(Imagen: Joaquín Salguero)
Por Horacio González
La represión no es una esencia de la política, por el contrario, podríamos decir que donde hay política –política con su carga de verdad– nunca hay violencia. Proposición clásica que el gobierno de Macri desconoce o no tendría por qué conocer. Pero da la casualidad que una de sus aliadas, la doctora Carrió, es presidente de un Instituto llamado Hannah Arendt, pensadora que si se destaca por una posición específica al respecto es precisamente por esta drástica distinción entre política y violencia. O una o la otra. Pero no será la única enunciación que los nuevos autoritarios desconocen, en camino hacia un despotismo irresponsable. ¿Hasta dónde alcanzan las pseudo leyes que inventan para su público más desprevenido o silvestre, mostrando que la represión está amparada por reglamentos, leyes, memorándums, ritos, ceremonias? Ya el protocolo represivo –su mera mención– es una punta del pañuelo que asoma por el bolsillo superior del saco antidemocrático.
El macrismo ya contenía la amenaza coactiva en el pliegue más interno de sus actuaciones. Amenazadores eran sus discursos de campaña, amenazadores son sus políticas económicas, sus viajes al exterior, su charlas difusas y vacías para llamar a la paciencia o la esperanza. ¿Puede ser violento un llamado de esa índole? Lo es, pues sin que sea obligatorio que en una promesa haya violencia interna –otra vez Hannah Arendt, la promesa es una categoría de un contrato cívico sin resabios brutales–, el macrismo es la fusión revelada de la promesa sostenida por un hilo recóndito de violencia. El macrismo se caracteriza por el carácter violento potencial que tienen todas sus acciones. En la Plaza del Congreso, ante los docentes sindicalizados, salió a luz. A cara tapada –cascos policiales, funcionarios invisibles–, esas órdenes sigilosas salían del cenáculo de Balcarce 50, clavando sus cincuenta caninos en la yugular de la sociedad. Del otro lado, caras descubiertas, símbolos de la conducción democrática del conflicto social. ¿Quién no conoce el rostro público, valiente y argumentativo de los dirigentes educativos argentinos?
Y del otro lado, las caras aviesas, bajo sombras de virulencia contenida… ¿no se lo ve en las ironías coléricas de un rostro tenso, crispado y contagioso, el de Macri, a punto de derrumbar los mohínes aniñados de una gobernadora que en una imperceptible guiñada deja leer en sus labios tres sílabas rápidas, re-pre-sión, como escritas en una pizarra escolar para instrucción de su gendarmería? El macrismo hizo su juego permanente con una violencia latentemente implícita, que comienza en el timbre inocente y calculado y termina en el gas pimienta con dosis también recetadas, protocolizadas. Protocolo represivo, eso es, frase que contiene cierto hálito contradictorio. ¿Pues puede quedar bajo un reglamento específico la represión?
Todo puede tener un protocolo, una reglamentación, desde comprar uvas en el supermercado hasta la guerra misma, aunque resulte absurdo e incumplible. Pero la ambición reglamentarista de lo que de por si entraña la furia de los andamiajes del Estado –represivos, bélicos–, no es garantía de racionalización o sensatez. ¿Es posible pensar una razón en la furia desatada, una forma de justicia en la “racionalización” entendida como latigazos a cuenta?
¡No presentaron el pedido de permiso! No es verdad, pero para ellos el único documento firmable es de la rendición del movimiento social. El protocolo no es garantía de cordura y prudencia. La humanidad y nuestro país tienen el recuerdo grave, testimonial, de que las máximas ferocidades, los soportes más duros de la represión siempre tuvieron protocolos, reglas, escrituras. Públicas o secretas. Por lo tanto, la represión a los docentes entraña un momento de peligro, como si un oscuro destino, señalado por la frase maldita –un plan económico restrictivo basado en la flexibilidad laboral y en un escarmiento salarial, “cierra con represión”–, fuese cumplido por el macrismo, con su máscara fatídica en el lugar de su cara angelical de timbreadores suburbanos.
Se recubrieron de bocetos ideológicos basados en actitudes que llamaron sinceramiento o normalización, y se suponía que esos pilares conceptuales tan deficientes se sostenían con su crítica al excedente social sostenido por el Estado. Esta es una gran discusión. Ese excedente supone una forma del gasto social, de la inversión pública, del crecimiento por demanda. Una plusvalía social y pública positiva. El macrismo la hizo chocar con la plusvalía privada como punto de vista para pagar la deuda, entregarse sin discusión a los poderes mundiales, regodearse con los elogios del Fondo Monetario, y llevar la mano a las pistolas Taser cada vez que escuchan la palabra “paritaria docente”.
Hace meses que están pensando en las hipótesis represivas preparadas en programas televisivos, radiales, artículos de diarios. Escuchan a los augures que llaman a la mano dura, que total, si los pensamientos son duros, porque no lo van a ser en la calle, en los viaductos, en los pajonales. El diario La Nación, para dar un ejemplo fácil, muestra una forma efectiva en que reprime la policía alemana. Coreografía prusiana, la envidia del macrismo. Recorren la búsqueda del camino de las especias, desde la pimienta, al “me importa un comino de la democracia”. Todas materias de iniciación de las dictaduras. Cuidado.
Es lo que ha sentido como dura lección el sindicalismo docente, que han dado una extraordinaria clase pública de democracia viva contra la reprimenda mecanizada. Cuando Macri llamó a resolver este cuadro deprimente en las elecciones de octubre, quería reafirmar su concepción de gobierno restrictivo, con la magia del voto electrónico en una mano y el gas lacrimógeno en otra. Hasta el momento pedían que el movimiento social firme documentos de no movilización, de no acción callejera, a cambio de cascajos o mendrugos salariales, que tienen el tufo provocador de la extorsión y el miedo.
Por cierto, las fuerzas populares frentistas se encontrarán en octubre con esta derecha gaseosa con hálitos tumefactos de castigo social. Pero no se retirarán de las luchas y movilizaciones, evitando ellas con sus movimientos sabios pero enérgicos, resistentes porque a la vez democráticos, la encerrona en la que quiere atenazarnos el gobierno. Represión en el silencio disciplinario o represión a la vista, nuevo guión de los escenógrafos macristas. Lo que vimos en Congreso hizo salir a luz la violencia encriptada que estaba a la espera en el secreto corazón del macrismo, bajo la lluvia, en el solar histórico de la carpa blanca, encegueciendo los ojos con un pacífico condimento culinario.
Pero ellos no; no quieren pacífica a la pimienta, no quieren domesticar los gases, los expelen con el desagradable hedor de quienes no sabían siquiera cuál era el maloliente complemento de su política económica, social y educativa. Las imágenes que los muestran anónimos, con su rostro, ellos sí recubiertos de engañifas, son imágenes que despacifican, emponzoñan, extravían.
https://www.pagina12.com.ar/31101-politica-y-violencia
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