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28 enero 2021

José Martí, el cronista rebelde de La Nación



Fuentes: Rebelión

Un cronista que vivía al periodismo, no solamente como un ejercicio profesional, sino como una misión, ligada indisolublemente a su brega por la independencia de Cuba y la unidad de América Latina.

***

Antes que nadie, Martí hizo admirar

el secreto de las fuentes luminosas.

Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas,

caprichos y bizarrías”

Rubén Darío

Corría el año 1882 cuando la pluma del cubano José Martí irrumpía en las páginas del diario La Nación, de Buenos Aires, fundado en 1870 por Bartolomé Mitre, general y expresidente de la República Argentina.

Las crónicas, que por casi 10 años se publicaron de forma continua en ese diario, fueron la corriente central de una relación con la Argentina que Martí compartiría también en otras áreas de su vida, como cónsul de ese país en Nueva York y también a través de sus semblanzas de San Martín y sus escritos que plasmaban sus intuiciones sobre “el fervor con que prepara su grandeza futura Buenos Aires”, que confiesa, lo enamoraba.

Muchos conocen a Martí como el prócer y como el poeta, pero su labor como periodista fue de una importancia fundamental en su vida. Su colaboración más larga como corresponsal desde Estados Unidos -donde se instaló a partir de 1881- la desarrolló con La Nación, a través de cuyas páginas buscaría transmitir el acontecer y la actualidad de dicho país en un momento en el que se condensaban allí importantes transformaciones. En sus cartas, Martí no solo mostraría a los Estados Unidos desde adentro para el público argentino y latinoamericano, sino que a través de sus crónicas manifestaría, además, los primeros pasos de la prosa modernista.

El hombre correcto en el lugar correcto

Según reseña el historiador cubano Raúl Rodríguez La O, fue a través de Carlos Carranza, entonces cónsul argentino en Nueva York, y con quien Martí había trabajado en la casa comercial Carlos Carranza and Company, que se hizo el contacto con la dirección del diario.

La Nación, por su parte, se expandía. Había contratado en 1877 los servicios de la agencia Havas de noticias, y su red de corresponsales se iba extendiendo cada vez más tanto hacia el exterior como al interior del país.

José Martí era, a su vez, una personalidad ya conocida en las letras latinoamericanas y se había probado como corresponsal y escritor en las páginas de otros diarios latinoamericanos como La Opinión Nacional, de Caracas y El Partido Liberal, de México.

A la sazón, el entonces director del diario argentino, Bartolomé Mitre y Vedia (hijo del fundador) en su primera carta a Martí, fechada el 26 de septiembre de 1882, le expresó que “la necesidad de un corresponsal competente en ese país, era sentida por nosotros desde hace mucho tiempo, pero escollábamos en la dificultad de encontrar the right man in the right place.[1] Hoy creemos haberlo hallado en Ud., halagándonos la esperanza de que su primera carta será el punto de partida de relaciones recíprocamente gratas y recíprocamente convenientes”.

Así, el 13 de septiembre de 1882 aparecía la primera crónica martiana en La Nación. En ella narraba la ejecución de Charles Guiteau, condenado por el asesinato del presidente estadounidense James Garfield, pero también contaba sobre “Capitalistas y obreros. -Grandes huelgas. -Últimos debates del Congreso.-Descomposición del Partido Republicano. -Campamentos religiosos. -Escuela de filósofos cristianos. -Congreso de educadores”.

Las crónicas tomaban la forma de correspondencia. Las cartas escritas por Martí iban dirigidas al director de La Nación, y en ellas abordaba los acontecimientos principales de un país que en el último tramo del siglo mostraba las transformaciones que marcarían su carácter como nación que se afirmaba como potencia industrial.

En paralelo a ese crecimiento económico, como parte de él y en respuesta a él, la sociedad se movía también. Como se puede ver en ese recuento de temas al inicio de la primera entrega, puestos como a modo de título o resumen de contenidos, las crónicas buscarían pintar un cuadro, un panorama general, en el que los y las lectoras pudieran ver a través de los ojos del cronista como si estuvieran allí.

