DANIEL CAMPIONE
La crisis cada día más manifiesta de las “democracias occidentales” se expresa en la entronización de grandes empresarios en cargos de gobierno y como benefactores de la sociedad
Con un patrimonio neto estimado en unos 400 mil millones de dólares Elon Musk es considerado el hombre más rico del mundo. El regreso al gobierno estadounidense de otro multimillonario lo conduce ahora al rol de alto funcionario estatal.
El flamante presidente Donald Trump lo ha designado para la conducción de un nuevo departamento de Eficiencia Gubernamental. No se necesita ser muy imaginativo para pronosticar que con esa denominación el organismo dará lugar a una reestructuración regresiva. Que seguro tendrá como ejes la quita de fondos destinados a trabajadores y pobres y la generación de nuevas oportunidades de negocios para el gran capital.
Musk, desde antes de su nombramiento, es un arquetipo de lo que Sheldon Wolin llamó "totalitarismo invertido", en tanto representante de un poder empresario que se impone sobre el Estado sin mediaciones, hasta fantaseando con suprimirlo por completo. En la práctica lo rediseña para ponerlo al entero servicio de las ganancias del capital. Así como de la contención y represión de quienes puedan oponerse a un orden social cada vez más desigual e injusto.
Superricos al gobierno y agonía democrática
Esta entronización de grandes magnates al frente del aparato estatal más poderoso del mundo es un emergente de una crisis persistente del sistema liberal parlamentario. Que se extiende cada vez más al conjunto de las llamadas "democracias occidentales".
El declive institucional tomó hace tiempo un sendero de deterioro en apariencia endógeno. Pese a ello ha tenido como portadores principales al poderío creciente del capital y de otros poderes fácticos más o menos asociados a aquél.
Hoy la democracia representativa sufre un asalto consciente e incluso planificado por parte de un autoritarismo que lleva el sello del gran capital. Y parece ir en camino de suprimir cualquier espacio de deliberación que no sea regido de modo más o menos directo por representantes de las grandes empresas. Todo en alas de una nueva derecha radical que en su avance tiende a absorber a la derecha tradicional.
La nueva y la vieja derecha se articulan sobre la base de un programa reaccionario, que se encarama en un clima de época individualista y conservador al que realimentan y profundizan. Grandes masas hartas de las renuncias y contradicciones del "progresismo" contribuyen a patear el tablero con un impulso contrario a innovaciones (la "ideología de género", el ambientalismo, etc.), que han avanzado sin que sus condiciones de vida y de trabajo mejoren, más bien al contrario.
Una película de Hollywood de 1975, Rollerball, pintaba un mundo futuro en el que ya no existían los Estados ni la soberanía popular. Predominaba sobre el mundo entero una suerte de liga de las grandes corporaciones.
Hay indicios crecientes de que el mundo marcha en esa dirección, si bien aún no está planteada la supresión del voto popular como modo de elección de los gobernantes. Por ahora se entroniza al frente de los gobiernos a líderes carismáticos y con rasgos marginales, que logran ser electos por buen margen con el beneplácito de las corporaciones.
Y a partir de allí encaran el empobrecimiento de los demás poderes del Estado. Y quizás en un futuro cercano apunten al sometimiento total o incluso la clausura del ámbito legislativo y a la reducción a la servidumbre del poder judicial.
Ello hasta ahora no les acarrea un desprestigio definitivo. Ganan o pierden elecciones, pero siguen en carrera con fuertes apoyos, como Jair Bolsonaro o Trump, hace poco electo por segunda vez. Continúan en la cosecha de votos con la "libertad de mercado" como bandera, acompañada por un repertorio de proyectos regresivos.
El reinado político de la gran empresa consigue acólitos en áreas sociales y culturales que parecían poco proclives a secundarlo. Jóvenes, trabajadores, intelectuales, son sectores en que la ultraderecha logra apoyos significativos. La extrema derecha se siente fundadora de una nueva cultura política.
Los ricos son "héroes" y ejemplo para los pobres
Los actuales líderes de derecha radical son rendidos admiradores de los grandes triunfadores del mundo capitalista. Y se hallan embarcados en una "batalla cultural" que lleve al grueso de la población a imaginarse a dueños y altos ejecutivos de compañías como modelos a seguir. Plenos de talento; dotados de inventiva, astucia, voluntad de tomar riesgos. Y de un sólido carácter para desenvolverse en las más duras condiciones de competencia.
