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18 abril 2017

Jack London: tres historias distintas y un solo relato verdadero



Ponencia presentada en el Colegio Mayor de Bolívar, dentro del marco del XIV Parlamento Internacional de Escritores de Cartagena de Indias (24 a 27 agosto 2016)

Dedicado a mis hijos Santiago y Valentina,
desde la copa de un árbol en el parque Simón Bolívar de Bogotá.
En recuerdo del grado de Santiago como Comunicador Social y Periodista de la UPB, de Medellín.



Nacido John Griffith Chaney, en San Francisco, 1876, Jack London, hijo del astrólogo itinerante William Chaney, recibió su apellido del hombre que nunca se casó con su madre, mujer clase media que se movía entre la neurosis/amargura a causa de la pobreza; cuando en 1897 Jack le escribió una carta a William, éste le contestó: “Nunca contraje matrimonio con Flora Wellman”, era “impotente” durante el periodo que “vivimos juntos”; por tanto, “no puedo ser tu padre”. Así, en medio de las penurias, el pequeño Jack inició su lucha vital como vendedor de periódicos. Huyendo del trabajo alienante de las fábricas, se refugió entre el lumpen de la Bahía al margen de la ley. Sus primeras pasiones fueron el mar y la escritura. En ambas, encarnó la aventura y la idea del escritor como héroe de sus propias historias. A los 14 años recogía ostras en un pesquero pirata, a los 16 se enroló en un barco que buscaría focas en Bering y a los 17 navegaba por los mares del Sur. Cinco años después haría parte de la fiebre del oro en Klondike, Yukón, y se cuenta, por la crítica, que en su morral cargaba tres libros: uno de Flaubert, otro de Melville y Anna Karenina, de Tólstoi. A la vuelta del viaje gana su primer dinero como escritor al recibir el primer premio de relatos al que convocó una revista de Frisco. Autodidacta, London se dedica por completo a escribir y aunque sus textos tardan en ser reconocidos, una vez lo logra, el éxito es apabullante. En poco tiempo, se convierte en el escritor más popular y mejor pagado de Norteamérica. Alex Kershaw, en Jack London. Un soñador estadounidense, anota que en tan sólo 18 años escribió 200 relatos breves, 400 ensayos, miles de artículos y 20 novelas, entre ellas La llamada de la selva, Colmillo blanco, Talón de hierro. Durante toda su vida la escritura fue un negocio, su pasaporte para salir de la pobreza y una forma de llevar riqueza a su Rancho Hermoso. Como pasa a menudo con hombres de izquierda, se dice, aunque fue de uremia, que se suicidó el 22 noviembre 1916. Para efectos de esta ponencia, se consideran tres historias distintas: Un bistec, Encender un fuego, Los sicarios de Midas y un solo relato verdadero: el de quien jamás se traicionó a sí pues fue siempre socialista activo y escritor político, como quien prefigura al Orwell que dijo: “La idea de que el arte no tiene que ver con la política ya es, en sí misma, una opinión política.” Su socialismo venía de la experiencia vital, no de la teoría y del plano emocional, no del intelectual.

La primera historia, Un buen bistec (1903), es una de supervivencia, la del boxeador muerto de hambre Tom King, típico antihéroe urbano, que se enfrenta en su último combate a Sandel, un joven púgil en ascenso: la clásica lucha juventud/experiencia. La historia de un derrotado, no de un vencedor. En todo caso, la de un hombre digno que se aterra ante la posibilidad de verse de nuevo con su mujer, algo casi peor que un nocaut e imposible de enfrentar y quien al final, como consuelo, recuerda a su colega Stowsher Bill y entiende por qué había llorado en su camerino como ahora llora él, por no poder llevarles un bistec a sus hijos. Pocas historias tan conmovedoras como esta, la que parece estar detrás del filme Cinderella Man, de Ron Howard. Su antihéroe, James J. Braddock, decide volver al ring, en la época del Crack del 29, para poder alimentar a su familia. Aunque, a diferencia de King, carece de talento, tiene su mismo coraje y dignidad que, en el caso de James, lo llevaron a la cumbre. La historia de Tom King muestra que un aparente fracaso no es más que un pretexto para arrancar de nuevo, cual Sísifo, a llevar la piedra hasta lo alto de la montaña para un nuevo chance, incluso para verla caer una y otra vez y volver a pararse, como quien sabe que cada mañana se parte de cero pues la vida sólo acaba con la muerte, el último combate, el que ya no se enfrenta. Un bistec, en el original, hace parte de Knock Out, tres historias de boxeo (Libros del Zorro Rojo), conformado además por El mexicano, sobre Rivera, un joven y extraño boxeador que contribuye a la revolución mexicana con el dinero que gana en peleas clandestinas; y El combate, narrado por Genevieve, quien está comprometida con el boxeador Joe Fleming y espera que éste abandone deporte tan violento: ella irá disfrazada de hombre al combate más brutal de su novio.

