Primera parte
Durante las décadas de la Guerra Fría, hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991, las relaciones entre los Estados quedaron enmarcadas en un mundo bipolar. Cualquier conflicto local podía quedar subsumido por el enfrentamiento entre las dos superpotencias, que planteaban sistemas económico-sociales antagónicos.
La desaparición de uno de los bloques marcó en los años 90 el surgimiento de un poder único, el inicio de un mundo unipolar: los EEUU comenzó a imponer sus condiciones a escala mundial, rediseñando el mapa en diferentes regiones o cambiando gobiernos de acuerdo a sus intereses estratégicos.
Sin embargo, con el nuevo siglo el panorama internacional se fue volviendo más complejo. Por un lado, el crecimiento sostenido e ininterrumpido de China desde 1977 la transformó en una economía de tal magnitud que comenzó a ser una pieza clave en los intercambios internacionales. Algo similar ocurrió con la India, aunque en menor escala, pero con unas proyecciones por sus volúmenes de producción, su nivel demográfico y su superficie, que indiscutiblemente la transforma en un Estado a tener cada vez más en cuenta.
En Europa se produjo un cambio similar en Rusia poco después del ascenso de Vladimir Putin. El país experimentó un crecimiento casi ininterrumpido durante 14 años, lo que le permitió a sus gobernantes y a la población dejar de lado la sensación de derrota que siguió a la desaparición de la URSS. Esta situación, sumada al hecho de ser el Estado poseedor del segundo arsenal nuclear del planeta, hacía que esta transformación tuviera particular trascendencia por sus posibles implicancias.
Sin embargo, hay que matizar la noción de que este cambio en las relaciones internacionales puso fin al mundo unipolar. En la práctica, desde la década del 70 (o incluso desde años antes) el bloque capitalista comenzó un acelerado proceso de integración en diferentes ámbitos, denominado genéricamente como globalización. Ulrich Beck lo define como un entramado creciente entre los Estados nacionales y actores transnacionales, actores no solo de carácter privado sino algunos supranacionales como el FMI, los cuales en la práctica con sus acciones limitan o diluyen la soberanía de los Estados nacionales.
Los EEUU desde los Acuerdos de Bretton Woods a fines de la Segunda Guerra Mundial y la creación del FMI, impuso al dólar estadounidense como moneda de referencia a nivel mundial (aunque atada al patrón oro). Se transformó en la moneda de reserva de los bancos centrales y en el referente para las transacciones comerciales internacionales.
Fue el creciente desequilibrio fiscal, agravado por los costos de la guerra de Vietnam, lo que llevó al gobierno de Richard Nixon en 1971 a romper de forma unilateral esos acuerdos y declarar la inconvertibilidad del dólar. A partir de ese momento el dólar se transformó en una moneda fiat, basada en un valor asignado por decreto. A partir de allí, la masa monetaria se podía expandir de acuerdo a la demanda y sin el respaldo de ninguna mercancía. Los EEUU, mediante su control del sistema financiero internacional y con el apoyo de sus aliados o satélites (Gran Bretaña, la UE, Japón, Corea del Sur y Arabia Saudí) continuaron sosteniendo al dólar como la divisa internacional por excelencia. Por lo tanto, desde esa posición, condicionaron el propio proceso de globalización. La desaparición del bloque soviético le confirió al dólar y a los gobiernos de los EEUU una hegemonía indiscutida en los asuntos internacionales, incluso cuando surgieron nuevas potencias en ascenso. Por lo tanto, el llamado mundo multipolar de principios del siglo XXI, era multipolar en apariencia (o mejor dicho, era potencialmente el inicio de un mundo multipolar), dado que todas las economías estaban cruzadas por crecientes lazos de intercambios e interdependencias desde la abrupta globalización posterior a 1991.
La actual guerra en Ucrania pone en evidencia algunas cuestiones y debilidades del propio sistema financiero y del proceso de globalización tal cual está estructurado.
La reconstrucción del poder militar y económico de Rusia le permitió en 2014, por primera vez desde la independencia, intervenir en su periferia europea de forma exitosa con la anexión de Crimea y el apoyo a los rebeldes que crearon de facto dos Estados independientes en el este de Ucrania. Estas acciones dieron paso a la adopción de más de 2.700 sanciones contra instituciones y personas de Rusia por parte de EEUU y sus aliados. Las mismas afectaron la economía del país de forma significativa, cayendo el PBI casi un 30 % entre 2014-2016 (explicada también en parte por el descenso en el precio de los hidrocarburos).
