80 años
En 1944, cuando se avizoraba el fin de la Segunda Guerra Mundial, se crearon estas 2 instituciones que marcarían la evolución de la economía, en especial del Sur global, con 8 décadas de neocolonialismo económico.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial paulatinamente fusionaron su accionar con el fin de asegurar el funcionamiento de las relaciones internacionales del capital.
Con el transcurso del tiempo, el FMI, constituido principalmente para enfrentar los problemas coyunturales de la balanza de pagos, incursionó en campos más amplios y de largo plazo. El Banco Mundial, inicialmente creado para ofrecer soluciones estructurales a los países devastados por la guerra mundial -inicialmente BIRF: Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento-, asumió el financiamiento de proyectos de desarrollo. Y en el camino estas octogenarias instituciones se pusieron de acuerdo, sin que medie una decisión democrática de los países miembros, para aplicar las llamadas condicionalidades cruzadas, que determinan la política económica de los países del Sur global en aras de “su racionalidad económica”.
Así, el FMI y el Banco Mundial se constituyeron en instrumentos importantes para el funcionamiento de la actual división internacional del trabajo y para la transnacionalización de sus relaciones, en especial para impulsar los flujos de recursos financieros -créditos e inversiones-, en línea con las demandas del comercio internacional.
El FMI, creado con la finalidad de regularizar y estabilizar las relaciones monetarias y financieras de sus países asociados, al finalizar los años cincuenta y, sobre todo, en la década de los sesenta empezó a orientarse sistemáticamente hacia los países empobrecidos por el sistema -en vías de desarrollo, que les dicen ingenuamente-, que presentaban dificultades en sus balanzas de pagos. Sus préstamos, por lo tanto, normalmente tienen esa finalidad específica y, por lo tanto, no pueden ser comparados simplonamente con créditos de la banca multilateral o privada, así como tampoco con colocaciones de bonos y facilidades petroleras.
Sin adentrarnos en la larga historia de la “deuda eterna”, que coincide con el inicio de las repúblicas, durante un tiempo los países latinoamericanos recurrieron al endeudamiento externo para financiar sus programas de industrialización. Y ya en aquella época desarrollista, se fue institucionalizando el sistema de condicionalidades, que paulatinamente se fue endureciendo a partir de la grave crisis de la deuda externa desatada desde 1982. Desde entonces estos dos organismos trabajan estrechamente para asegurar que los países endeudados cumplan con sus “obligaciones crediticias”, sin importar el origen hasta corrupto de esos créditos.
El FMI ha jugado un papel fundamental para apoyar los intereses de los grandes acreedores internacionales, en particular de los Estados Unidos, como lo demostró el Informe Metzler del Congreso estadounidense. Y todo esto como parte de un manejo en el que se combina la amoralidad y la corrupción de la burocracia internacional, que nunca asume su responsabilidad.
Se trata, esto debe ser resaltado, de organismos carentes de una vida democrática. Si bien formalmente están adscritos a Naciones Unidas en tanto agencias especializadas, en la práctica su funcionamiento está determinado por los EEUU -único país con capacidad de veto- y también por las mayores economías de la Europa occidental. No funcionan en línea con una norma de convivir democrático mundial: un país, un voto, sino que el peso económico de pocos países se traduce en su peso decisorio. Y así, no sorprende que su accionar se inspire en consideraciones políticas y geoestratégicas.
Esa posición dominante de los EEUU explica porque el FMI no se mosquea ante la existencia de enormes déficits en esa economía, la más endeudada del mundo, que mantiene su posición dominante gracias a que posee una máquina de imprimir dólares: moneda que lubrica todavía en gran medida sus prácticas imperiales.
Eso aclara, también, porqué el FMI y el Banco Mundial han sido generosos en apoyar a gobiernos dictatoriales sumisos a los intereses imperiales. Inclusive han intervenido en varios casos con el fin de frenar o entorpecer procesos políticos que no son del agrado de los EEUU y sus aliados, sea con su reticencia a facilitar créditos incluso ya aprobados o al negar préstamos pretextando que se aplican políticas adecuadas, es decir no apegadas a su lógica económica.
El poder del FMI y del Banco Mundial no radica tanto en el monto de sus créditos, sino en la atención prioritaria que se da a sus exigencias de ajuste estructural. Su fin es que los países del Sur global se mantengan sometidos a las condiciones derivadas de la deuda externa y que acepten una creciente profundización de su condición de economías primario exportadoras, en función de sus ventajas comparativas, como reza el mandato librecambista.
Con esas políticas económicas se ha buscado enfrentar los desbalances fiscales y externos impulsando salidas de mercado, al decir de la propaganda dogmática neoliberal. Estos desbalances son tratados con un esquema recesivo que reduce los índices inversión y gasto estatales, para garantizar el servicio de la deuda externa. En paralelo se ahondan los extractivismos, con el consiguiente deterioro de la Naturaleza, al tiempo que para “mejorar la competitividad” se deprimen los salarios. Siempre alentando las privatizaciones y la eliminación de los llamados “precios políticos” -léase subsidios- que distorsionarían el sagrado funcionamiento de los mercados.
Este proceso de ajuste/desajuste neoliberal -que caracteriza la “larga y triste noche neoliberal”- es siempre conflictivo. Es un trajinar tortuoso e interminable, agravado por la presencia y recrudecimiento de los ancestrales problemas estructurales de los países forzados a ser exportadores de materias primas. Todo esto en medio de un ambiente marcado por la corrupción y el creciente autoritarismo, con violencias cada vez más profundas y complejas.
Esta acción sistemática del FMI y del Banco Mundial -con sus hermanos menores, como el BID y la CAF- está respaldada por un hábil y no menos perverso manejo propagandístico. Encuentra apoyo sistemático en los grandes medios de comunicación y en el respaldo entusiasta por parte de los analistas y políticos criollos, muchos de ellos más fondomonetaristas que el propio Fondo Monetario Internacional, que niegan la existencia de alternativas; personajes que en un perverso juego de puertas giratorias transitan entre importantes puestos gubernamentales y posiciones directivas en estos organismos.
Lo cierto que la realidad no se deja encasillar en la teología neoliberal. Por eso resulta esperanzador constatar que los sectores populares no son espectadores pasivos, sino que mantienen viva la llama de la resistencia, que se movilizan, que protestan y que proponen salidas inspiradas en el respeto a la vida.
¡OCHENTA AÑOS DE AÑOS DE NEOCOLONIALISMO SON MÁS QUE SUFICIENTES!
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano, exministro de Energía y Minas de Ecuador.
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