La criminalización del grupo neonazi Amanecer Dorado en octubre de 2020 fue un momento decisivo en la agitación política que ha envuelto a Grecia en la última década. El dramático colapso electoral del partido --marcado, ya antes de la prohibición, por su incapacidad para elegir a ningún diputado en las elecciones generales de 2019-- alimentó una poderosa narrativa ideológica que afirmaba que la crisis había terminado y que Grecia había «vuelto a la normalidad». La condena de Amanecer Dorado fue elogiada enfáticamente por la clase política y los medios corporativos por igual.
Sin embargo, había algo desconcertante en todo esto. Figuras clave de los principales partidos de Grecia, incluida la gobernante Nueva Democracia, habían mantenido durante años relaciones directas con Amanecer Dorado. De hecho, cuando el partido estaba en su apogeo, los principales medios de comunicación mostraron una llamativa tolerancia hacia su retórica antinmigrante e incluso sus acciones violentas. Ahora el consenso emergente del establishment califica explícitamente a Amanecer Dorado como un partido nazi impregnado de prácticas criminales.
Sin embargo, esta condena ha adoptado una forma bastante particular, asociando al partido neonazi con un extremismo genérico en lugar de investigar sus verdaderas raíces. El epíteto «populista» (en lugar de «extrema derecha») dio vida a una versión popular de la teoría de la herradura, atacando también a la izquierda. Esto significó ofuscar los orígenes ideológicos de esta organización criminal: una letanía de nacionalismo agresivo, racismo, sexismo, homofobia y antisemitismo, típicas de la extrema derecha contemporánea a nivel internacional.
En este sentido, la condena de Amanecer Dorado por parte de la clase política, así como la aprobación por parte de los medios de comunicación y la opinión pública de la decisión de los tribunales de criminalizar al partido, no fueron seguidas por un rechazo igualmente enfático de sus ideas y su retórica. Esto es especialmente problemático si se tienen en cuenta los indicios de que esas mismas ideas están volviendo a surgir, incluso en las instituciones griegas, lo que podría conducir a una mayor radicalización hacia la extrema derecha.
El peso de las instituciones
Podemos hacernos una idea más clara de la generalización de la ideología de extrema derecha --cómo se ha producido un nuevo sentido común-- observando tres de las instituciones clave de Grecia: los medios de comunicación, el Ejército y la Iglesia.
Nuestra investigación recientemente publicada sobre la generalización de los discursos de extrema derecha en Grecia ha rastreado la formación de patrones discursivos parecidos a los de Amanecer Dorado, desarrollados por emisoras y periódicos clave, oficiales del Ejército y sacerdotes ortodoxos, así como la difusión de aspectos clave de dichos discursos incluso dentro de los círculos feministas y LGBT. Lejos de ser un discurso meramente excepcional confinado a los propios partidarios de Amanecer Dorado, esta ideología ha circulado entre estratos más amplios de la sociedad griega, a la vez que ha sido redefinida y mediada por los supuestos profesionales y políticos de las instituciones en cuestión.
Estas tres instituciones tienen una importancia especial en Grecia. De hecho, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Ortodoxa han sido sus instituciones más poderosas políticamente e influyentes ideológicamente desde la creación del Estado griego, hace dos siglos. Ambas se perciben a sí mismas como guardianes de una «identidad griega» vista como ortodoxa en su religión, monocultural, heteronormativa y patriarcal.
En este sentido, estas instituciones presentan afinidades directas con el tradicionalismo respaldado y expresado por la extrema derecha griega. Sin embargo, los medios de comunicación también han desempeñado un papel fundamental en la circulación de las ideas de extrema derecha, con una convergencia constante entre los medios de comunicación convencionales y los de extrema derecha en un país que sale mal parado en las clasificaciones internacionales de libertad de prensa.
Pánico moral
En la última década, los medios de comunicación dominantes han contribuido especialmente a la normalización del discurso de extrema derecha mediante su propio recurso al pánico moral sobre el futuro de Grecia. Tras el colapso de los principales partidos durante la crisis y la llegada al poder de Syriza, el panorama mediático convergió hacia un nuevo consenso, retratando a Grecia como una nación cuya propia supervivencia estaba en juego.
