La Masacre de Trelew en la historia - Periódico Alternativo

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22 agosto 2024

La Masacre de Trelew en la historia


Por Ana Trucco Dalmas* /Resumen Latinoamericano, 22 de agosto de 2024.



Cincuenta y dos años han pasado de aquella fría noche de agosto de 1972, cuando un grupo de 116 guerrilleros argentinos, cautivos en una lejana cárcel patagónica, decidió activar su plan de fuga y escapar. Cincuenta años pasaron, también, del fusilamiento de los que, por distintas fallas en el operativo de escape, fueron capturados.1

La fuga del Penal de Rawson —ubicado en la provincia argentina de Chubut—, y el asesinato de 16 de los 19 guerrilleros que no lograron escapar —conocido como la Masacre de Trelew—, fueron de los hechos más conmocionantes de la época, cuya repercusión social, cultural y política dejó huellas persistentes en la memoria de los años setenta.

Pero, más allá de esa memoria, ambos eventos tienen en nuestra historia contemporánea una relevancia y significación específica que es preciso señalar y, al mismo tiempo, develar. La fuga del Penal de Rawson y la Masacre de Trelew —que por razones de economía escritural denominaré Trelew—, no fueron un hecho más en un largo caudal de eventos políticos o militares, sino un acontecimiento histórico en sentido pleno. Es decir, un suceso breve pero significativo, capaz de decirnos mucho más sobre ese pasado.

Esto, claro, no es una novedad y, por ello, historiadores y cientistas sociales han investigado diferentes dimensiones de la fuga y la Masacre. Sin embargo, ninguno de ellos las ha estudiado de manera conjunta. Las razones son muchas, la mayoría obedece a la manera en la que ambos sucesos fueron pensados y a las preguntas que se formularon para indagar Trelew.

Es por ello que, al cumplirse medio siglo de aquellos hechos, resulta oportuno hacer un balance historiográfico y preguntarnos en qué dimensiones de la historia del siglo XX argentino se inscribe la fuga y la Masacre. Responder a este interrogante no es tarea sencilla ya que, como intentaré mostrar, bajo la aparente brevedad y eventualidad de la fuga y la Masacre, se imbricaron procesos muy distintos, con temporalidades y dimensiones varias. Esto es así porque, además de una fuga y de una masacre, Trelew fue muchas cosas: parte de la historia política argentina, hito singular en el devenir represivo militar del Cono Sur, conflicto diplomático en plena Guerra Fría, patrimonio común revolucionario, alimento para el periodismo sensacionalista y narrativas policiales, objeto del foto-periodismo; razón de artistas y escritores que bordeaban las vanguardias, motivo para la reactivación del humanismo sacrificial, pasión popular, solidaridad, simpatía y, finalmente, pueblada.

Por todo eso, sostengo aquí que Trelew —en tanto acontecimiento— es capaz de ilustrar una época o parte de ella. De allí nace su permanencia en la memoria más allá de la conmemoración y de las efemérides y, luego, su interés historiográfico. Esto, naturalmente, no significa que la fuga y la Masacre “representen” un periodo de la historia reciente argentina. Antes bien, significa que en el devenir de esos eventos se anudaron un conjunto de procesos que retratan su propia época de forma excepcional.

En las páginas que siguen, defenderé estas ideas e intentaré demostrarlas.2

Prisión, fuga y masacre. El tiempo nervioso de la política

Eran las seis de la tarde del martes 15 de agosto de 1972, cuando 116 presos políticos, cautivos en el Penal de Rawson, decidieron amotinarse, tomar las instalaciones, reducir a más de 60 guardias y escapar. El plan había sido diseñado milimétricamente por los principales dirigentes de distintas organizaciones guerrilleras: Mario Roberto Santucho, Domingo Menna, Enrique Gorriarán Merlo, del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros.

Para escapar de una cárcel de máxima seguridad como era el Penal de Rawson —cuya ubicación lejana de todo gran centro urbano argentino redoblaba las dificultades—, era preciso un plan de fuga que contara con un grupo de apoyo exterior, afuera de las instalaciones presidiarias. Resultaba vital trasladarse rápidamente hacia otro lugar, sin ser capturado o quedar a la deriva de la gran estepa patagónica. Por eso, una vez que los presos lograran tomar el penal, un Ford Falcon, una camioneta y dos camiones los esperarían afuera y los llevarían al Aeropuerto más cercano, a 20 kilómetros de allí, en la ciudad de Trelew. La idea era secuestrar un avión con destino a Buenos Aires que, saliendo desde Comodoro Rivadavia, haría escala en Trelew a las 6.50 de la tarde. A esa hora, y si todo salía según los planeado, los 116 presos debían llegar al aeropuerto, obligar a los pasajeros a abandonar el avión y al piloto a cambiar su destino hacia Cuba. Para lograrlo, unas horas antes, Alejandro Ferreyra Beltrán y Víctor Fernández Palmeiro, del PRT-ERP, abordarían el avión en Comodoro Rivadavia y ayudarían, desde el interior, a secuestrarlo. Pero, al caer la noche, solo 6 de los 116 presos que esa tarde intentaron fugarse, lograron recuperar su libertad. ¿Qué había pasado?

La primera parte del plan se desarrolló según lo estipulado: el penal fue tomado exitosamente. La reducción de guardias se llevó a término con total tranquilidad. Los presos pudieron salir de sus celdas y llegar hasta la salida del penal. Afuera, los vehículos aguardaban para llevarlos al Aeropuerto. Una hora después, tal como se había estipulado, el avión que los llevaría a Cuba aterrizaba en el Aeropuerto de Trelew.

Sin embargo, durante la toma del penal, un guardia cárcel, Juan Valenzuela, sospechó de los raros movimientos y quiso detener al primer grupo que intentaba escapar por la puerta principal. Pero antes de poder sacar su arma, fue alcanzado por un disparo. Era la primera víctima de la fuga. Afuera, los disparos confundieron a quienes estaban esperando a bordo de los camiones y camionetas, e interpretaron que habían recibido una señal que indicaba que el operativo de fuga se había cancelado. Y, así, decidieron partir, alejándose del penal. En cambio, el Ford Falcon —el más pequeño de los vehículos— interpretó la señal de otro modo y esperó. Los primeros en salir del penal y abordar ese Ford Falcon fueron los principales dirigentes guerrilleros, los ideólogos de la fuga: Santucho, Osatinstky, Quieto, Gorriarán Merlo y Vaca Narvaja. Este primer contingente de fugados partió hacia el Aeropuerto de Trelew, esperando encontrar el avión que garantizaría su escape.

A bordo de ese avión los esperaban dos compañeros del PRT-ERP, Ferreyra Beltrán y Fernández Parlmeiro. Mediante Ana Weissen —militante de las FAR que subió al avión en Trelew como pasajera y que tenía contacto con los vehículos que garantizarían la fuga—, se enteraron sobre una falla en el operativo y aguardaron en la pista de aterrizaje a que llegara, al menos, algún contingente de compañeros.

Mientras tanto, en el Penal, siendo casi las siete de la tarde, el resto de los 110 presos amotinados no sabía, aún, que ningún otro vehículo vendría por ellos. Ante la demora evidente, un pequeño grupo decidió llamar a taxis desde las oficinas del penal. Llegaron sólo cuatro vehículos. Había lugar para 19 personas. Y así fue como otro contingente de cuatro mujeres y catorce hombres partió hacia el aeropuerto, con el plan de fuga trastocado y, sobre todo, demorados. Sumado a esto, por un desperfecto mecánico, uno de los taxis retrasaba su andar y, para evitar separarse, el resto de los vehículos esperaba. Cuando llegaron al Aeropuerto, 45 minutos después, aún podía verse, en el horizonte, las luces del avión que había iniciado el despegue algunos pocos minutos antes.

Al no poder subir al avión, los 19 guerrilleros recién llegados al aeropuerto de Trelew debieron rendirse. Rodeados por un batallón de infantes de Marina, tomaron la torre de control. Con temor a posibles represalias, llamaron a un médico y a un juez federal para garantizar su integridad física. Llamaron, también, a los periodistas y, antes de deponer sus armas, dieron una conferencia de prensa donde explicaron, frente a las cámaras de televisión, las causas de la fuga y las condiciones de su rendición. Entre ellas, se encontraba el pedido de regresar al Penal de Rawson. Pocos minutos después, dejaron sus armas en el suelo y se rindieron, a la espera de su traslado. Sin embargo, con la excusa de que el penal aún continuaba tomado, fueron llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar, a pocos kilómetros del aeropuerto de Trelew. Desde entonces no se supo nada de ellos. Hasta la madrugada del 22 de agosto de 1972. Ese día un grupo de hombres al mando del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y el Teniente Roberto Bravo ordenó a los 19 presos a salir de sus celdas y enfilarse. Sin mediar palabra, los marines dispararon a matar. Los que sobrevivieron a la balacera, fueron rematados con armas de corto alcance. A pesar de todo, 7 de los 19 reclusos, lograron sobrevivir. 4 murieron en horas posteriores. Sólo 3 de ellos vivirían para contarlo.

Así se llamaban quienes esa noche perdieron su vida: Alejandro Ulla, Alfredo Kohan, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Carlos Astudillo, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti, Rubén Pedro Bonnet, Susana Lesgart.

11 de los 16 fusilados era miembros del PRT-ERP, 2 de Montoneros y 3 de las FAR. La mayoría no había cumplido sus 25 años. Ana María Villarreal de Santucho estaba embarazada.

Por su parte, Ricardo René Haidar, María Antonia Berger y Miguel Ángel Camps, sobrevivieron a la balacera. Fueron trasladados a un Hospital en Puerto Belgrano.3

Volvamos, ahora, al interrogante inicial: ¿en qué dimensiones de la historia del siglo XX argentino se inscribe la fuga y la Masacre? En primer lugar, Trelew pareciera pertenecer a la historia política y, sobre todo, al “tiempo nervioso” de la política de los años setenta.4 Una fuga carcelaria de un grupo de 116 presos políticos, organizada por distintas organizaciones guerrilleras argentinas que tenían como bandera la revolución socialista y como método la lucha armada; el posterior fusilamiento de quienes no pudieron escapar por miembros del Batallón de infantes de la Marina Argentina —y con la complicidad de la dictadura militar que, en esos años, gobernaba la Argentina—; en fin, estos hechos, en primera instancia, se narran y se explican bajo la lógica y causalidades de la historia política y militar, inscribiéndose en una temporalidad breve y acotada.

