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09 septiembre 2022

Madre Teresa, una escalera al cielo

 Ezequiel Kopel
La intención de la Madre Teresa siempre fue la misma: ayudar a los desposeídos a “soportar” su sufrimiento (“la pobreza es libertad”, repetía)

Estaban todos, nadie había querido faltar. La cita, el Vaticano; la fecha, 19 de octubre de 2003, el motivo, la beatificación de una monja mundialmente conocida: la Madre Teresa.

La fiesta tenía un organizador. Juan Pablo II se venía preparando para la reunión, más o menos, desde hacía unos seis años. Había invitados. 300 mil peregrinos de todas las latitudes que se mezclaban con políticos, líderes mundiales, religiosos y periodistas. Ubicados de forma estratégica en la primera fila se encontraban los homenajeados por transición: pobres, enfermos y discapacitados, acompañados de unas simpáticas mujeres de túnicas blancas y visos celestes conocidas como las Misioneras de la Caridad. En la ceremonia, también, estaba una mujer india llamada Mónica Besra que -según el Vaticano- fue curada por un milagro de la Madre Teresa en 1998, un año después de la muerte de la actual beata y futura santa. Y, detrás de toda esta celebración, una idea: para ayudar a alguien tenés que ser un santo.

Camino a la fama

El origen de la mundialización de la figura de la Madre Teresa puede rastrearse en un documental de la BBC del año 1969, Something beatiful to god, que Malcolm Muggeridge realizó en Calcuta sobre su trabajo y su figura. Le siguió un exitoso libro titulado igual que el film, traducido a 13 idiomas, con miles de ejemplares vendidos y reeditado dos decenas de veces. Antes ser catapultada en escalera mecánica a la conciencia moral del mundo, la Madre Teresa era una desconocida monja que, desde hacía 20 años, lideraba una congregación, la “Misión de la Caridad”, de la cual la población de Calcuta conocía poco o nada, y viceversa. Poco tiempo después de la publicación del devocional análisis de Muggeridge, la monja comenzó a recibir una catarata de reconocimientos mundiales: el Premio Nobel de la Paz en 1979, el Bharat Ratna (la mayor condecoración que puede recibir un civil indio) en 1980, y la Medalla Presidencial de la Libertad (otorgada por el presidente de los EEUU) en 1985.

La Madre Teresa nació como Agnes Gonxha Bojaxhiu en 1910, en Skopje, por ese tiempo parte del Imperio Otomano (hoy República de Macedonia), de padres albaneses. El 24 de mayo de 1932 tomó sus votos finales en Darjeeling, India, y en 1950 inauguraba, en una India recién independizada, la “Misión de la Caridad” con el fin de ayudar a los huérfanos del lugar. En 1957 comenzó a trabajar con leprosos y enfermos. Y, ocho años más tarde, el papa Pablo VI le permitió expandirse a otros países. Al momento de su muerte, su Orden estaba esparcida en más de 120 países. Actualmente es la religiosa femenina más popular y respetada del mundo; sólo basta con parar a alguien en la calle y preguntar por ella: es tal la devoción que se puede criticar a Dios, pero no a la Madre Teresa.

 Mentiras verdaderas

La intención de la Madre Teresa, que compartía con Juan Pablo II, siempre fue la misma: ayudar a los desposeídos a “soportar” su sufrimiento (“la pobreza es libertad”, repetía), divulgar su credo religioso y convertirse en un mito, cueste lo que cueste. Por supuesto, su vida -y obra- está llena de contradicciones. Las más “simpáticas” rememoran las diferencias entre sus declaraciones y actos: repetía que quería morir de la misma manera en que lo hacían los pobres en su hogar de Calcuta, pero terminaba recibiendo tratamiento médico en los centros más sofisticados del mundo, como la Clínica Scripps, en California o el Hospital Gemelli, en Roma. La difusión del mito de la Madre Teresa, hasta el día de hoy, repite un patrón: la exaltación de su trabajo caritativo. La prensa, a veces, exageró, otras mintió, pero la mayor fuente de las “discordancias” sobre su obra fue ella misma, como cuando manifestaba el gran número de indigentes que sus monjas “levantaban” de las calles de Calcuta. En 1979 decía: “Nosotras levantamos más de 36 mil personas, solamente de las calles de Calcuta, de las cuales 18 mil han tenido una bella muerte”. Pero cinco años antes, en febrero de 1973, ya había citado el mismo número de “levantados” para la ciudad india durante la “Conferencia sobre Ecología y Población” desarrollada en Sidney.

