El Movimiento Socialista surgido en Euskal Herria cuestiona los límites de la socialdemocracia y de los partidos políticos que sostienen las instituciones. ¿Es fruto de una brecha generacional vasca o de un fin de ciclo que se replica en los Países Catalanes con la ruptura de Arran y la desavenencia interna que ha vivido el Partido Comunista de España?
Afirma Mario Zubiaga, profesor de las asignaturas Cambio y conflicto y Teoría política en la Universidad del País Vasco, que si elaboras un “mapa caliente” con los municipios donde EH Bildu cuenta históricamente con más base política y lo solapas con otro donde se ha implantado Gazte Koordinadora Sozialista (GKS, Coordinadora Socialista Juvenil, en castellano), ambos mapas coinciden. Jose Castillo, miembro del Mugimendu Sozialista (MS, Movimiento Socialista), señala que está de acuerdo “al 50%” con su exprofesor: “Fíjate en Gasteiz, no es precisamente una ciudad donde la izquierda abertzale haya tenido un gran recorrido”. El joven doctorando asegura que GKS llega a más “periferia”, a capas de cebolla a las que la izquierda abertzale no ha llegado.
Esta historia empieza en la pasada década. La fecha segura es la de octubre de 2018, cuando se oficializó la ruptura en el movimiento estudiantil vasco. Históricamente, los universitarios más movilizados formaban parte del capital político de la izquierda abertzale. Desde entonces, ya no es así: ahora una parte son comunistas. Metafóricamente han matado a su familia política, abiertamente apelan a Karl Marx y la revolución. Ni socialdemocracia, ni etapas.
La pandemia fue un momento propicio para mostrarse en sociedad, cuestionando los límites de la socialdemocracia, los partidos que la sustentan y que la izquierda no pusiera en duda algunas de las medidas más restrictivas llevadas a cabo en esta parte de Europa. Tras la crisis sanitaria, por fin ha llegado el verano que recupera las fiestas de pueblo, lo que en Euskal Herria se traduce en la colocación de txosnas —casetas al aire libre que venden alcohol, refrescos y bocatas— y que suponen ingresos económicos para los movimientos sociales. No se sabe si el kalimotxo financiará la revolución, pero está claro que ha sufragado no pocas luchas ecologistas, feministas y antimilitaristas, entre otras.
En lo que va de año, ha habido enfrentamientos directos, momentos de tensión y acciones políticas a cuenta de las reiteradas negativas de algunas comisiones de fiestas municipales, como la de Gasteiz, de que organizaciones englobadas en el Movimiento Socialista, como el sindicato de vivienda de esta ciudad (Etxebizitza), tengan derecho a poner una txosna en el recinto festivo. Karla Pisano, miembro de Etxebizitza, destaca que “nunca hemos recibido una respuesta, ni oral ni escrita, por parte de la Comisión de Fiestas” aclarando los motivos del veto y poniendo fin a la rumorología. Añade que en las fiestas del municipio de Lesaka el motivo esgrimido en un comunicado fue “que las ideas que defendemos resultan agresivas para los colectivos que forman la comisión de fiestas”.
El malestar entre los militantes de la izquierda abertzale y los del Movimiento Socialista parte también de los gaztetxes (centros sociales okupados), un espacio de activismo que Castillo considera que la izquierda abertzale descuidó tras el cese de ETA, en 2011, y la crisis económica de 2008. Actualmente la composición de muchos es más socialista que abertzale.
La institucionalización y el fin de ciclo
El 15M eclosionó en Euskal Herria de una forma más taimada que en Madrid y Barcelona, era un tiempo que se vivía algo que podría describirse como “resaca psicológica” en la antesala, cinco meses antes, del cese definitivo de ETA. El territorio de las manifestaciones grandiosas, las huelgas infinitas y las redes de tropecientos colectivos distintos trabajando juntos estaba casi mudo, reorganizándose. Sorpresivamente, en las elecciones generales de 2015 y 2016, Podemos Euskadi fue la fuerza más votada, adelantando a PNV y EH Bildu. Luego, lo que parecía dormido despertó:en 2018 nació el Movimiento de Pensionistas y aquel año las mujeres tomaron las calles el 8 de marzo en la manifestación más concurrida de los últimos veinte años. El tremendo movimiento feminista vasco fue portada del New York Times.