Sin embargo, para comprender la fuga y la Masacre, antes debiera darse cuenta del paisaje político y cultural que, hacia los años sesentas, se había transformado de forma considerable. Desde mediados de siglo XX, la Argentina se debatía entre regímenes dictatoriales y brevísimos períodos pseudo-democráticos que reprimían ferozmente todo conflicto social o político, al tiempo que veía nacer nuevos partidos, organizaciones, figuras y agrupaciones varias que alimentaron ese gran espacio ideológico, político y cultural tan vasto y complejo conocido como Nueva Izquierda. Las “nuevas izquierdas”, se crearon al calor de poderosas insurrecciones obreras y grandes movilizaciones populares que se oponían a las medidas socio-económicas y represivas de los gobiernos militares. Sus principales participantes y artífices, miraron con entusiasmo la Revolución Cubana que, desde 1959, había comenzado a forjar el primer gobierno comunista en toda América Latina. Algunos, reelaboraron viejas tradiciones de izquierda a partir de este suceso y, otros, lo unieron al destino de corrientes nacionalistas como fue el caso de la izquierda peronista. Todos ellos levantaron la bandera del socialismo y, la gran mayoría, defendieron la opción por las armas.5 Del auge de las nuevas izquierdas surgieron las organizaciones guerrilleras que, hacia 1971 y 1972, tenían la mayor parte de su dirigencia y cuadros medios apresados en las principales cárceles del país, perseguidos por la dictadura militar. Fueron estos presos los que intentaron escapar la noche del 15 de agosto de 1972.

Pero este paisaje histórico —al que sólo podríamos acudir como marco general— no es un contexto específico de la fuga y la Masacre y, por ello, se presenta insuficiente para mostrar la singularidad y la caladura histórica de Trelew en tanto acontecimiento.6 Dicho de otro modo: no fue el desarrollo de las Nuevas Izquierdas, tampoco la propia represión militar de la dictadura, lo que explica de forma específica que la fuga y la Masacre se convirtieran en un suceso significativo para su propia época.7

Señalar los contextos específicos de la fuga y la Masacre no es una tarea sencilla. La primera dificultad reside en la brevísima duración de estos eventos. Entre la fuga y la Masacre transcurrieron sólo siete días. La espectacularidad de estos sucesos y la manera en la que fueron comunicados y difundidos, hizo de los siete días de Trelew un suceso en sí mismo. Pero, como afirmaba Braudel en Historia y Ciencias Sociales, el tiempo corto es “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”.8 El “engaño” de la temporalidad de los eventos de Trelew, reside en su capacidad de ocultar las razones de su complejidad histórica dada su aparente indeterminación y su vida episódica fuera de casi toda estructura. Por ello, se retorna una y otra vez a esos siete vertiginosos días transcurridos entre el 15 y 22 de agosto de 1972. El tiempo breve de la fuga y de la Masacre es tal vez su costado más atractivo y, por lo tanto, para el historiador, el más engañoso, porque obtura el avistaje de otros procesos no tan acotados que sí lo explican, que sí lo comprenden. O, mejor dicho, que lo explican de otra manera, devolviéndole su sentido histórico, esto es: los contextos específicos que forjaron su singularidad.

Pongamos, al menos, el ejemplo más evidente. Luego de la fuga —cuando la Masacre de Trelew aún no se había producido—, los seis guerrilleros que escaparon con éxito, secuestraron un avión en el Aeropuerto de Trelew y partieron hacia Santiago de Chile. Esto generó un conflicto diplomático de difícil resolución entre Argentina y el país trasandino. Allí hacía dos años que gobernaba la Unión Popular de Salvador Allende, quien se negó a extraditar a los guerrilleros argentinos y permitió que escaparan hacia Cuba, donde fueron bien recibidos por el gobierno comunista de Fidel Castro. De este modo, a través de Trelew, la Guerra Fría latinoamericana se metió de lleno en la historia Argentina, haciendo emerger la compleja geografía transnacional del devenir político revolucionario y contra-revolucionario que atravesó la historia de casi todo el siglo XX, a nivel mundial. Aquí, Trelew, comienza a pertenecer a una historia más amplia y general, que se despliega en una temporalidad mucho menos acotada. Y este sí constituye uno de los contextos específicos de la fuga y la Masacre, que analizaré en el apartado que sigue.

En el espacio leemos el tiempo. De Rawson a La Habana. Chile y la Guerra Fría latinoamericana

Se sabe que uno de los principales artífices de la fuga del Penal de Rawson fue Mario Roberto Santucho, máximo dirigente del PRT-ERP. Fue él quien, la tarde del 15 de agosto de 1972, intentó convencer al piloto del avión recién secuestrado en el Aeropuerto de Trelew para que modificara su rumbo hacia la ciudad de La Habana, en Cuba. Pero el piloto se negó, argumentando que la aeronave no poseía la suficiente autonomía para llegar hasta el Caribe. Luego de algunas deliberaciones con sus compañeros, decidieron obligar al piloto a dirigirse hacia Santiago de Chile. La elección del país trasandino no era, sin embargo, una decisión desesperada.

Desde septiembre de 1970, en Chile, gobernaba la Unidad Popular de Salvador Allende, una alianza de partidos y fuerzas progresistas que había llegado al poder por las urnas y que se había puesto, como objetivo, conducir el país, pacífica y democráticamente, hacia el socialismo. En pleno contexto de Guerra Fría, donde las principales potencias en pugna desmentían tal posibilidad oponiendo socialismo a democracia y democracia a socialismo, el gobierno de la Unidad Popular fue un experimento político sin antecedentes históricos.

Por eso, para los guerrilleros argentinos, escapar desde el Penal de Rawson hacia Chile podía garantizarles cierta seguridad. No era improbable que aceptaran refugiarlos, al menos, transitoriamente ya que, más allá de Allende y la Unidad Popular, Chile poseía una larguísima tradición de asilo político que se reforzó a partir de 1970.

Por otro lado, hacía tiempo que, al menos el PRT-ERP, mantenía vínculos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno (MIR) y comenzaba a formar parte de lo que Aldo Marchesi llamó “una red transnacional de militantes políticos vinculados a distintas organizaciones armadas de la nueva izquierda argentina, brasilera, boliviana, chilena y uruguaya, ya en formación desde mediados de los sesenta”.9 En este sentido, la solidaridad de la guerrilla chilena para con la argentina fue manifestada públicamente, a dos días de la llegada del avión a Chile con los presos argentinos. La “Declaración del MIR sobre los revolucionarios argentinos llegados a Chile” fue reproducida enteramente por el órgano oficial de prensa del PRT, El Combatiente, en la página 7 de su entrega nº 71, en septiembre de ese mismo año.

Pero aunque a simple vista todo parecía indicar que escapar a Chile no generaría mayores problemas, la llegada de los guerrilleros argentinos provocó uno de los conflictos diplomáticos y geo-políticos más complejos de los que se tenga registro en la región. Esto es así porque, contrario a lo que podía esperarse en aquellos años —donde las llamadas “fronteras ideológicas” de la Guerra Fría fueron impuestas como principio de vinculación internacional entre países—, Alejandro Agustín Lanusse (entonces presidente de facto argentino) y Salvador Allende sostuvieron relaciones bilaterales nada conflictivas y habían llegado, poco antes de los sucesos de Rawson y de Trelew, a importantes acuerdos.

Por otro lado, a partir de 1971, ambos países firmaron pactos comerciales y de exportación con algunos Estados miembro de la Unión Soviética. Esto no representaba ninguna sorpresa para el caso chileno. Sin embargo, que la Argentina de Lanusse —gobernada por una dictadura militar, que tenía entre sus objetivos luchar contra el marxismo y la “amenaza comunista”—, haya dejado atrás sus “fronteras ideológicas” era toda una novedad, que se movía peligrosamente entre el pragmatismo ideológico y la audacia política.

Así, mientras que al interior de la Argentina se reprimía con severidad todo tipo de protesta social y militancia política opositora, Lanusse establecía relaciones comerciales con la Unión Soviética y aceptaba, entre otras cosas, formar parte del Pacto Andino junto a Chile, Perú y Ecuador. Dicho Pacto fue una estrategia de integración regional que tenía como objeto impulsar la industrialización sustitutiva estatal y crear un modelo alternativo a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Una de las características más destacadas del Pacto Andino fue su sesgo antiimperialista que, naturalmente, Lanusse descartó de inmediato.

Los acercamientos entre Chile y Argentina se intensificaron mes a mes y, en julio de 1971, en la provincia de Salta, Lanusse y Allende firmaron una declaración (conocida, luego, como la Declaración de Salta), en donde se comprometían a respetar el “pluralismo político” a nivel internacional en vistas a un intercambio científico y económico próspero para ambos países. Según Miguel Ángel Scena, el mandatario argentino manifestó estar dispuesto “a guiar sus relaciones exteriores con un amplio criterio de universalidad, que no admite restricciones impuestas por prejuicios o tabúes ideológicos”.11 A mediados de 1971, Lanusse se preparaba para una importarte gira internacional donde estrecharía lazos con los países latinoamericanos del Pacífico.12

Si el pragmatismo de Lanusse le había permitido, sin demasiados costos políticos, mantener relaciones internacionales y abandonar, relativamente, las llamadas “fronteras ideológicas”, para Allende, en cambio, esto era muy diferente. Desde 1970, Chile se convertía, poco a poco, en uno de los escenarios más “calientes” donde se dirimía la Guerra Fría Latinoamericana.13

En este delicado contexto, la noche del 15 de agosto de 1972, un avión secuestrado por guerrilleros argentinos, llegaba a tierras chilenas y las relaciones bilaterales entre ambos países quedarían supeditadas a la resolución de la crisis en puerta.

Según la prensa argentina, el primer contacto entre Allende y Lanusse fue vía telefónica, el 16 de agosto, un día después de la fuga. El mandatario argentino pidió a su par chileno la inmediata detención y extradición de los presos fugados. Para este pedido, Lanusse se basó en el procedimiento para extraditar delincuentes establecidos en la VII Conferencia de Montevideo (1933). Chile solicitó a Argentina documentación respaldatoria de los delitos que se le imputaban a los fugados. Recién allí, daría una respuesta.14 Dos días después de estas comunicaciones, Allende comenzaba a dar algunas señales de que no sería tan simple la extradición de los presos exigida por el gobierno argentino. En una entrevista que ofreció al Diario Clarín, Allende afirmó que “si el gobierno argentino solicita la extradición será también la justicia la que determinará y ellos tienen todos los derechos para ser defendidos ante el tribunal y tener los abogados que deseen”.15

Mientras tanto, el ejecutivo norteamericano y sus servicios de inteligencia, habían comprendido rápidamente que el escape de los seis guerrilleros argentinos iba a modificar el tablero geo-político del Cono Sur. Así, dos días después de producirse la fuga, la CIA informaba, en el reporte diario para al presidente Nixon, lo siguiente:

Allende quisiera mantener las cordiales relaciones con el presidente argentino Lanusse, pero Chile tiene una larga tradición de ofrecer refugio a disidentes sudamericanos de toda clase. Y extraditar a los extremistas provocará duras reacciones por parte de muchos miembros de su gobierno (…) En casos similares del pasado, Chile denegó el asilo formal, pero permitió a los fugitivos continuar su camino hacia otros países que los aceptaran. Cuba podría ser la opción de este grupo.16

Tanto el gobierno argentino como el norteamericano creían que Allende permitiría a los guerrilleros partir hacia Cuba, país que los esperaba sin duda ni reparo. Durante esos días, el órgano del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Granma, informó que conocía a los guerrilleros fugados y habló de ellos con indulgencia.