El nuevo panorama mediático demostró una impresionante homogeneidad en cuanto a los peligros que retrataba, que se reducían a los sospechosos habituales: invariablemente los vecinos inmediatos del país (es decir, Turquía y Macedonia del Norte) y los refugiados, que eran retratados como sinvergüenzas inmerecidos y agentes de una supuesta «islamización» del país.
Los principales medios de comunicación griegos siguieron representaciones y patrones retóricos idénticos a los empleados por los medios de extrema derecha, especialmente en momentos de «crisis» como el acuerdo de Prespa (el acuerdo alcanzado en 2018 entre Grecia y Macedonia del Norte en relación con el nombre de esta última), el punto álgido de la crisis de los refugiados en 2015 y los acontecimientos fronterizos de febrero y marzo de 2020, cuando el presidente turco Tayyip Erdogan declaró que ya no impediría la entrada de solicitantes de asilo en Europa.
Los diarios tradicionalmente afiliados a la centroderecha, como I Kathimerini y To Proto Thema, y las emisoras de televisión similares, como ???1, Star y ???, coincidían en gran medida con los medios de comunicación de extrema derecha establecidos, como el periódico Makeleio y las emisoras de televisión Kontra Channel y Extra, tristemente célebres por su postura alarmista, su extrema xenofobia y su glorificación de las prácticas de extrema derecha. Términos como «invasión» (de inmigrantes, de refugiados, de musulmanes), «situación alarmante» o la idea de que Grecia está «sitiada» se utilizaron ampliamente para describir tanto la crisis de los refugiados como los incidentes fronterizos.
En el caso del acuerdo de Prespa del gobierno de Alexis Tsipras sobre el nombre de Macedonia del Norte, términos como «traidores», la idea de «vender el país» y la fuerte convicción de que la civilización griega es superior de facto (especialmente en comparación con los vecinos, descritos ampliamente como «bárbaros» o «ladrones de nuestra propia historia») prevalecieron en todo el espectro mediático. Esta convergencia popularizó y normalizó esas representaciones específicas que se originan en la mentalidad de la extrema derecha y que gradualmente se impusieron en la esfera pública.
Intervenciones militares
Incluso en un país con un historial tan sombrío de intervención militar en la política a lo largo del siglo XX, la literatura sobre la extrema derecha contemporánea suele pasar por alto a las Fuerzas Armadas. La prohibición de que los oficiales del Ejército expresen públicamente sus opiniones políticas desde el colapso de la junta, en 1974, seguramente dificulta la investigación de su comprensión de la política y los cambios sociales contemporáneos. Sin embargo, no cabe duda de que la retórica de la extrema derecha se solapa con los principios clave de la ideología nacionalista griega expresada por el Ejército como institución. En múltiples temas centrales, los oficiales demuestran una fuerte identificación con la ideología de extrema derecha.
Las encuestas realizadas entre los oficiales del Ejército en noviembre y diciembre de 2020 indican su visión negativa de los «otros», ya sean definidos en términos de origen étnico o nacional, género o identificación religiosa. La abrumadora mayoría, con un 92,5%, cree que los países vecinos (especialmente Turquía y Macedonia del Norte) son hostiles hacia Grecia, mientras que el 72,5% cree que Grecia fue «invadida» cuando el gobierno turco abrió la frontera a los inmigrantes en Evros en marzo de 2020; el 72,5% cree que Grecia corre el riesgo de sufrir una «alteración cultural»; el 90% cree que hay demasiados inmigrantes, y el 87,5%, que la inmigración está relacionada con la delincuencia; el 90% quiere que la educación religiosa (es decir, el adoctrinamiento en el dogma cristiano ortodoxo) continúe en las escuelas; el 52,5% se opone al matrimonio gay, y el 87,5% a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales.
Pero también es destacable que los encuestados no ven estas opiniones como derivadas de una ideología excluyente de extrema derecha: es revelador que el 65% piense que Grecia «no es un país racista». Por el contrario, consideran que la defensa de tales posiciones es «un deber para con la nación», expresando un «patriotismo» que hoy en día está infravalorado. En pocas palabras, el principal punto de convergencia entre la extrema derecha y la mentalidad dominante de las Fuerzas Armadas es la comprensión de los recientes cambios sociales --la migración, la revolución de género, la transición de la uniformidad nacional al multiculturalismo y la aparición de otras religiones en la esfera pública-- como una amenaza para el núcleo de la identidad cultural griega.
