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31 mayo 2017

¿Qué socialismos para el presente?


La Tizza


I

Muchas aristas permiten entrar a la realidad cubana, a sus complejidades, alcances y desafíos. Para compartir mi comprensión sobre la actualidad de Cuba en general y la del socialismo en particular, parto de esgrimir dos aseveraciones:
a) La compresión socialista que encarnó, después de 1959, el proyecto revolucionario de independencia y justicia social de la nación, está en crisis.
b) Es necesaria una Revolución dentro de la Revolución. Es decir, una corrección a sus contenidos y formas socialistas.

El socialismo, declarado en 1961, nominalizó los cambios radicales que vivió Cuba a partir del triunfo de 1959. Cambios que implicaron una Revolución social que detonó estructuras de todo tipo y erigió una realidad totalmente diferente.

El término socialismo marcó el carácter de ese proceso en medio de la percepción de que los cambios en curso se adecuaban a las aspiraciones históricas de la nación cubana, asumidas en los intereses sectoriales del momento. Para ese tiempo, el socialismo fue definido por sus premisas concretas y reales, por sus logros, por lo que había obrado y lo que prometía. Hubo cambios reales en las condiciones de vida, así como en la subjetividad individual y colectiva.

La dura experiencia cubana de forjar una república auténticamente soberana, sobre principios de justicia social y equidad como coordenadas de un proceso de desarrollo centrado en el bien común, demostró que únicamente sería alcanzable desde el componente socialista que enriquecía el nacionalismo radical con sus metas de socialización, autogestión y autogobierno.

En su devenir, en el imaginario socialista, después de 1961, se hicieron visibles dos líneas gruesas: el socialismo «marxista-leninista» de inspiración soviética y el socialismo marxista de vocación crítica, de miras latinoamericanas y tercermundistas. Esta segunda quedaría limitada en su expresión.

Por su parte, la herencia ideológica soviética, base estructurante del diseño sociopolítico asumido por el proyecto revolucionario en Cuba, tras un heroico intento de consolidar un socialismo cubano (1959–1975), desatendió la especificidad y complejidad de los conflictos y acumulados históricos de la nación cubana. Reforzó la comprensión economicista del socialismo y el determinismo histórico que le es consustancial. El socialismo se asumió como meta de llegada y no como tránsito a una sociedad que desmontara todas las formas de dominación social de un grupo o clase sobre otros.

Este modelo tendió a la administración de la Revolución por decreto, a la monopolización de la verdad y a la limitada posibilidad de crítica social y articulación de disensos sobre las políticas públicas.

Como resultado, se gobernó en nombre del pueblo y de los trabajadores/as, no desde ellos, lo que pone límites a la política en tanto acto social cotidiano. Los trabajadores/as se constituyeron en objeto de los beneficios sociales, pero no en sujetos para la conformación y control de estos.

El sector burocrático (político, económico, militar), derivado de la comprensión de vanguardia, devino en intermediario entre los sectores populares y el proyecto de la Revolución. En consecuencia, el burocratismo del aparato estatal ha crecido de manera desproporcionada en sus funciones y prerrogativas. También crece la corrupción, amparada en la falta de transparencia y en la inexistencia de una apropiada cultura de rendición de cuentas y control social sobre el funcionariado.

En este diseño político es dado encontrar participación social para la movilización, el apoyo y la ejecución, mientras que, para la toma de decisiones, es bastante limitada.

Es comprensible que hoy las nuevas generaciones asocien la idea de socialismo no con los logros primeros sino con las deficiencias acumuladas en la esfera económica, la insuficiente socialización del poder, las restricciones democráticas, la burocratización de las instituciones, las diferencias generacionales y el avance del individualismo frente a las opciones colectivas. Incluso el término socialista se esgrime como descalificación.

Todo esto ha erosionado el proyecto socialista al punto de reclamar su refundación. En este escenario, la noción de socialismo ha perdido terreno en el imaginario nacional frente al liberalismo y al republicanismo. Varias fuentes de pensamiento matizan este nuevo escenario: socialdemócratas, social liberal, comunalistas, libertarios, anarcosindicalistas, cristianos de base…Y esto, más que un dato, es una complejísima exigencia para las definiciones de Cuba.

II

Podemos coincidir en que es necesaria una Revolución dentro de la Revolución. Pero, ¿por dónde empezar? A los efectos de esta presentación y del tema que invita al debate, intento actualizar el estado de aquellas dos líneas gruesas que sobre el socialismo han vivido en Cuba y que hoy se manifiestan de manera más clara.

El socialismo de matriz soviética concreta la comprensión del desafío cubano en los términos siguientes:

1) Desarrollar la economía nacional constituye el principal desafío, sin que las decisiones que se tomen signifiquen una ruptura con los ideales de igualdad y justicia de la Revolución. Dentro de este desarrollo se reafirma el predominio de la propiedad de todo el pueblo sobre los fundamentales medios de producción.