Pero para el gobierno chileno las cosas no estaban tan claras. Mientras Allende era instado por distintas organizaciones y partidos de izquierda a conceder el asilo a los fugados argentinos, la derecha chilena —que, para ese momento, estaba muy fortalecida—, no dejó de presionar para que fueran extraditados a su país de origen.

Para negociar la extradición, Argentina decidió enviar a su encargado de negocios en Chile. Se trataba de Gustavo Figueroa, cercano a Lanusse, que se ocupó de mantener al tanto a Cancillería de las negociaciones que entabló con el entonces Canciller Clodomirio Almeyda que, anteriormente, se había desempeñado como Secretario General del Partido Socialista Chileno.17 Si la presencia de un agregado de negocios para garantizar la extradición de argentinos fugados a Chile evidencia el interés comercial que la Argentina tenía para con ese país, la figura de Almeyda representaba algo bien distinto. Naturalmente, lo que el canciller chileno terminó por priorizar estuvo mas ligado a su tradición izquierdista que al esfuerzo por conservar los frágiles tratados comerciales entre Chile y Argentina.

La noticia de los fusilamientos de los 16 guerrilleros que no pudieron escapar, cambiaría de forma abrupta las negociaciones entre ambos países. El mismo 22 de agosto de 1972, abogados de los guerrilleros argentinos —Mario Amaya, Gustavo Roca y Eduardo Luis Duhalde— llegaron a Santiago de Chile para entrevistarse con Allende y sus ministros. Temían que, ante una posible extradición, los fugados sufrieran el mismo destino que sus compañeros. Allende los recibió tres días después. Luego de deliberar junto a sus ministros, fuertemente conmocionado por el asesinato de los guerrilleros argentinos, se expresó de este modo: “Chile no es un portaviones para que se lo use como base de operaciones. Chile es un país capitalista con un gobierno socialista y nuestra situación es realmente difícil […] Pero éste es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche se van para La Habana”.18

Esa tarde, la del 25 de agosto de 1972, unas horas antes de que los guerrilleros argentinos emprendieran su viaje hacia La Habana, Mario Roberto Santucho recibió la visita de Beatriz Allende, la hija del mandatario chileno. Ella le envió un obsequio de parte de su padre: un arma, la suya, para que se defendiera.19

Argentina debió romper relaciones con Chile, retirar a sus embajadores y expulsar a las delegaciones diplomáticas chilenas. Las rupturas de los tratados comerciales nunca llegaron a producirse del todo, pero el acercamiento entre Allende y Lanusse había quedado fuera de toda posibilidad.

Nueve meses después, Argentina daba un vuelvo político en su historia y recuperaba la democracia, luego de 18 años de inestabilidad institucional y proscripción de su mayor fuerza política, el peronismo. El conflicto diplomático con Allende quedó, rápidamente, en el pasado.

Para Chile, en cambio, las cosas fueron muy distintas. La fuga del Penal de Rawson y la Masacre de Trelew, impactaron hondamente en el curso de la Guerra Fría latinoamericana donde el país transandino fue, para esos años, un escenario privilegiado del despliegue de ese conflicto. Así, un día después de producirse la Masacre, otro informe de la CIA confeccionado para Nixon, mencionaba la posibilidad de un golpe de Estado contra el gobierno de la Unidad Popular.20 Las causas de ese golpe son varias, pero en esa historia, el escape de los presos argentinos a Chile no es un evento aislado o menor.

*

Como puede observarse, la fuga del penal de Rawson y la Masacre de Trelew se inscribieron en procesos de largo aliento de cuyo desarrollo emergieron configuraciones geográficas específicas. Esa geografía excedió los marcos nacionales e internacionales. Por ello, el análisis de las dimensiones globales o transnacionales ofrece aquí una potencia explicativa mayor. En este caso, la consideración del factor espacial ayudó a decirnos mucho más sobre ciertos procesos históricos y a devolverle la complejidad a eventos en apariencia breves y episódicos.21

La Masacre de Trelew en la historia de la represión
militar argentina. Antecedente, ejemplo y venganza

Mientras el destino de quienes lograron fugarse primero a Chile y luego a Cuba puede leerse a la luz de la historia de la Guerra Fría en América Latina, el fusilamiento de los que no pudieron escapar debe estudiarse como un capítulo nada menor en la historia de la represión militar y de la persecución política en nuestro país, durante la segunda mitad del siglo XX.

Esa historia había dado un gran salto en la Argentina a partir de 1955, cuando un golpe de Estado derrocó al gobierno de Juan D. Perón. Desde ese momento dio inicio un nuevo proceso de militarización del Estado argentino y de la sociedad en su conjunto.22 Se inauguraba así una época donde volvía a fortalecerse el rol político de las Fuerzas Armadas.

Este proceso terminó por consolidarse y redoblar su impulso diez años después, cuando un nuevo golpe de Estado derrocó, en junio de 1966, al presidente Arturo Illia. Los distintos representantes de las Fuerzas Armadas, reunidos en la autodenominada “Junta Revolucionaria de los Comandantes en Jefe”, dispusieron que el General Juan Carlos Onganía asumiera como presidente de facto.

La “Junta Revolucionaria” tuvo, entre sus distintos objetivos, la modernización socio-económica del país y la lucha contra el “marxismo” y el “comunismo”. Para lograr éste segundo objetivo, inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional, la militarización del Estado se fortaleció considerablemente, quedando casi todas las fuerzas policiales y de seguridad al mando de las FF.AA.23 Simultáneamente, a partir de 1966, se consolidó el enfoque anti-subversivo desde el Estado, cuyo correlato obligado fue la creación de una nueva legislación represiva que brindó los marcos de legalidad y las herramientas jurídicas para llevar adelante la represión contra esa “subversión”. A tales fines, se decretaron un conjunto de leyes que autorizaban y reglamentaban la represión de todo tipo de manifestación política, social y gremial opositora. Se crearon, también, fueros jurídicos especiales para combatir la “subversión” y consejos de guerra para juzgar civiles. Una legislación como esta daba cuenta que la represión —antes que dato aislado o excepción—, se había tornado institución y norma, lo que terminaba por consolidar un estado de excepción con letra de ley.24

Así, si uno de los datos más significativos de los años sesenta y setenta fue la renovación de las izquierdas, el surgimiento de organizaciones revolucionarias que optaron por la vía armada, y la multiplicación de revueltas populares y obreras; la dictadura militar puso todos sus esfuerzos para reprimir esa protesta social y desarticular la militancia revolucionaria. Esa represión militar no pudo detener las revueltas populares, pero sí logró engrosar la población carcelaria con un número cada día mayor de presos políticos.

La represión se intensificó luego de mayo de 1969 cuando un conjunto de huelgas obreras y movilizaciones estudiantiles expresaron —primero en Rosario y luego en Córdoba— su repudio a las políticas económicas y represivas del gobierno. Hacía medio siglo que, en la Argentina, no se producía una insurrección popular como la de Rosario y sobre todo, como la de Córdoba — conocida como Cordobazo. No se trataba solamente de movilizaciones multitudinarias de obreros y estudiantes, sino de un enfrentamiento masivo con la policía, con construcción de barricadas y confección in situ de bombas molotov y miguelitos. El descontento social y político era incontenible.

Para sorpresa del gobierno de facto, el control militar de esas revueltas no devino en un apaciguamiento de la conflictividad social, menos aún de la militancia revolucionaria. Así, un año más tarde, la organización Montoneros se iniciaba en la vida política argentina comunicando el asesinato del ex-presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.25 Esta operación por parte de una guerrilla desconocida hasta entonces, desgastó al gobierno militar de tal modo que Onganía debió renunciar. En su lugar asumió el General Roberto Marcelo Levingston. El nuevo presidente de facto tenía la misión de realizar una transición hacia la democracia, que consideraban única salida viable al estado de conflictividad social y política que reinaba en el país. Pero Levingston decidió apartarse de ese camino. Lo que vino después es bien conocido. El surgimiento o el fortalecimiento de otras guerrillas –como las FAR y el ERP– y su constante accionar, no hizo más que desgastar a un gobierno en plena crisis. Para contrarrestar este escenario, hacia 1970 ya se habían sancionado todas las leyes contrainsurgentes que se aplicaban contra militantes, sindicalistas y activistas políticos de distinto tipo.

Pese a todo esto, la presidencia de Levingston duró poco. A diferencia de Onganía, no fue un operativo guerrillero el que le costó su cargo, sino una gran protesta social. En marzo de 1971, otra vez en Córdoba, hubo una insurrección popular denominada “Vivorazo”, que volvió a poner en duda la legitimidad social del gobierno.

El costo de controlar las protestas en la ciudad cordobesa había sido alto y, a comienzos de 1971, el General Alejandro Agustín Lanusse desplazó a Levingston con el objetivo claro, esta vez sí, de llevar adelante una transición hacia la democracia. Esto no implicó que la represión dejara de operar contra protestas sociales y militantes políticos. Contrario a ello, la política represiva se generalizó, y se utilizaron tanto herramientas legalizadas como metodologías represivas fuera de toda ley y hasta criminales. En efecto, para esos años, ya existían en el país comandos para-militares que secuestraban y torturaban, desaparecían y asesinaban militantes políticos.

Para reforzar la lucha contra la “subversión”, Lanusse y su ministro de justicia Jaime Perriaux, redoblaron la apuesta y, en 1971, crearon la Cámara Federal en lo Penal de la Nación (CFPN). Se trataba de un tribunal especial —inédito para la historia del poder judicial argentino—, donde se daría tratamiento específico y exprés a los delitos de terrorismo y subversión de los que se acusaba, principalmente, a los militantes de las organizaciones guerrilleras. Se trataba de un fuero “móvil” que podía constituirse a lo largo y ancho del país, según se considerara oportuno, lo que le valió el mote de “Camarón”. La investigación de los casos que se dirimían en este fuero quedaban en manos de las fuerzas de seguridad y los acusados no tenían derecho a la presunción de inocencia, eran encarcelados de forma inmediata y carecían de instancias reales de defensa o impugnación.26 Con esta herramienta jurídica, en menos de un año, la dictadura militar detuvo a miles de personas y dictó severas penas para muchas de ellas. Según Débora D’Antonio y Ariel Eidelman, a diez meses de su creación, las causas ingresadas en la CFPN sumaban 3392.27

Pero, a pesar de su situación institucional adversa, los presos políticos, gremiales y estudiantiles no estuvieron solos y contaron la ayuda de un importante movimiento social que se solidarizó con ellos y los defendió. La creación de las organizaciones de defensa y solidaridad, a partir de 1966 en adelante, da cuenta de la enorme caladura de este movimiento.28 Quienes, principalmente, se pusieron al hombro esta tarea fueron los abogados, que crearon estas organizaciones y garantizaron que los presos y presas políticos, estudiantiles y gremiales tuvieran representación y defensa legal en las causas por los delitos que se les imputaban. Fueron los primeros en oponerse con creces a la arbitrariedad y al estado de excepcionalidad e inconstitucionalidad de la legislación represiva de la dictadura militar durante los gobiernos de la “Revolución Argentina”. Denunciaron el accionar del “Camarón” de forma sistemática y usaron todas las herramientas jurídicas para detener la oleada represiva.29

Los abogados fueron actores claves en la historia de las nuevas izquierdas y su resistencia a la represión que recaía sobre ellas. Su rol en esa historia fue ciertamente único y singular. Se trataba de profesionales que participaban de las instituciones jurídicas argentinas y que usaban ese lugar para representar a militantes gremiales y políticos revolucionarios, sin hacer demasiadas distinciones de banderías políticas y sin recibir nada a cambio. Muchos de esos abogados tenían carreras profesionales y académicas consolidadas —como fue el caso de Rodolfo Ortega Peña, Silvio Frondizi, Rodolfo Mattalorro o Eduardo Luis Duhalde. Algunos, eran figuras intelectuales de significativa relevancia para la cultura argentina de aquellos tiempos.

