Por Claudio Scaletta
Imagen: Carolina Camps
El macrismo primero fracasó económicamente y después electoralmente. Entregará una economía en estado catatónico, en fuerte recesión, sobreendeudada en divisas, sin reservas y con los indicadores sociales explotados. Frente a este escenario, que demandará la reconstrucción y reconfiguración de las alianzas de clase, entre quienes se aprestan a hacerse cargo del nuevo gobierno sobresale una confianza quizá excesiva en los consensos entre sectores con intereses muy contrapuestos, una idea que se expresa en la voluntad de un pacto económico y social y que necesita ser interpelada.
Se asume que el plus de Alberto Fernández residiría, precisamente, en su capacidad para construir las alianzas que a CFK le estarían vedadas dados los estilos y la acumulación de viejos rencores. La lograda reconstrucción del archipiélago panperonista, la moderación para los “cafés con todos”, lo convertirían en el hombre que demanda la hora. Y es verdad, es lo que se necesita. La voluntad es siempre el primer paso.
Mientras tanto, en contraste con la sensación dulce del regreso que se expande entre los ganadores de las PASO, regreso a medias, ya que no todos habían quedado a la intemperie, el bloque histórico que sostuvo al macrismo se encuentra en plena efervescencia. Salvo los contados sectores que profundizaron su enriquecimiento --agro, finanzas, minería y energéticas-- están procesando la nueva derrota. La caída electoral de Macri, que por estos días se expresa en su lastimosa gira solitaria, a excepción de la movilización capitalina donde se acumulan los restos de su núcleo duro, es apenas un símbolo. La verdadera derrota de fondo, la real, fue la incapacidad para construir una nueva hegemonía. Vuelve a confirmarse la máxima de que no hay hegemonía posible si no se asegura la base material. Hay que releer al teórico de Cerdeña.
Vale recordar que en el bloque que volvió a fracasar se encontraban, además de la embajada estadounidense, la prensa hegemónica y porciones amplias de los poderes judicial y sindical, la totalidad de las organizaciones empresarias de todos los sectores, agro, industria y finanzas. Dicho de otra manera, el macrismo fue apoyado cerradamente por el conjunto completo de las clases dominantes locales, lo que supone que debería existir alguna autocrítica frente al nuevo y estrepitoso fracaso.
Es la tercera vez que las clases dominantes vernáculas intentan latinoamericanizar a la sociedad argentina, entendiendo por “latinoamericanizar” a la construcción de una sociedad dual. Primero fue la dictadura, luego los ’90 y ahora el cambiemismo. Fue la tercera vez que se intentaron ignorar los “procesos de no retorno” abiertos durante la etapa de la industrialización sustitutiva, procesos que no sólo complejizaron la estructura productiva, sino también la social. Crearon nuevas clases que mejoran sus condiciones de vida y que, en términos históricos, acumularon una memoria de bienestar y derechos. Romper esta complejización y esta memoria no es una tarea sencilla. En los 70 se intentó la vía directa del exterminio. Con claridad se vio siempre a la industrialización como la principal causante de la dinámica, por eso en paralelo debía terminarse también con la industria. Esta fue la clave que llevó al economista radical Adolfo Canitrot a hablar de “revancha clasista” en relación a la política económica de la dictadura. Sorprende que Canitrot sea considerado un ícono por algunos radicales neoliberales del presente, pero la cuestión se aclara cuando se analiza de qué lado de la revancha se paran. A partir de los ’90 se optó por la herramienta disciplinadora de la pauperización sostenida y en el presente se redobló también la “batalla cultural”. La mirada antiindustrial fue siempre una constante. La ficción del plan Australia y la idea de “supermercado del mundo” expresaron cabalmente el modelo trasnochado del país exportador de commodities y con la mitad de la población afuera del sistema.
La batalla cultural comenzó desde antes que el macrismo llegue al poder por la vía de la demonización del peronismo y la guerra jurídica o lawfare, un modelo que demostró ser continental. Una vez ganadas las elecciones el camino fue profundizar la proliferación de mensajes sobre el emprendedurismo y la meritocracia como oposición híperindividualista a cualquier idea de solidaridad social y crecimiento colectivo. También la insistencia en que el bienestar del pasado había sido “una ficción”, la vieja idea de pagar “la fiesta”, que es como los movimientos oligárquicos denominan al bienestar de las mayorías bajo los regímenes mal llamados “populistas”. Nunca se habla, por ejemplo, de la fiesta financiera. Hoy en las propias filas del macrismo pulula el análisis de que se descuidó a la clase media, como si el aumento de la pobreza inherente al modelo podría haber generado algo distinto a la expulsión de su situación de clase de una amplia franja de los sectores medios.
A lo que se asiste es al fracaso de la clase dominante en su rol de tal. En estos años salió victoriosa de la lucha de clases. Demolío los salarios y la resistencia de los trabajadores, se alineó con el imperialismo estadounidense y plantó al gendarme del FMI en el centro de la política local. Fueron transformaciones buscadas, estructurales y de largo plazo. La falla estuvo en otra parte, en la insustentabilidad social interna y financiera externa del modelo.
También se asiste a la tarea de la elaboración e interpretación del fracaso. Este punto es fundamental. Una vez más se intentará decir que el problema no fue del modelo, que no fueron las políticas neoliberales, sino la dosis y la duración de la dosis. No importa que la historia demuestre lo contrario, que siempre las mismas políticas conducen a los mismos resultados, de lo que se trata es de depositar la culpa en otro lado para prepararse para un futuro cuarto ciclo. Son estos ciclos de la lucha de clases los que la sociedad debe evitar a toda costa.
La esperanza del albertismo es articular una nueva síntesis que evite el péndulo entre los modelos nacional-populares y el neoliberalismo extremista. Para ello contará con el inmenso poder político que surgirá de las urnas el 27 de octubre y la voluntad de encontrar acuerdos. La alta burguesía local debe comprender que necesita un nuevo consenso para un modelo sustentable en el tiempo. Que salvo nichos de rentabilidad, las crisis neoliberales son malas también para ella. La alta burguesía necesita educación económica y comprender que le irá mucho mejor con un mercado interno fuerte, que es como puede crecer un país como Argentina, aunque transitoriamente deba ceder algunos casilleros. Sin embargo no parece ser este su espíritu a pesar del nuevo fracaso. La historia también enseña que los países que se desarrollan son los que logran disciplinar a su poder económico. Se supone que para eso debería servir la política, si fuesen esferas separadas.
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