Mientras Joe Biden sigue obligando al comediante ucraniano Volodímir Zelenski a no rendirse frente a la contraofensiva rusa con el único fin de debilitar políticamente al presidente Vladimir Putin, ya que por el obvio peso de las acciones de su ejército las víctimas civiles se siguen incrementando, a la vez a los coreutas mediáticos les da tiempo, junto al Departamento de Estado y a la CIA, a seguir elaborando infinidad de noticias falsas. La última los 400 muertos de Bucha, un suburbio de Kiev donde después de la retirada rusa los cadáveres comenzaron a brotar de la nada y tras ser filmados milagrosamente retornaban a la vida.
Biden necesita desesperadamente miles de muertos para mostrar que tiene razón acerca de que el presidente Putin “no debe seguir en el poder” y continuar extendiendo la crisis para darse tiempo a abrir un segundo frente que por remoto que pueda parecer de Ucrania, Pakistán, en la geopolítica está a la vuelta de la esquina.
En un gigantesco acto en Islamabad el pasado jueves 31 el Primer Ministro pakistaní Imran Khan reiteró que Estados Unidos ha puesto a correr el tiempo para un golpe de Estado constitucional o fratricida.
Poco a poco, mientras Khan profundizaba su alianza con China y se distanciaba de Washington, las versiones sobre la pérdida de poder comenzaron a arreciar mientras en el plano real es cierto que se han producido serias deserciones en su alianza electoral.
Cuando llegó al Gobierno en 2018, Khan contaba con 176 escaños en la asamblea de 342 miembros. Cuatro años después esas deserciones ponen en riesgo la continuidad de su mandato y se producen, sugestivamente, al tiempo que surgen versiones, sin confirmar, de que el poderoso y siempre desequilibrante ejército pakistaní, que a lo largo de la historia y más allá de cualquier Gobierno ha controlado la política exterior y la seguridad interna, le ha quitado su explícito apoyo. Dato nada menor si se considera que fue el favorito de los militares, quienes durante la campaña de 2018 le dieron su total respaldo.
Khan, quien contaba en la Asamblea Nacional, con esos 176 representantes, una mayoría mínima, de su partido el Pakistan-e-Tehreek Insaaf o PTI (Movimiento de Pakistán por la Justicia) y con uno de los principales aliados de su coalición, el Movimiento Muttahida Qaumi (MQM-P), ha sufrido una fuerte fuga de representantes, siete del suyo y una docena del MQM-P, a los que Khan llamó “terroristas, que se vendieron como cabras en una feria”. Finalmente el Primer Ministro consiguió eludir la moción de censura, que lo podría haber eyectado del poder. A pesar de que hasta el sábado la oposición contaba con los votos suficientes para terminar con Khan éste superó la crisis con un enroque que le ha permitido disolver la asamblea y llamar a nuevas elecciones.
De todos modos su panorama no sería tan alentador, ya que los dos principales e históricos partidos de la oposición, rivales entre ellos desde siempre, el Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) y la Liga Musulmana de Pakistán – Nawaz (PML-N), ahora han formado una alianza a la que se le suma el Movimiento Democrático de Pakistán (PDM).
Es real que durante estos cuatros años poco y nada ha podido cumplir Khan de sus promesas electorales, como terminar con la corrupción endémica y “la política dinástica”, al tiempo que la economía del país se encuentra en una profunda crisis por la deuda externa que ha disparado los índices inflacionarios derrumbando el valor de la rupia frente al dólar, por lo que debió pedir un rescate de 6.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que hizo disparar los precios del combustible y la electricidad. Esta situación no ha sido totalmente responsabilidad del gobierno de Khan, quien ha debido lidiar no solo con el aumento de los costos de la energía a nivel global, sino también con todo lo relacionado con la lucha contra la pandemia. A lo que hay que sumar que nunca un Primer Ministro del país ha terminado su mandato.
Khan, quien había llegado al poder con un discurso ultraconservador en lo religioso (hay que considera que con una población de casi 220 millones de personas el 96 por ciento de ellas son musulmanas), por los que muchos medios lo empezaron a llamar “el talibán Khan” abandonando su perfil glamoroso al que lo había llevado su estrellato como capitán de la selección nacional de cricket en la Copa del Mundo de 1992 y se ha convertido en un verdadero líder que está quebrando las complejas políticas del establishment pakistaní.