Lo cierto es que su “ideología” médica era la de no intervenir: “Dios decide quién vive y quién muere”. A contramano de la mitología internacional, la Madre Teresa nunca tuvo un hospital en Calcuta ni tuvo la intención de crear una infraestructura seria para el tratamiento médico de pobres y enfermos, aunque contara con los recursos para hacerlo. Como acostumbraba decir: “Yo no soy una trabajadora social”. Hay una enorme discrepancia entre su imagen y su obra que fue, ni más ni menos, un culto que glorificó el sufrimiento. Robin Fox, otrora editor de la prestigiosa revista de medicina, Lancet, concurrió a la famosa “Casa para los moribundos” – como las denominaba la misma Madre Teresa- en Calcuta y escribió sobre esa visita en la publicación, el 17 de septiembre de 1994. “La Madre Teresa prefiere la “divina Providencia” antes que el planeamiento” (…) Es por eso que las cualidades más importantes del régimen son la limpieza, la curación de heridas e inflamaciones y el amor generoso al prójimo (un requerimiento obligatorio era que todas las prescripciones estén escritas en lápiz, para que luego puedan ser borradas y así se pueda usar el papel de vuelta -o quizás para no dejar pruebas en caso de litigios-). Si usted le manda dinero al hogar de la Madre Teresa no espere que sea usado en algún tipo de ´lujo´, por pequeño que sea, como calmantes o medicinas”.

 La otra misión

Esta militante encendida en contra los postulados del Segundo Concilio del Vaticano nunca fue ambigua respecto de su meta real: combatir la legalización del aborto. Oportunidad que no desaprovechó en la mediática entrega de su Premio Nobel cuando, desde el pulpito nórdico, expresó: “Yo creo que, hoy, la mayor amenaza a la paz mundial es el aborto porque es una guerra directa, una matanza directa, y un asesinato directo efectuado por la madre en persona. (…) Muchos se preocupan por los chicos, como aquellos de África, que mueren en gran número por la hambruna o por otras razones, pero millones de chicos mueren intencionalmente por el deseo de sus madres”.

Sus discursos tenían siempre la misma estructura: primero comenzaban con el tema de la pobreza (tanto de cuerpo como de mente) y luego continuaban con una larga diatriba contra el aborto. La solución a este problema siempre era la misma: “Dios proveerá”. Cuando el periodista argentino Daniel Hadad, quien le realizó una entrevista televisiva en la década de los 90, le preguntó qué pensaba acerca del uso de preservativos para evitar el contagio del HIV, la monja, que consideraba que los infectados habían sido castigados por la justicia divina debido a sus “conductas sexuales inapropiadas”, le contestó: “No lo sé, no me mezclo con esas cosas. Mi tarea es ayudar a los enfermos a morir en paz con Dios y de forma bella”.

Ropa limpia, negocios sucios

Mientras que la reputación de una persona se juzga por sus acciones, en el caso particular de la Madre Teresa el fenómeno se dio a la inversa. Sus acciones fueron juzgadas por su reputación (una santa, un ser humano dedicado al servicio de los más necesitados). Una lógica maliciosa, ya que la Madre Teresa se relacionó estrechamente con sangrientos dictadores (a “Baby Doc” Duvalier lo denominaba “amante de los pobres”) y controvertidos millonarios (hasta el último día de su vida denuncio la “persecución” contra el notorio banquero Charles Keating condenado por un enorme fraude) con el fin de poder expandir y financiar su Misión. Como dato de color, en 1979 y 1982, las veces que visitó Argentina (se reunió con el dictador Reynaldo Bignone) evitó formular declaraciones que comprometieran a la “católica” Junta Militar mientras los medios que cubrían su estadía informaban que “sólo reza todo el tiempo”. La pregunta es ¿por quién?