En plena radicalización del conflicto político, signado por la violencia institucional y la aparición de guerrillas, los abogados amasaron una cultura humanista de impronta garantista y su labor abrió un espacio de defensa de los derechos humanos de modo amplio y general cuando nadie, aún, hablaba de ello. Esto no quita que pudieran identificarse con posturas políticas específicas que los vinculaban a la militancia de sus defendidos con la que, naturalmente, simpatizaban. Algunos, incluso, se incorporaron a las organizaciones armadas. Sin embargo, en esa participación primó su oficio y métier: representaban presos políticos, dictaban conferencias, publicaban libros, escribían notas y columnas en revistas políticas y publicaciones periódicas de todo tipo.30 En medio de esa labor, viajaban por distintas ciudades del país para articular y organizar las actividades de las asociaciones civiles de defensa y solidaridad, mientras visitaban a los presos, cautivos en cárceles, penales, comisarías.

Ahora bien, si para reconstruir la historia de Rawson y de Trelew no podemos dejar de mencionar a los abogados, es porque ellos fueron, además de los defensores de los presos políticos, los primeros en enterarse de sus planes de fuga y, también, los primeros en ayudarlos desde afuera. La fuga del penal de Rawson, aquel 15 de agosto de 1972, hubiese sido imposible sin su ayuda. Fueron los abogados los que conocían el plan de fuga y ayudaron a orquestarlo desde afuera. Y no sólo eso, cuando el pequeño grupo de presos políticos que sí había logrado escapar se encontraba en Chile —a la espera de que el gobierno de Salvador Allende decidiera si les daba asilo o los extraditaba a la Argentina—, fueron los abogados quienes viajaron para negociar con el gobierno chileno y asegurar que siguieran camino hacia La Habana.

Con todo, en el devenir de las izquierdas latinoamericanas y de su lucha contra la represión, los abogados fueron lo que los imprenteros a la historia de la escritura moderna: intermediarios claves, operadores en las sombras, posibilitadores, muchas veces anónimos y, sin embargo, fundamentales. Por eso, tanto las asociaciones de defensa y solidaridad con presos políticos, como el accionar de los abogados en ellas, constituye un contexto específico ineludible para entender Trelew y su historia.

Pero más allá del rol clave que jugaron los abogados en la fuga del Penal de Rawson, vale recordar aquí que la tradición de fuga de presos políticos era, en ese momento, tan antigua como la propia historia de las persecuciones. Una de las más espectaculares del siglo XX se había producido a poco menos de un año antes a la del Penal de Rawson, muy cerca de Argentina, en la cárcel uruguaya de Punta Carretas. De ella se escaparon, por un largo túnel, 106 guerrilleros de la organización Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, entre los que se encontraba el propio José “Pepe” Mujica —que, en 2010, fue elegido presidente de Uruguay. Durante ese escape, el túnel cavado por los Tupamaros parecía no contener más oxígeno. Casi ahogados, encontraron otro túnel, mucho más antiguo, por donde se habían fugado, 40 años antes y de la misma cárcel, militantes anarquistas. Gracias a ese viejo túnel, los tupamaros lograron encontrar la salida. En agradecimiento, dejaron una nota para esos presos del pasado, en la intersección de los dos túneles.31

Un año más tarde, en la patagonia Argentina, 116 presos intentarían la misma hazaña, la noche del 15 de agosto de 1972. El resultado, como sabemos, fue bien diferente. Solo 6 de ellos lograron escapar del Penal de Rawson. Otros, los que quedaron a medio camino entre Rawson y el Aeropuerto de Trelew fueron fusilados, 7 días después.

Los fusilamientos no fueron una venganza de las fuerzas de seguridad, aunque pueda haber algún elemento de este orden. Lo que resulta clave para comprenderlos es, principalmente, el contexto represivo en el que se produjeron. Como mostré en estas páginas, hacia 1972, el Estado Argentino —gobernado por una dictadura militar— había creado y puesto en práctica todas las legislaciones represivas, instrumentos jurídicos y métodos ilegales para reprimir la protesta social y la militancia política. La ejecución de 16 guerrilleros en la base aeronaval Almirante Zar, no fue un error o un exceso, ni el resultado trágico de un nuevo motín e intento de fuga —versión que quisieron instalar desde el gobierno militar. Antes bien, se trató de un aniquilamiento orquestado y acordado por bajos y altos mandos de las Fuerzas Armadas, entre los que estaban el capitán Luis Emilio Sosa, el Teniente Roberto Guillermo Bravo y el contraalmirante Hermes Quijada, entre otros. A su vez, y aunque no haya modo de probarlo, sería muy difícil creer que Alejandro Agustín Lanusse —el entonces presidente de facto de la Argentina en 1972—, desconociera el plan de fusilamiento.32

De cualquier manera, esta no era la primera vez que la acción represiva del Estado argentino, usaba métodos criminales, fuera de toda ley, para desarticular protestas o levantamientos y aniquilar opositores en situación de plena y total indefensión. El caso más cercano a aquellos años fue el fusilamiento de quienes se habían levantado contra la dictadura militar que derrocó a Perón en el ‘55, en los basurales de José León Suárez (provincia de Buenos Aires). Esa matanza, ocurrida en 1956, tenía otro antecedente, un poco más lejano en el tiempo: el de los distintos fusilamiento de los trabajadores anarco-sindicalistas en huelga, producidos entre 1920 y 1922 en Santa Cruz, conocidos como la Patagonia Trágica.

Pero, ambos fusilamientos —nombrados a posteriori como masacres por esa misma condición de indefensión de las víctimas— fueron muy diferentes a la Masacre de Trelew. Ninguno había sido reivindicado por sus perpetradores, tampoco fueron ejecutados en dependencias públicas y, por eso, Trelew fue una masacre diferente, inédita en la historia de la represión en Argentina. Por primera vez se fusilaba a presos políticos “legales” en una dependencia estatal, con la complicidad, compromiso y conocimiento de parte de las fuerzas militares que no dudaron en obturar el esclarecimiento de los hechos, sosteniendo un pacto de silencio. Por esta razón, muchos historiadores señalan a la Masacre de Trelew como antecedente revelador de la represión clandestina que se amplió de forma sistemática durante la última dictadura.

Trelew tuvo, además, otro rasgo singular. Para quienes esa noche fueron fusilados, la represión no cesaría con su muerte, continuaría en sus velorios, homenajes y entierros. La entrega de los cuerpos a las familias estuvo plagada de complicaciones y, en la mayoría de los casos, tuvieron que mediar los abogados de las víctimas. Cuando, finalmente, los restos mortuorios de los presos asesinados fueron devueltos a sus ciudades de origen, la realización de los velorios y entierros, convertidos en grandes actos políticos, se convirtieron, también, en verdaderos campos de batalla.33 El 23 de agosto, la sede del Partido Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires levantó tres capillas ardientes para velar a tres de los dieciséis fusilados en Trelew. Se trataba de Ana María Villarreal de Santucho (PRT-ERP), Eduardo Cappello (PRT-ERP) y María Angélica Sabelli (FAR). Ese día, el comisario Alberto Villar ordenó el desalojo del lugar. La policía avanzó contra la multitud con tanques, caballos y perros, mientras se reprimía con camiones hidrantes a quienes se habían acercado a despedir a los muertos. Era la primera vez que las fuerzas represivas del Estado irrumpían en el velatorio de militantes políticos y desalojaban el lugar con artillería de guerra.34 Durante los distintos entierros, en Córdoba y Tucumán, se produjeron fuertes incidentes. La tumba de los fusilados fueron profanadas en varias oportunidades.35 En ellas se colocaron bombas y se destruyeron o desaparecieron sus lápidas.36

Desde entonces, comenzaba a perfilarse una práctica represiva cuyas modalidades se extendían desde la desarticulación de protestas callejeras hasta la profanación de cuerpos y de tumbas, pasando por la prisión, la tortura, la desaparición y la muerte. Por todo ello, la Masacre de Trelew debe entenderse como una especie de preámbulo, la historia previa a una metodología criminal puesta al servicio del exterminio de militantes políticos, que se inauguró a partir de 1976.37

Pero, poco antes de ingresar a la historia de las grandes derrotas de las izquierdas, Trelew fue también el causal de pequeñas victorias, o así fue interpretada por muchos de los contemporáneos de esos acontecimientos.38 Para la Argentina de aquellos años —o para gran parte de ella—, la decisión de asesinar a quienes no pudieron escapar del Penal de Rawson fue leída como un acto de venganza sanguinaria, fuera de toda ley. En cualquier caso, el repudio fue tal que el gobierno dictatorial de la autodenominada Revolución Argentina entraría, entonces, en su etapa final. Es cierto que la conflictividad social y política que inauguró el Rosariazo y el Cordobazo en 1969 y el Viborazo de 1971, explican mucho mejor el fin de la dictadura, que los hechos de Trelew.39 Pero no es menos cierto que a pocos días de los fusilamientos, Lanusse, confirmó mediante un discurso presidencial, que se llamaría a elecciones abiertas. La fuga y la Masacre no provocaron, sin más, el fin de la dictadura. Pero resulta evidente que la precipitaron.

Sin embargo, ni el impacto de la fuga ni la Masacre a cielo abierto explica que los hechos de Rawson y Trelew tuvieran la fuerza para empujar ese desenlace. En realidad, la diferencia con otros eventos similares —que hacen de Trelew un acontecimiento significativo— reside menos en la espectacularidad de la fuga o en la novedad de la modalidad represiva de los fusilamientos, que en la manera en la que fue comunicada y convertida en asunto de interés público y político.