2) Estimular por parte del Partido único, representante y garante de la unidad de la nación cubana, el intercambio de opiniones, dentro de la organización partidista como en su vínculo en la base con los trabajadores y la población. Al tiempo que potenciar y perfeccionar permanentemente nuestra democracia, garantizar la participación cada vez mayor de la ciudadanía en las decisiones fundamentales de la sociedad.

3) Afianzar la cultura anticapitalista y antiimperialista, combatiendo con argumentos los patrones de la ideología pequeño burguesa: el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro, la banalidad y la exacerbación del consumismo.

4) Asegurar el compromiso y ética de quienes sean promovidos a responsabilidades vinculadas al control y disposición de recursos materiales y financieros.

Referente a estos asuntos, desde el socialismo crítico se plantea que el desafío mayor para el orden social en Cuba no es económico sino político. Respecto a esta aseveración aparecen los puntos de atención siguientes:

a) Desestatizar y descentralizar el socialismo cubano en función de más autogobierno y más autogestión.

b) Enfocar el desarrollo democrático, lo que implica llagar a procedimientos democráticos para establecer y controlar las regulaciones.

c) Encausar la politización del ámbito público en general y del ámbito laboral en particular, entendida como prácticas sociales en la definición, decisión y control de la política; lo que atañe a la elegibilidad de todos los cargos públicos.

d) Potenciar relaciones de producción democráticas como la cogestión, autogestión y cogestión de la propiedad estatal como parte de la definición de las formas de propiedad y de posesión que se acuerden.

De cualquier manera, prepondere una u otra comprensión, lo cierto es que ser socialista no es una condición que vive fuera de las personas, de la subjetividad. Es un aprendizaje social, una práctica histórica, una acumulación cultural. Su contenido humanista, liberador, anti opresivo, incluyente y colectivo no florece por decreto o declaraciones, sino por las prácticas concretas que den testimonio de que se puede vivir de otra manera.

Para ello es condición el desarrollo de políticas socialistas que apunten a formas sociales de producción material y espiritual potenciadoras de actitudes y sentimientos socializadores de la libertad.

Comparto el principio martiano de que para superar la crisis y encausar el desarrollo no puede prescindirse de nadie que esté honestamente dispuesto a contribuir a ello, algo que sería difícil sin diálogo, sin el necesario contraste de criterios y sin la búsqueda de consensos.

Pero a los efectos de este análisis me concentro en los discursos socialistas y no en otros cuerpos ideológicos que desde la honestidad buscan la redefinición del proyecto nación, y no necesariamente se involucran en la redefinición que, para aquel, ha de acometer el proyecto socialista.

De cualquier manera, como nos dice Juan Valdés Paz, no sólo tenemos que producir una buena idea de sociedad, sino que tenemos que acompañar cualquier propuesta de ella con un nivel de consenso que garantice el apoyo de las grandes mayorías del país.

Debemos, sí, mirar el asunto en su integralidad. Nación, Revolución y socialismo no son la misma cosa, pero cada una condiciona el alcance y plenitud de la otra. No son lo mismo, pero tienen una relación acumulada cuyo conector es la política práctica y creadora desde la que se busca aportar, sostener y reinventar un orden social que garantice los contenidos y concreciones del proyecto revolucionario de la nación cubana. Este consiste en la consolidación de la independencia nacional y justicia social. Y debe conseguirse a través de la práctica política que, al mismo tiempo, implique enfrentar a esa política que niega, posterga o tergiversa la posibilidad del orden social que realice tal proyecto.

Visto así, el socialismo, en tanto cualidad del proyecto revolucionario de nación, ha de pretender, en el camino de la plena soberanía, la democracia popular, el desarrollo socio económico y la mayor equidad, crear un orden social de relaciones humanas en constante proceso de liberación.

El socialismo ha de ser una totalidad compuesta de muchos pocos esenciales y constituyentes, un proceso de acumulaciones. Y dado que nadie tiene la última palabra sobre lo que debe ser, aprovecho este espacio para compartir la comprensión que he convertido en mi apuesta socialista, desde la que dialogo con la cruda realidad y el ensordecedor pragmatismo que nos convida a mutilar los sueños.

Socialismo porque implica relaciones socializadoras del poder, la producción y la política que entrañan equidad, dignidad y felicidad. Participativo porque la gente lo hace suyo y se siente en él. Popular porque los sectores sometidos económica y culturalmente son el sujeto que confronta la hegemonía que excluye, niega y mutila. Democrático porque la libertad espiritual y material de todos y todas se administra por todos y todas. Liberador porque potencia relaciones sociales humanizadoras. Comunitario porque se realiza en lo común, en lo colectivo, en lo público como espacio de crecimiento humano. Creador porque explaya la creatividad humana, individual y colectiva, a su condición de infinito. Inclusivo porque contiene las muchas diferencias que nos enriquecen. Ecológico porque somos en armonía con toda la existencia. Ético porque el amor por las y los demás es consciente y militante. Sentipensante porque unir el sentir y el pensar es la posibilidad de que el lenguaje alcance su plenitud para decir la verdad. Amoroso porque el socialismo es el nombre político del amor.





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