Paralelamente, la coalición EH Bildu inició su vía institucional, normalizando su participación en el Congreso de los Diputados; Unidas Podemos alcanzó el Gobierno de España y ERC adelantó a la antigua CIU, con quien administra Catalunya tras lo que muchos consideran como el final de ciclo del Procés, que ha dejado miles de personas represaliadas y su consiguiente resaca emocional. La vida pasa, los ciclos acaban y, a pesar de las luchas, del activismo, de las multas e incluso de la cárcel, la vida de los jóvenes no ha cambiado ni sus expectativas han mejorado: salario bajo para quien lo consigue y un acceso a la vivienda tan complicado y triste como su nómina. ¿Es más fácil que se sientan clase trabajadora que clase media? Mientras, la generación anterior quizá nos conformamos pensando en que todo podría ser peor, que la extrema derecha podría entrar en el Gobierno español si no acudimos al colegio electoral cuando toca.
“No puedes mantener a la militancia con la eterna promesa de que cuando tengas más fuerza, lo harás mejor”, argumenta Jose Castillo, quien ante la pregunta de a quién votaría en unas elecciones razona que “no hay una postura oficial, pero personalmente no compro el chantaje de que hay que votar para que no llegue al Gobierno un grupo protofascista como Vox”. “El problema que nos debería preocupar es la fascistización del estado capitalista, que impulsa la extrema derecha y normaliza la izquierda, como la Ley Mordaza y el estado policial en la cumbre de la OTAN o cuando se encarceló a Pablo Hassel”, añade.
Hasta aquí, seguramente, todas las personas, colectivos y partidos de izquierda podrían estar de acuerdo. Su antiguo profesor de Ciencias Políticas, Mario Zubiaga, advierte de que los retos del Movimiento Socialista derivarán de su crecimiento: “Cuanto más creces, más difícil resulta mantener la coherencia ideológica, porque a cuanta más gente tienes, más tiendes a moderar el discurso”. Considera que el MS deberá gestionar la integración del feminismo —tras recuperar el antiguo debate de los años 60 y 70 sobre el feminismo de la diferencia o la igualdad—, el acompañamiento del euskera y asuntos organizativos tan importantes como si se organizan en un partido político o no.
Los agravios y el eje nacional
En un territorio habitado por alrededor de poco más que tres millones de personas, los desagravios aún resultan más hondos. Al fin y al cabo, jóvenes abertzales y socialistas comparten espacios de sociabilidad, de militancia y cuadrillas de amigos. Que si EH Bildu es socialdemócrata, afirman los socialistas, que si los de GKS son “reaccionarios”, declaró Arkaitz Rodríguez, secretario general de Sortu. Se trata de un panorama que, en cierta medida, recuerda a tiempos pasados en los que la convivencia entre autónomos y abertzales no siempre fue fácil en los gaztetxes y a cuando miembros de Aralar —no solo Patxi Zabaleta— recibieron amenazas por formar parte, o crear en 2001, un partido independentista que abiertamente daba la espalda a la vía armada.
Arnaldo Otegi se ha referido en una ocasión a GKS, hace unas semanas y marcando distancias: “GKS tiene lo mismo que ver con EH Bildu que con PNV y PSOE”. En 2001, Otegi declaró sobre la estrategia política de Aralar que “se parece más a la del PNV que a la nuestra”. En 2017, Aralar acordó disolverse y que sus militantes se integraran en la coalición soberanista, en la que el partido político era parte desde 2012.