Dicho de otro modo: si la fuga y los fusilamientos transcendieron (hasta tocar las puertas de la propia dictadura) fue, principalmente, por el modo en que los guerrilleros que no llegaron a escapar orquestaron la comunicación de su propia rendición y entrega, de su propia derrota.

Trelew en la Industria Cultural: libros, diarios y revistas. Foto-periodismo y televisación de la fuga y la Masacre

Desde el 15 de agosto de 1972 hasta los últimos días de ese mes, todos los periódicos locales y nacionales de gran tirada, así como los pocos canales de televisión, estuvieron pendientes de los sucesos de Rawson y Trelew que fueron noticia de tapa y motivo de impactantes titulares. Hubo, en poco tiempo, cientos de páginas publicadas con todo tipo de información acerca de la fuga y la Masacre. Los semanarios de actualidad política hicieron lo suyo. Hasta la prensa de izquierda y de crítica cultural, logró introducirse en ese caudal informativo en el que todos intentaba dar sus primeras coordenadas interpretativas sobre los acontecimientos.

Era la primera vez en la historia de las fugas carcelarias y de la represión a activistas políticos o sociales que, no pudiendo ser ocultados, los hechos trascendían de modo vertiginoso, al tiempo de la inmediatez. La dictadura militar intentó poner un freno a la gran difusión de noticias sobre la fuga y la Masacre, decretando que ningún medio podría divulgar “comunicaciones” o “imágenes” de actividades y de grupos subversivos y terroristas.40 Pero el caudal de noticias sobre ambos sucesos, en vez de menguar, aumentó día tras día.

Sin embargo, todo este esfuerzo periodístico era, antes que una guerra informativa por imponer una interpretación, el infinito efecto en cadena de la construcción de la noticia orquestada por los 19 guerrilleros que, al no llegar a tiempo para abordar el avión, ofrecieron una conferencia de prensa en el Aeropuerto de Trelew. Esta parte de la historia es harto conocida, pero vale la pena volver sobre ella. Antes de rendirse, los fugados pusieron como condición se hicieran presentes la prensa del lugar, un juez y un médico. Si el juez y el médico nada pudieron contra los fusilamientos que vinieron después, la presencia de periodistas funcionó de otra manera.

Frente a las cámaras de televisión, Pedro Bonet —en representación del ERP—, Mariano Pujadas —militante de Montoneros—, y María Antonia Berger —de las FAR—, dieron testimonio de la fuga, antes que cualquier otra persona o autoridad militar pudiera hacerlo. La forma en la que fue construida y “fabricada” esa primicia marcó a fuego la manera que, posteriormente, otros medios dieron cuenta de esos hechos.

Lo primero que se dijo en esa conferencia fue que la fuga había sido “todo un éxito”. Así lo sostuvo Bonet, esa noche de agosto, frente a las cámaras: “una serie de cuadros de las distintas organizaciones armadas, Montoneros, FAR, ERP, se van a incorporar activamente a la lucha. Esto para nosotros ha sido todo un éxito”.

En la inminencia de su propia entrega, los guerrilleros negaron la derrota del operativo y la interpretaron como un éxito. Esa lectura triunfalista del operativo sobrevivió, incluso, luego de los fusilamientos, sobre todo para las distintas organizaciones armadas implicadas en la fuga, que la vivieron como prueba de su poderío y de su capacidad para asestar “golpes” certeros a la dictadura militar.41

Pero, volviendo a la conferencia de prensa, en ella, Bonet, Pujadas y Berger explicaron, con tranquilidad inesperada, cómo caracterizaban al gobierno de Lanuse, cuáles eran sus banderas y principios, qué objetivos perseguían, en qué tradiciones históricas y políticas se reconocían, y cómo se entregarían y bajo qué condiciones.

La conferencia estuvo protagonizada, principalmente, por Pedro Bonet, del PRT-ERP, que capturó la mayor cantidad de minutos al aire y se mostró tranquilo, seguro, capaz de dar razones y debates con pausada contundencia, a la manera de los cuadros políticos universitarios. A cada pregunta respondía abriendo el debate e hizo un uso reiterado de frases y fórmulas hechas, tipo consignas: “somos el pueblo en armas”, “continuaremos con la guerra revolucionaria”; “esta es una dictadura militar al servicio de los monopolios”, etc.. Su tono y cadencia le permitieron ensayar una oralidad cuasi-retórica. Por su parte, Mariano Pujadas optó por el mismo registro que Bonet. A pesar de hablar mucho menos, dio varias declaraciones e imitó el tono y las pausas de su compañero. En otro lugar discursivo se encontraba María Antonia Berger, vocera de las FAR que, en esas circunstancias, no fue casi convocada por los periodistas, a pesar de encontrarse cerca de las cámaras y micrófonos y de dejar en evidencia su intención de dar testimonio. Sus compañeros tampoco parecían dispuestos a concederle ese lugar. En el único momento que logró introducir su voz, se enfrentó con el periodista —quien preguntaba con insistencia por la “vía violenta” de las organizaciones armadas—, y lo increpó de este modo: “Creo que usted no ha entendido perfectamente, nosotros no hemos elegido la violencia por la violencia misma, es el único camino que nos queda, en ese sentido somos más pacifistas”.42

En cualquier caso, los tres voceros de los miembros de las organizaciones guerrilleras que habían protagonizado la fuga y la toma del Aeropuerto de Trelew, tuvieron la oportunidad de difundir sus ideas, explicar y justificar la opción por la violencia revolucionaria, opinar sobre un posible escenario de apertura electoral, debatir sobre las diferencias entre organizaciones armadas peronistas y no-peronistas, aclarar cuál era su procedencia social y hasta denunciar la represión de la dictadura militar. “El gobierno reprime, reprime cualquier manifestación del pueblo por más pequeña que sea, mata a un obrero (…) lo secuestra, lo mata, (…) mata por cualquier cosa, nuestra violencia es la respuesta a esa violencia, la respuesta a la violencia del capitalismo”, decía Pedro Bonet frente a las cámaras.

Era la primera vez que se contaba con un registro de las voces guerrilleras de forma directa, de su posición política, de su causa narrada en sus propios términos. Sus rostros y sus gestos habían quedado capturados por la pantalla. Una semana más tarde, ya muertos, esos rostros seguían hablando.43 La potencia de aquellas imágenes fue difícil de obturar. Y esta dificultad se vinculaba más al desarrollo tecnológico y cultural de aquellos años, que a causas estrictamente políticas.

Habilitada la transmisión televisiva de la rendición de quienes no pudieron fugarse, la prensa gráfica argentina se encontró autorizada para investigar los hechos y cubrir cada una de sus dimensiones, como si se tratara de un espectáculo digno de ser narrado con la intriga de una novela o cuento policial.44 El triunfo de la “pantalla chica” como medio de comunicación masiva, sumado al desarrollo de una poderosa prensa gráfica —que, a nivel nacional, puso todos sus esfuerzos en cronicar, retratar, ilustrar, fotografiar y narrar los acontecimientos—, convirtió a la fuga y la Masacre en interés social y político amplio, en un evento comunicacional de masas.

La noticia sobre la fuga del penal de Rawson, que la tarde del 15 de agosto de 1972 sólo conocían un centenar de marines y sus protagonistas, los presos, se tornaron en realidad social compartida y conocida por todos a partir de la televisación de una conferencia de prensa —esto es: a partir de complejas operaciones de la industria cultural de la información. En esa conferencia, distintos miembros de la guerrilla argentina, ofrecieron la primera lectura que trascendería esos hechos secretos para convertirse en actualidad.45

Los fusilamientos que se produjeron siete días después en la Base Aeronaval Almirante Zar, no hicieron más que multiplicar la circulación del registro audiovisual de la conferencia de prensa y reforzar la lectura de los hechos ofrecida por los guerrilleros. La versión oficial afirmaba que, ante otro intento de fuga, las autoridades militares no habían tenido más remedio que disparar a matar. Sin embargo, ¿cómo podía creerse que un grupo de guerrilleros desarmados, que habían televisado su propia rendición junto a un médico y a un juez federal, intentara fugarse nuevamente? La conferencia de prensa de Bonet, Pujadas y Berger desmentía de antemano la versión oficial, la convertía en inverosímil e improbable. Por ello, en la Argentina de 1972, pocos creyeron en los comunicados de las autoridades castrenses.

Es verdaderamente curiosa la manera en que la revista Así ilustraba su edición aparecida el 25 de agosto de 1972. Bajo el título “Las últimas imágenes”, se incluyeron fotografías de la transmisión televisiva de la conferencia de prensa, esto es: la imagen de la imagen (véase imagen nº 1). En ese montaje fotográfico quedaba bien claro que lo que se estaba retratando no era sólo la conferencia de prensa, sino su transmisión por la pantalla chica.

El periodista que, esa noche, entrevistó a Bonet, Puajadas y Berger, dijo, ante las cámaras, lo siguiente:

Los compañeros periodistas están acá presentes e indudablemente esto que se va a transmitir al pueblo de Trelew y al de la República a través de la imagen de los diarios y de las radios (…) A pesar de que en estos momentos en local del aeropuerto de la ciudad de Trelew se halla rodeado por fuerzas policiales y del ejército, acaban de manifestar miembros de las organizaciones armadas —FAR, ERP y Montoneros—, que después de haber realizado esta entrevista y haber llegado a la población a través de la prensa escrita es factible, y ellos lo han decidido así, entregarse incondicionalmente sin ningún tipo de violencia. Reiteramos que esto es por si llega nuestro video-tape a tiempo de vuestros televisores46

Consciente del impacto que provocaría la televisación de la conferencia de prensa de los guerrilleros que no habían logrado escapar, el periodista no tardó en anticipar su efecto: las imágenes se transmitirían por televisión, luego serían replicadas en diarios y, también, en las radios, el medio de comunicación no-visual por excelencia. Cora Gamarnik ha señalado que “el inicio de los años ‘70 estuvo marcado por la consolidación de la televisión como medio hegemónico, lo que provocó importantes cambios en la prensa escrita. Ésta, en rasgos generales, profundizó sus aspectos visuales”.47

Así las cosas, en los años de la era de la imagen, de la televisión y del apogeo definitivo del foto-periodismo, Trelew fue vista por millones de personas.48 Sólo en éstos términos podrá entenderse el nivel de repercusión que tuvieron estos hechos.49

Entre agosto de 1972 y agosto de 1973, las fotografías que ilustraron diarios, revistas, semanarios, afiches y volantes para hacer referencia o narrar los hechos de Rawson y Trelew son innumerables. En ellas se retratan distintas escenas que componen la imagen Trelew: la conferencia de prensa de los guerrilleros, la rendición de los que no pudieron escapar, los retratos (tipo foto-carnet) de los que fueron fusilados, los marines que estaban presentes en la base el día de los fusilamientos, los tres sobrevivientes convaleciendo en hospitales, las fuerzas de seguridad que se multiplicaron en el Rawson y Trelew luego de la fuga, la llegada de los abogados de presos políticos a Chubut, los funerales de los fusilados, las conferencias de prensa de las autoridades militares, las negociaciones en Chile con Salvador Allende para extraditar a los presos que sí lograron escapar, las movilizaciones en repudio a la Masacre de Trelew, los actos del primer aniversario de la Masacre de Trelew.50

Vera Carnovale ha señalado que la fotografía de la rendición de los guerrilleros, la noche de agosto de 1972, retrató “esa escena histórica que quedaría inmortalizada en la memoria militante”.51 Aquella imagen es la que terminará por convertirse en ícono visual de la fuga y la Masacre de Trelew. Pero si esa fotografía se inmortalizó en la memoria militante fue porque retrataba una escena que completaba la narración que los guerrilleros que no pudieron escapar ofrecieron durante su conferencia de prensa. Esto es: el momento inmediatamente posterior, cuando se rinden y entregan sus armas. Ver imagen nº 2 y 3.