Encender una hoguera (1902/10) o un fuego es, en síntesis, la historia sobre un descuidado buscador de oro en Klondike, Yukón que pese a que no sabe encender una hoguera intenta enfrentar a la muerte con dignidad. Un chechaquo, novato en aquellas tierras y en su primer invierno, que carecía de imaginación, rápido y agudo para las cosas de la vida pero no para calar en el significado de las cosas. 80 grados bajo el punto de congelación, es decir, 50 bajo cero, por ejemplo, no lo inducían a pensar sobre la fragilidad humana en general, ni a perderse en conjeturas sobre la inmortalidad o la función del hombre en la Tierra. Para él, 50 grados bajo cero significaba hielo que produce dolor y del que había que protegerse con guantes, orejeras, mocasines de cuero y medias de lana. Iba al campamento del ramal izquierdo del Arroyo Henderson, donde lo esperaban sus compañeros, pero entre él y ellos se interpone la Naturaleza con toda su retadora condición, por lo que esta historia deviene metafísica. Su propósito era extraer madera de las islas del Yukón en la siguiente primavera, de ahí que diera un rodeo para acceder a sus amigos que habían llegado cruzando la línea divisoria desde la región de Arroyo Indio. Su única comida, que preservaba del frío, consistía en galletas untadas de grasa de cerdo cubiertas por lonchas de tocino frito. El ser un hombre velludo no lo protegía de las extremas temperaturas. Pegado a sus talones trotaba un lobo gris de temperamento similar al de su hermano el lobo salvaje. Animal que por el frío sabía no era un día para viajar y su instinto le decía cosas que la razón no al chechaquo. Lo cierto es que no había 50 sino 75 grados bajo cero. El perro había aprendido lo que era el fuego y lo deseaba y, si no eso, hundirse en la nieve y evitar el aire helado, lo que su acompañante desconocía. Aquí se asiste a una historia de aprendizaje/entendimiento entre el hombre y el animal, entre el hombre y la Naturaleza, a la que, aún con sus evidencias, señales y mensajes, casi nunca se escucha. A las diez estaba a diez millas de la bifurcación, con la barbilla congelada aun masticando tabaco, y pensaba llegar a las 12 y media toda vez que recorría cuatro millas por hora, lo que decidió celebrar almorzando. A las seis de la tarde pensaba reunirse con sus compañeros. Poco a poco, a medida que avanzaba, los carrillos se le entumecían y al segundo siguiente la nariz estaba insensible. Trampas sucesivas, como las de los manantiales subterráneos, lo obligaron a pensar en hacer un fuego. Después de caer en varias y de mutuas atenciones con el perro, llegó a las 12 y media en punto a la bifurcación. Al notar que la sensibilidad huía de sus dedos, los sacudió una docena de veces. Luego se sorprendió al ver que no había mordido siquiera la primera galleta. Trató de hincarle los dientes pero la mordaza de hielo le impidió abrir la boca. Se había olvidado de prender una hoguera para derretirla. Bueno, hasta aquí el sufrimiento del chechaquo: baste señalar que el instinto del huskie olfatea la muerte, algo de lo que aquél no es consciente. Su razón no le da para comprender la llegada de la parca.

