Resumen Latinoamericano, 18 de septiembre de 2022.
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Que el sindicalismo chileno ha perdido gran parte o casi todo su contenido revolucionario y de resistencia como lo tuvo al inicio del movimiento obrero qué duda cabe. El proceso de burocratización, su profundización, perfeccionamiento y consolidación lo ha transformado cada vez más en verdaderos empleados del Estado patronal. Sin embargo, su nivel de borreguismo y legalismo sorprenden.
Fue durante la redacción de la Convención Constitucional que tanto el sindicalismo burocrático ligado a los partidos de “izquierda” neoliberalizados y mercantilizados junto al nuevo reformismo sindical agrupados en la Central Clasista, que de clasista nada, descorcharon una botella de champaña para festejar que el borrador constitucional consagraba la titularidad sindical, la conformación de sindicatos nacional (únicos) a lo que llamaron “demandas históricas” del movimiento sindical. La burocracia sindical se frotaba las manos. Si la clase política, su prima hermana, ya había logrado hace ya décadas tener el monopolio de la política, ahora, los burócratas sindicales se harían con el monopolio del sindicato.
Pero, la dirigencia burocratizada se quedó con los crespos hechos. El plebiscito del 4 de septiembre echó por tierra esas “conquistas” y ahora se vuelve todo a fojas cero en lo que se refiere a la redacción de un nuevo texto constitucional nuevamente desde la clase política, del Estado y donde los pueblos y la clase trabajadora ninguna influencia ni poder de decisión, pero nuevamente esa dirigencia amarilla estirará la mano al patrón para ver si le cae alguna migaja.
Pero hay algo más en todo esto y que no cuadra.
¿Desde cuándo los trabajadores le deben pedir permiso al patrón para organizarse? ¿Desde cuándo la clase trabajadora debe esperar la promulgación de alguna ley para avanzar a grados superiores de organización y lucha? ¿Acaso no es cierto aquello que los derechos no se mendigan, sino que se arrebatan?
Esto no lo entiende la burocracia sindical.
Desde 1990 hasta hoy la burocracia sindical no ha puesto en el centro la lucha por levantar y fortalecer la independencia de clase, la autonomía sindical ni menos el levantar un pliego único nacional y popular del conjunto de lo trabajadores y de los proletarios. Por el contrario, aparte de ser condescendientes y parte de las políticas neoliberales y contrainsurgentes, han cooperado enormemente con la fragmentación del movimiento sindical y con el amplio movimiento de los trabajadores provocando un profundo desprestigio y descrédito a la lucha de los trabajadores con numerosos casos de corrupción, abusos y traiciones. Tanto es así que los niveles de rechazo al sindicalismo pueden perfectamente alcanzar niveles similares de rechazo al que hoy tiene la clase política. Pero la desvergüenza no tiene límites.
Si desde 1990 hasta hoy el “sindicalismo” no lucho por provocar la unidad del movimiento sindical ni tampoco construir los sindicatos únicos nacionales por rama, Sindicatos Ramales, ahora que fracasó la aprobación del texto constitucional, la creación de esos sindicatos ramales serán aplazados por esta dirigencia que se mantiene en su zona de confort al interior del poder anti obrero. Se olvidarán de esa “demanda histórica de la clase” ya que el patrón, o un sector de ellos, no se los permitió. Volverán como borregos a las mesas tripartitas a ver si son aceptados a la mesa del patrón, si les toca alguna sobra del banquete.
Los Sindicatos Ramales.
Los sindicatos ramales tienen sentido e importancia en la medida que estos nazcas desde abajo, desde la maduración y lucha de la clase trabajadora como consecuencia de la agudización de la lucha de clases y que este nacimiento vaya de la mano de la maduración del necesario proyecto revolucionario, proyecto en el cual la clase trabajadora cumple un rol crucial.
Los sindicatos ramales tiene sentido en cuanto estos deberían también ser la herramienta para que las bases sindicales desbanquen a esa dirigencia amarilla y entreguista, que sea una herramienta efectiva para la recuperación de la independencia de clase, y para la que la democracia obrera florezca. Ese desbancar a la dirigencia entreguista, en términos de la base sindical, debe llevar también a la superación de los sindicatos burocratizados para dar paso a la conformación de los consejos obreros, a levantar la bandera del control obrero / acción directa en el actual contexto de capitalismo contrainsurgente.