Sin embargo, las fotografías y el registro fílmico no fueron los únicos objetos visuales que se crearon para contar Trelew. También se recurrió a mapas, esquemas y croquis del penal de Rawson y de la base aeronaval Almirante Zar. Tanto los diarios de tirada masiva como la prensa clandestina de las organizaciones guerrilleras, incluyeron este tipo de ayuda visual para narrar la fuga y la Masacre. Véase imagen n° 4, 5 y 6.

De la mano de la televisión y la prensa gráfica, el interés por Trelew se generalizó y perduró durante semanas, meses y años. El mundo editorial leyó el fenómeno con acierto. Al cumplirse el primer aniversario de la Masacre, las editoriales independientes que dominaban gran parte del mundo del libro en la Argentina, publicaron no uno, ni dos, sino tres libros sobre Trelew. El más exitoso fue La Patria Fusilada de Francisco “Paco” Urondo, publicado por la editorial Crisis. A su vez, la editorial Granica publicó La pasión según Trelew del periodista Tomás Eloy Martínez. Ambos libros se agotaron en menos de un mes, y tuvieron que reimprimir miles de ejemplares extras para cubrir la demanda. Por otro lado, y con menor éxito, Humberto Costantini publicó, también por Granica, El Libro de Trelew. La publicación de estos libros apuntaban a satisfacer una demanda específica, fagocitada por el interés social en los hechos de Rawson y Trelew. Ya en las calles, los libros no hicieron más que amplificar y consolidar ese interés y esa demanda. Así, en la prehistoria de los best sellers políticos, La Pasión según Trelew pero, sobre todo, La Patria Fusilada fueron éxitos editoriales que participaron activamente del debate político durante los años setenta.52

Por otro lado, Trelew también se introdujo en el mercado discográfico de la época. En diciembre de 1973, en el Teatro Luna Park, Montoneros y la Juventud Peronista presentaba el disco conocido, después, como la Cantata Montonera. Interpretada y compuesta por el grupo folklórico Huerque Mapu, no faltó la pieza musical dedicada especialmente a Trelew.53

*

Con todo, la industria cultural mediática, sumado a los éxitos editoriales y discográficos explican, en parte, que Trelew se haya convertido en asunto de interés social generalizado. Pero, ligado a esa “industria” y en los bordes de ella, hubo otro proceso que intervino, también, en el modo en que Trelew fue entendida y puesta a debate. En ese otro proceso, la militancia política y sindical, los artistas e intelectuales, lograron vincular los sucesos de Rawson y Trelew a ideas político-culturales de larguísimo aliento cuya circulación excedió, en parte, la lógica de la industria cultural.

La materialidad del tiempo largo de las ideas: arte,
política y martirología en Argentina

En agosto de 1973, el ERP puso en circulación un volante que reclamaba la construcción de un memorial que honrara la memoria de los “mártires de la base aeronaval Almirante Zar”. A su vez, pedían que la ciudad de Trelew sea renombrada como “Héroes de Trelew”. Así, al cumplirse un año de aquellos hechos, la lucha por consolidar una memoria heroica del asesinato de los 16 guerrilleros en Trelew, había comenzado.54

En el mundo de la militancia política progresista y de izquierda (armada, insurreccional o parlamentaria), Trelew se convirtió en un parte-aguas y en una bandera que todos, a su tiempo, levantarían. Hubo, para cada grupo, partido u organización, una interpretación, un relato específico de la fuga y, sobre todo, de la Masacre que adquirió una importante centralidad. En ese proceso de apropiación generalizada, las revistas y periódicos de las distintas organizaciones políticas de izquierda, llenaron sus páginas de informes, repudios, comunicados, crónica de los hechos, retrato de los fusilados, reflexiones, mapas y croquis del Penal de Rawson y la Base Aeronaval, testimonios de familiares y abogados, elegías, poemas, dibujos, consignas.

Que Trelew terminara por convertirse en una bandera común para las distintas organizaciones y partidos de la época, no constituye un dato menor. Esto no sucedía con frecuencia y, menos aún, en el mundo de las Nuevas Izquierdas, cuya multiplicidad y diferenciación primaba por sobre las coordenadas comunes. Es cierto que la fuga se había organizado por un comando unificado de distintas guerrillas; es cierto, también, que los que sobrevivieron a la Masacre resaltaron la voluntad de unidad que se había expresado en ese operativo. Pero el repudio de los asesinatos y, sobre todo, la apelación a Trelew como patrimonio político digno de reivindicar, recordar y conmemorar, excedió con creces a las tres organizaciones implicadas, directamente, en esos sucesos. Así, a un año de la Masacre, las calles de las principales ciudades argentinas se habían llenado de pintadas, volantes y afiches callejeros que condenaban la Masacre, cuya autoría no remitía, de forma exclusiva, a las FAR, Montoneros o al PRT-ERP.55

Pero las repercusiones excedieron, infinitamente, los ámbitos militantes. Para muchos de los escritores, pintores, cantautores y poetas argentinos, Trelew fue uno de los motivos más urgente de su politización y radicalización de sus intervenciones. Por su parte, las agrupaciones estudiantiles secundarias y universitarias, algunas centrales obreras e incluso los partidos más tradicionales de la Argentina, mostraron —a su modo— su repudio, preocupación o solidaridad, según el caso.

En ese universo social heterogéneo —en el que confluían partidos, organizaciones armadas, artistas, intelectuales, sindicatos y estudiantes— reinó un dolor político de honda caladura, donde la figura del sufriente, del martirio militante, emergió de forma casi inmediata. Esa figura explicaba, como ninguna otra, la entrega de quienes habían sido fusilados. Ellos habían muerto por una causa que excedía el interés personal y esa trascendencia ennoblecía sus vidas y sus muertes. Convertidos, para muchos, en mártires, en héroes que merecían la gloria, el fusilamiento de los 16 guerrilleros, vino a reforzar y consolidar el humanismo sacrificial que caracterizó, de modo general, la cultura política de las izquierdas latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XX.

En esos años, la martirología revolucionaria había tomado forma a partir de la figura del “hombre nuevo”, punto de anclaje y núcleo de sentido sustancial en la configuración del universo revolucionario setentista. Es sabido: todo intento de fundar una nueva sociedad en clave revolucionaria, arrastró siempre la condición indispensable de crear un nuevo sujeto capaz de afrontar —colectiva e individualmente— ese cambio drástico, definitivo. Pero, en los años sesenta y setenta, la idea del hombre nuevo se cifró de un modo específico, adquiriendo una centralidad absoluta entre quienes eligieron el camino de la revolución. Esta imagen, que hunde sus raíces en el cristianismo, en la Revolución Francesa y en el humanismo marxista, viajó hacia al siglo XX y se reactivó con fuerza a partir de la Revolución Cubana de 1959 y, sobre todo, con la gravitación a nivel continental y mundial de un personaje que la cultivó decididamente: Ernesto “Che” Guevara.56

Los guerrilleros de Sierra Maestra —cuya gesta aseguró la revolución en la Cuba de mediados de siglo—, parecían haber demostrado que la voluntad de unos pocos podía cambiar el rumbo de la historia. Esta especie de entrega personal se justificaba en una causa mayor (la revolución), que salvaría a todos los hombres (posibilitando su redención) y, por la cual, la pasión sacrificial (matar y morir), era fundamental ya que, más temprano que tarde, esa redención —ese mundo nuevo para ese hombre nuevo— llegaría. De pronto, ya no había que esperar que las condiciones materiales de existencia favorecieran los ánimos revolucionarios —como postulaban los viejos partidos socialistas y comunistas. Ahora, la revolución podía forjarse a partir de la acción directa conducida por una moral específica. En fin, se trataba de la primacía del subjetivismo, de la voluntad. El humanismo sacrificial y voluntarista fue el condimento estrella de las recetas revolucionarias que dieron origen a las Nuevas Izquierdas en el continente latinoamericano, sobre todo aquellas que apoyaron la lucha armada y el guerrillerismo rural o urbano.57

Pero, como toda idea vuelta hegemónica que se difunde de manera amplia —es decir, que viaja desde textos programáticos, periódicos, libros y revistas hasta las canciones, los largometrajes y los afiches o pintadas callejeras—, el hombre nuevo de los años sesenta y setenta se convirtió en una significación imaginaria laxa y general, transversal a las distintas tendencias revolucionarias.58 Por ello, logró convocar o persuadir —sin ofrecer definiciones ideológicas cerradas— a casi todos los grupos, partidos, organizaciones y figuras de la cultura de izquierda de la época. De esta manera, hombre nuevo fue una especie de anclaje ideológico cuya generalidad e indefinición favoreció su difusión como interpretación de la fuga y la Masacre.

En parte, Trelew permitió la consagración de esta idea. Su historia unía la voluntad revolucionaria (fuga) con la entrega de la propia vida en plena situación de indefención (masacre), por una causa superior (la revolución). Trelew se convirtió en el momentum del martirio guerrillero por excelencia. En este sentido, no resulta para nada casual que, en 1973, Tomás Eloy Martínez haya elegido nombrar su libro sobre Trelew a partir de la imagen de la pasión, que, en la literatura cristiana, hace referencia a los sufrimientos de Cristo en sus últimas horas de vida y durante la crucifixión.59

Estas fueron las representaciones e ideas que signaron la mayor parte de las conmemoraciones, actos y movilizaciones en el marco del primer y segundo aniversario de la Masacre de Trelew. No sólo la prensa militante se expresó de este modo. Un conjunto de artistas e intelectuales, colaboró decididamente en los aniversarios. Atravesados por el dolor y la tragedia militante, escribieron canciones, poemas y elegías, ilustraron las páginas de revistas, diarios y afiches con sus dibujos y collages, pintaron murales en las calles de las principales ciudades del país,60 filmaron documentales y hasta organizaron exposiciones e instalaciones artísticas.61 En el año 1973, Eduardo Lonetti, Luis Pazos, Ricardo Roux y Roberto Duarte Laferriére llevaron adelante la instalación inspirada en los sucesos de Trelew que llamaron Realidad Subterránea. Tiempo después, Juna Carlos Romero y Perla Benveniste montaron la muestra Trelew es Ezeiza.

