Una piedra de granito en el barrio Jardim de Sao Paulo carga una historia de olvidos y vandalismo: allí la policía asesinó al guerrillero comunista en 1969, símbolo de la resistencia a la dictadura. Hoy cuesta encontrar el monolito que lo recuerda porque se robaron una placa que la señalizaba.
Una piedra de granito, que apenas supera el metro de altura, convive con un árbol vecino. Cuesta encontrarla de a pie. Ni siquiera está señalizada. Nadie que camine por la vereda con baldosas en cuadrillé repara en su significado, a no ser que conozca su historia. Es como un monolito al que arruinaron una y otra vez. Le arrojaron pintura roja y le robaron una placa que llevaba adherida. Se ubica sobre el 815 de la calle Alameda Casa Branca, en Barrio Jardim, uno de los más acomodados de San Pablo. Hoy es lo que queda del memorial Carlos Marighella. En ese lugar, el 4 de noviembre de 1969, decenas de integrantes del DOPS (Departamento de Orden Político Social), emboscaron y mataron de cuatro balazos al guerrillero comunista. Un símbolo de la resistencia contra la dictadura brasileña además de militante bahiano, preso político durante casi una década, diputado proscripto, escritor y destacado alumno de ingeniería.
Jean Paul Sartre le profesó admiración y apoyó su causa desde Francia. Jorge Amado, su compañero de bancada en el PC, compartió con él la escritura de discursos que leían otros. Caetano Veloso le dedicó la canción Un comunista. El arquitecto Oscar Niemeyer diseñó la lápida de su tumba en Bahía. Wagner Moura dirigió una película taquillera que lleva su nombre. Ése es Marighella, el de la piedra desnuda, el de la trayectoria revolucionaria cuyo recuerdo perturba en tiempos de Bolsonaro, un presidente en retirada.
“Un mulato de Bahía, muy alto y mulato, hijo de un italiano y una hausa negra” canta Veloso en su conocido tema de 2012. Poco más de un siglo antes, el 5 de diciembre de 1911, nacía Marighella en Salvador de Bahía. Amado, el autor de Los capitanes de la arena, le dio vida en otra de sus novelas. Llamó al personaje por su nombre de pila, Carlos. El guerrillero era un hombre espigado, usaba lentes, tenía una sonrisa fácil, gustaba de la música samba y no le escapaba a las tareas domésticas. Su padre, un mecánico socialista, le había marcado el temprano camino de la izquierda.
Muy jovencito se unió al PCB y cayó preso por primera vez en 1932. Las detenciones serían una marca continua en su vida. Estuvo encarcelado en dos islas: Fernando de Noronha e Ilha Grande. La primera se había convertido en base militar cuando Brasil entró en la Segunda Guerra Mundial.
El barrio Jardim paulista de calles empinadas, edificios en torre y que respira en el Parque Ibirapuera – el pulmón más grande de la ciudad-, no conoce demasiado de esa historia tan pretérita. Mucho menos desde que robaron la placa colocada en 1999, durante el gobierno de Celso Pitta – el segundo alcalde negro en la historia de San Pablo, cuando se cumplieron 30 años de la desaparición física del guerrillero: “Aquí cayó Carlos Marighella el 4/11/69, asesinado por la dictadura militar”, decía. A menos de un año de su inauguración, ya había sido vandalizada. Un nostálgico de la dictadura militar escribió: “Aquí fue ejecutado el terrorista Carlos Marighella. Aquí triunfó la justicia”.
Hoy solo queda una marca de la placa sobre la piedra. Una pieza de granito que suele servir de orinal a los perros de los vecinos y a la que suelen peregrinar militantes de izquierda de Brasil u otros países, como los intelectuales que firmaron el pedido para que se colocara el monolito hace 23 años.
A media cuadra hay un bar en la esquina. Le pedimos orientación al mozo sobre el memorial y no supo qué responder. Tampoco el personal del mostrador. Hubo que apelar a un parroquiano para tener una vaga referencia, como si preguntar por Marighella significara mencionar a un personaje prohibido. Alguien que persiguió de manera implacable la dictadura brasileña con la colaboración de la CIA. Pero que también es recordado con respeto por el movimiento revolucionario latinoamericano.
En torno al memorial los turistas se sacan fotografías y los militantes le rinden tributo. En uno de 2013 estuvieron la Comisión de la Verdad de San Pablo y la viuda del guerrillero, Clara Charf, hoy de 97 años. Pero quienes le prestan más atención a esa pieza de granito son sus detractores. No la quieren en el barrio. Y menos porque recuerda a quien definen como “un terrorista”. Uno de los grafitis con que se la atacó hace unos años llevaba la marca del macartismo: “CCC”, que significa “Comando de Caça aos Comunistas”. En español, Comando de caza a los comunistas.
La mole de granito, inerte y discreta, sigue ahí. Nunca pudo ser removida. La noche en que cayó asesinado Marighella, sobre la empedrada Casa Branca -ahora asfaltada-, se jugaba el clásico de fútbol Santos-Corinthians a tres kilómetros de distancia. Se había postergado unos días por lluvias torrenciales sobre la capital del Estado y coincidió con el último operativo para cazar al guerrillero que buscaba con obstinación el DOPS, la policía secreta del régimen. El hombre que escribió el Minimanual del Guerrillero Urbano, una especie de bitácora para todo aquel revolucionario que eligiera el camino de la lucha armada.
El periodista Mario Magalháes, autor del libro Marighella: el guerrillero que incendió el mundo, afirma que su ejecución ya había terminado cuando comenzó el partido. El hombre más buscado por el régimen sería tapa de todos los diarios al día siguiente. Sergio Paranhos Fleury, el jefe del operativo, se tomó su tiempo para camuflar la escena. Transformó el fusilamiento sobre un Volkswagen escarabajo del militante bahiano en un enfrentamiento entre dos fuerzas con semejante poder de fuego. Por entonces ya se vislumbraba lo que sería barrio Jardim décadas después. Un cartel publicitario frente al lugar del tiroteo fraguado decía: “Departamentos de alto nivel, 227 m2”. Hoy ese tipo de viviendas se multiplicó de a miles. Las torres con amenities dominan el paisaje urbano de una ciudad que ignora ese pasado tan cruento, y que prefiere no convivir con una pieza de granito que se lo recuerde.
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