Las protestas supremacistas en Carolina del Sur, Estados Unidos, así como las políticas restrictivas migratorias en Alemania son vestigios de que una misma tematización de problemas de tintes raciales, está avanzando desde la xenofobia, el racismo y terminando con el fortalecimiento de movimientos nacionalistas. En el último tiempo, hemos visto el bombardeo de noticias que hacen gala de conflictos raciales, nacionales, étnicos; sean a causa de la migración que provocan las pugnas en Medio Oriente o del exceso de violencia policial. La situación se repite sistemáticamente en Europa, América y el ya mencionado Oriente Medio. En la presente columna nos abocamos al caso alemán, el cual sólo viene a ilustrar este fenómeno con sus propios matices. Lo particular de este asunto, que ya ha encontrado simpatizantes en Francia, España y Austria, es el conflicto que provoca la naturalización de inmigrantes en Alemania.
El 22 de diciembre del anterior año unos 15,000 miembros alemanes salieron en Dresde a protestar contra la progresiva 'islamización' del país en lo que sería una de las más exitosas protestas nacionalistas de los últimos años. Esto no sería tan preocupante si se tratara de un hecho aislado. Sin embargo, el surgimiento de movimientos y partidos de corte nacionalista 1 se ha intensificado desde el crash griego (aunque no con el boom esperado por sus organizadores). Los discursos han venido acompañados de una mezcla de pánico económico, prejuicio cultural y discriminación étnica. Por supuesto, no se trata de un hecho concreto en Alemania, ni tampoco en Europa. Si por una parte Grecia vio cómo Amanecer Dorado mantenía aún 17 escaños este 2015, el movimiento populista neofascista Forza Nuova tomaban posición en Roma; Suecia veía como los ultraderechistas demócratas (SD) se reposicionaban con éxito (13% en últimas elecciones. 2° lugar), el nacional- catolicismo polaco se fragmentaba en diferentes columnas con considerable éxito el giro de Cameron hacia políticas más restrictivas después del incidente del Canal de la Mancha, Austria (FPÖ) y los países escandinavos observaban el incremento del apoyo popular a partidos de extrema derecha de forma meteórica, etc. Por otra, en Alemania tomaba lugar el incremento de pseudooganizaciones populares: hooligans 'patriotas' y partidos políticos de 'soft'-fascismo. Todo esto evidenciado, a su vez, dentro del mismo parlamento europeo.
El caso específico alemán, al cual se refiere esta columna, tiene características que lo hacen digno de análisis, partiendo de su archiconocida responsabilidad histórica desde la II Guerra Mundial, del resurgimiento de movimientos nacionalistas en la ex-Alemania Oriental post caída del muro, del vuelco discursivo contra inmigrantes de post-guerra turcos, árabes y sirios (muy distinto al cuidado que pone la política parlamentarista al conflicto israelita), de la influencia como potencia en las políticas de control migratorio en el continente, del papel preponderante en el ajedrez financiero de la Unión Europea, de la crisis económica del 2008 y consecuente ola de asilados políticos y, por sobre todo, del manejo del Estado por burócratas y grandes capitales provenientes desde la industria armamentista, automotriz y farmacéutica.
NPD, AfD, PEGIDA y otros engendros
El surgimiento en Alemania de PEGIDA -Europeos patriotas contra la Islamización de Occidente– es la última expresión del nacionalismo alemán, la cual ha tenido un éxito preocupante sobre todo en el ala oriente del país. Dentro de sus filas se encuentran militantes vincula dos al partido nazi más grande del país, el NPD (Partido nacionaldemocrático de Alemania), y al nuevo partido liberal de derechas, el AfD (Altervativa para Alemania). PEGIDA bajo la los gritos “contra el fanatismo religioso” del islam ha justificado pregonas nacionales y racistas dirigidas a la comunidad inmigrante proveniente del Medio Oriente. A la creación de la reciente organización le ha seguido la polémica Montagsdemo, la 'manifestación del lunes', en un intento por vincular el problema de los salafistas del Estado Islámico a la población inmigrante permanente y flotante proveniente de la región afectada, que en la mayoría de los casos, está compuesta por refugiados políticos.
En los últimos meses los conflictos políticos en Ucrania, en Medio Oriente, junto con el período de crisis de los países del sur de Europa han puesto en alarma a la población alemana, alimentado esto, a su vez, por la prensa sensacionalista. Sin embargo, esto no esconde el hecho que la preocupación del auge del grupo ISIS sea un tema común. Los diferentes movimientos de izquierda, con especial énfasis, en las diferentes manifestaciones de las comunidades kurdas residentes ya han salido en los meses anteriores a las calles de Colonia, Berlín, Múnich y Hamburgo a exigir la ayuda a la resistencia combatiente en Siria y las contramanifestaciones han plantado cara redoblando las cifras de manifestantes en las calles.