A propósito de la literatura, uno de los poemas más difundidos en aquellos años fue “Glorias”, escrito por Juan Gelman y musicalizado e interpretado, luego, por el cuarteto de tango del “Tata” Cedrón. El poema había sido difundido en distintas revistas, como Nuevo Hombre (ligada al PRT-ERP) que lo publicó en su edición especial por el primer aniversario de la Masacre de Trelew.62 “Glorias” tenía estrofas como estas:

¿acaso no está corriendo la sangre de los 16

fusilados en Trelew?

por las calles de Trelew y demás calles del país

¿no está corriendo la sangre?

¿hay algún sitio del país donde esa sangre no está

corriendo ahora?

(…)

¿no está esa sangre acaso diciendo o cantando?

¿y quién la va a velar? ¿quién hará el duelo de

esa sangre?

(…)

oh amores 16 que todavía volarán aromando

la justicia por fin conseguida el trabajo furioso

de la felicidad

oh sangre así caída condúcenos al triunfo63

La sangre, el duelo, la falta (sentida en cualquier calle del país), el amor y el triunfo, se conjugaban en un poema cuyo titulo —Glorias— hacía referencia a un estado de felicidad y de comunión; en éste caso, de comunión con los guerrilleros fusilados y su lucha: “oh sangre así caída condúcenos al triunfo”.

Otro poeta, Miguel Ángel Bustos, escribió varios poemas inspirados en la Masacre de Trelew cuya configuración estética refería, también, a imágenes que cultivaban ese humanismo sacrificial revolucionario: “No olvido las sombras de los rendidos en el aeropuerto (…) muertos para que nosotros alcancemos la vida”. En este poema, llamado “Sangre de agosto”, emerge otra idea, la del sacrificio de los fusilados en función de una causa mayor.

En la 11° entrega de la revista Militancia Peronista para la liberación —vocera no declarada del Peronismo de Base— se incluyó una nota titulada “22 de agosto, el camino del sacrificio”, en ella podía leerse la siguiente interpretación sobre los fusilamientos: “el revés de la trama criminal, es el ejemplo de sacrificio de ese pequeño grupo de patriotas, de soldados del pueblo, conscientes de los riesgos que implicaba el operativo propuesto para deteriorar a la dictadura militar”.64 En 1973, el Diario Noticias —que, para esa fecha había sido comprado por Montoneros— publicó una edición especial por el primer aniversario de la Masacre de Trelew. La contratapa de esa edición fue ilustrada con la fotografía de una mujer llorando frente a un joven muerto. Atrás de la mujer, un policía camina indiferente. La fotografía tiene la siguiente leyenda: “murieron para que la patria viva”. Ver imagen nº 7.

Así, ligada a la idea del martirio, la entrega y el sacrificio, estaba la de la trascendencia revolucionaria, muy utilizada para hablar sobre Trelew. Si la trascendencia de quienes habían sido fusilados era posible, es porque de esas muertes —que se cifraban en una causa mayor y de entrega— emergería la lucha política, la continuidad de la revolución. De lo que se trataba, entonces, era de reivindicar una batalla que, de tan bien librada, obturaría, más temprano que tarde, su derrota.65 En este sentido, la Federación Gráfica Bonaerense y la Federación Argentina de las Artes Plásticas publicaron, en 1974, un folleto que afirmaba lo siguiente: “si la historia la escriben los pueblos es porque la muerte no puede vencernos (…) Mártires de Trelew, presentes, hasta la victoria”. Este folleto fue ilustrado por Ricardo Carpani,66 quien participó, con sus dibujos, en revistas, afiches y volantes. Como él, varios artistas plásticos fueron parte de los aniversarios de la Masacre de Trelew. Por ejemplo, Leopoldo Durañona ilustró la tercera entrega de El Descamisado —órgano de la Juventud Peronista y de Montoneros—, dedicada al primer aniversario de la Masacre. Este viñetista famoso, que para entonces trabajaba con Oesterheld y Saccomanno, compuso una serie de dibujos de enorme dramatismo. En ellos se representa el sufrimiento final de los guerrilleros asesinados, los fusilamientos en plena situación de indefensión. Ver imagen nº 8.

En 1974, el poeta Roberto Santoro junto al Grupo Barrilete y el Frente de Trabajadores de la Cultura, publicaron clandestinamente el Informe Trelew. Allí reunieron obras, dibujos, poemas, collages y distintas expresiones inspiradas en los sucesos de Rawson y Trelew.67 Entre otros, hay un dibujo anónimo en cuya composición confluye la representación del dolor de quienes fueron fusilados pero, también, la de su lucha política: cuerpos sufrientes, despedazados, levantando sus brazos con el puño en alto. De la mima manera —aunque con otra propuesta estética—, el dibujo más famoso de Ricardo Carpani sobre la Masacre de Trelew intentaba reunir el dolor y la lucha en una misma composición. Ver imagen n.º 9 y 10.

Como puede observarse, militantes, artistas e intelectuales libraron una batalla en el espacio público por definir la manera en la que se recordaría Trelew. Lo hicieron, principalmente, en los aniversarios a través de revistas, diarios, volantes, afiches, murales y exposiciones. Es cierto que Trelew no fue narrada de un sólo modo, pero es igualmente cierto que, en el universo social militante, progresista o de izquierda, reinó un dolor y un duelo político evidente, cuya expresión se vinculó, de modo general, al humanismo sacrificial y a la idea de martirio.

A través del mundo impreso y de la televisión, del mundo editorial y discográfico, la pasión que emergió por Trelew escaló desde círculos militantes y grupos de artistas e intelectuales, hasta llegar a parte de la sociedad que no estaba, necesariamente, comprometida con ninguna causa política. En este peregrinaje, las representaciones militantes sobre Trelew reforzaron figuras e ideas de larguísimo aliento en la cultura moderna revolucionaria.

La Masacre de Trelew de “la gente común”. Puebladas, solidaridad política y simpatía social

Sería desacertado afirmar que parte de la sociedad argentina sólo se solidarizó con la guerrilla, sus presos y sus muertos, una vez producida la fuga y la Masacre. Al contrario. Hubo un Trelew “de la gente común”, aún cuando nadie se imaginaba una fuga, aún cuando nadie había oído hablar de esa ciudad, de ese penal o de esa base aeronaval. De forma más silenciosa, los habitantes de la ciudad de Rawson y de Trelew ya habían manifestado su solidaridad con los presos políticos que habitaban, igual que ellos, esas ciudades alejadas de los grandes centros urbanos. Muchos se convirtieron en apoderados de los presos ya que estos tenían a sus familiares muy lejos de allí. Esa “lejanía” que las ciudades patagónicas podían ofrecer, redoblaba el aislamiento de las cárceles de máxima seguridad. La hospitalidad de los pocos habitantes de esas ciudades se volvía clave para asegurar la comunicación de los presos con sus familias o abogados.

Quienes en aquellos años se solidarizaron con ellos y les ofrecieron su ayuda, fueron duramente perseguidos por la dictadura militar. Luego de la fuga y de la Masacre, casi todos los ciudadanos de la ciudad de Rawson y Trelew fueron investigados. Finalmente, detuvieron a los apoderados de los presos y a todos los que habían tenido algún vínculo con ellos. Dieciséis detenidos fueron trasladados al Penal de Devoto, en Buenos Aires. Entre ellos se encontraba Mario Amaya, ciudadano de Trelew, destacado dirigente radical, apoderado de la Unión Civica Radical de Chubut, y abogado de los presos políticos del Penal de Rawson. La reacción popular tras esas detenciones no tardó en llegar. Hubo una gran pueblada que activó una enorme participación social y activismo político y que estuvo cerca de convertirse en una verdadera insurrección.

Mientras casi toda la Argentina había olvidado la ciudad de la Masacre, se gestaba en ella un levantamiento popular que reclamaba por la liberación de sus presos. El Trelewazo fue, tal vez, la última pueblada del período en lograr su victoria: los presos, uno a uno, fueron liberados.68

Sin embargo, hay que señalar que este levantamiento popular estuvo mediado por el desarrollo de una conflictividad social y política de escala local y que su vínculo con la fuga del Penal de Rawson y la Masacre de Trelew es un factor clave pero, al mismo tiempo, secundario. Esta es una de las hipótesis que Ana Ramírez sostiene en su trabajo y que, en estas páginas, hago propia.69

En realidad, si existió un Trelew “de la gente común”, que perforó los espacios militantes y de izquierda para alcanzar parte de la sociedad y sus distintos ámbitos de sociabilidad, de representación política o gremial; ese Trelew debe buscarse en otro lado.

Producida la Masacre del 22 de agosto de 1972, las repercusiones fueron infinitas e inmediatas. Ningún sector de la política y de la sociedad argentina de aquellos años dejó de dar su parecer sobre lo sucedido. Los partidos políticos, las asociaciones civiles, las agrupaciones estudiantiles, los sindicatos, las centrales obreras, todos expresaron su repudio, su pedido de esclarecimiento, su preocupación o sus reservas frente a los hechos, ofreciendo, en cada caso, su interpretación. Ninguno optó por el silencio, dato nada menor en un contexto marcado por la represión y el control de todo tipo de expresión política. La indiferencia fue una alternativa imposible. Muy por el contrario, en esos días, parecía no poder hablarse de otra cosa. En una columna publicada en la tapa del Diario La Opinión, se afirmaba que durante un acto nacional del peronismo, realizado el día 26 de agosto de 1972 en Tucumán, “la mayoría de los grupos estudiantiles, estaba menos interesada en el retorno de Perón, que en los extremistas muertos en Trelew”.70 Horacio Sueldo, líder del Partido Revolucionario Cristiano, dirigió en esos días un mensaje a Lanusse en donde reflexionaba de este modo: “Los sucesos ocurridos en la base naval de Trelew que troncharon la vida de por lo menos 16 muchachos argentinos, han conmovido a todo el país y nos han colocado como centro de la mirada atónita de la opinión internacional”.71

Así, convertida la Masacre en un asunto de interés general, muchos optaron por condenar la violencia en todas sus expresiones y hasta responsabilizaron a la guerrilla de lo sucedido. Lo que nadie hizo fue reivindicar la versión oficial de los hechos.

