Por Geraldina Colotti, Resumen Latinoamericano, 12 de octubre de 2022.
En el reino de Narnia, los ratones gobiernan y los humanos se matan unos a otros por las costras de queso. Con todo respeto por las ratas y por su notable organización social, esta es la vara de medir para entender la farsa de Guaidó y compinches contra el pueblo venezolano. Una realidad virtual que, al no necesitar prueba concretas, puede prolongarse indefinidamente, con la complicidad de quienes, dentro y fuera del país, continúan beneficiándose de ella.
Adoptar la perspectiva de Narnia implica una narrativa que la sustente y que lleve a mirar el mundo desde el fondo del vaso, a verlo siempre lleno, o al menos medio lleno. Así aparece la lectura difundida por la prensa hegemónica sobre la 52 asamblea de la OEA, realizada en Lima, Perú, el pasado 4 de octubre. Reunión a la que asistieron los cancilleres de la mayoría de los países de la región, quienes dieron la bienvenida al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, de regreso de un viaje por Colombia y Chile.
Se ha hablado de “Democracia y crisis mundiales”, por tanto, más que nada de la crisis determinada por el conflicto de Ucrania, sus repercusiones en el continente, pero también de las crisis ambientales y regionales: “Nicaragua, Haití, Venezuela, Cuba y las migraciones”. Para el secretario general de la OEA, Luis Almagro, la obsesión sigue siendo la misma, atacar a los gobiernos socialistas y progresistas de la región: Cuba, Venezuela, Nicaragua, aunque han decidido abandonar «el ministerio de las colonias», como definió Fidel Castro a sus tiempo el organismo.
Una manifestación más tuvo lugar, como sabemos, durante el golpe de estado en Bolivia contra Evo Morales en 2019, en la que Almagro, siempre dispuesto a blandir la «Carta Democrática» en una sola dirección, apareció nuevamente en primera fila, allanando el camino para la “autoproclamada” presidenta Janine Añez. El fracaso de la farsa de las autoproclamaciones ahora es admitido abiertamente, incluso por la prensa estadounidense: “Le guste o no a Estados Unidos, Maduro es el presidente de Venezuela”, escribió recientemente el New York Times.
Que por los halcones en Washington el esquema sea difícil de morir, sin embargo, se ha visto en la narrativa mediática tras la votación en la OEA de la propuesta para sacar al representante de Guaidó, Gustavo Tarre Briceño, una vieja herramienta de la Cuarta República. Con base en 34 Estados Miembros, la propuesta recibió 19 votos a favor (Panamá, Perú, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago, Antigua y Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Chile, Colombia, Dominica, Granada, Honduras y México), cuatro en contra (Paraguay, Estados Unidos, Canadá, Guatemala) y nueve abstenciones (Jamaica, República Dominicana, Uruguay, Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guyana y Haití), mientras que dos delegaciones estuvieron ausentes.
La propuesta, por tanto, no pasó, pero sólo tirando de los pelos al voto, los medios hegemónicos lograron presentar el resultado como una victoria a celebrar. En realidad, incluso esta votación, dentro del decrépito organismo internacional, fotografía la crisis hegemónica del modelo Almagro y la nueva ola progresista que ha afectado América Latina: y que, de ganar Lula el 30 de octubre en Brasil, llevaría a lo que seis de las principales economías del continente (Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia y Perú) estarían dirigidas por gobiernos de izquierda.
Una situación de la que Blinken es muy consciente, considerando que, en junio, en la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, tuvo que recoger tanto las protestas durante las que se pedía la dimisión de Almagro, como la molestia expresada por varios presidentes (México, Argentina, Chile, Bolivia) por no haber invitado a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Ahora, las declaraciones finales han aprobado «por aclamación» una resolución sobre la «profunda preocupación» por el continuo «deterioro de los derechos humanos en Nicaragua», que pide a «Nicaragua que garantice el acceso pleno y sin trabas a su territorio de los organismos internacionales de derechos humanos en espíritu de transparencia y responsabilidad”. El clima, sin embargo, ha cambiado, incluso para Almagro, investigado por la OEA por una posible “violación al código de ética”, debido a una relación íntima con una funcionaria de origen mexicana.
Aunque en otro contexto, con un procedimiento similar y con la misma motivación, el hombre de Trump, el cubano («gusano») Mauricio Claver-Carone, fue destituido de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En 2020, su nombramiento generó una discontinuidad histórica en el organismo, tradicionalmente encabezado por un latinoamericano, que llevó a la presidencia, por primera vez desde su creación, en 1959, a un estadounidense, aunque de origen cubano. Ahora, la candidatura más exitosa es la de Argentina.
Para apoyar al reino de Narnia, sin embargo, existe una poderosa red de grupos de presión, basada en el lucrativo comercio de los «derechos humanos», utilizada como arma por las agencias norteamericanas. Un río de dinero que la administración estadounidense desembolsa cada año con este fin, con el apoyo de los vasallos europeos, y que sirve para pilotar «emergencias», para entregar cuantiosos premios, y para orientar los medios y las decisiones en los órganos correspondientes.
Y así, al frente del coro de júbilo por la no reelección de Venezuela al Consejo de Derechos Humanos, estuvo Louis Charbonneau, director para Naciones Unidas de la ONG Human Rights Watch (con sede en Nueva York). El esquema es siempre el mismo: se encarga un informe preconstituido, elaborado por presuntos expertos independientes, con la complicidad de los medios de comunicación, que en cambio silencian otros informes verdaderamente independientes, pero de signo contrario; se presenta con un gran estruendo de trompetas unos días antes de la votación en los organismos, y luego se deja espacio para la acción lobbista que debe orientar el resultado.
En este caso, luego de una votación secreta, no pasó la candidatura de Venezuela, sino la de Chile (con su atuendo de manifestantes cegados y nativos encarcelados) y Costa Rica, que ciertamente no tiene problema en reprimir las luchas de masas, pero se destacó por el ataque a Nicaragua sobre el tema de las ONG. La derecha comentó de inmediato, satisfecha de que China y Rusia hayan perdido un apoyo importante. “Elegir a Venezuela -dijo Charbonneau- habría significado abofetear a los millones de venezolanos que sufren violaciones a los derechos humanos y a los millones que se han visto obligados a huir de este Estado fallido”.
Una bofetada, sobre todo, a la billetera de los partidarios del reino de Narnia, y al lucrativo negocio de los “migrantes venezolanos” que se desinfla con la llegada de Petro a la presidencia de Colombia.
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