Por el contrario, a los ricos, a cambio de favores o sólo por compartir su ortodoxia, les permitía todas clases de indulgencias mientras que a los pobres les predicaba obediencia y resignación. Por ejemplo, antes de que en 1995 se produjera un referéndum en la República de Irlanda para legalizar el divorcio civil, la Madre Teresa le escribió una carta al Parlamento y a la población tratando de convencerlos de que votaran en contra de su promulgación. Aunque, en un claro doble estándar, en abril de 1996 pidió públicamente que se le permitiera el divorcio a su querida amiga, la princesa Diana de Gales.

En público, la Madre Teresa no exigía dinero, pero instaba a sus seguidores a realizar sacrificios para los pobres, a “dar hasta que duela”. La revista alemana Stern publicó, en el aniversario de su muerte, el 10 de septiembre de 1998, una terrible crítica sobre las finanzas de las Misioneras de la Caridad. El artículo, titulado “Madre Teresa ¿dónde están tus millones?”, explicaba que la organización no merecía ser denominada una fundación caritativa y que, esencialmente, era una Orden religiosa cuya única intención era la expansión. El autor de la nota concluía que se llegaban a juntar más de cien millones de dólares por año y que la mayor parte se encontraba en el Banco del Vaticano. Y lo que pasa con ese dinero, es un secreto que ni a Dios se le permite conocer.

Mi pobre angelito

El procedimiento que utiliza la iglesia católica para declarar a un “santo” requiere de dos etapas: la beatificación y la canonización. La primera parte concluye cuando se estipula que una persona es “beata” (que ha ingresado al cielo). La canonización completa el proceso y el individuo se convierten en un “santo”. Un milagro se necesita para la beatificación y otro para la canonización. Anteriormente, se estipulaba que los milagros fueran dos, en cada una de las etapas, pero Juan Pablo II acortó la cantidad; de este modo, santificó a más personas que todos sus predecesores juntos a lo largo de dos mil años.

El “milagro” que permitió la beatificación de la Madre Teresa fue el de una mujer india, Mónica Besra, que sostuvo que fue curada de un cáncer de útero luego de que las “Misioneras de la Caridad” le colocaran una imagen de la fundadora de la Orden sobre su vientre. No obstante, los médicos que la atendieron manifestaron que las medicinas que le habían recetado fueron las que eliminaron un quiste causado por tuberculosis. De esta manera, la Madre Teresa se convirtió en la “beata” más expeditiva de la historia y pasó a formar parte de un selecto grupo que integran fascistas como José Maria Escrivá, antisemitas confesos como el papa Pío IX y personajes de dudosa existencia histórica, como Juan Diego, de México.

Doce años después de su beatificación, el 19 de diciembre de 2015, el actual papa 'progresista' Francisco I aprobó un segundo milagro para la Madre Teresa, allanando el camino para que la difunta monja sea canonizada el próximo año. El Vaticano, en un breve comunicado, anunció que el pontífice argentino había aprobado el milagro luego de “confirmar” que un brasileño se había curado de múltiples tumores cerebrales en 2008, tras rezarle constantemente a la religiosa albanesa. No obstante, la decisión de Francisco I elude una norma establecida en 1917, según la cual debe transcurrir un mínimo de 50 años entre la beatificación y canonización, con el objetivo de eliminar a posibles impostores y, así, “certificar” que la santidad de una persona no sólo se basa en su propia popularidad. Una verdadera “escalera al cielo” para la primera santa mediática del siglo XXI.

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