La larga mano del Departamento de Estado
En reiteradas oportunidades Khan ha denunciado al Departamento de Estado como fundamental operador, junto a la oposición, para lograr su expulsión del Gobierno tras haber recibido innumerables amenazas y gestos desde Washington. La ofensiva norteamericana contra Khan se inicia tras las críticas a la Casa Blanca por utilizar a Pakistán en beneficio propio (Afganistán), para más tarde abandonarlo y sancionar, al mismo tiempo que resaltó la lealtad de Beijing con Islamabad. Una alianza de beneficio mutuo que si bien se viene gestando desde hace años en torno fundamentalmente a “la Nueva Ruta de la Seda”, desde la llegada de Khan se ha profundizado y vigorizado al tiempo que ha desarrollado una relación personal estrecha con el presidente Xi Jinping.
Aunque lo que habría colmado la paciencia de los Estados Unidos ha sido el acercamiento entre Islamabad y Moscú que ha terminado con las tortuosas relaciones que ambas naciones tuvieron durante la Guerra Fría, ya que la nación musulmana ha sido fiel aliada de Washington y jugadora fundamental en la guerra antisoviética que el Pentágono desarrolló en Afganistán en los años 80.
La tríada Xi, Khan, Putin se habría consolidado durante las reuniones llevadas en el transcurso de los Juegos Olímpicos de Invierno en China, en febrero pasado, que fueron boicoteados por los Estados Unidos y sus adláteres de siempre. Allí Putin invitó a Khan a viajar a Rusia, quien llegó a Moscú el mismo día del inicio de la contraofensiva, lo que pone en duda que esa operación tuviera una fecha preestablecida y parecería que el presidente ruso debió acelerarla por alguna cuestión imprevista.
Pakistán se ha negado a opinar y sancionar a Moscú tras el inicio de su contraofensiva en Ucrania contra la OTAN. Incluso dio una airada respuesta a la carta de los embajadores europeos en su país en la que exigían una postura contraria a Moscú. La contestación terminó de sacar de quicio a los Estados Unidos, ya que Khan dijo a los embajadores “No somos sus esclavos”, además de señalar que esperaba que esos mismos países occidentales condenen la conducta de India en Cachemira y los crímenes de Israel en Palestina, causas que nunca son atendidas.
Dado las posturas de Khan frente a Occidente y la realización de la 48 Sesión de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) en Islamabad este pasado marzo, en la que el papel jugado por Imran Khan lo colocó entre los principales líderes políticos del mundo musulmán, donde la siempre dominante posición de Arabia Saudita, principal aliado de los Estados Unidos en el islam, lo que denota que se está resquebrajando el poder saudita en el mundo islámico, lo que viene sucediendo desde la anterior reunión de la OCI de 2019 en Kuala Lumpur (Malasia), donde tuvieron cabida naciones históricamente enfrentadas a Riad como Irán, Turquía y Catar, pero en la que no participó Pakistán para evitar confrontar con los sauditas, quienes lo extorsionaron con deportar a los miles de pakistaníes que trabajan en el reino y con sus remesas colaboran mucho en la encomia de su país. Ahora, casi cuatro años después, Khan se ha sentido lo suficientemente fuerte como para no permitir más presiones.
Khan, durante la reunión de la OCI en Islamabad, aprovechó para intensificar su campaña por Palestina y denunciar a las monarquías del Golfo y a Marruecos, que normalizaron las relaciones con Tel-Aviv.
Khan ya ha condenado abiertamente el genocidio sionista en Gaza y claramente dijo “Estamos con Palestina. Estamos con Gaza”. Y durante la última reunión de la OCI en marzo, Khan habló del fracaso de los países musulmanes para detener la brutalidad sionistascontra los palestinos.
La exacerbada reacción de los Estados Unidos y sus socios respecto a las operaciones rusas en Ucrania, con su catarata de sanciones económicas para producir la hecatombe en Rusia, no solo están fracasando, sino que los propios Estados Unidos y sus naciones subordinadas están comenzando a sufrir consecuencias tan drásticas que pueden llevar Occidente a una situación desconocida desde la Segunda Guerra Mundial, ya que obligado por la situación Moscú ha fortalecido y profundizado alianzas políticas y económicas con naciones como China, India, Pakistán e Irán, que determinan no solo un nuevo polo de poder, sino el fin de toda una era del poder concentrado en Occidente.
Estados Unidos, muy lejos todavía de su ocaso, podría contrarrestar este nuevo polo desde lo militar, con acciones de falsa bandera entre esos países intentando producir nuevas guerras y generar cientos de miles de muertos, que es lo que mejor supo hacer a lo largo de su tiempo imperial, para lo que necesita desesperadamente un segundo frente en el sur de Asía.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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