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16 febrero 2018

Desde un punto de vista gorziano-russelliano


Reseña de El rechazo del trabajo. Teoría y práctica de la resistencia al trabajo, de David Frayne.

El viejo topo

David Frayne [DF] es profesor e investigador social en la Universidad de Cardiff. Su ámbito de investigación se centra principalmente en la cultura de consumo, la sociología de la felicidad, la educación alternativa y las perspectivas radicales sobre el trabajo. El ensayo que comentamos sería un ejemplo de todo ello; contiene aristas de estas temáticas.

Su estructura (su contenido está muy bien resumido en las páginas 18-20): una introducción -”El dogma del trabajo”- y ocho capítulos –“Una provocación”, “Los dolores causados por el trabajo”, “La capacidad colonizadora del trabajo”, “El baluarte del trabajo”, “El punto de ruptura”, “Los placeres alternativos”, “Personas a medias” y “Del escapismo a la autonomía-, más la bibliografía. Falta, sin duda, sería importante en este caso, un índice nominal y analítico.

Como se señala en la contraportada, DF cuestiona, argumentada y críticamente, el lugar central que desempeña el trabajo en nuestras sociedades “poniendo al descubierto los modos en los que las exigencias económicas colonizan nuestras vida y nuestras prioridades” (Por cierto, también figura en la contraportada -¿quién lo habrá aconsejado?- este comentario del Financial Times que pone muchos pelos de punta y enciende muchas alarmas: “Una amena y burlesca lectura a través de la teoría y las críticas a trabajo (…) En medio de la retórica del trabajo duro, este libro es liberador y una loable provocación”. ¿Burlesca lectura?).

En tiempos de crisis, de falta de trabajo, de trabajo en precario in crescendo, de trabajo en condiciones antiobreras, de jóvenes (y no tan jóvenes) proletarios que sufren unas condiciones no vistas desde bastantes décadas atrás, no es fácil intervenir con una investigación-ensayo de las características de este ensayo. Su objetivo: combatir la idolatría del trabajo, como decíamos, la cosmovisión del hacer-trabajar, la absurda idealización del trabajo cosificador, la cultura del ser siendo esencialmente ser-trabajador.

Tampoco aquí, por supuesto, hay novedad absoluta. Aparte de los autores más citados por el autor, Gorz o Russell por ejemplo, hay en las tradiciones emancipatorias nombres como los de Paul Lafargue, yerno del padre de Tussy y Laura Marx, que ya nos habló de El derecho a la pereza. Un poeta muy cercano, Cesare Pavese, nos advirtió de ello en Laborare stanca. Lafargue se expresaba en estos términos: “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad”. La locura era el amor al trabajo, “la pasión moribunda por el trabajo, levada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos” (citado por el autor, p. 31).

La realidad del trabajo realmente existente, para millones y millones de personas en el mundo, puede ser descrita así (en el centro esta vez del Imperio del capital, en la misma UE, en Prenzlau, Alemania): “Mi última consulta allí fue con una mujer de 52 años, una costurera de profesión que había atravesado diversas dificultades personales y familiares durante los meses de Transfer. Había estado esperando reemplazar a alguien que se jubilara en la pequeña empresa industrial donde trabajaba su marido, pero, finalmente, el trabajo nunca se materializó”. Esta trabajadora pensaba que las únicas alternativas que le quedaban eran “el cuidado de ancianos, para el cual creía que no tenía la energía física y emocional necesaria, y la limpieza, que difícilmente podía ser una ocupación a jornada completa. Los caminos que se le presentaban parecían estar bloqueados”. Después de haber sido educada en la antigua RDA para una forma de vida que ya no existía “de haber tenido una familia y de trabajar en la cadena de montaje de Aleo Solar durante más de una década, no tenía cualificaciones vendibles que ofrecer. Su marido ganaba suficiente dinero para que ella no pudiera acogerse a prestaciones sociales y podían seguir viviendo de los logros del contrato social anterior. Pero ella continuaba perdiendo fe en sus capacidades y hundiéndose en la depresión de la que había hablado cuando nos encontramos por primera vez” (Wanda Vrasti, “TRABAJANDO EN PRENZLAU” New Left Review, 101, noviembre-diciembre de 2017, pp. 53-68)