Sin embargo, a partir de 2014 el gobierno ruso adoptó una serie de medidas para irse alejando del sistema financiero y comercial internacional y estar protegido en caso de mayores sanciones en el futuro. Una de las medidas que se tomó fue no aceptar dólares como pago por sus exportaciones, cobrando en euros y otras divisas. Además, el Banco Central de Rusia comenzó a convertir sistemáticamente sus dólares y demás divisas en oro, a tal punto que en la actualidad se declara que la mitad de sus reservas están en este metal.
La guerra entre Rusia y Ucrania en febrero de este año fue acompañada por las potencias occidentales y sus aliados por una nueva tanda de más de 4.300 sanciones, que se suman a las ya existentes desde 2014. Este conjunto de medidas económicas son de una magnitud pocas veces vista en el pasado (comparable e incluso superior a las aplicadas contra Corea del Norte e Irán), como muestra de un intento de disciplinar a cualquier Estado que pretende romper el orden imperante. Son este conjunto de sanciones y contrasanciones las que pueden ser el inicio del fin de la globalización, por lo menos con sus actuales características.
Una de las medidas más importantes fue desconectar a los bancos rusos del sistema SWIFT, organización fundada en los 70 y que nuclea a unos 11.000 bancos para realizar transferencias y pagos entre los mismos. La desconexión (pedida luego de la anexión de Crimea, aunque no aplicada entonces) implica para los bancos rusos quedar aislados del sistema financiero internacional. El efecto sería altamente perjudicial porque impide a cualquier habitante usar sus tarjetas de crédito en el exterior o a las empresas efectuar los pagos correspondientes a los insumos importados o incluso cobrar por sus exportaciones. Previendo esta medida se implementó desde el 2017 el sistema SPSF, que vincula a numerosos bancos y financieras de Rusia con otros de Bielorrusia, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Irán, Turquía y China. Paralelamente en este último país se creó (llamativamente en 2015) el sistema CIPS de transferencias y liquidación en moneda china entre entidades de más de 40 países. Tanto uno como el otro fueron una respuesta a la posible guerra económica con el bloque occidental que controla el sistema SWIFT. Sin embargo, por ahora tanto el sistema interbancario ruso como el chino abarcan apenas un 10% de instituciones comparado con las nucleadas en el SWIFT.
¿Cómo afectará la guerra el contexto geopolítico y económico internacional a mediano y largo plazo?
En primer lugar, la exclusión de los bancos rusos del sistema SWIFT puede verse como una victoria occidental en el corto plazo. Sin embargo, el uso político del mismo le ha quitado credibilidad y, por lo tanto, es previsible que en el futuro numerosos gobiernos opten por que sus bancos estatales estén asociados a más de un sistema de compensación internacional, lo cual podría comprometer el papel del dólar y el euro como divisas.
Según el FMI, en 2021 el 59% de las reservas internacionales de los bancos centrales estaba en dólares, una posición claramente dominante, pero menor a la existente en el 2000 cuando el 70% era en esa moneda. Este declive podría acelerarse en los próximos años, producto de varias factores. Uno de ellos fue la creación del euro a principios del siglo XXI, que unificó las monedas de la casi totalidad de los Estados de la UE y creó una divisa que en 2021 llegó a representar el 20,5% de las reservas de los bancos centrales a nivel mundial. Sin embargo, mientras la alianza entre la UE y los EEUU se mantenga no habría que ver esto como una competencia antagónica sino complementaria.
Otra razón es que las reacciones rusas pueden afectar el papel de las dos divisas hegemónicas. Por un lado, al ser un gran exportador de energía las decisiones sobre el tema repercuten en el mercado mundial. Téngase en cuenta que el país es el tercer exportador mundial de carbón, el segundo de petróleo, pero el primero en cuanto a gas. Además, el principal mercado consumidor de este último son los países de la UE que importan de Rusia el 40% de lo que consumen.
Si bien numerosos bancos rusos fueron excluidos del SWIFT, los dos que recibían los pagos por las compras de gas no fueron incluidos en la lista. El motivo es obvio: el gas comprimido que llega desde Rusia mediante gasoductos no puede ser reemplazado en el corto plazo por el gas licuado importado de otros países (EEUU, Australia o Qatar) dado que se requieren plantas de regasificación que lleva años construir. Por otro lado, el gas licuado sería un 60% más caro que el importado desde Rusia. Solo así se entiende el boicot de la UE a las compras de carbón y petróleo rusos pero no a las de gas. Y según sea el nivel de esa dependencia es la actitud adoptada dentro de la UE por los diferentes Estados para aplicar o no un boicot total también a las compras de gas.