Martí se abocó a ello con especial ahínco y tomó en sus manos la tarea de ser comprensible para su público revelándose como precursor del modernismo.

En este sentido, en una de sus cartas decía: “Mire cada uno por sí, y escriba por sí, y entre en sí por luz y en su torno la naturaleza. De impresiones viven las letras, más que de expresiones. ¡Escombro, escombro! Todas esas frases rellenas, todos esos abalorios históricos, todos esos parámetros literarios, ¿qué dejan en quien se lee, sino la presunción de que el escritor es sabihondo? Narciso no se ha ser en las letras sino misionero. No se ha de escribir para hacer muestra de sí, y abanicar como el pavón la enorme cola; sino para el bien del prójimo, y poner fuera de los labios, como un depósito que se entrega, lo que la naturaleza ha puesto del lado adentro de ellos”. (La Nación, el 11 de enero de 1885).

Sin embargo, su primera entrega fue parcialmente recortada por la vehemencia de su denuncia sobre asuntos que, -a la luz de la correspondencia que siguió a ese recorte, puesto que no se sabe qué fue lo que se recortó-, el cubano consideraba reprochables sobre los EE.UU.

Le decía Mitre y Vedia en su carta de 1882, que la supresión de una parte de su entrega había “respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país. Sin desconocer el fondo de verdad en sus apreciaciones y la sinceridad de su origen, hemos juzgado que su esencia, extremadamente radical en la forma absoluta en las conclusiones, se apartaba algún tanto de las líneas de conducta que, a nuestro modo de ver, consultando opiniones anteriormente comprendidas, al par de las conveniencias de empresa, debía adoptarse desde el principio en el nuevo e importante servicio de correspondencias que inaugurábamos.”

En igual tono de sinceridad contestó Martí a dicha carta, replicando, entre otras cosas que “cuando haya cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas; que yo no haré en mis cartas -pues va dicho sin decirlo que acepto el honor de escribirlas para La Nación-, sino presentar las cosas como sean, que es sistema cuerdo de quien por no ser de la tierra, tiene miedo de pensar desacertadamente, o amar demasiado, o demasiado poco.”

Y agrega que su método “para las cartas de New York que durante un año he venido escribiendo, hasta tres meses hace que cesé en ellas, ha sido poner los ojos limpios de prejuicios en todos los campos, y el oído a los diversos vientos, y luego de bien henchido el juicio de pareceres distintos e impresiones, dejarlos hervir, y dar de sí la esencia,-cuidando no adelantar juicio enemigo sin que haya sido antes pronunciado por boca de la tierra,-porque no parezca mi boca temeraria;-y de no adelantar suposición que los diarios, debates del Congreso y conversaciones corrientes, no hayan de antemano adelantado. De mí, no pongo más que mi amor a la expansión -y mi horror al encarcelamiento del espíritu humano.”

Aunque no se conoce si esta carta tuvo a su vez una nueva contestación por parte del director de La Nación, lo cierto es que se inauguraba así la serie más larga de crónicas de Martí sobre los Estados Unidos, que fueron ciertamente tan halagadoras como críticas para aquel país, buscando, como él mismo había propuesto, tanto “poner los ojos limpios de prejuicios en todos los campos” como tratando de cumplir esa misión que daba al periodismo, cuando decía en esa misma primera misiva al diario argentino que “la prensa no puede ser, en estos tiempos de creación, mero vehículo de noticias, ni mera sierva de intereses, ni mero desahogo de la exuberante y hojosa imaginación. La prensa es Vinci y Angelo, creadora del nuevo templo magno e invisible, del que es el hombre puro y trabajador el bravo sacerdote” y agregaba que allí, en los Estados Unidos, hervían “en junto con los modernos problemas humanos, los problemas concretos de América, y ambiciones que alarman y grandezas reales que deslumbran”.