Muchas son las virtudes de este ensayo, que debe ser leído sin prejuicios y atendiendo a lo que dice, no a lo que podemos suponer que sostiene y defiende. La siguiente, por ejemplo, es una de sus tesis. Todas estas cosas ( las describe en las páginas 53-55), señala, “exigen un alejamiento radical del pensamiento anticuado que acepta que la prosperidad de un país desarrollo puede seguir midiéndose en términos de crecimiento económico”. Tal vez “anticuado” no sea la palabra más adecuado, pero se entiende la idea.

No se entiende tan fácilmente, en cambio, su aproximación a la prostitución (p. 67) cuando habla, por ejemplo, de “las relaciones sexuales de las trabajadoras”. ¿Seguimos con esta vieja historia de considerar la prostitución un trabajo? Tampoco cuando muestra una perspectiva política muy humana pero poco real o cuando acaso idealice la salida que ofrecen las nuevas tecnologías: “La reducción del trabajo podría ofrecer mayor espacio para que los talentos y las capacidades de cada uno floreciesen en otras partes, en redes de producción informales fuera de los confines rígidos de las tareas laborales proporcionadas por una economía capitalista” (p. 77). Por lo demás, y como sabemos, el capitalismo puede convertirse en un sistema muy flexible… y muy explotador a un tiempo.

El libro se abre con dos citas. Una de H.D. Thoreau (“… Sería maravilloso ver a la Humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo”) y otra anónima fechada en 2014: “Me parece increíble el esfuerzo tan continuo que hay que hacer simplemente para ganarse la vida”. Pues este precisamente es el punto: ganarse la vida, el programa de cada momento, de cada día, para miles de millones de trabajadores-ciudadanos en todo el mundo. Se entiende entonces que se acepten trabajo alienantes, cosificadores, que roben gran parte de la vida. Se necesitan, nos los hacen necesitar, para vivir. Aunque nos rebelemos, aunque seamos muy conscientes de su significado real, del tiempo, de la vida en definitiva, que nos roban.

Ciertamente, en un gran porcentaje, como denuncia el autor, son mecanismos de esclavitud y embrutecimiento. No es fácil romper esa cadena de hierro y de servidumbre. Una cita extraída de la película La classe operaia va in paradiso refleja la vida del proletariado, precario o no, del mundo: “Son las ocho de la mañana. Cuando vuelvas será de noche. El sol no brillará hoy por ti”. Quien dice las ocho, dice las cinco o las seis de la mañana. La cuestión de fondo que, según el propio autor, es el eje nuclear del libro: “¿Podría ser que el futuro dos trabajemos menos y tengamos más tiempo para nuestro propio desarrollo autónomo?”. La respuesta que ya sabemos: en el modo de civilización capitalista no es posible. La posición del autor no está alejada de ese “saber popular”: “¿Por qué no podemos empezar un debate político para buscar otros modos de satisfacer las necesidades de ingresos, derechos y sensación de pertenencia? A cualquiera que sugiera que no hay alternativa a la sociedad centrada en el trabajo, yo le respondería que es una sociedad profundamente triste aquella que no puede concebir un futuro en el que el sentimiento de solidaridad y de propósito sociales sólo se alcance mediante relaciones mercantilizadas” (p. 247).

No sólo, por lo demás, desde el punto de vista Gorz y Russell. También desde el punto de vista de Fourier, Marx (el Marx postrabajo al que alude el autor), Morris, Marcuse, Adorno, Fromm, Galbraith, Sennet, Ehrenreich y tantos otros.

Este es, por otra parte, uno, de los pocos ensayos anglosajones donde se cita en la bibliografía a autores españoles. A Joan Benach y Carles Muntaner (p. 250) en este caso.

Fuente: El Viejo Topo, enero de 2018



Madrid, Akal, 2017,

268 páginas, traducción de Cristina Piña Aldao, edición original 2015.
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=237952

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