Frente al apoyo permanente en armas dado al gobierno de Volodimir Zelenski y a la dureza de las sanciones aplicadas por occidente, la reacción en Moscú fue atacar el corazón mismo del sistema financiero internacional. A fines de marzo se tomaron dos decisiones cuyo impacto podremos evaluar en un futuro cercano: por un lado, se fijó el valor del gramo de oro en 5.000 rublos y por otro, se decretó que a partir de abril el gas vendido en Europa a los Estados "no amistosos" se cobraría únicamente en rublos o su equivalente. Esto generaría un impacto inmediato sobre las economías de aquellos países que no aceptaran esta imposición, porque deberían racionar el consumo o cerrar temporalmente algunas empresas.
Por lo tanto, los Estados "no amistosos" tendrían dos opciones: o lograr que sus bancos comenzaran a comprar rublos en el mercado (lo cual aumentaría su valor) o pagar en oro sus compras. Aunque se afirma que se acordó con la UE que los pagos se seguirán haciendo en euros y los bancos deberían encargarse de la conversión, eso no elimina el dilema monetario planteado anteriormente. Téngase en cuenta también que Rusia es uno de los principales exportadores de granos, fertilizantes, acero, aluminio, platino y paladio entre otros, a los cuales puede aplicar igual exigencia de pago.
El resultado inmediato de la medida fue que el rublo, cuyo valor había caído un 50% desde la invasión, volvió a recuperar la cotización previa a las sanciones. Pero su efecto en realidad puede ser mucho más duradero: en la medida que el rublo parece volver al patrón oro de Bretton Woods, las monedas fiat pueden comenzar a depreciarse paulatinamente. El efecto sobre el dólar o el euro sería aún mayor si se declarara la libre convertibilidad del rublo al oro o si otros Estados aceptan volver también al patrón oro.
Segunda parte
La interrupción de las cadenas de suministros afectó ya a empresas europeas que importaban insumos de Ucrania o de Rusia. Este desacople de la economía rusa del resto del mundo encajaría con el concepto de desglobalización formulado por Jacques Sapir en 2017. Igual razonamiento hizo Paul Krugman en el New York Times (01-04-2022) al afirmar que estamos asistiendo a la segunda desglobalización: en 1914 con la guerra mundial ocurrió la primera, que cortó los circuitos económicos mundiales y dio paso a políticas proteccionistas. Hoy estaríamos en vísperas de una salida similar. Rusia adoptó una política de sustitución de importaciones desde 2014 y Trump hizo en EEUU algo similar aunque más limitado. Ahora pareciera que en la UE se consideran opciones en ese mismo sentido.
Aunque se presenten en los medios los errores de cálculo de los militares rusos al momento de evaluar la resistencia ucraniana, no se consideran los errores cometidos en la UE o EEUU al momento de considerar el efecto de las contramedidas de Moscú frente a las sanciones económicas que impusieron. Y numerosos Estados económicamente importantes tomaron acciones que impiden por ahora un aislamiento más efectivo de la economía rusa.
Así, el gobierno derechista de Jair Bolsonaro en Brasil ha confirmado que continuará con las importaciones de fertilizantes de Rusia, de la que obtiene el 85% de sus necesidades. Por otro lado, la India firmó un contrato para comprar petróleo y acero a precios inferiores a los vigentes en el mercado mundial, utilizando para los pagos recíprocos rupias y rublos.
Sin embargo, lo más llamativo es la actitud de los países del golfo, tradicionalmente aliados de los EEUU, que se negaron a aumentar masivamente la producción para sostener el boicot al consumo del petróleo ruso. Esto se explicaría como una medida para evitar la caída en los precios, pero podría responder también a otras razones: el posicionamiento de Rusia en Siria y su posible respaldo militar a Irán o a los rebeldes en Yemen en caso de estar acorralada podría complicar la producción petrolera en la región y la propia estabilidad de las monarquías. Recordemos que en 2019 drones supuestamente yemeníes destruyeron dos destilerías saudíes y provocaron un cimbronazo en los precios mundiales del crudo. Un conflicto a mayor escala tendría efectos muy destructivos para las economías regionales y un impacto global.
De allí los intentos de EEUU de normalizar rápidamente las relaciones con Venezuela e Irán para tratar de cubrir un posible faltante de combustible, o la decisión de Joe Biden de vender en el mercado parte de las reservas estratégicas de combustible que controla el gobierno. Solo así sería efectivo el embargo petrolero sobre Moscú. No obstante, según las previsiones publicadas en Bloomberg News (01-04-2022) los ingresos en Rusia este año por las exportaciones de energía medidas en dólares aumentarían en un tercio, con lo cual el país tendría recursos para continuar la guerra.
