«Defensoras. La vida en el centro», es un libro de relatos de luchas feministas por el cuidado del ambiente. Editado por Marcha y Acción por la Biodiversidad, recoge testimonios de Berta Cáceres, Francia Márquez, Nélida Almeida y otras mujeres que abogan contra la violencia y la colonialidad sobre los territorios y los cuerpos. Es un material de libre descarga.
Hay pulsiones de vida que vienen desde tiempos inmemoriales. Aquellas que defienden a la tierra, a los ríos, a las plantas y a los seres que la habitan. Defender y resistir son aún más antiguos que el saqueo e involucran a los territorios pero, también, a los cuerpos. Y las Defensoras son aquellas que están ahí, en ese territorio que conocen desde siempre, y desde donde generan las resistencias, las contraofensivas al saqueo, la destrucción, la contaminación, la invasión y el desarraigo. Pero no pensemos que ellas son seres etéreos que flotan por tierra y agua. Las Defensoras son mujeres políticas que fueron armando redes colectivas y construyendo comunidad para plantarse y pensar en cómo sostener y propagar formas de Buen Vivir. Porque fueron ellas las que se quedaron (ante desplazamientos de poblaciones, migraciones por trabajo) y vieron, olieron, sintieron, palparon cómo el agua se contaminaba y envenenaba a animales y plantas y a sus propias crías, las niñeces en las que se reflejaban pesticidas y agrotóxicos; cómo el clima se volvía hostil e imprevisible, cómo las máquinas penetraban profundo y se llevaban como mercancía pedazos de vida que latían entre los metales.
Porque el extractivismo es un concepto que viene desde el principio de los tiempos. De los tiempos modernos, podríamos decir. De los tiempos en los que el hombre decidió que lo que tenía no le alcanzaba y que para tener más poder y mayores rendimientos tenía que explotar, saquear, usar y consumir otros territorios que no eran los cercanos ni aquellos en los que vivía. Y decimos “hombre” porque no hablamos de humanidad, sino que acá trazamos una línea que une al patriarcado con el capitalismo, el racismo y unos cuantos “ismos” de lo más negativos.
Y así como aquellos hombres salieron con sus espadas, sus cañones, sus escopetas… en el camino fueron armando sistemas de guerra y políticos que le dieran un marco cada vez más legal a eso que se pretende: el saqueo de los territorios, de la naturaleza y, también, de los cuerpos que allí habitan.
Por eso poner la vida en el centro es parar el acelere voraz en el que se encuentran las políticas neoliberales, el capitalismo verde que promueve el individualismo de “la bolsita en el tachito de basura” para seguir generando negocio y rédito a través de formas de vivir y construir que le anteceden; es también ese mismo capitalismo que define los alimentos saludables para un público selecto y, mientras, niega a las trabajadoras de la tierra que alimentan al pueblo desde la agroecología. Y las Defensoras que leemos en estas páginas reivindican el feminismo porque aprendieron de la mano de la tierra que los cuerpos feminizados son, también, históricamente territorios de saqueo donde se ejerce la violencia.
Por eso hablan de cuerpos-territorios y sitúan un feminismo comunitario, campesino, rural, donde defender la vida es ser guardianas de sus propios cuerpos y de todo cuanto lo rodea. En este contexto, podemos decir que a través de la historia y la lucha de Berta Cáceres se hizo más visible el rol político de las Defensoras en los territorios. Desde su asesinato en 2016 a la actualidad, los pueblos de Abya Yala, más recientemente denominados “del Sur Global”, sufrieron diferentes formas de amenazas y ataques vinculados con el avance sobre los territorios de los proyectos extractivistas que traen consecuencias a las que se suman las de la crisis sistémica que expuso la pandemia de Covid-19 y la crisis climática.
En Honduras, Berta, junto a la comunidad del Río Gualcarque, se oponía a la construcción de la empresa hidroeléctrica DESA en su territorio, motivo por el que fue asesinada por un grupo de sicarios contratados por esta misma empresa, en complicidad con el Estado hondureño.
La defensa de los bienes comunes y la vida digna, a través de la recuperación de saberes, formas organizativas e identidades, son experiencias claves para seguir construyendo el camino hacia la soberanía alimentaria ante el avance del sector corporativo sobre la vida y territorios de los pueblos.
Las voces de las Defensoras son claves para comprender la situación de los pueblos. Recuperar y visibilizar sus relatos de esperanza es construir un mapeo crítico –y de resistencias– de nuestra historia reciente.