El delicado conflicto en Medio Oriente y, más recientemente, atentados vecinos como los de Charlie Hebdo en Francia o Morgenpost en la misma Alemania han permitido en la región el surgimiento de temporales organizaciones peculiares y de franco tinte racista, como lo fue el caso de los miembros de HoGeSa (Hooligans contra Salafistas) quienes, organizados como fanáticos de fútbol, salieron a la calle con eslogans reivindicativos de una identidad alemana contrapuesta a la inmigración musulmana. Por su parte, PEGIDA ha recogido el guante del nacionalismo católico buscando en sus fundamentos la justificación de una Europa cristiana. Este grupo, al igual que el partido euroescéptico AfD, ha evitado estratégicamente definirse como grupo de derecha o relacionarse con el partido nacionalista NPD. Haciendo usufructo de las estadísticas sobre educación, acceso a la vivienda y prestaciones sociales han pretendido vincular profundas contradicciones económicas a la filiación de origen y con ello, además, de enfatizar en la naturaleza judeocristiana de Alemania y de Occidente. En este sentido, son los migrantes turcos –en su mayoría– quienes se han visto afectados por este juicio, azuzados por los viejos fantasmas de la discriminación en el país. Sin embargo, este argumento ya ha sido utilizado en el pasado reciente por políticos influyentes, como el exsenador por Berlín del SPD (Partido socialdemócrata alemán) Thilo Sarrazin, el cual abogaba por una política restrictiva del control migratorio turco. Hoy en día, PEGIDA representa un nuevo estamento de la xenofobia en Alemania, aunque la clase política gubernamental, con ello principalmente la Union demócratacristiana (CDU) –partido de Merkel– y su filial bávara, Unión socialdemócrata (CSU), han demostrado solo tibios intentos de poner fin a la escalada del nacionalismo. Pero esta agrupación no es la de más cuidado en el país, a pesar de su impacto mediatico. Si bien PEGIDA llegó a tener un apoyo (no activo) estimado de un 47% en Alemania (una cifra excesiva), la fragilidad de sus argumentos, su falta de orgánica la llevan a un franco fracaso. El problema se encuentra, empero, en la constante etnificación de conflictos socio-políticos, lo que ha forjado prejuicios sobre grupos sociales determinados. Los grandes medios de comunicación alemanes como Der Spiegel, Bild-Zeitung o Die Zeit han contribuido constantemente a una simplificación del problema y vuelve la mirada a un problema de control de medios.
El motor del nacionalismo y del racismo, por supuesto, no es una inquietud exclusiva en Alemania, sino que se trata de una problemática global con distintos matices. Por ejemplo, nos vamos a encontrar con organizaciones de esta calaña tales como el Front National, Vlaams Belang, UKIP o los Demócratas de Suecia. Sin embargo, no deja de ser preocupante para el país germano la seguidilla de grupúsculos de tinte discriminador y el intento de esquivar análisis político-económicos a fin de concentrase en diferencias étnico-religiosas. Esta situación deja en evidencia que el problema de la violencia terrorista (sea paramilitar, sea gubernamental) es un problema real y esto se ve con desconfianza desde la población residente en Europa. La integración (tarea de todas las partes) pasa no sólo por una percepción cultural, sino por las condiciones económicas en las cuáles ésta se desarrolla. La xenofobia es la respuesta rápida (y errónea) para un problema complejo. El hecho de que exista una creciente ola migratoria es un fenómeno que ha logrado levantar las viejas banderas del odio racial, ha renovado las excusas en los grupos nacionalistas y dado un nuevo aire a los ataques xenofóbicos en un país donde los antiguos miedos tienden a salir a flote. Es evidente que la intensificación de conflictos bélicos aumenta la emigración hacia países que puedan brindar una seguridad mínima: Turquía, Líbano, Jordania y, después de ello, la Unión Europea. La restrictividad de ingreso de la UE está haciendo que más y más extranjeros sean apaleados en Melilla, mueran hacinados en containers de transporte de carga o naufraguen en medio del Mediterránea, como ha sucedido la semana anterior. Una realidad cruda a la que se enfrentan sirios, iraníes, marroquíes, libios, palestinos, etc., entre la espada y la pared: violencia de pasaporte que hará no más que mostrar tristes paisajes de niños ahogados, asesinados o deportados.
La pregunta al final es una que se formula una y otra vez dentro de círcurlos políticos: ¿a quién es funcional el moderno concepto de nación y de Estado en la limitación de la libre circulación de personas? El Estado, ejemplificado en esta columna con el alemán, y visto directamente en los mítines organizados para evitar el ingreso de inmigrantes en las costas de España, Italia, Grecia se traduce en violencia estructural, en esa capacidad de ordenanza policial, de restricción jurídica. Ante este escenario, Europa ha tenido tibias respuestas al problema de la reorganización de refugiados. El ejemplo de Alemania no es el mayor preocupación, quizás por estar situado en el corazón de Europa, pero es quien mantiene firme posición (junto a los países noreuropeos) para el mantenimiento del estricto control fronterizo en países ubicados a los bordes de la región. Alemania es el ejemplo del poderío económico-legislativo de un Estado sobre otros, sea jugando al titiritero del FMI, sea presionando para el aumento de restricciones migratorias. De ahí que el Estado alemán, junto a sus pares, no sean eximibles de culpa y responsabilidad en tanto, bien pactando silencio, bien pregonando discursos xenofóbicos. El plausible ascenso de Le Pen al poder en Francia hará que esa posición se recrudezca y permita el auge de organizaciones de extrema-derecha en el centro económico del conglomerado. Este próximo 12 de septiembre vendrá el “día de los patriotas” en Frankfurt, una oportunidad para observar en cuán avanzada está la reoganización nacionalista en el país germano.
Nota:
1 En el presente articulo no nos referimos con el presente término a los nacionalismos independentistas. La relación de estos y movimientos fascistas deberían ser tratados en detalle y en extenso en un otro artículo.
Pablo Pulgar Moya. Doctorando en Filosofía, Universidad de Heidelberg.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202931
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