Por último, se sigue presentando como una incógnita la actitud de China sobre el respaldo a las sanciones. Se ignora que las relaciones con los EEUU vienen deteriorándose desde la presidencia de Donald Trump y las tensiones se agravaron más aún bajo Biden. La creación de la alianza militar conocida como AUKUS entre el Reino Unido, Australia y los EEUU está dirigida específicamente contra China. Por lo tanto, que Gran Bretaña y los EEUU se involucren más en conflictos en Europa puede ser visto como positivo por Beijing, aunque la guerra pueda afectar en el corto o mediano plazo su crecimiento y sus mercados. De allí el fracaso de la reunión mantenida este primero de abril entre los dirigentes chinos y los miembros del Consejo Europeo: mientras los segundos pretendían que China se sumara a las sanciones antirrusas, los dirigentes chinos proponían como prioritario reformular el sistema monetario y financiero internacional. La declaración de la presidente de la UE acerca de que el comercio recíproco alcanza 1.900 millones de euros diarios, mientras que con Rusia el intercambio chino apenas supera los 300 millones pareciera toda una amenaza. En apariencia la UE podría también sancionar a ese país si brinda apoyo militar o financiero a Putin. Sin embargo, habría que considerar si esa amenaza conlleva una posibilidad real de aplicación, dado que sería dificultoso reemplazar en el corto plazo las manufacturas chinas o, como contrapartida, impedir un boicot chino a los productos europeos. Y un conflicto así ya está en marcha desde antes de la guerra en Ucrania: la UE demandó a Beijing ante la Organización Mundial del Comercio en enero de este año por las represalias económicas que China adoptó contra Lituania luego de que en marzo del 2021 ésta le permitiera a Taiwan abrir una embajada, sanciones que afectan duramente a Lituania.
Es indiscutible el peso económico de los EEUU y de las potencias de la UE sumadas. Rusia, la undécima economía del mundo, difícilmente podría sostener sola un conflicto prolongado si los occidentales continúan apoyando militarmente a Ucrania y siguen las sanciones. Los costos del conflicto en una economía bajo embargo podrían ser excesivos para las capacidades de la propia Rusia. Tengamos presente que fue la carrera armamentista uno de los motivos del colapso de la URSS.
Sin embargo, el peso de China, la segunda economía del mundo, sumada a otras potencias emergentes pueden ser un contrapeso a la efectividad del bloqueo. Seguramente si la guerra continúa afectará los circuitos económicos mundiales de los que depende el crecimiento de China. Sin embargo, permitir que Rusia sea derrotada y que tal vez caiga Putin podría implicar tener a otro gobierno aliado de los EEUU en su frontera norte. Se reforzaría así el poder militar de EEUU y sus aliados para poder presionar de forma más efectiva sobre Beijing. Por otro lado, si el conflicto se prolonga en Ucrania, los EEUU podrían concentrarse más en Europa y disminuir su presencia en el área del Pacífico. Un triunfo de Moscú podría ser todo un mensaje para debilitar la resistencia de Taiwán a la reunificación y la demostración de la imposibilidad de Washington de impedirlo.
Al mismo tiempo, el rearme actual de la OTAN generará en el corto plazo un estímulo económico para los EEUU por la demanda de sus armamentos. Sin embargo, el costo del aparato militar europeo, sumado a la asistencia a los millones de refugiados ucranianos en su territorio, más el encarecimiento de la energía y otros insumos, podría afectar gravemente a la economía europea, al aumentar el déficit y devaluar el euro. Algo similar podría ocurrir con el déficit sostenido desde hace décadas en los EEUU y la depreciación sostenida del dólar, en un contexto donde se está reformulando el uso de las divisas en el comercio entre las economías emergentes. El posible empleo de las criptomonedas (algo todavía incipiente) pero sobre todo la creación del yuan digital por China podrían acelerar la desdolarización.
Pareciera que asistimos al surgimiento de un mundo multipolar pero que en la práctica se reduce a dos bloques de países: aquellos donde los Estados tienen activa intervención en la economía y aquellos otros que dejan mayor margen a la iniciativa empresarial. Sería un nuevo mundo bipolar, donde cada uno de los polos tendría varios protagonistas, cruzados por antagonismos y alianzas circunstanciales, que tal vez se traduzca en acuerdos multilaterales y la existencia de bloques regionales.
* Profesor de Historia Contemporánea (Facultad de Ciencias Sociales-UBA) e investigador del Centro de Estudios sobre Genocidio (Universidad Nacional de Tres de Febrero)
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