Los sindicatos ramales, y sus petitorios nacionales, tienen sentido en la necesidad, desde todo lo dicho anteriormente, en la lucha por la unidad del movimiento de los trabajadores, pero también en la necesidad de convertirse en una herramienta de importancia en la superación de la sociedad capitalista y la instauración del socialismo entendiendo este como un proceso revolucionario desde abajo donde la socialización de los medios de producción tendrá como centro precisamente el control obrero.
Desde esta perspectiva los sindicatos ramales no pueden ser concebidos, como lo hace la burocracia sindical, como una herramienta de negociación con la patronal sino como una herramienta de lucha y de combate desde la cual la patronal es vista como enemiga de clase y no como un aliado.
Los sindicatos ramales deben incorporar, desde este proceso, una visión de resistencia, revolucionaria e insurreccional de la lucha de los trabajadores. Así, como los trabajadores se deben sacudir aquello de las “huelgas legales, regladas” por la legislación burguesa-patronal, y volver la vista hacia las Huelgas Salvajes, el paro productivo debe tener su epicentro en para la producción desde los territorios, desde las comunas y ahí los Paros Comunales Productivos cobran una importancia estratégica en el camino hacia la insurrección de la clase trabajadora contra el capital. Porqué ¿acaso no es la emancipación de la clase trabajadora, romper con el yugo del capitalismo el verdadero proyecto del amplio movimiento de los trabajadores?
El otorgamiento de esos “sindicatos ramales” por la patronal, consagrado el proyecto de constitución que perdió, no era más que el intento por “nacionalizar” la burocracia sindical y producir un mayor sometimiento del amplio movimiento de los trabajadores que se movilizó durante los cinco meses del estallido social (2019) y que ejerció la violencia popular al margen tanto de la clase política como de la burocracia sindical. Si la lucha callejera iba en contra de esa clase política, representante de la oligarquía, si la consigna que se hizo masiva fue, entre otras, ¡QUE SE VAYAN TODOS! esta incluía también a esa consolidada y enquistada burocracia sindical.
El fracaso del sector burgués que ha intentado levantarse como hegemónico al interior del Bloque de Poder Dominante (Apruebo Dignidad, ex Concertación), tiene que dar paso para que los sectores, colectivos pequeños, aunque empeñosos, de la fragmentada izquierda revolucionaria que se encuentran al interior de la clase, avancen a paso firme para crear espacios de convergencia y unidad de esa izquierda revolucionaria pero también para producir esa unidad tan importante de la clase trabajadora e impulsar desde este sector la creación de los sindicatos ramales unidos a este proyecto revolucionario. Esto también requiere también de un rearme ideológico de los trabajadores y de los revolucionarios ante un contexto político que se muestra complejo.
Aunque complejo, esto no justifica en nada que algunos, aun desde la izquierda revolucionaria, perciban que la derrota de la opción Apruebo signifique un “retroceso de la conciencia de clase” por parte del pueblo. Nada de eso. Analizar el plebiscito en cuanto a preguntarse si ganó la izquierda, el centro o la derecha es un grave error. Desde la perspectiva de clase, quien ganó claramente fue, nuevamente, la clase burguesa, la patronal, porque más allá de las opciones ficticias Apruebo / Rechazo la burguesía logró revalidar la democracia burguesa, el electoralismo (más de 13 millones de votantes) y logró mantener la crisis y sus expresiones mayoritarias de descontento al interior de la institucionalidad. Apruebo / Rechazo son al final la representación política de las “dos almas” al interior de clase dominante. Es expresión de sus contradicciones donde la clase trabajadora nada tiene que hacer.
Lo anterior, posición de clase ante el plebiscito, es crucial porque no se puede seguir pensando que al interior de la clase burguesa existen sectores de izquierda ni menos revolucionarios con los cuales se podría llegar a acuerdos y alianzas. Interpretar a una de las opciones como proclives a los intereses de los trabajadores es no comprender el proceso de neoliberalización de los antiguos partidos obreros (reformismo obrero Partido Comunista y Socialista) y del nacimiento de la nueva socialdemocracia (Frente Amplio). De ahí la importancia que los sectores revolucionarios y los trabajadores se rearmen ideológicamente. La clase debe pensar la realidad con cabeza propia y la debe transformar con sus propios brazos usando para ello sus propias herramientas: las palas, los chusos, las picotas, la informática, la enseñanza, el arte, la cultura y transformarlas todas en lanzas para la insurrección.
Fuente: El Porteño Chile
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