Crónica de un inmigrante rarámuri indocumentado en Estados Unidos
Valerio lleva trabajando treinta y siete años en los campos de cultivo de California, se conoce como las palmas de sus manos las uvas, ciruelas, fresas, mangos, culantro, rábano y apio. Tiene el cuerpo molido y el alma rota, como la mayoría de migrantes indocumentados en el país.
Es tarahumara, originario de Chihuahua, México, pero se reconoce siempre como rarámuri. Para cuando emigró ya estaba comenzando la tala ilegal de árboles de la Sierra Tarahumara y aumentaban los campos de cultivo de marihuana y amapola que acaparaban gran parte de la Sierra Madre Occidental entre Chihuahua, Durango,
Sonora y Sinaloa: El acoso a su población y reclutamiento para trabajar en los campos de cultivo hizo que muchos comenzaran a emigrar en busca de trabajo a otros estados de México y Estados Unidos.
Él fue el primero en emigrar de su familia, con los años le siguieron hermanos, primos y gente del pueblo, a todos los fue recibiendo uno por uno y les consiguió trabajo en los campos de cultivo. Hay campos en los que trabajan aldeas completas de su pueblo. De su comunidad han quedado sólo la generación de sus padres y abuelos, los jóvenes al cumplir los catorce años salen huyendo para no ser asesinados por las bandas del crimen organizado que han tomado el territorio como trayecto para el transporte de drogas.
Como si no fuera suficiente con la pobreza y exclusión a la que han sido sometidos milenariamente, los rarámuris han sufrido desplazamiento forzado y muchos defensores del medio ambiente han sido asesinados desde entonces. Dos amigos de infancia de Valerio son parte de las estadísticas de los desaparecidos.
Los domingos al salir del trabajo y cuando asiste de vez en cuando a alguna fiesta de gente de su pueblo, Valerio se viste de gala usando su indumentaria indígena, para él vestir esa ropa por lo menos unas horas es volver a sentir la caricia del viento que sopla en las alturas de las Barrancas del Cobre, es volver a sumergirse en el agua fresca del río Conchos y respirar el olor a cáscara de pino. Es volver a contemplar a sus padres en sus años jóvenes sentados a un costado del fogón, a la hora de la oración.
Cuando Valerio usa su indumentaria indígena, olvida que está en Estados Unidos, desaparece el dolor crónico en sus tobillos, la espina que le punza en la espalda baja también desaparece, las yemas de sus dedos dejan de sangrar, no siente las ampollas en las plantas de sus pies y su espíritu retorna a las hondonadas de los cerros que caminó de niño y es entonces cuando de pronto aparecen las sonrisas de sus abuelos en las tardes en las que tomaban kichari[1] y comían tonare[2] en la celebración de la ceremonia del Maíz Tierno, es ahí cuando la nostalgia se anuda en su pecho y llora como el niño que fue en otra tierra, al otro lado del cerco.
Notas:
[1] Bebida refrescante de maíz crudo molido en el metate con agua.
[2] Carne cocida que se desmenuza con el hervor.
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com/
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