La historia de Lucero Nazaret, mujer venezolana que participaba en una protesta a favor de Edmundo González y María Corina Machado en Catia La Mar, se ha hecho viral en las últimas horas. Como ha sido habitual en otros periodos similares, lo que empieza como una concentración aparentemente pacífica termina en acciones violentas comandadas por encapuchados y delincuentes. Este fue el caso de Nazaret, quien quizás pensó que la convocatoria era para cacerolear, gritar consignas y luego volver a la normalidad. No fue este el resultado.
Su pequeño negocio fue saqueado cuando un grupo entró a la fuerza en el Mercado Comunitario de Catia La Mar para vandalizarlo. El video circuló profusamente por razones lógicas. La desesperada reacción de la mujer ante la destrucción de su única fuente de ingresos se podría entender como un acto reflejo colectivo de un país al que le ha costado mucho recuperarse en lo económico durante los últimos años. En ese sentido, su situación resumió el miedo generalizado a perder todo lo logrado con esfuerzo.
Su experiencia, tan comentada y discutida en los últimos días en las redes sociales, también expresó que la gente común, dependiente económicamente de su capacidad para generar ingresos día a día, es el principal objetivo de los dispositivos de violencia. Y de distintas formas, directas e indirectas: la vandalización de centros de salud, almacenes de alimentos o farmacias populares va directamente dirigida hacia la vulneración de derechos básicos de las Luceros Nazaret que habitan en el país mayoritariamente.
Como también ha sido común en otros procesos, la política de reparación del Gobierno venezolano entró en escena. El negocio fue recuperado totalmente al cabo de pocas horas, junto al de otros emprendedores del Mercado Comunitario, víctimas asimismo del saqueo, a través de microcréditos para volver a levantar su proyecto económico.
Este caso ha sido poderoso en el territorio de lo simbólico, en tanto ha permitido resumir el carácter clasista de la agenda de violencia recientemente desplegada y su carga de hostilidad incluso hacia sus propios simpatizantes, que no por esa razón están extentos de sufrir consecuencias.
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