Facundo lleva tatuado en armenio el lema Amar la vida, el nombre de la película.
Imagen: Leandro Teysseire
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- Una película contra el silencio
Por Carlos Rodríguez
Fue por la necesidad de conectarse con la historia de sus ancestros y el genocidio. Y con el drama de su abuelo sobreviviente. Facundo Sinatra Soukoyan, un maestro porteño de 32 años, inició un viaje a la memoria familiar que terminó en un largometraje documental.
Por Carlos Rodríguez
Amar la vida es un largometraje documental que narra la historia de un sobreviviente del genocidio armenio, a manos de Turquía, que todavía no ha sido reconocido y mucho menos reparado por los sucesivos gobiernos turcos. El guionista de la historia del sobreviviente es Facundo Sinatra Soukoyan, un argentino de 32 años, descendiente de armenios, que cuenta la dura historia de su abuelo Soukias Soukoyan, quien pudo escapar de la matanza junto con una hermana de 6, y con su madre, que murió antes de que sus hijos fueran rescatados por la Cruz Roja.
“El documental decanta de una búsqueda familiar”, le dice a Página/12 Facundo Sinatra Soukoyan; el segundo apellido certifica su ascendencia armenia, por vía materna. Sus abuelos tuvieron tres hijas, dos nacidas durante su exilio francés en Marsella, y la tercera –Gloria, la madre de Facundo– fue dada a luz en Buenos Aires, donde se recibió de psicóloga y donde todavía sigue, a sus 68 años, estudiando para terminar el doctorado en Filosofía en la sede de la UBA en la calle Puan.
La madre de Facundo rompió algunos mandatos familiares: no se casó con un armenio ni se dedicó a actividades comerciales, como buena parte de los miembros de una comunidad con fuerte presencia en la ciudad de Buenos Aires. Facundo, aunque no habla el idioma de su abuelo, Soukias Soukoyan, que murió cuando él tenía 2 años, en la adolescencia comenzó a conectarse con la historia de sus ancestros, con el drama del genocidio armenio.
Facundo, porteño, hincha de Vélez, es maestro de primer grado de la escuela pública y a los 32 años es “la tercera generación de armenios y llegué a comprender que la segunda generación funciona como queriendo protegernos de la trágica historia de nuestro pueblo”. La toma de conciencia lo fue llevando hacia la verdad: “De a poco yo fui exigiendo que se me contara, y aunque no hubo reticencia de mi familia, yo empecé a escarbar mucho más y comencé a escribir pequeños textos sobre lo que significa ser nieto de un sobreviviente del genocidio”.
En su búsqueda, cuando estudiaba en el profesorado, se interesó por otros genocidios, como el de la llamada Campaña del Desierto, y desde ese momento, en 2006, empezó a pensar en hacer un documental sobre la vida de su abuelo, que había nacido en Van, la ciudad de la que fueron expulsados por la fuerza los armenios y que a lo largo de su historia fue escenario de guerras y ocupaciones rusas, otomanas y turcas.
“Mi abuelo nació en Van (en armenio quiere decir Pueblo), al lado del lago de Van, que es la Armenia ancestral, pero hoy es Turquía, y tuvo que escapar por el desierto, cuando tenía 8 años, junto con su hermana de 6 y su madre; los tres habían logrado escapar luego de que asesinaran a todos sus familiares.” Durante el escape murió la madre de Soukias, que a sus 8 años tuvo que hacerse cargo de su hermana menor.
Facundo aclara que su abuelo, su hermana y la madre de ambos “fueron víctimas de esa parte del genocidio que fue la deportación forzada. Los obligaban a caminar por el desierto hasta Siria, porque en 50 días de caminata se iban a morir de hambre y de sed, aunque en el medio había también vejaciones y matanzas directas”.
Soukias y su hermana, luego de la muerte de su madre, llegaron a una iglesia, donde fueron rescatados por la Cruz Roja, que los internó en dos orfanatos diferentes. Soukias vivió en orfanatos hasta 1921, cuando llega a la Unión Soviética, de donde volvió a escaparse cuando tenía 14 años.
