las que se podía actuar con fondos aportados al menos por el Estado: el fomento del estudio de este pasado, percibido hasta ahora como una rareza; la acción estatal en América en núcleos donde coinciden la pobreza y su racialización transmitida desde la esclavitud, y la apertura de ayudas para el estudio a población afro-latino-descendiente; la inversión en programas específicos en prevención de la discriminación racial en España, dado que la vida y la historia continúan y seguimos expuestos a nuevos retos y amenazas que pueden ser prevenidos.

Todas las cuentas hechas, ¿cuántos años le ha tomado a usted terminar esta investigación, este libro?

Comencé a interesarme por la actividad de los “negreros” hacia 1985. Durante un tiempo mi atención se centró en el poder que acumulaban y la influencia que ejercían sobre el gobierno español. Eran la expresión temprana de un lobby muy eficaz. Eran capaces de obtener el nombramiento y la destitución de las autoridades coloniales de Cuba, frenar un tratado internacional o una ley, expulsar a un ministro incómodo. Cuando analicé para mi tesis de doctorado la política en el Sexenio Democrático (1868-1874) vinculé a estos grupos con los intereses creados a ambos lados del Atlántico y cómo actuaban en la metrópoli, organizando ligas de periódicos favorables a sus opiniones, atrayéndose y financiando partidos políticos contrarios a las reformas. Era un ejemplo perfecto de “captura del Estado” por intereses privados. A medida que después me sumergí más en la vida económica y social del Caribe hispano, la atención se desplazó a los grandes hacendados y, más adelante, a la esclavitud y al modo de operar en torno a esta. En 2012 concluí un libro, La esclavitud en las Españas, que era un balance de conjunto del tema. Ahora, con Negreros. Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas, desarrollo el momento cumbre de la participación en el negocio.

Es una época particularmente interesante: en el siglo XIX se vincula la segunda esclavitud y la formación de la España contemporánea, la creación de capitales y su inversión parcial en la Península para dar lugar a sectores y sagas familiares beneficiarias que han desempeñado un papel estelar en la vida social y política del país, y que hoy siguen presentes. En la actualidad trabajo en el cierre de lo que constituirá una trilogía: un libro que centra la atención en el periodo cronológico anterior. Busco ofrecer una visión de tres siglos, de 1492 a 1810, en los que el Imperio español se cimentó sobre la esclavitud y la trata transatlántica. Supuestamente la esclavitud era casi residual o el comercio habría quedado en manos extranjeras. Al menos eso nos habían contado…

Mario Campaña, nacido en Guayaquil (Ecuador) en 1959. Es poeta y ensayista. Colaborador en revistas y suplementos literarios de Ecuador, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Francia y España, dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, pero reside en Barcelona desde 1992.

Fuente: https://ctxt.es/es/20220401/Culturas/39427/Mario-Campa%C3%B1a-Jose-Antonio-Piqueras-esclavismo-Espa%C3%B1a-mano-de-obra-esclava-trata-capitalismo-esclavista.htm



https://rebelion.org/el-estado-fue-regulador-y-beneficiario-de-la-trata-de-esclavos-durante-tres-siglos/



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