The Minions of Midas (1911) o Los sicarios de Midas, traducido también como Los favoritos, podría ser el cuento precursor del terrorismo de Estado: su título es una alusión a la leyenda narrada por Ovidio en Las metamorfosis acerca de Midas, rey frigio, a quien Dionisio concedió el deseo de que todo lo que tocara lo volviera oro. Si Poe encarna el cuento moderno, London lo perfecciona para heredárselo a Hemingway, Anderson, Faulkner, Quiroga y a otros. Los sicarios… es la historia de la muerte del joven Wade Atsheler, mano derecha del magnate de los ferrocarriles urbanos Eben Hale. Una alusión directa a cómo amasaron los poderosos, a través de dicho medio, las primeras fortunas en EE.UU que luego encarnarían en el más criminal de los sistemas, el financiero: J. P. Morgan, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Philip Armour, Jay Gould y James Mellon. Cuenta Howard Zinn, en La otra historia de EE.UU, que todos ellos fueron eximidos del servicio militar y que Mellon se había librado de él durante la Guerra Civil pagando 300 dólares a un sustituto. El padre de Mellon le escribió a su hijo James: “Un hombre puede ser un patriota sin arriesgar su propia vida o sin sacrificar su salud. Hay montones de vidas menos valiosas.” (Zinn, Howard. Obra citada, Cap. 11, Los barones rebeldes y los ladrones). Execrables palabras que en los cuentos de London ilustran todo lo contrario. Los sicarios… da cuenta de la penosa situación aún vivos Eben Hale y Wade Atsheler, a través de una larga carta de éste, único heredero de los muchos millones de su patrón: la gran fortuna se le otorgaba sin condición alguna. No obstante, las negras depresiones de Wade, su terso seño surcado de arrugas, sus cabellos negros plateados bajo el sol abrasador, todo parecía indicar un combate denodado al borde del abismo contra una molicie ignorada. Ni un título de la sociedad ni un céntimo en efectivo fue legado a los parientes del fallecido pues una cláusula establecía que eso quedaba a discreción de Atsheler. El narrador recibe una larga epístola de éste, cuyos originales están en manos de la policía. Wade le pide que haga pública la serie de tragedias en las que sin culpa, se ha visto envuelto a fin de que sirva de aviso a la sociedad contra el peligro que amenaza su propia supervivencia. La primera carta, dirigida desde la sede de Los S. de M. le exige al señor Hale 20 millones de dólares en efectivo. En ella le explican que sus demandantes pertenecen al proletariado intelectual, que en la base del actual sistema social está el derecho a la propiedad, pero que, como esta descansa exclusivamente sobre la fuerza, se ven obligados a recordarle que los caballeros de William The Conqueror se repartieron Inglaterra por la fuerza de la espada; que esto es igualmente cierto respecto a las posesiones feudales; y que con la aparición del vapor y de la Revolución Industrial, que surgió con la máquina de hilar de R. Arkwright, en 1769, nacieron los capitalistas en el sentido moderno del término, para levantarse por sobre la antigua nobleza, dando así origen al Imperialismo: ya no es el músculo sino el cerebro el ganador en la lucha por la vida. Sin embargo, el statu quo de ayer como el de hoy está basado en la fuerza. Los señores feudales saquearon la tierra a punta de espada y de fuego; los empresarios modernos explotan al mundo con el dominio y la aplicación de fuerzas económicas universales, como lo deja claro London. Los más aptos para sobrevivir son los que tienen el poder intelectual y comercial, ya no la fuerza muscular. “Nosotros, los S. de M., no nos resignamos a ser esclavos asalariados. Los grandes monopolios y carteles (de los cuales usted [Eben Hale] forma parte) nos impiden alcanzar el lugar que por nuestra inteligencia nos correspondería ocupar entre ustedes. ¿Por qué? Porque carecemos de capital.” Sobra decir que a ellos, los plebeyos, no los frena ningún estúpido escrúpulo ético o social. Y aquí la guerra sucia apenas comienza, la integridad de la sociedad está amenazada por un grupo de sicarios que, sin querer, dará origen, al terrorismo de Estado, con la alianza empresarios/autoridades/dirigencia estatal.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento: (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.comwww.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Su libro Ocho minutos y otros cuentos será lanzado en la FILBO 30, 7/may/2017, de 1:00 a 1:55, Sala F, 45 Ecopetrol, dentro de la Colección 50 Libros de Cuento Contemporáneo Colombiano, de Pijao Editores. Hoy, autor, traductor y coautor, con LES, de ensayos para Rebelión.




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