La Crisis de Octubre a los 60, además de ser un panel auspiciado por la Unión de Periodistas de Cuba y la revista Temas, fue una magistral clase de historia que tuvo muchos protagonistas: por un lado, los profesores Fabián Escalante, José Juan Sánchez, Tomás Diez Acosta y Oscar Larralde y por otro, los oyentes devenidos prosumidores porque unas horas más tarde el debate se enriqueció con sus intervenciones.
El sociólogo y director de la publicación convocante, Rafael Hernández, condujo el conversatorio y advirtió –de manera “autoritaria”– que cada exposición debía rondar sobre los 12 minutos para intentar ilustrar la perspectiva cubana de “la materia prácticamente inexplorada” que se corporiza en la denominada Crisis de Octubre, en el año 1962.
Tras ese propósito, el Doctor e investigador Fabián Escalante precisó que “para analizar objetivamente cualquier hecho histórico es imprescindible situarlo en el escenario en el cual se desarrolla”, de ahí que realiza una minuciosa caracterización de la crisis, como “el cénit de la Guerra Fría” y “como el resultado directo de las agresiones iniciadas por Estados Unidos después de enero de 1959”.
El emplazamiento de los misiles nucleares el 14 de octubre de 1962 fue aceptado por el Gobierno de Cuba –de acuerdo con Escalante– como muestra de solidaridad con el propósito de consolidar el poderío del campo socialista.
Para el historiador, algo queda claro: “Con misiles o sin ellos se iba a producir una crisis en el Caribe porque Cuba siempre estaría dispuesta a defender su independencia y seguridad nacional”, no por una convicción ideológica –resaltó más adelante– sino por una convicción patriótica “heredada de los mambises cubanos y de nuestros ancestros”.
Al hablar sobre la decisión de trasladar los cohetes a Cuba, “acción relacionada con la disparidad de la correlación de fuerzas entre Estados Unidos y la Unión Soviética”, el investigador del Instituto de Historia, Tomás Diez Acosta, destacó que no se tuvo en cuenta la agresión de Estados Unidos a Cuba como una de las causas directas de la crisis”.
Conectado a través del sistema de videoconferencias de la UPEC, el historiador José Domínguez se refirió al “pensamiento nuclear” del Comandante en Jefe Fidel Castro, que no “permaneció congelado en la década de los años 60, sino que evolucionó” con el paso del tiempo.
Asimismo, el coronel retirado Oscar Larralde, exartillero y escritor, intervino en la videoconferencia desde la ciudad de Holguín. Contó por esa vía detalles del derribo por fuerzas antiaéreas soviético-cubanas del avión espía norteamericano U-2 en aquella zona del oriente cubano.
Larralde, que en 1962 era un joven de solo 16 años, pero aun así estaba movilizado, conoció entonces las alertas de Fidel sobre los vuelos enemigos rasantes y fue testigo de episodios relacionados con la decisión de cortar de dos cohetazos aquella intromisión por aire.
Participante en la gesta y luego especialista en inteligencia militar, Larralde escribió el libro Crisis de Octubre. Península de Ramón, en el que describe en detalle el proceso de derribo del U-2 y otros hechos importantes en zona holguinera.
Desde Estados Unidos, Peter R. Kornbluh, estudioso del Archivo de Seguridad Nacional, abordó la actualidad de conflictos como el analizado, reflejada en las muy recientes palabras del presidente norteamericano, Joe Biden, en el sentido de que, después de la Crisis de Octubre, vivimos hoy la primera gran amenaza del uso del arma nuclear, en torno al conflicto en Ucrania.
El investigador comentó que su institución aspira a acceder a todos los documentos del mundo vinculados al acontecimiento de 1962 y, por ello, reiteró la petición de que la parte cubana desclasifique más información. Kornbluh consideró, como el resto de los panelistas, que el ángulo cubano en esta historia no está todavía bien representado en el trabajo académico público.
En medio de comentarios muy interesantes de todos los ponentes, es probable que la intervención del Doctor José Juan Sánchez, profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI), haya reunido los elementos más novedosos de la jornada, considerando que el especialista abordó las complejas motivaciones internas que el liderazgo soviético tuvo para proponer a Cuba el emplazamiento de los cohetes en su territorio.
La Revolución Cubana triunfó, según Sánchez, en un momento difícil para la Unión Soviética porque la dirección de su Partido Comunista (PCUS) consideraba que la Isla, como toda América Latina, era parte de la zona de influencia de Estados Unidos y, por ello, no era prudente hacerle interferencia a aquel. De igual modo, el Kremlin presumía que esa postura sería reciprocada por la Casa Blanca en cuanto a la posición de esta sobre los países socialistas de Europa Oriental.
Entonces, cuando Cuba solicitó a Checoslovaquia armamentos para su defensa, la URSS —cuya aprobación en este sentido determinaba en todo el campo socialista— lo autorizó si involucraba solamente armamento ganado a los nazis, en la Segunda Guerra Mundial, pero no armas propiamente checas.