Toman una agenda que articula la búsqueda frenética de ganancias elevadas con el disciplinamiento del conjunto social en aras de arrebatarle toda perspectiva crítica del capitalismo. Y confinarlos en una mirada temerosa y de escasa comprensión de los cambios ocurridos en las últimas décadas.
Lo que va acompañado con que hombres y mujeres comunes comiencen a aceptar que a los "ganadores" les corresponde la facultad de decisión no sólo sobre sus empresas, sino también para la sociedad en su conjunto. Y por extensión, respecto de sus propias vidas.
Se busca así la entronización de la iniciativa individual dentro de un mundo hostil y ultracompetitivo. Millones corriendo tras un sueño de ascenso social que no es comunitario sino aislacionista. Uno en que los éxitos propios implican el fracaso de los otros. Derrota que puede convertirse en objeto de goce, en reafirmación de las propias aptitudes que no excluye el disfrute de la desgracia ajena.
Hacia la destrucción del "enemigo"
Hombres como Musk y los otros megamillonarios; políticos como Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei, construyen su causa en base a enemigos bien definidos. Piensan y dicen que no alcanza con señalarlos, someterlos a crítica, combatirlos. Se trata de perseguirlos hasta los lugares más recónditos y si es posible eliminarlos.
Sin establecer asimilaciones lineales, hablan un lenguaje que recuerda al de los nazis respecto de comunistas y judíos. En nombre de la libertad se proponen la destrucción de la libre acción y pensamiento de quienes visualizan como enemigos.
Feministas, migrantes, disidencias sexuales, indígenas, militantes a favor del ambiente, sindicalistas combativos, intelectuales más o menos progresistas. Todxs serían encarnación de amenazas para el predominio de la lógica mercantil enmarcada en la economía de la libre competencia. Formarían parte de una "izquierda" omnipresente, que inocula el virus "comunista" a una sociedad desprevenida.
Y aspiran a convertir en un factor importante para generar consentimiento a la distopía de la eliminación de las causas encuadradas como "progresismo" e incluso de quienes las defienden.
La virtual anulación de la agenda de "nuevos derechos" podría ser para algunos sectores medios y populares el regreso a un mundo más comprensible y sencillo, menos desafiante frente a creencias y hábitos que profesaron durante largo tiempo.
Como todo objeto de nostalgia, ese mundo sencillo y amable nunca existió, al menos no en la integridad de lo imaginado. Lo que no impide que ese imaginario retrospectivo entronque con el descontento ante gobiernos sordos frente a demandas sustantivas. Y como vía de rechazo dirigentes políticos desembozados en su ávida búsqueda de la riqueza y el poder como fines en sí mismos.
La ola de repudio a la "clase política" ha servido de cobertura para que las extremas derechas erijan como "héroes" del siglo XXI a los más ricos entre los ricos. Y propongan a las ciudadanas y ciudadanos "de a pie" a que hagan méritos para dejar de ser trabajadores y tornarse "emprendedores", a riesgo de ahogarse en el mar de la competencia.
Lo que lleva aparejada la renuncia a cualquier proyecto colectivo, la negativa anticipada a identificarse con una perspectiva transformadora o al mero hecho de desearla.
"El mundo es así, siempre habrá ricos y pobres", "el que tiene plata hace lo que quiere", "yo cuido lo mío, los demás que se arreglen" son viejas sentencias de un sentido común conservador, hoy explotado por los nuevos "ultras"
Su perduración, o la de otras similares, contribuye a que las grandes fortunas sean una palanca privilegiada de acceso al poder político, aunque no se perciba su carga de deferencia hacia el poder económico.
El cultivo de prácticas contrarias al orden establecido, altruistas, solidarias, opuestas a la lógica mercantil constituye el antídoto viable frente a un mundo diseñado a gusto y placer de "ricos y poderosos" y hasta gobernado por ellos mismos.
tramas.ar
https://www.lahaine.org/mundo.php/millonarios-y-politica
Periódico Alternativo publicó esta noticia siguiendo la regla de creative commons. Si usted no desea que su artículo aparezca en este blog escríbame para retirarlo de Inmediato
Sigue @periodico_Alter
No hay comentarios.:
Publicar un comentario