El comité de la UCR de Córdoba, presidido por Eduardo César Angeloz, expresó que “los muertos y heridos de Trelew de ningún modo merecen la calificación de delincuentes comunes, desde que se trata de hombres y mujeres que luchan, aunque con una metodología equivocada”.72 Distinta fue la posición de la UCR en otras provincias. Por ejemplo, los radicales de Chubut responsabilizaron de lo sucedido a la guerrilla, mientras que el Comité de la Ciudad de Buenos Aires, instó al Comité Nacional del partido a exigir la inmediata pacificación del país, condenando todo tipo de violencia. Por su parte, la Juventud Radical Revolucionaria y el brazo estudiantil de la UCR, Franja Morada, reclamaron el “esclarecimiento de los sucesos de Trelew”.73

En cambio, el ex-presidente Arturo Frondizi, que presidía el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), dijo: “la responsabilidad insoslayable es del gobierno de facto que rige los destinos del país. Es la acción de éste en el orden político, social y económico lo que genera el clima de enfrentamiento, uno de cuyos frutos más nefasto es la violencia, tanto de la guerrilla como de la represalia”.74

En el Partido Justicialista (PJ) y en el movimiento peronista hubo distintas repercusiones. Sin emitir ningún comunicado y con opiniones encontradas sobre lo sucedido,75 se ofreció la sede del PJ nacional para velar a tres de los guerrilleros fusilados. A su vez, el Consejo Superior del Movimiento Justicialista declaró al 22 de agosto de 1972 día de duelo y envió una comisión de abogados a Chubut para ofrecer asistencia legal a todos los presos políticos, gremiales y estudiantiles. En cambio, el Frente Cívico de Liberación Nacional, presidido por Héctor Cámpora, emitió un documento donde deploraba “profundamente los hechos” y manifestaba su consternación.76

Por otro lado, el Frente de Izquierda Popular (FIP) afirmó que los fusilamientos eran consecuencia de la proscripción política de las mayorías populares y solicitó una investigación de los hechos. El Partido Popular Cristiano (PPC) pidió por la salida pacífica del conflicto político mientras que el Partido Revolucionario Cristiano (PRC) exigió el inmediato esclarecimiento de los hechos y la creación de una comisión investigadora. El Partido Intransigente (PI), encabezado por Oscar Alende, solicitó un juicio público a fin de establecer las responsabilidades criminales. En éste contexto, El Partido Comunista (PC) pidió por la liberación de los presos políticos y la derogación de la legislación represiva. Por su parte, el Partido Socialista (PS) y el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) exigieron la apertura de una comisión investigadora, formada por la CGT y partidos políticos, para esclarecer el episodio. En cambio, el Partido Socialista Popular, se solidarizó con los muertos y reclamó la liberación inmediata de los presos políticos.77

El impacto que tuvo Trelew en todo el arco político se expresó, también, en el ámbito sindical. La Central General de Trabajadores (CGT) cordobesa, a pocas horas de conocerse la noticia de los fusilamientos, declaró un paro activo para el día 23 de agosto, lo que le valió la clausura de su local por parte del gobierno nacional ya que, además de convocar un cese de actividades y movilización, habían comunicado su intención de velar allí a cuatro de los guerrilleros fusilados. Aunque el paro fue declarado ilegal por el gobierno militar, el acatamiento fue del 50% en el sector industrial. Comercio prácticamente no adhirió, pero los bancos cerraron la atención al público a las 10 de la mañana. El acto de la CGT de Córdoba y la movilización, previstos para las 19 hrs, fueron disueltos por un gran operativo policial. Pese a todo, según el diario La Opinión, “hubo episodios de agitación callejera e inclusive grupos estudiantiles y obreros llegaron a erigir barricadas”.78 A nivel nacional, la CGT no convocó un paro, pero dirigió un telegrama al entonces presidente de facto solicitando que los hechos de Trelew sean investigados. Por su parte, la comisión nacional del Movimiento Nacional Intersindical manifestó su preocupación por los presos políticos y gremiales, y afirmó que el fusilamiento de los guerilleros había sido un acto violatorio de los derechos humanos.79

En el ámbito estudiantil universitario, las repercusiones de la Masacre de Trelew fueron innumerables. Dada la gran convocatoria a asambleas, actos y manifestaciones en repudio a lo sucedido, muchas facultades se vieron obligadas, por disposición del gobierno militar, a cerrar sus aulas.80 A pesar de ello, en Rosario, Buenos Aires, Corrientes, San Luis, Tucumán, Bahía Blanca, La Plata y Mendoza hubo actos y movilizaciones.81 Una de las más importantes ocurrió, también, en Córdoba. La tarde del 22 de agosto de 1972, a pocas horas de producirse la Masacre, la sede de la Facultad de Arquitectura de esa cuidad fue epicentro de una gran asamblea estudiantil. En sus balcones colgaron una bandera tipo pancarta que denunciaba los fusilamientos y responsabilizaba a la dictadura de Lanusse.82 La asamblea, que reunió a miles de estudiantes, duró hasta entrada la noche, cuando la policía irrumpió violentamente y detuvo a casi 700 personas.83 Una de las militantes que participó de ese evento y que, también, fue encarcelada, compartió su testimonio sobre lo sucedido:

Juntarnos en Arquitectura fue una trampa, había una sola puerta de entrada y salida, a la policía le resultó muy simple detenernos. Algunos se dieron cuenta antes y se fueron, como mi compañero. Yo no me quise ir. Discutimos. Finalmente me detienen y me llevan a la comisaria en un camión. Ahí tuve que declarar. Me acuerdo que les dije “Fui [a la Asamblea] porque los mataron y eso es injusto, ¿a usted le parece bien?”. Para mi sorpresa, el policía me dijo que estaba de acuerdo conmigo. Era peronista. Pienso que, después de la Masacre, los militares se quedaron solos y muy expuestos.84

La caladura política y social que tuvieron los hechos de Trelew no duró poco y tuvo consecuencias de mediano y largo plazo. Al tiempo que los fusilamientos de los 16 guerrilleros horadaba la poca credibilidad del gobierno militar y lo obligaba a precipitar las elecciones, la Masacre y su historia se fue convirtiendo en una especie de llamado urgente para ciertos simpatizantes políticos que, hasta ese momento, no se habían incorporado a ninguna organización o partido. En efecto, muchos militantes de la época encuentran en los hechos del 22 de agosto de 1972 una de las razones más significativas para explicar el convencimiento final, lo que los llevó a sumarse a las filas de organizaciones revolucionarias.85

El repudio social generalizado que los fusilamientos de los 16 guerrilleros había despertado duró varios años. El primer aniversario de la Masacre de Trelew convocó a miles de ciudadanos en distintas ciudades del país. En Capital Federal, la plaza Congreso se llenó de manifestantes. Mientras tanto, en el teatro Luna Park, Montoneros hacía un acto propio. Las manifestaciones se produjeron, también, en la ciudad de Salta, Córdoba, Rosario, Santa Fe, San Miguel de Tucumán, Resistencia, Mendoza, Mar del Plata y La Plata, entre otras.

*

Como puede observarse, a partir de los últimos meses del año 1972 y en adelante, una parte importante de la Argentina se expresaría, de distintos modos, en contra de la Masacre de Trelew. No sorprende, entonces, que cuando en 1973 la dictadura de Lanusse llegaba a su fin, la retirada de las Fuerzas Armadas de la Casa Rosada fue acompañada por el canto de miles de gargantas que, llenando la sonoridad de un espacio público plagado de manifestaciones callejeras, vociferaron “ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Trelew”.86

¿Trelew en la historia? Palabras finales

Llegando al final de este escrito confieso haber intentado ensayar una historia total (o casi total) de la fuga del Penal de Rawson y de la Masacre de Trelew que fuera capaz de evaluar todas sus dimensiones en tanto acontecimiento. Esta idea surgió luego analizar todo el material bibliográfico, cuando descubrí que, pasado medio siglo de aquellos eventos, nadie había logrado evaluar, de forma conjunta, las dimensiones de la vida social que Trelew había transformado.

Para hacerlo, tomé nota de algunas reflexiones historiográficas. Primero pensé Trelew a partir de Braudel y quise demostrar que la fuga y la Masacre anudaban procesos de mediana, corta y larga duración. Para reponer esos procesos, intenté reconstruirlos a partir de procedimientos de contextualización que la microhistoria italiana, su recepción francesa y la historia intelectual argentina y latinoamericana han ensayado de forma reiterada durante décadas. Luego, quise pensar Trelew a partir de la noción de “industria cultural” y con la ayuda de una historia material de la cultura, del libro, de la prensa y la edición. Me atreví, también, a introducir la fuga y la Masacre en una larga historia de ciertas representaciones e ideas. Finalmente, puse a Trelew en la situación historiográfica más incómoda: sostuve que la fuga y la Masacre promovieron el momento más alto de simpatía social para con la guerrilla, sus muertos y su causa.

Y ahora, después de haber intentado inscribir a Trelew en la historia, quisiera pensarlo en los bordes de ella. Y no me refiero aquí a la construcción de su memoria. Hay en la fuga del Penal de Rawson y en la Masacre de Trelew algo que escapa a la historia. Concretamente, me refiero a la perspectiva histórica de la fuga y a sus condiciones de posibilidad. En 1972, todo indicaba que la represión militar —generalizada, legalizada e institucionalizada—, terminaría por quebrar la voluntad de la militancia armada revolucionaria. En este contexto, todo indicaba, también, que el éxito de la fuga era más que improbable. Y, sin embargo, tanto la fuga como la militancia que la protagonizó sucedieron. Esa interferencia en el cauce “lógico” y esperado de la historia, hacen de Trelew un suceso con sentido trágico que, a expensas de su seguro fracaso, es capaz de sublevar, brevemente, el orden instaurado y desviar ese “cauce” esperado, esa historia con su larga “cadena de razones”.87 Sólo en este sentido, Trelew se presenta como irrupción indeterminada, como “sublevación”, y se aparta, un poco, de la historia.

A propósito de las “sublevaciones”, en un texto publicado en mayo de 1979, Michel Foucault se preguntaba si es inútil sublevarse. La pregunta, más retórica que específica, daba cuenta del malestar ante la condena de ciertas expresiones contra el poder, por considerarse “inútiles”, en tanto nunca exitosas. Foucault proponía, naturalmente, otra perspectiva:

Las sublevaciones pertenecen a la historia. Pero, de una cierta manera, se le escapan. El movimiento por el cual un hombre solo, un grupo, una minoría o un pueblo entero dice: ‘No obedezco más’ y echa en la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida —ese momento me parece irreductible […] Y porque el hombre que se levanta finalmente no tiene explicaciones; es necesario un desgarramiento que interrumpa el hilo de la historia, y sus largas cadenas de razones, para que un hombre pueda, “realmente”, preferir el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer88

¿Es, acaso, Trelew un desgarramiento, una sublevación de presos políticos que, recluidos en una lejana cárcel patagónica, dejaron de obedecer y, en ese gesto, pusieron en riesgo su propia vida? Al cumplirse medio siglo de la fuga y de la Masacre, no sería arriesgado concluir que la atracción generada por los sucesos de Trelew —que lo mantuvieron vivo en la memoria militante—, reside allí donde su dimensión de sublevación se abre ante la historia, desvía su rumbo y se presenta como interferencia irreductible.

https://www.resumenlatinoamericano.org/2024/08/22/argentina-la-masacre-de-trelew-en-la-historia/


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