Por otro lado —explicó el profesor del ISRI—, al interior de la URSS había descontento con las reformas del presidente Nikita Jrushchov de 1957, cuyos resultados no satisfacían. Se producía una franca lucha entre los conceptos de Jrushchov y los de los viejos lineamientos del PCUS, lo que a la larga le costó, en octubre de 1964, el puesto al estadista.
“La URSS no estaba preparada para un fenómeno como la Revolución Cubana”, afirmó Sánchez con todo aplomo. A su juicio, ello respondía a que en la gran nación euroasiática no había un concepto propio en torno a la revolución de liberación nacional, algo mejor comprendido en la época, dentro del campo socialista, por China y Yogoslavia.
La mayoría, en la cúpula del PCUS, se inclinaba por no exponer los pasos que daban en la —a la larga— frustrada política de coexistencia pacífica con Estados Unidos. En esa situación vulnerable, Jrushchov intuyó algunas ventajas políticas en involucrarse con Cuba, como mostrar que él podría avanzar más que Stalin, mejorar la imagen ante el pueblo y procurar un apoyo geográfico externo que compensara el desbalance militar y estratégico entre la URSS y Estados Unidos, a favor del segundo en ese momento, en particular en el campo de la cohetería nuclear.
Por ello, pese a una primera negativa del PCUS a enviar armas que Cuba había pedido a Polonia, en septiembre de 1959, Jrushchov dio el visto bueno al envío.
Estas fuerzas en la URSS, reacias a abrirse a Cuba —que tenían en minoría al propio presidente—, obstaculizaron no solo el avance de las relaciones económicas y comerciales; también extendieron sus reparos al reflejo de la pujante realidad cubana en los medios de prensa soviéticos.
Jrushchov también creó condiciones para abrir el panorama de la joven Revolución en los medios de su país, lo que provocó —comenta el profesor Sánchez— un enorme entusiasmo en la población soviética, que protagonizó largas colas, frente a la embajada cubana en Moscú, para ofrecerse a pelear en Cuba en los días de la Crisis de Octubre. A la postre, más de 40 mil soviéticos estuvieron en la Isla en ese episodio.
Las preguntas de los asistentes al evento —en buena medida no respondidas, dado el dilema del limitado tiempo de un encuentro de una sola sesión y la complejidad del asunto a tratar— giraron en torno a las imprecisiones en el avance del proceso escritura-traducción-interpretación final de una carta histórica del líder cubano, Fidel Castro, al presidente Jrushchov, a la posibilidad actual del “Armagedón nuclear” esbozado por Joe Biden y a la continuidad de planes agresivos de la CIA contra Cuba.
A modo de resumen y tras el intento de aclarar algunas de esas interrogantes, los panelistas hicieron cortas intervenciones. El profesor Sánchez afirmó que Cuba, que no pidió los cohetes, no tenía sin embargo otra opción que aceptarlos para su defensa, en tanto su armamento era insuficiente para la agresión que se le venía encima y tampoco podía conseguir un proveedor que la dotara de lo que realmente necesitaba al respecto.
A su juicio, entre las consecuencias todavía palpables de la mala solución del conflicto están la continuidad de la usurpación de nuestro territorio, en la base naval de Guantánamo, y la persistencia del bloqueo estadounidense a Cuba, cuyo cese, en ambos casos, hubiera sido exigido a la Casa Blanca por el Gobierno Revolucionario si la Unión Soviética no acordara, con el enemigo común de ella y de los cubanos, dejar a la Isla fuera de la mesa de negociación.
El experto sostiene además el criterio de que otra consecuencia de la mala gestión de aquella crisis por parte de las dos superpotencias del momento es que, a partir de ahí, varios países entendieron que solo desarrollando sus propias armas nucleares blindarían su seguridad nacional.
Sobre los días que corren, José Juan Sánchez se dijo desconcertado: no entiende, en medio del peligro actual, la “tranquilidad” de la humanidad. “Ni siquiera se negocia, aunque la guerra está en marcha”, lamentó.
En su última intervención, el Doctor Tomás Diez Acosta, investigador del Instituto de Historia de Cuba y escritor, apuntó que lo que destapó la Crisis de Octubre no fueron los cohetes rusos sino la política agresiva de la Casa Blanca.
Esa agresividad imperial condujo a la mayor movilización militar en la historia de Cuba, fijada por el profesor Diez Acosta en 269 000 combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a los que se sumaron 150 000 hombres en batallones populares y miles en otras estructuras; todos los cuales sumaron el medio millón sobre las armas en un país pequeño que para la fecha tenía apenas siete millones de habitantes.
Por su parte, en la clausura del evento, el Doctor Rafael Hernández comentó que la Crisis de Octubre dejó, entre otras, la lección de que no se debe confiar la seguridad de un país al apoyo de ninguna potencia. De igual modo, refirió una realidad, lamentable, que todos constatamos: el fin de aquella crisis no hizo al mundo más seguro.
Fuente: http://temas.cult.cu/con-misiles-o-sin-misiles-habria-crisis-de-octubre/
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