Dos herejías: la forma y el contenido

Las cartas de Martí desde EE.UU. buscaban dar una imagen integral, pintar un mosaico con temas de sociedad, entretenimiento, conocimiento y ciencia, economía, política, todo contado en un tono tan accesible como cercano, como cuando dice:

“Vamos a pasear por Nueva York hoy que es día de elecciones: a ver quiénes votan, y cómo y en dónde, y qué se hace después de votar; a oír lo que se trama, vocifera y cuchichea; a pintar en su día de soberanía a este pueblo pujante y complejo; a palparle, ahora que las tiene conmovidas, las gigantescas entrañas”. (La Nación, 6 de noviembre de 1884)

O como cuando describe a la ciudad, como “una locomotora de penacho humeante y entrañas encendidas. Ni paz, ni entreacto, ni reposo, ni sueño. La mente, aturdida, continúa su labor en las horas de noche dentro del cráneo iluminado. Se siente en las fauces polvo; en la mente, trastorno; en el corazón, anhelo.” (La Nación, 8 de julio de 1883)

Era una escritura que buscaba acercar la experiencia del cronista de forma tal que fuera una sucesión de imágenes, casi como una película, para quien lo leía.

El propio escritor y político argentino, Domingo F. Sarmiento, le pidió, en una carta abierta publicada en La Nación, al escritor francoargentino, Paul Groussac, que tradujera una de las cartas de Martí desde Estados Unidos, donde describía la inauguración de la estatua de la Libertad.

“Traduzca al francés el artículo de Martí, para que el teléfono de las letras lo lleve a Europa, y haga conocer esta elocuencia sudamericana áspera, capitosa, relampagueadora, que se cierne en las alturas sobre nuestras cabezas. Tradúzcala usted que es nuestro bibliotecario inmérito, aunque sea nuestro literato francés, y se halle en buen camino de merecer su puesto. En español nada hay que parezca a la salida de bramidos de Martí, y después de Víctor Hugo nada presenta la Francia de esta resonancia de metal (…) Deseo que le llegue a Martí este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y su estilo de Goya, el pintor español de los grandes borrones con que habría descrito el caos”. (La Nación, 4 de enero de 1887)

Sin entrar en un análisis exhaustivo al respecto, sí diremos que este elogio (al cual Martí se refirió con orgullo en cartas personales a sus amigos) se produce en medio de la existencia de posturas opuestas de ambos escritores, Sarmiento y Martí, sobre Estados Unidos y también sobre el lugar que ocupaba lo autóctono latinoamericano para el desarrollo futuro de sus naciones. De hecho Sarmiento, ante las críticas del cubano, expresaría que “quisiera que Martí nos diera menos Martí, menos español de raza y menos americano del Sur, por un poco más del yankee, el nuevo tipo del hombre moderno”[2].

Pero el pensamiento martiano corría buscando otros cauces, que desembocarían en su archiconocido artículo “Nuestra América”, publicado por primera vez el 1ro de enero de 1891, en La Revista Ilustrada, de Nueva York.

Allí decía que:

“A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país.”

De la misma manera, se empeñaba Martí en hacer conocer a través de sus escritos lo que más tarde, en 1894, denominaría en el periódico Patria como “la verdad sobre los Estados Unidos”, cuando escribía que: “Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes”.

Es por ello que en esa serie de crónicas que vieron la luz en La Nación entre 1882 y 1891, que forman parte del conjunto que luego se catalogó como “escenas norteamericanas”, se ven momentos de exaltación y momentos de crítica.

Las más seguidas se condensaron en la serie sobre la primera Conferencia Internacional Americana, convocada en 1888 y realizada entre 1889 y 1890, en la cual, EE.UU., en la figura de su entonces secretario de Estado, James G. Blaine, convocaba a la creación de una unión aduanera con los países de la América del Sur, que fomentase “en cuanto sea posible y provechoso, el comercio recíproco entre naciones americanas”.

