Gustavo Petro dio a conocer un decálogo de compromisos ante el pueblo colombiano, cuyo primer enunciado es “trabajar para conseguir la paz verdadera y definitiva…».
La célebre canción de John Lennon “Give peace a chance” recorrió el mundo desde su grabación en 1969, coreada por millones de voces como un himno a favor de la paz. En Colombia, la muerte todavía tronaría durante décadas, incluso luego de haberse firmado solemnemente un Acuerdo de Paz entre el Estado y la principal guerrilla beligerante en 2016.
Aún hoy como ayer, los EE.UU., cuyo rol central en la mayoría de los conflictos bélicos del siglo XX es indisimulable, invierte todos sus esfuerzos en sostener una guerra permanente en contra de la voluntad de autodeterminación de los pueblos.
Pero el mundo ha cambiado desde que las juventudes contestatarias se alzaran en armas contra la injusticia. Aquellos movimientos de liberación encuentran hoy su estela en la organización política diversificada, en el clamor feminista, en las luchas territoriales de defensa socioambiental, en la renovada movilización de una valiente primera línea juvenil, en las reivindicaciones de reparación de los pueblos indígenas y afrodescendientes, en la resistencia activa de campesinas y campesinas, en la fuerza de las y los trabajadores organizados, en suma, en una decidida postura de no violencia activa para enfrentar la ignominia del sistema. Y es el encuentro de esas diversidades en un pacto unitario, el que ha posibilitado que un exguerrillero del Movimiento 19 de Abril (más conocido como M-19) y una lideresa negra de un pequeño poblado rural del Cauca, hoy asumieran como presidente y vicepresidenta de Colombia.
La asunción estuvo rodeada de color y simbolismo. Gustavo Petro dio a conocer un decálogo de compromisos ante el pueblo colombiano, cuyo primer enunciado es “trabajar para conseguir la paz verdadera y definitiva, cumpliendo el Acuerdo de Paz y las recomendaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad”.
Otra de las sentencias del decálogo mencionado, complementaria con el primero, recibió una justificada ovación: “Defender a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajar para que las familias se sientan seguras y tranquilas.”
En otra parte de su discurso afirmó que “la paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social, para encontrarnos en medio de las diferencias; para expresarnos y ser escuchados” y convocó “a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado. A aceptar beneficios jurídicos a cambio de la paz, a cambio de la no repetición definitiva de la violencia, a trabajar como dueños de una economía próspera pero legal que acabe con el atraso de las regiones”.
Enfatizó finalmente en su alocución que “Este es el Gobierno de la vida, de la paz, y así será recordado”.
Estos son propósitos de cuya sinceridad nadie duda, ya que se corresponden con el sentir profundo de las mayorías y de los cuales, no solamente depende la reparación de las heridas del pasado, sino el futuro del pueblo de Colombia.
El desafío del nuevo gobierno es enorme, pero también la esperanza y la voluntad popular de acompañar el cambio.
Al otro lado de la frontera
En la vecina Venezuela, el presidente Nicolás Maduro – cuyo gobierno fuera asediado sin tregua por el exmandatario Iván Duque por orden del mandato imperial – celebró las palabras del flamante presidente colombiano, destacando la necesidad de aprovechar la “segunda oportunidad” a la que hiciera mención casi al inicio de su discurso.
En un mensaje por redes digitales, Maduro señaló: “Tiendo mi mano al presidente Gustavo Petro y al pueblo colombiano para reconstruir la hermandad sobre la base del respeto y el amor. Aprovechemos esta segunda oportunidad que menciona el nuevo presidente de Colombia, por el bien de la felicidad y la paz. ¡Felicidades!”.
Si bien el presidente de la República Bolivariana no fue invitado a la ceremonia de asunción como último acto de hostigamiento del gobierno saliente, pocos días antes se reunieron en San Cristóbal, localidad venezolana próxima a la frontera, Carlos Faría, Ministro del Poder Popular para las relaciones exteriores de Venezuela y Alvaro Leyva, designado canciller del nuevo gobierno colombiano. En el cónclave, acordaron fortalecer una agenda de trabajo para la normalización gradual de relaciones binacionales y comenzar la recomposición de las interrumpidas relaciones bilaterales con el nombramiento de embajadores y funcionarios diplomáticos y consulares.
Además reafirmaron en el comunicado conjunto, calificado de “histórico” por el ministro venezolano, «su voluntad de hacer esfuerzos conjuntos para garantizar la seguridad y la paz en la frontera de nuestros dos países».
De este modo, el que fuera el principal foco de conflicto en una América latina y caribeña que se proclamara en el transcurso de la II Cumbre de la CELAC (La Habana, 2014), como Zona de Paz, pareciera desactivarse.
Un nuevo impulso para la integración regional
La presencia de varios presidentes de la región en la oportunidad, mostró el fuerte impulso hacia el multilateralismo y la integración con América Latina y el Caribe que este primer gobierno de izquierda en Colombia piensa imprimirle a su gestión.
Asistieron representantes del bloque progresista como Gabriel Boric, Alberto Fernández, Luis Arce y Xiomara Castro, pero también del espectro conservador como Mario Abdo de Paraguay, el dominicano Luis Abinader, el costarricense Rodrigo Chaves y Guillermo Lasso, quien recibió una estruendosa rechifla de los miles presentes en la plaza Bolívar.
Fernández, actualmente a cargo de la presidencia pro témpore de la CELAC y el presidente de Bolivia lamentaron públicamente la mezquina negativa del congreso peruano a autorizar el viaje al presidente Pedro Castillo. También estuvo el primer mandatario de Panamá Laurentino Cortizo, el rey de España y la vicepresidenta de Uruguay, Beatriz Argimón, en representación de Lacalle Pou y el frenteamplista Yamandú Orsi, intendente de Canelones, representando al expresidente José “Pepe” Mujica, también invitado por Petro, como así también ministros y parlamentarios de países como Cuba, Serbia o Reino Unido y enviados de organismos internacionales.
Por su parte, el gobierno estadounidense mandó una delegación encabezada por Samantha Power, administradora de USAID. Justamente una de las principales incógnitas que deberá despejar Petro, será el difícil equilibrio en la relación de Colombia con EEUU, para no verse forzado a continuar siendo peón de la política exterior de aquel país en la región.
Pueblo, mucho pueblo
El pueblo llenó calles y plazas y se estima en más de cien mil los asistentes a los cerca de setenta actos culturales que enmarcaron el inicio del nuevo gobierno.
Lleno de simbolismo fue el espacio que Petro dió a seis invitados de honor, personas del común en representación de los excluidos de Colombia, con quienes Petro había estado ya en el marco de su campaña. Entre ellos Arnulfo Muñoz, pescador artesanal del Tolima, Katherine Gil, líder juvenil del Chocó, Genoveva Palacios, vendedora ambulante de Quibdó y Kelly Garcés, la barrendera de una empresa de aseo, cuya resistencia al hostigamiento que sufrió por tener un volante del Pacto Histórico entre sus utensilios de labor se viralizó. Rigoberto López, campesino de Caldas y Jorge Iván Londoño, silletero de Medellín, completaron el cuadro.
Petro se dirigió a la multitud diciendo: “Uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia” y dijo además “tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
Sin lugar a dudas un comienzo auspicioso, acorde a un gobierno decidido a promover cambios profundos en una nación que exige sanación. Nación que hoy festejó la posibilidad de darle una verdadera chance a la paz.
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