Se subió a un barco cuyo primer puerto era Constantinopla, hoy Estambul, la ciudad más importante de Turquía. “Allí ya se había reunido con su padre (había salido de Van antes de que comenzara la masacre) y con algunos amigos, se instalan todos juntos a Marsella porque las matanzas de armenios seguía.” Antes de partir hacia Francia, Soukias se reencontró con su hermana menor, a la que fueron a buscar, con su padre, al orfanato de mujeres donde estaba.
En Francia, el abuelo de Facundo “comenzó a trabajar en un negocio de compra y venta de alfombras y allí se casa con mi abuela, que también había nacido en Van, aunque los dos se conocieron recién en Marsella”. En esa ciudad nacen las dos primeras hijas de Soukias, Marga y Alicia, que hoy viven una en Valentín Alsina y otra en Ramos Mejía. De Marsella tuvieron que escapar, una vez más, en este caso por el inicio de la Segunda Guerra Mundial. “Mi abuelo decidió escapar con su familia hacia Montevideo, Uruguay, porque lo querían reclutar para la Legión Extranjera.”
En Montevideo se instalaron en el barrio de La Blanqueada y en 1945 llegan finalmente a la Argentina. “En noviembre de 1946 nace mi mamá en el barrio de Pompeya.” De tanto contar la historia de su abuelo, Facundo recibió un montón de sugerencias para que hiciera un trabajo que rescatara todas esas vivencias. “En 2008, por una de esas búsquedas personales, me fui a vivir un año a México, a Chiapas, donde hice muchas amistades. Uno de los amigos que me quedan todavía es Angel Galán, que es documentalista y fue el que me convenció para que hiciera mi documental.”
Después de tomar esa decisión, su madre le aportó “un tesoro” que tenía guardado: una serie de siete cuadernos manuscritos, con la evidente intención de convertirlos en un libro, donde su abuelo, en idioma armenio, hace un relato pormenorizado de su vida, desde 1914 hasta 1985, año en el que murió en Buenos Aires. “Mi abuelo se consideraba un poeta”, comenta Facundo mientras le muestra a este diario los textos, conservados como la reliquia que son y que muestran una escritura impecable.
Facundo dice que a él, y a toda su familia, le gustaría volver a Van, porque ese es “su lugar en el mundo”, pero no lo hacen “porque hoy es Turquía y porque no podemos viajar a otra ciudad Armenia, porque no es lo mismo. Es como si mañana invadieran Buenos Aires y dejara de ser Argentina y los porteños tuviéramos que ir a Córdoba; no es nuestro lugar”.
Luego se refiere a lo duro que es para los armenios enfrentar la realidad del genocidio “que se ve y no se ve; el trauma del genocidio y de la negación del genocidio es algo que aparece siempre en la familia”. Lo advierte claramente en las posturas distintas que tienen su madre y sus dos hermanas, las tías de Facundo. “Es difícil juzgar a los que lo ven de una manera o de otra.”
Agrega que, en el caso de su madre, “ella escribe, desde la filosofía, sobre el genocidio armenio, pero ella lo hace a partir de una idea que es la de ‘amar la vida’ y por eso tengo esa frase escrita en mi brazo, en armenio”. Sostiene que lo que escribe su madre tiene que ver “con la comunión entre los armenios y los turcos, de separar lo que nos han enseñado sobre que los turcos son malos. Los turcos no son malos, acá hubo cuestiones de Estado que llevaron al genocidio y a veces no se tienen en cuenta las historias de miles de turcos que salvaron vidas armenias, porque eran vecinos; hay familias turcas que vistieron a los armenios como turcos y los llevaron hasta la frontera para que pudieran escapar”.
Facundo valora la postura de su madre, pero a la vez señala que “para los armenios la historia contemporánea es muy triste, por eso hasta la música es triste, hay un dolor que tiene que ver con la falta de reparación histórica, con el no reconocimiento del genocidio por parte de Turquía. Por eso es imposible que pueda haber hoy una reconciliación”.
Ahora quiere reivindicar la vida de su abuelo, a quien “a los 8 años le arrebataron a toda su familia y ,a pesar de eso, siguió amando la vida, armó una nueva familia y vivió en Pompeya limpiando alfombras” hasta su muerte. Facundo lo recuerda en su casa del barrio porteño de Liniers, acompañado por su mujer, Sofía, que no tiene ascendencia armenia, y con su hija Amush (Dulce, en armenio), nacida hace tres semanas.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-271231-2015-04-24.html
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