Martí veía en ello el peligro de una nueva dominación.

“Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles: y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”. (La Nación, 2 de noviembre de 1889)

Su postura confluyó con la de los delegados del gobierno argentino, Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña. La Argentina mantenía un fluido comercio con Gran Bretaña y Europa, el cual no estaba dispuesta a abandonar, y también con los Estados Unidos. Pero éste adoptó una política proteccionista para su industria que perjudicaba las exportaciones argentinas, no sólo por las tarifas arancelarias, sino también porque decidió importar determinados productos de otros países en detrimento de los que venían de la Argentina.

Refiriéndose a ello, el delegado Roque Sáenz Peña en aquella ocasión, dijo que “la respuesta de los Estados Unidos ha sido terminante para el Gobierno Argentino; ellos seguirían favoreciendo las importaciones de Oceanía y del Sur del África, no obstante la liberalidad de nuestras leyes que les han permitido duplicar su comercio con relación al nuestro; se explica, pues, que la Delegación en cuyo nombre tengo el honor de hablar, no cuente con abrir las puertas que le han sido firmemente cerradas; ella se limita a declarar que sus aduanas continuarán inalterables y francas para este continente, como para el resto del mundo, agregando, en cumplimiento de sus instrucciones, que no rechaza la posibilidad de hacer tratados, si bien se abstiene de recomendarlo, porque no son consejos los que el comercio necesita”[3].

Independientemente de las motivaciones que pudiera haber tenido Sáenz Peña -que no hacen al tema de este artículo- su posición condensó el desacuerdo de la Argentina con esta unión aduanera y expresó el desacuerdo con el intento de la comisión integrada por los secretarios de los Estados Unidos, de acordar en ese evento posibles futuros tratados bilaterales, asunto que no formaba parte de los temas estipulados en la convocatoria a la reunión. Estos episodios acercaron nuevamente a Martí con personalidades clave de la Argentina de la época.

Martí, nuestroamericano

Fue así que el cronista rebelde de La Nación -al cual unos años antes dicho medio le había ofrecido viajar a Buenos Aires para asumir la jefatura de su redacción, como detalla el historiador cubano Rodolfo Sarracino-, se transformó unos meses después de esta conferencia, el 24 de julio de 1890, en el cónsul de la República Argentina en Nueva York.

Martí asumiría esta tarea hasta 1891, año en el cual cesaron también sus crónicas para el diario argentino. La urgencia de la preparación de la guerra de independencia de Cuba de España y la inminencia del estallido de la misma cobraron total centralidad en la vida del prócer cubano.

Su paso por La Nación, fue en efecto una continuación de la misma rebeldía con la que pensaba y desafiaba los cánones, en las letras y en el pensamiento, planteando la necesidad de romper esquemas heredados, de conocer a las naciones latinoamericanas en su historia y sus costumbres, para crear lo nuevo a partir de allí.

Sus crónicas no fueron un condensado informativo. Traslucían su pensar, sus más íntimas convicciones, tanto en los elogios como en las críticas, lo cual era el fin último de un cronista que vivía al periodismo, no solamente como un ejercicio profesional, sino como una misión, ligada indisolublemente a su brega por la independencia de Cuba y la unidad de América Latina.

Notas:

[1] “El hombre idóneo en el lugar idóneo”

[2] Sarmiento, Domingo F. en Fernández Retamar, Roberto (2004). Todo Calibán. CLACSO. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/caliban/caliban1.pdf

[3] Discurso de Roque Sáenz Peña, “El Zollverein Americano” en la Primera Conferencia Americana, en Washington, 15 de marzo de 1890.

Yolanda Machado. Periodista, comunicadora y docente universitaria. Estudiosa del pensamiento martiano. Investigadora del Cetcot – Universidad de Buenos Aires y de Pasado y Presente siglo XXI.




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