Para Jose Castillo, las recientes palabras de Otegi y Rodríguez responden a una política “de tierra quemada” y añade que “la visión política entre Aralar y la izquierda abertzale eran diferentes respecto a la lucha armada, pero compartían objetivos similares: sentar al Estado para organizar un referéndum y plantear ciertas medidas socialdemócratas que nunca llegaron a expresar claramente, al menos, las de índole económico”.
Horitzó Socialista
Tras unos meses de tensiones, la pasada semana se hizo patente la ruptura de Arran, que formalizan hoy. De la organización de la juventud independentista catalana de izquierdas, han salido núcleos enteros y otros se han fragmentado. El conflicto afecta a 30 de los 40 núcleos operativos, explican Maria Bastida y Ainhoa Prats, ambas del consejo editor de Horitzó Socialista, la web y órgano de difusión de la embrionaria organización socialista catalana. Aseguran que previamente a la ruptura intentaron introducir ciertos debates, sobre todo desde núcleos del País Valencià, donde el Procés no ha tenido la relevancia que tuvo en Catalunya. Querían hablar de “cómo concebimos la independencia, el feminismo y el socialismo, queríamos debatir sobre interclasismo, de cómo el poder tiene una visión etapista y empezar a estructurar la crítica en torno al concepto de unidad popular impulsado por la izquierda independentista”.
Acabado el auge del ciclo, “nos dimos cuenta de las limitaciones del Procés”, valoran, “lo que debe vertebrarnos es la clase”, afirman. “Dentro del capitalismo, operan distintas opresiones, como la de género, la racial y la nacional, pero veíamos que nos resultaba poco operativo”. Aseguran que no niegan la opresión de género, sino que la entienden desde la economía política: “Cuando separas el eje de clase, le quitas todo su potencialidad”, indica Prats.
Como en Mugimendu Sozialista, las catalanas asumen la brecha generacional y la “necesidad de la configuración de un poder socialista que se construya sobre unas bases materiales y políticas que no nos coloquen en una burbuja, buscando la acumulación de fuerzas y la construcción del socialismo”, concluye Bastida.
La desavenencia interna del PCE
Si el socialismo catalán se nutre de los debates vascos y comparten el contexto del eje nacional, ¿este reportaje termina aquí? En realidad, no. Hay dos situaciones que hacen sospechar que el resurgir del socialismo tenga más que ver con la coyuntura económica, política y social global: primero, la disensión que hubo en el pasado congreso del Partido Comunista de España, celebrado el primer fin de semana de julio. Se presentaban dos listas, una continuista, la de Enrique Santiago, y otra, la de Alberto Cubero, que clamaba por una vuelta de los valores comunistas dando menos valor a la dimensión institucional. En una apretada votación, Santiago logró el 54% de las adhesiones.
Marcos Daza es camarada del PCE y tiene 28 años. Reconoce que hay un sector muy crítico en el partido y en la juventud comunista, “porque sentimos que no se debe dedicar todo nuestro tiempo a la institución, a estar tensionados en el momento de las elecciones y no aportar una alternativa el resto del tiempo; queremos que el PCE deje de ser un partido palmero”. Asegura que el problema de todo radica en el capitalismo, que nos va a seguir explotando y que los impuestos que pagamos no se traducirán en un mayor estado del bienestar, “la desigualdad entre las élites económicas y la clase trabajadora continuará aumentando”. Desde su punto de vista, no considera que haya una brecha generacional, más bien considera es algo “transversal”, y afirma sin dudar que no habrá escisión en el PCE, pero advierte de que, en los últimos cuatro años, el partido ha perdido una cuarta parte de la militancia. “La dirección no ha hecho análisis ni autocrítica, más allá de que somos un partido con una media de edad elevada”, concluye.
La segunda situación es que en Madrid, Valladolid y Burgos se celebran asambleas socialistas desde hace un tiempo. Participa gente proveniente de grupos antifascistas, colectivos libertarios y desencantados con la izquierda castellana, principalmente, explica Jose Castillo, quien ha asistido a algún debate, que considera positivos. ¿Se replicará en breve?
