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20 mayo 2017

Francia: Tres despachos sobre la 'dégringolade'


Maciek Wisniewski

La promesa central del discurso de inauguración es devolverle la confianza al país que empezó a dudar de sí mismo, una retórica vacía que no dice nada de los conflictos reales
El proceso. Van semanas, meses de leer y pensar sobre Francia. Todo el tiempo con un insoportable sentimiento de falta. Se antoja una palabra que lo abarcaría todo. Y de repente... ¡zas! ¡‘ Dégringolade’! Viene del francés (caída), pero existe también en polaco o en inglés para hablar de un deterioro moral, material o estético.

¿Cómo pudo uno haberse olvidado de ella? Resulta ser el título –¿qué otro mejor?– de un viejo ensayo de P. Anderson sobre el lento y multifacético declive galo (LRB, 2/9/04). Sobre todo de la caída intelectual y cultural. Pero es que Francia también en su época de oro –que coincide con la V República– con la calidad y el volumen de su producción alcanza niveles extraordinarios. ¿Cómo se pasa entonces de C. Lévi-Strauss, F. Braudel, R. Barthes, J. Lacan, M. Foucault, J. Derrida o P. Bourdieu –que casan el pensamiento filosófico-sociológico con la literatura– a la época de la confusión en que B.H. Lévy es “el mejor ‘pensador’” y M. Houellebecq “el mejor ‘escritor’”? Algunos cambios son comunes para otras sociedades occidentales. Otros, particulares. Según Anderson el grado de abaratamiento de la vida intelectual por la política, la corrupción y el gran dinero no tiene paralelo con ningún otro país. Lo mismo aplica a los medios (la caída de Le Monde es emblemática). Todo va a la par con el colapso político y económico, pero para Anderson (como buen estudioso de Gramsci que es) tiene más que ver con la hegemonía débil del neoliberalismo en Francia: incapaz de imponerse totalmente está desvaneciendo todo lo sólido de ella poco a poco (véase parte II: LRB, 23/9/04).

La corriente. Desde hace 13 años el país está lleno de debates sobre ‘le déclinisme’”; hoy la discusión que explota con Francia en declive (2003) de N. Baverez, sigue. Da lugar incluso a toda una escuela de pensamiento que produce títulos como El suicidio francés o La identidad infeliz (véase: Página/12, 4/10/15). El declinismo pinta una imagen de Francia decadente a raíz de su vaciamiento cultural. La inmigración, la globalización y sobre todo el Islam contaminan la identidad nacional dicen sus apóstoles como E. Zemmour, A. Finkielkraut, M. Onfray, R. Debray (sic) o M. Houellebecq. En su “How the french think?” (2015) S. Hazareesingh analiza las condiciones específicas en que los instintos utópicos de los franceses mutan en pesimismo y derrotismo (p. 250-253), pero lo queda más claro es que lejos de ser una reacción y menos un remedio a la decadencia, el neo-pesimismo es su síntoma, fruto de la misma dégringolade.

Es en este marco que S. Sand habla de la muerte de un intelectual francés o al menos de una “cuesta abajo ‘de Zola a Houellebecq’” (“La fin de l’intellectuel français?”, 2016, 288 pp.). Si bien se suele enfatizar cómo el declinismo se inscribe en la narrativa del Frente Nacional (FN), ambas partes de la nueva división política en boga (‘nacionalistas’ versus ‘globalistas’) se nutren de él: así en las elecciones pasadas Le Pen representa el pesimismo y Macron –el candidato ganador– el optimismo. La promesa central de su discurso de inauguración es devolverle la confianza al país que empezó a dudar de sí mismo (Página/12, 14/5/17), una retórica vacía que no dice nada de los conflictos reales.

El hombre. Los extáticos ‘puff-pieces’ [textos cuasi-promocionales] dedicados a Macron en la prensa liberal durante la campaña (y después) son un género aparte. Allí a menudo su protagonista es culto y sofisticado simplemente porque... es un francés (sic), lee libros y... a los 16 años tiene un romance con su maestra de francés y teatro –su actual esposa Brigitte– (The Guardian, 24/4/17). Es incluso un hombre de letras que quiere ser el siguiente gran novelista de Francia, ambición despertada por su amor. Al final se vuelca a una exitosa carrera en la administración, la banca y la política, pero antes escribe tres novelas para el cajón (una sobre los aztecas [sic]). Luego no pierde el contacto con los escritores: Brigitte suele invitar a Houellebecq a sus ‘parties’ (The Guardian, 14/5/17). Que chulo... Lo único que no se sabe según los puff-publicistas es que dado que la literatura francesa del siglo XIX está llena de hombres jóvenes, ¿es Macron un personaje de Stendhal, Maupassant, Flaubert o Balzac? (Ídem.).

Ninguno de estos. Macron es –bien apunta E. Jones (Counterpunch, 21/4/17)–, Chauncey Gardiner, el personaje de Desde el jardín (1971) de J. Kosinski. ¿Cómo pudo uno haberse olvidado de él? Gardiner, igual que Macron es un hombre fabricado de un día para otro por la gente influyente y los medios, bautizado como visionario, aclamado como un genial político y financista y lanzado para la presidencia. Al contrario de Gardiner, Macron no es un analfabeto (tiene excelentes credenciales: Sciences-Po, ENA), pero tampoco es un filósofo (como quieren sus apologetas). Es asistente de P. Ricoeur cuando éste escribe La memoria, la historia, el olvido (2000), trabaja con J. Attali en su influyente y nefasta comisión sobre la desregulación de Francia. Pero los contactos con estos intelectuales le sirven para cultivar su carrera, no la mente (véase: Le Monde diplomatique, 3/17). Una vez Attali dijo de su ex protegido: un hombre vacío (Challenges, 13/5/16). Así es como candidato (con una campaña llena de clichés y generalidades); así será como presidente (para que tanto la derecha [iluminada] como la izquierda [cultural] lo puedan llenar de contenido).

Coda. La victoria de Macron, más que el reverso del declive, es su consecuencia y el triunfo de factores responsables por la gradual erosión intelectual y cultural de Francia:

a) de los medios, de la bolsa y de las élites financieras [véase: A. Lancelin, Agoravox, 21/4/17 y C. Georgiou, The Jacobin, 6/4/17]; b) del neoliberalismo y su aceleración de la cual él es un profeta; y c) de la confusión.

El hecho de que titulara ‘Revolución’ (2016) a su libro –en Francia... ¡vamos!– donde expone una visión centrista de la política a fin de estabilizar el sistema (sic) es en sí mismo una señal de la ‘dégringolade’.

Imaginémonos –escribe F. Lordon– cómo alguien que lo hiciera huiese sido recibido en los '70 cuando ‘lémédia’ aún no habían adquirido su consistencia: una mezcla de indignación, burla y quebradero de cabeza (Le Monde diplomatique blog, 22/11/16).

Hoy es elegido presidente.

@MaciekWizz







http://www.lahaine.org/mundo.php/francia-tres-despachos-sobre-la

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