Ortodoxia de extrema derecha
Los elementos centrales de la ideología de extrema derecha --relacionados con una visión tradicionalista de las relaciones de género, un nacionalismo agresivo y una islamofobia sin disculpas-- figuran con fuerza en el discurso de la Iglesia Ortodoxa Griega. Desde su fundación como iglesia independiente en 1833, ha sido y sigue siendo parte integrante del aparato estatal, con gran influencia en la legitimación y consolidación de la ideología nacional oficial. Estas relaciones de interdependencia son especialmente intensas, dado que Grecia aún no ha separado la Iglesia del Estado, y la Iglesia interviene de forma vocal en una amplia gama de cuestiones, desde las relaciones exteriores hasta la inmigración y la educación escolar.
Sin embargo, a partir de la década de 1990, la política orientada a la integración europea --que también supuso la adaptación de las leyes griegas a las exigencias europeas-- puso en entredicho la hegemonía ideológica de la Iglesia y surgió una ruptura entre esta y el Estado. Desde la década de 1990, la Iglesia ha dado un giro cada vez más conservador y agresivo, al menos en el plano del discurso oficial, aunque con considerables desviaciones entre el bajo clero.
El sincretismo cultural derivado inevitablemente de la globalización de la economía y de la afluencia de inmigrantes en Grecia lleva a gran parte del cuerpo eclesiástico a posiciones políticas más conservadoras, destacando la islamofobia y una actitud paranoica frente a supuestos complots de islamización del país. En este contexto, no es casualidad que el año pasado el arzobispo de Atenas y toda Grecia, Ieronymos, declarara en una entrevista que «el islam no es una religión sino un partido político, tiene una clara intención política y los creyentes [musulmanes] son gente de guerra». Como una de las instituciones más influyentes de este país --una aplastante mayoría del 81,4% de los griegos se identifica como cristiano ortodoxo--, el respaldo de la iglesia a la ideología de extrema derecha normaliza de forma preocupante estas ideas.
Instrumentalización del género
Desde los años de entreguerras, la ideología de género de la extrema derecha se ha centrado principalmente en la llamada complementariedad de los sexos, la ideología que mantiene a las mujeres «en nuestro lugar», en roles bien definidos, arraigada en el conservadurismo religioso pero también popularizada y glorificada por el fascismo y el nazismo.
Sin embargo, el carácter ecléctico-oportunista de estos regímenes dio lugar a ideologías contradictorias sobre el lugar de la mujer en la sociedad, y las dictaduras griegas no fueron diferentes. Las mujeres también asumieron responsabilidades modernas --a través de su participación en la preparación de la guerra inminente, o en su participación obligatoria en las organizaciones de masas fascistas--, allanando así el camino para una ruptura involuntaria con los roles tradicionales. Esto trajo consigo una nueva conciencia política y, para algunas, incluso una cierta emancipación individual.
En los últimos años se ha producido un nuevo giro en este uso instrumental del género, con la convergencia entre una agenda feminista y LGBT y los temas centrales de la extrema derecha. Dirigida contra la inmigración y, especialmente, contra los musulmanes acusados de no aceptar «nuestros valores», crea un híbrido de feminacionalismo y homonacionalismo. Desde el 11 de septiembre, la esfera política euroamericana ha visto el ascenso de figuras y formaciones políticas que buscan apropiarse de las agendas feministas y queer contemporáneas para sus propios fines xenófobos, como en el caso de la francesa Marine Le Pen. Lo particular en el caso griego es que esta cooptación de las causas sociales progresistas no es movilizada por la extrema derecha --como se expresa en el imaginario tradicionalista, estereotipado y sexista de Amanecer Dorado sobre los hombres masculinos y las mujeres femeninas-- sino por la derecha dominante y la gobernante Nueva Democracia.
