Abundan las críticas de conservadores y opositores sobre el plan fiscal
La primera ministra sorprendió a propios y ajenos cuando dijo que seguiría adelante con los recortes impositivos y no reduciría el gasto público. Podría perder la votación parlamentaria.
Desde Londres
Nadie sabe qué hacer con Liz Truss o con el funesto presupuesto que todavía debe ser debatido y aprobado por el parlamento. Ni ella misma parece saberlo del todo porque cambia, retrocede y se contradice como esta semana cuando dijo que no habría ningún recorte al gasto público después de afirmar todo lo contrario en los últimos tres meses. Abriendo el paragua ante una inminente tormenta, el canciller James Cleverly advirtió a los mismos diputados conservadores que hacer renunciar a Truss “es una mala idea política y económicamente que no va a solucionar nada”.
Entre los diputados cunde el desaliento. En la reunión del martes que tuvo Truss con el grupo 1922 – diputados que no ocupan puestos en el gobierno - el ambiente era sombrío. Grupos cada vez más numerosos de legisladores se están lanzando a criticar públicamente algunos pilares del presupuesto como la reducción impositiva a las corporaciones, los recortes impositivos a los más ricos o el cambio de fórmula para el pago de los beneficios sociales.
En la Cámara de los Comunes, el presidente del comité parlamentario del Tesoro, Mel Stride, lo dijo con todas las letras. “Dados los enormes desafíos que enfrenta el gobierno, somos muchos los que pensamos que tiene que abandonar las reducciones impositivas que ha planeado y dar marcha atrás cuanto antes con los anuncios presupuestarios que hizo el 23 de septiembre”, dijo el conservador Stride.
Los giros de Liz
Truss tiene una mayoría parlamentaria de 71 diputados, pero los cuestionamientos a su política económica, a sus apariciones en la Cámara de los Comunes y en los medios, están dejando en claro que, a menos que dé un rápido volantazo con su presupuesto, corre el peligro de perder la votación parlamentaria. “En el sistema británico un voto negativo contra el presupuesto equivale a una moción de censura de la Cámara y a la renuncia del primer ministro”, advierte a PáginaI12 el profesor emérito de la Universidad de Oxford Edmund Fitzgerald.
La primera ministra viene retrocediendo como puede ante cada corrida de la libra, de los bonos soberanos, de sus diputados y de su popularidad en las encuestas. Uno de los beneficios para los más ricos – la reducción de 45 a 40% para los que ganaban más de 150 mil libras – fue al tacho de basura la semana pasada, pero cuando se hacen las cuentas apenas equivale a dos mil millones de libras: la estimación es que el agujero fiscal que abrió el presupuesto es de 60 mil millones.
En el nebuloso y escasamente explicado plan de Truss este agujero sería cubierto con deuda y "eficiencia fiscal", es decir, recortes al gasto. Pero este miércoles, en el parlamento, Truss sorprendió a propios y extraños cuando dijo que seguiría adelante con los recortes impositivos y no reduciría el gasto público cubriendo el agujero con deuda en los próximos años.
Claro que Liz dijo eso aproximadamente a las 12:45 en la Cámara de los Comunes. Aproximadamente a las 14:00, su portavoz en 10 Downing Street advertía que el gobierno tendría que enfrentar “decisiones muy difíciles” sobre el gasto público. En los mercados hubo otra ronda de turbulencia sobre los bonos soberanos ante esta comedia de errores. El rumor que corría en los medios, desmentido por 10 Downing Street este jueves, es que otras partes del presupuesto tendrían también como destino el tacho de basura más cercano.
Inflación y salarios
El recorte del gasto público es uno de los ejes de la tormenta. Con los salarios prácticamente congelados durante 12 años consecutivos de gobierno conservador, con unas 100 mil vacantes y renuncias en masa en el Servicio Nacional de Salud, con huelgas a la vista en educación el gobierno intenta mostrar una dureza anti-sindical y anti-huelguista que no encuentra el eco de otras épocas en una población desgastada por la crisis.