Inquietud
La aparición de GKS creó inquietud. Posiblemente también lo hará Horitzó Socialista y cualquier movimiento que en pleno siglo XXI reivindique una revolución socialista y parezca que pase de largo por el aporte intelectual de figuras tan relevantes, al menos en Euskal Herria, como la teórica marxista Angela Davis, que hizo reflexionar sobre qué significa ser mujer, ser negra, ser lesbiana y ser comunista. Quizá sea más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo, quizá estos jóvenes aporten un destello a esa visión, o puede que su función sea empujar al espacio político que parecía su herencia natural hacia posiciones más innovadoras o expandir el ideal socialista más allá del País Vasco.
En cualquier caso, Mario Zubiaga considera que hay que valorar estos movimientos “con tranquilidad” y entenderlos como “algo positivo”. “No comparto su estrategia política de encapsularse en una sola línea concreta, ya que pienso que la estrategia adecuada es la de las alianzas, pero está bien que el pensamiento comunista no desaparezca y que la juventud milite en la izquierda”, razona después de hablar del reflujo de los movimientos soberanistas, del adanismo inherente a la juventud y la idea de matar al padre. “Si tus padres son de la izquierda abertzale, o te haces de Vox, o te radicalizas aún más. Hay ahí una cosa freudiana y, afortunadamente, la opción más radical no es la ultraderecha, sino profundizar en la dimensión de izquierdas”, concluye.
Jon Kortazar, profesor de Historia de la Universidad del País Vasco, añade que, además de la brecha generacional, hay que tener en cuenta que “los jóvenes no van a vivir como sus padres”, y que no solo están cuestionando el sistema, “también cuestionan los instrumentos políticos que sus padres desarrollaron, basados en cierto interclasismo”. Su reto, apunta, será ver qué pasa en diez o quince años, si seguirán ahí y si nuevas generaciones tomarán su relevo.
Desde Anticapitalistas, un partido con un claro cuestionamiento del sistema y cómo cogestionar sus instituciones, valoran la aparición del Mugimendu Sozialista como “una novedad positiva”, sobre la que están descubriendo sus discusiones, desarrollos y matices, indica Brais Fernández. “Consideramos positivo que un sector importante de la juventud militante apueste por recuperar las tesis del socialismo revolucionario. Es bueno que haya alguien que cuestione y plantee otro camino al de la cooperación leal dentro del régimen existente”, resume. “La situación me recuerda un poco a la de la autonomía juvenil de finales de los 70 y el PC italiano. Hay que saber dialogar y buscar alianzas, aunque no siempre sea fácil y a pesar de que la reacción de los aparatos suele ser defensiva”, concluye desde el sosiego que aporta la distancia.
Mientras, los dos últimos acercamientos políticos de EH Bildu son simbólicos en varios sentidos: Javier Madrazo, exmiembro de Ezker Batua y exconsejero de Vivienda con el Gobierno vasco en coalición con PNV y Eusko Alkartasauna, y Gemma Zabaleta, del Partido Socialista de Euskadi y exconsejera de Asuntos Sociales y Empleo con el Gobierno vasco en coalición PSE y PP. En junio comparecieron junto con Arnaldo Otegi en un acto político en el que el líder soberanista defendió un “frente amplio de izquierdas”. Las capas de la cebolla que busca la izquierda abertzale son cada vez más externas, situadas abiertamente en la órbita de Podemos y en el propio Partido Socialista e incluso PNV. También son añejas; Madrazo y Zabaleta tienen 61 y 65 años, respectivamente —Arnaldo Otegi, 64—. El acto sugirió reconciliación política y personal, votos en una franja demográfica poblada y el horizonte anhelado de conseguir desbancar al PNV de Ajuria Enea.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/politica/gks-matar-padre-resucitar-marx
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