La guerra en Ucrania, hasta febrero de este año limitada a Donbass, siempre ha contado con un componente internacional que iba más allá de los evidentes intereses geopolíticos de varias potencias regionales y mundiales en la situación. Grupos locales y ciudadanos de Donetsk y Lugansk protagonizaron las protestas que dieron inicio a un movimiento de rechazo abierto al régimen que se había establecido en Kiev tras el golpe de febrero de 2014.
Fue la captura de bases militares, arsenales y, en el caso de Lugansk, el edificio del SBU lo que dio paso a una fase armada inicialmente centrada en Slavyansk y Lugansk, vinculados al pequeño grupo de Igor Strelkov, formado por voluntarios llegados de Rusia, y a Alexey Mozgovoy. La ofensiva ucraniana comenzó a principios de mayo con la clara intención de aplastar por la vía militar una rebelión que había comenzado por motivos puramente políticos y con unos objetivos absolutamente razonables.
El inicio de la guerra supuso la llegada de numerosos voluntarios de la Federación Rusa, sin duda el contingente extranjero más numeroso y más relevante. Pero los voluntarios rusos no fueron los únicos y ya en el verano de 2014 ambos bandos publicitaron la presencia de soldados extranjeros: entre ellos había un pequeño grupo de españoles o los voluntarios serbios, con Deki como el más conocido, en el lado de las Repúblicas Populares, y numerosos soldados croatas y georgianos en el lado de Kiev. Y ambos bandos han contado con soldados procedentes de Chechenia en la guerra por diferentes motivos, ya fuera en defensa de Rusia o contra ella.
Isa Munayev, que murió en la batalla de Debaltsevo defendiendo a Ucrania ante el avance de la RPL y la RPD es solo uno de los numerosos ejemplos. En su ausencia, fue el mucho menos experimentado Adam Osmaev quien heredó el mando del batallón Dudayev. Sin embargo, el escaso peso de Osmaev y su falta de preparación como comandante militar hizo que el protagonismo de la presencia chechena en favor de Kiev pasara al batallón Sheikh Mansour liderado por Muslim Cheberloevky, que luchó codo con codo junto al Praviy Sektor de Dmitro Yarosh en la destruida localidad de Shirokino.
El final de las grandes batallas tras la campaña del invierno de 2015 y la firma de los acuerdos de Minsk redujeron el peso de los efectivos extranjeros a ambos lados de la línea del frente, aunque su presencia no ha desaparecido en ningún momento.
Así lo muestra la presencia del miliciano hispanocolombiano Alexis, en la RPD desde 2014 y de vuelta en el frente tras recuperarse de las graves heridas sufridas en 2017, que le apartaron de la batalla durante meses. Al otro lado está Aiden Aslin, conocido por haber luchado contra el Estado Islámico como parte de las milicias kurdas y que en los últimos años se ha pasado al Ejército Ucraniano, un bando mucho menos peligroso de defender hasta febrero de este año, cuando la guerra se encontraba localizada en Donbass sin aparente peligro de extenderse al resto del país.
Aslin, junto al también británico Shaun Pinner y al marroquí Brahim Saadoun, capturados en la batalla de Mariupol, fue condenado a muerte por un tribunal de la RPD. Acusados como mercenarios -no como soldados del ejército regular como ellos alegan-, los tribunales les negaron la protección que garantiza la Convención de Ginebra a los prisioneros de guerra. Pendientes del resultado de la apelación, la vida de estos tres soldados corre peligro.
Ayer viernes, el Parlamento de la RPD levantó la moratoria hasta ahora vigente contra la pena de muerte. Su caso pretendía mostrar los riesgos que corren los soldados extranjeros, una forma de desincentivar la llegada de mercenarios extranjeros que ahora se encuentran con el desinterés de los países de origen de estos guerreros por interceder por sus ciudadanos.
Frente a guerreros como Aslin, cuya presencia en el Ejército Ucraniano se remonta a varios años atrás, numerosos han sido los mercenarios y soldados de fortuna que han acudido a Ucrania en los últimos meses. El inicio de la intervención rusa en febrero de 2022, con la que se inició una fase completamente nueva de esta guerra que se alarga ya desde hace ocho años, supuso un nuevo impulso para la llegada de mercenarios extranjeros.
Pero si en 2014 fueron las Repúblicas Populares las que llamaran a voluntarios, fundamentalmente rusos, a acudir a la defensa del lado claramente más débil, en esta ocasión ha sido Kiev quien ha apelado a guerreros extranjeros a acudir al frente para defender al país de la operación rusa. Aunque las cifras no están claras, es evidente que no se ha formado esa legión extranjera a la que aspiraba, por ejemplo, Olena Semenyaka. Sin embargo, la prensa ha dejado en estos meses toda una serie de historias entre las que han destacado algunos casos de perfil relativamente alto. Es el caso del famoso francotirador canadiense Walli, que abandonó Ucrania desengañado y sin haber tenido el protagonismo que esperaba, o Ben Grant, hijo de una diputada británica.
La ausencia de datos fiables sobre las bajas de ambos bandos dificulta el seguimiento también de los mercenarios extranjeros. En este tiempo, al menos dos soldados de fortuna estadounidenses han sido capturados por las tropas rusas en la región de Járkov y varios mercenarios extranjeros han muerto, como es el caso de la brasileña Thalita Do Valle, que murió junto a su compatriota Douglas Burgio.