Hilar la historia de nuestras defensoras y de nuestras ancestras
Como habitantes urbanas nos llenamos de preguntas, de disparadores para que cada una pueda contar con sus propias palabras sobre la situación en la que se encuentran ella y su comunidad. A través de las entrevistas históricas trazamos genealogías, construimos memoria colectiva. La experiencia situada de cada una de las Defensoras en sus territorios nos habla de conflictos y resistencias locales, de luchas específicas contra diferentes mecanismos de control e intervención territorial. Pero también de defensas y disputas en los territorios urbanos porque, como dice Adriana Guzmán, «finalmente, ¿qué son las ciudades sino territorios ancestrales ocupados en la colonización y donde se ha obligado a nuestras abuelas y abuelos a migrar para ser explotados en esas denominadas ciudades?”. Es desde allí que también las Defensoras disputan la macropolítica, las formas de habitar las ciudades y los procesos constituyentes que se están dando en Nuestra América. Y lo hacen trazando estos puentes desde los territorios que conocen para aportar sus miradas, voces y experiencias en esa disputa política que se pretende separada pero en la que ellas transitan con naturalidad: lo urbano y lo rural como lugares para pensar y actuar desde las mismas ideas y convicciones.
Sin embargo, al relacionar cada una de esas experiencias, así como los diferentes modos de saqueo de los bienes comunes y colocarlas en una línea de tiempo, podemos realizar un análisis geopolítico e histórico que nos habla de la estructura neocolonial. Los territorios como «enclaves coloniales», como reflexionaba Berta. Y así como Berta fue asesinada, este libro es también una forma de denuncia porque muchas de las Defensoras aquí entrevistadas sufren persecuciones, atentados, deben huir para resguardar su propia vida y así encuentran en otras redes feministas y comunitarias sus lugares de protección. Pero también las sufren sus comunidades, que son amedrentadas y víctimas de atentados constantes: además de fomentar el desplazamiento de sus territorios para que puedan ser explotados sin estorbos, gobernantes y empresarios pretenden aleccionar a quienes resisten sus políticas de extractivismo y muerte. No entienden los lazos solidarios y de ideas inamovibles que generan las Defensoras y sus comunidades.
Pero también encontrar a las Defensoras desde sus luchas y resistencias nos posibilita un diagnóstico geopolítico de los últimos diez años en el Sur Global y un diálogo entre las diferentes experiencias de construcción de alternativas y respuestas activas de las comunidades frente al avance del saqueo y despojo de los territorios.
Hilar la historia de nuestras Defensoras es recuperar la historia de nuestras ancestras, es trazar la genealogía de quienes defienden los derechos de los pueblos y de la Madre Tierra; tender puentes entre territorios que se pretenden alejados y entre tiempos pasados y presentes que arman un diálogo imprescindible.
Las voces de las defensoras
Empezamos por la mencionada Berta Cáceres, quien ya había anticipado en 2015, respecto del actual contexto de crisis social y ambiental: “¡Despertemos humanidad, ya no hay tiempo!”.
Y desde Guatemala llega Lolita Chávez, quien recorrió con su pollera de mil colores distintas tierras y experiencias de nuestro país. Cuerpos territorios –en palabras de ella– que le dieron el refugio como también la vitalidad y fortaleza necesarias para continuar la lucha. “Es como atacar el espíritu de la defensa territorial, nos mapearon como nosotras lo hacemos, nos tienen en la mira y vemos cómo los asesinatos, violaciones y encarcelamientos están en todos los territorios”, denuncia.
Francia Márquez Mina se suma a nuestras Defensoras en su resistencia desde el territorio colombiano y su actual candidatura para la vicepresidencia. Afrodescendiente, está dispuesta a repetir las veces que sea necesario que a la política de la muerte se la enfrenta con las propuestas feministas y comunales para la vida digna. Sostiene que los cambios llegan “desde abajo”, y que los “malos gobiernos” están en la memoria.
Entonces volvemos a Honduras para charlar con Miriam Miranda, quien retoma la teoría de Berta sobre que su país funciona como laboratorio donde se ensayan las más hostiles políticas de control y saqueo de los territorios, que pueden ser replicadas en otros países. Y recuerda que “Honduras fue el experimento y después vinieron Paraguay y Brasil”. Pero también advierte: “Es necesario construir otros pactos de convivencia. Tenemos que romper eso que pasa en las ciudades con el individualismo, de no saber quién está a tu lado”.