Una de las patas más importante del gasto público son los beneficios sociales, un complejo sistema de subsidios que alcanza a la vivienda, la ayuda por bajos ingresos, desempleo o incapacidad. ¿Tienen que alinearse con los salarios que suben por la escalera (5% promedio) o, tal como marca la ley hasta ahora, con la inflación que va por el ascensor (10%)?
El gobierno parece inclinarse por la primera posibilidad que permitiría un ahorro adicional de 4 mil millones de libras en este rasquetear el fondo de la olla para cubrir el enorme agujero fiscal que abrió el presupuesto. En el reciente y desastroso congreso anual conservador, la ministra del interior Suella Braverman apoyó la idea. “Hay que terminar con la “Benefits Street Culture”, con la gente que ve a los beneficios sociales como un estilo de vida”, justificó el cambio Braverman.
El mensaje de esta ala del partido busca dividir el mundo entre trabajadores y vagos, como dijo off the record otro aliado de Truss. “¿Cómo puede estar bien que alguien que se levanta a las 6 de la mañana y trabaja todo el día aumente sus ingresos en un 5% mientras que alguien que no trabaja obtenga un aumento del 10%?”.
Este tipo de argumento fue usado con entusiasmo por los conservadores en los últimos 12 años, pero no tiene hoy el peso de otras épocas en medio de un presupuesto que recorta masivamente los impuestos a los ricos y las corporaciones. Varios ministros y diputados se manifestaron abiertamente en contra de la medida que impulsa el gobierno. “Siempre estuve de acuerdo con que tanto las pensiones o nuestro sistema de beneficios sociales estén alineados con la inflación. Necesitamos asegurarnos que la gente pueda pagar sus cuentas”, dijo la lideresa de la Cámara de los Comunes Penny Mordaunt.
Un total de 11 diputados salieron a respaldar esta posición y hay más en la cola. “No apruebo un cambio así. Y no creo que sea aprobado por el parlamento”, afirmó el ex ministro Damien Green. La ex ministra de Trabajo y Jubilaciones, Esther Mc Vey, sumó su voz. “Sería un grave error recortar los beneficios respecto al alza del costo de la vida. Lo que tenemos que hacer es que la gente vuelva a trabajar y eso no se hará con un tijeretazo al gasto social”, dijo la conservadora.
El Banco Central
Unos días después del anuncio del fatídico presupuesto, el Banco de Inglaterra intervino para calmar los mercados que amenazaban con hundir el sistema jubilatorio por la caída de los bonos soberanos. El Banco anunció una inyección de 65 mil millones de libras en los próximos 15 días: el plazo termina este viernes. El pánico del establishment es tal que la prensa conservadora ha disparado con munición gruesa contra el Banco central que, con toda seguridad, si hay una nueva corrida sobre la libra y los bonos, se verá obligado a intervenir nuevamente.
La otra fecha clave es el 31 de octubre. El ministro de finanzas Kwarteng se vio obligado a adelantar el anuncio de un plan integral con los números finos del presupuesto y las perspectivas de mediano plazo del 23 de noviembre a esta nueva fecha, pero muchos temen que este gesto para calmar a los mercados lejos de evitar la explosión terminen provocándola.. Kwarteng y Truss se pusieron ellos solos entre la espada y la pared: no se puede anunciar el subsidio energético más grande de Europa (150 mil millones de libras) y al mismo tiempo reducir drásticamente los impuestos a las corporaciones (del 25% al 19%) y a la contribución universal a la seguridad social.
El problema para el dúo dinámico ahora es que estas reducciones impositivas son un totem neoliberal de su proyecto que Truss definió como “crecimiento, crecimiento y crecimiento”. En la práctica diaria los mercados financieros, el Banco de Inglaterra y el grueso del Partido Conservador han demostrado que descreen de la teoría del “derrame” (trickle down) que generaría esto en el resto de la sociedad. Sean los mercados con nuevas corridas o los diputados con un voto en contra del presupuesto, el plan Truss está por volar por los aires: si ella sobrevivirá a su explosión está por verse. Si no lo logra, pasará seguramente a la historia con un sobrenombre monárquico: “Liz la Breve”.
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