Varios han sido los ataques en los que las autoridades rusas han alegado la presencia de guerreros extranjeros (sin que, en ocasiones, haya podido probarse esa presencia). Sin embargo, el ataque ruso contra la base militar de Yavoriv, conocida sede de los soldados de fortuna, el 13 de marzo, que causó un elevado número de bajas supuso un punto de inflexión. La intención rusa con el ataque era expresamente mostrar el tipo de guerra al que se enfrentarán estos mercenarios.
Desde entonces, muchos han sido los voluntarios extranjeros que han abandonado Ucrania. Muchos lo hicieron inmediatamente después de la destrucción de la base de Yavoriv y otros lo han hecho de forma escalonada y repitiendo siempre relatos similares: falta de protagonismo, falta de organización en el Ejército Ucraniano y, sobre todo, las dificultades de una guerra cuya dureza no esperaban.
Un artículo publicado esta semana por The New York Times, tan solo uno más de los muchos que han dado voz a mercenarios extranjeros, centra su atención en un grupo de estadounidenses y británicos que forman parte de la unidad Odin, una curiosa referencia al dios nórdico que recuerda a los referentes de grupos de extrema derecha. Pese a ser veteranos de las guerras de Afganistán e Irak, los guerreros muestran su sorpresa por el estado de la guerra, la superioridad rusa en términos no solo de armamento, sino también en lo que respecta a aspectos tan básicos como la disponibilidad de alimentos.
Frente a quienes conocen la dureza de la guerra tras haber pasado años en las trincheras bajo el fuego de la artillería de Ucrania, hasta febrero de 2022 el bando mejor armado y más potente de esta guerra, los recién llegados y quienes han visto la guerra desde la protección de la retaguardia parecen no haber comprendido realmente el conflicto. Ante todo, el relato de los extranjeros que se han unido a la lucha tras la intervención rusa muestra la sorpresa ante la dificultad de luchar careciendo de la superioridad aérea que habían disfrutado en guerras pasadas.
Desintegrado el ejército iraquí y diezmado el Talibán en los primeros meses de la invasión de Afganistán, EEUU y sus aliados siempre se garantizaron una superioridad militar que protegía a sus soldados de tener que sufrir toda la crudeza de esas guerras, que costaron cientos de miles de bajas civiles frente a un número relativamente bajo de bajas entre los ejércitos invasores.
“Esto es mucho más intenso de lo que vi en Afganistán”, afirma uno de los estadounidenses citados por The New York Times, veterano de una guerra en la que su país lanzó la madre de todas las bombas simplemente para probar su eficacia. “Esto es combate, combate”, añade, inconsciente de que lo era también para la población civil de Afganistán o de Irak bajo las bombas estadounidenses.
Algunos soldados de fortuna continúan por el país, afirma The New York Times, que enumera entre los posibles objetivos de permanecer en Ucrania la búsqueda de grupos de extrema derecha afines o simplemente ganarse seguidores en las redes sociales. Puede que ese fuera el objetivo del exanalista de la CIA Malcom Nance, que esta semana ha anunciado su retorno a EEUU tras meses en Ucrania, donde ha realizado numerosas apariciones mediáticas, generalmente en Lviv, siempre con su impoluto uniforme y en ocasiones con su arma sin cargador.
Como se ha podido comprobar estas semanas con una conocida cuenta de un supuesto soldado canadiense que decía estar en Ucrania, en ocasiones no es necesario siquiera acudir al país para presentarse como valiente soldado y conseguir miles de seguidores para una cuenta en las redes sociales que puede fácilmente borrarse al destaparse el fraude.
Las elevadas bajas que está sufriendo el Ejército Ucraniano en el frente hace posible que, en un futuro, a la lista de armamento requerido por Kiev a sus socios occidentales se una también la petición de efectivos para manejar esas armas. De ahí que las cabezas visibles del gobierno de Kiev busquen resaltar los supuestos éxitos de los soldados de fortuna.
El mismo artículo de The New York Times menciona las alabanzas de Oleksiy Arestovich a los extranjeros que lucharon en la batalla por Severodonetsk -allí, Rusia alegaba la presencia de mercenarios de nacionalidad polaca, aunque por el momento no hay pruebas documentales de ello-, de los que el asesor de la Oficina del Presidente destaca su “motivación, profesionalismo, preparación para el combate urbano”. Sin embargo, a pesar de que, según Arestovich, su papel fue importante a la hora de aguantar durante un tiempo a las tropas rusas, fue para Ucrania una batalla perdida.
Pese a la presencia mediática y el interés de Ucrania por exaltar los éxitos, reales o imaginarios, de los mercenarios llegados para defender al país, la realidad de una guerra de artillería que enfrenta a dos potentes ejércitos, hace que el papel de los voluntarios extranjeros o soldados de fortuna se haya limitado, al menos por el momento, a apariciones propagandísticas y un limitado papel en una guerra ajena que parecen no acabar de comprender por completo.
Con la ingenuidad de esperar una guerra conocida y en la que luchar como británicos o como norteamericanos, la realidad les ha obligado a tener que asumir un papel más parecido de lo esperado al de los afganos o los iraquíes que durante tanto tiempo han sufrido bajo las bombas británicas o estadounidenses.
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