En los últimos dos años, el gobierno de derechas, junto con otras voces más extremistas relacionadas sobre todo con la Iglesia Ortodoxa, no solo han reclamado la vuelta a los roles de género tradicionales, sino que se han apropiado sistemáticamente de la política de identidad. El nombramiento por parte de Nueva Democracia de un político abiertamente gay como viceministro de Cultura fue una novedad en un país en el que la izquierda aún no ha abordado sus propios problemas patriarcales, al igual que la adopción de una postura positiva frente al movimiento griego #MeToo y la denuncia retórica de la violencia doméstica y la ola de feminicidios que marcó a Grecia en 2021.
Sin embargo, los derechos de las mujeres y los derechos LGBT se ven cada vez más amenazados por la presencia de inmigrantes y refugiados, términos que funcionan en gran medida como metonimia del Islam. Resulta revelador el ejemplo del diputado de Nueva Democracia Konstantinos Bogdanos (que se convirtió en independiente en octubre de 2021): al tiempo que lideraba el ataque contra los estudios de género y los académicos y activistas en este campo, Bogdanos también describió la presencia de las mujeres musulmanas como inaceptable para «la cultura dominante de nuestro país, así como nuestra cultura legal», ya que las prendas islámicas femeninas son supuestamente una declaración contra el libre albedrío y los derechos de las mujeres.
En resumen, la misoginia y la homofobia flagrantes del pasado se sustituyen cada vez más por la xenofobia y la islamofobia flagrantes, y los derechos recién cedidos de las mujeres y las personas LGBT se basan en un endurecimiento de la retórica y las políticas contra las comunidades inmigrantes e islámicas. Según esta lógica, que considera que los derechos de las distintas minorías están en competencia, no es de extrañar que el 61,3% de los griegos piense que el Islam amenaza los derechos de las mujeres en Occidente. En otras palabras, las cuestiones de género constituyen el terreno en el que podemos observar el surgimiento de la alt-right griega, y un excelente ejemplo de lo que ocurre cuando las políticas de identidad se separan de las grandes apuestas políticas de igualdad y emancipación.
Giro a la derecha
Así, a pesar de la criminalización de Amanecer Dorado, Grecia está experimentando un giro a la derecha, también indicativo de una droitización más amplia en Europa [Véase Ucrania]. Esta radicalización está teniendo lugar en dos niveles diferentes, tanto en la sociedad en general como en un centro neoliberal que se mueve cada vez más hacia la derecha.
Las ideas de extrema derecha han demostrado ser extremadamente persistentes en la sociedad griega en general, y su corrosividad ha infligido un daño considerable al cuerpo político del país. Aunque durante la crisis económica Grecia parecía estar en una encrucijada entre la izquierda y la derecha, especialmente con la llegada de Syriza al poder, a la larga fueron los enfoques conservadores, si no directamente reaccionarios, los que prevalecieron en varias cuestiones clave. El fracaso de Syriza y su reticencia a emprender las reformas necesarias ha provocado una gran desilusión en el lado progresista de la política, facilitando el giro a la derecha.
En cuanto al centro neoliberal, a pesar de su autorrepresentación como representante ilustrado del europeísmo en Grecia, el actual gobierno de Nueva Democracia ha dado un fuerte giro autoritario. Ha quedado claro --también a través del férreo control que ejerce sobre los medios de comunicación-- que su agenda ideológica también bebe de fuentes de extrema derecha. En este sentido, la presencia en altos cargos del gobierno de tres figuras clave de la extrema derecha que se unieron a Nueva Democracia en los últimos años (Adonis Georgiadis, que hoy es su líder adjunto; Makis Voridis, el ministro del Interior; y Thanos Plevris, el ministro de Sanidad) no es una coincidencia, ya que sirve para la aplicación de esta agenda en medidas políticas concretas.
Durante años, Amanecer Dorado ha promovido el miedo a la «alteración cultural», una visión de los países vecinos como intrínsecamente hostiles a Grecia, y la islamofobia, la xenofobia y el racismo. En la actualidad, la tendencia más preocupante es el desconocimiento de la naturaleza discriminatoria de tales opiniones, que ahora están arraigadas como normales y se expresan sin reparos al amparo de la derecha dominante.
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