Y llegamos a la Argentina para escuchar a Nélida Almeida, parte de un proyecto rural que busca también promover el modelo agroecológico ante el avance del agronegocio; es decir, potenciar la producción de alimentos sanos, saludables y que puedan ser comercializados a precios justos para el pueblo. Ella nos cuenta por qué surgieron como una organización campesina de mujeres por estar allí en el territorio y ver cómo las multinacionales arruinaban el suelo y enfermaban a su gente y dice: “Tenemos que salir a explicar que esas tierras necesitan regenerarse, que la tierra es vida, que no es mercancía”.
En Paraguay está Bernarda Pessoa, quien nos recuerda que “desde el principio son las mujeres las que defienden la vida, principalmente la vida, luego el ambiente”. Pero que insiste con que toda esa defensa es política: “Sabemos bien que muchas mujeres a veces no descubrimos que somos políticas. Todas somos políticas. Todo lo que hacemos es política: dentro de la casa, dentro de las organizaciones… Y la organización hace que las personas alcen sus voces para reclamar sus derechos, para el Buen Vivir de todos y de todas”.
Pero como también en todos los continentes, para que existan naciones enriquecidas, necesariamente, otras deben ser explotadas, saqueadas, usadas, consumidas. Hay pueblos que tienen diferentes historias y procesos, pero que cuentan con los mismos entramados de opresión y raíces coloniales. En palabras de Francia Márquez, el arraigo de las comunidades afro con sus territorios en Abya Yala es, también, una forma de mantener conexión con su territorio ancestral, con “Mamá África”. Y por eso llegamos a Teresa Boa, Defensora en Mozambique, para empezar a tirar de ese hilo más largo que une territorios tan lejanos a simple vista. Su voz nos cuenta sobre historias que nos resuenan: “Aquí quienes sufrimos somos las mujeres y los niños y las niñas. Las mujeres pierden sus tierras, son desplazadas, viven en algunos lugares inciertos, están sufriendo, sin comida, sin nada y la guerra no terminó, continúa”.
Es la activista Lucineia Miranda De Freitas desde Mato Grosso, uno de los estados más violentos del Brasil, quien nos vuelve a traer el concepto de feminismo comunitario y nos recuerda qué es ser Defensora para ellas: “Ser Defensora es repensar el propio proceso de la producción agrícola, la producción en la agricultura, desde una perspectiva de la agroecología, comprendiendo que supone una ruptura con un modo de hacer agricultura que viene de la ‘revolución verde’ y nos permite repensar la relación con la naturaleza y el medio ambiente”.
Las Defensoras de Perú nos cuentan sobre el por qué del trabajo cotidiano que se dan: “Estamos en un momento histórico para recuperar nuestra identidad, para mantener la memoria histórica, para recoger los aportes de nuestras ancestras y para gestar los cambios que tanto anhelamos”.
Desde Bolivia y después de haber enfrentado un golpe de Estado, donde las Defensoras fueron de las más activas, Adriana Guzmán retoma la idea de la construcción colectiva y comunitaria que se desprende de cada palabra y acción de las Defensoras: “Una no hace la revolución sola, eso de que hay un caudillo que puede hacer la revolución no es cierto. Para hacer eso que llaman revoluciones se necesitan los pueblos y para construir el vivir bien”.
Y cerramos con Chile, este país que se encuentra en un proceso tan particular y esperanzador para el Sur Global todo. Allí las Defensoras que son parte de la convención constituyente, las eco-constituyentes, nos recuerdan esa unión de todas: “Aunque las luchas de las mujeres indígenas, negras, rurales no son las mismas que las de las mujeres de la ciudades, sí la lucha por la tierra y el agua es una lucha que nos une a todas y es característica de los nuevos tiempos la protección de la semilla, del agua, de los bosques y también nos une en un trabajo comunitario, de nuevas formas de relacionarnos con la tierra y entre nosotras”.
“Soy porque somos”, esa frase tomada de la filosofía ubuntu de África, es la que utilizó Marielle Franco en la campaña que la llevó a ser autoridad en Brasil. Ese lema hoy es retomado por Francia Márquez en su candidatura en Colombia. “Soy porque somos”, dicen las Defensoras en cada acción que realizan. Para nosotras, visibilizar a las Defensoras y a sus experiencias es imprescindible porque es poner en el centro a la vida. Hasta que el Buen Vivir se haga costumbre.
Introducción del libro «Defensoras. La vida en el centro», que puede descargarse en el siguiente link.
Autoras: Camila Parodi, Laura Salomé Canteros y María Eugenia Waldhüter
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