Quizás pocos ejemplos mejores que Somalia para ejemplificar cuál es el resultado de las políticas humanitarias de los Estados Unidos imbuidos en el espíritu del “destino manifiesto”, algo así como un reciclado de la del “pueblo elegido” de los judíos, cuando deciden llevar sus principios de democracia, libertad y progreso a países a miles de kilómetros de sus fronteras y con culturas totalmente extrañas a su capacidad y voluntad de compresión.
Tras la caída del Siad Barre, quien gobernó Somalia desde 1969 a 1991, y en el marco de la intensa guerra civil -con multiplicidad de elementos no solo políticos, sino también tribales y clánicos- que se iniciaba en el país africano justo cuando Washington, estrenaba su título de potencia hegemónica, tras la disolución de la Unión Soviética, el entonces presidente George Bush ordenó, en diciembre de 1992, la Operación Restauración de la Esperanza en Somalia. Dicha movilización llevaba unos 27.000 efectivos norteamericanos, a los que se sumaron otros 17.000 pertenecientes a naciones menores como Botsuana, Francia, Zimbabue, Pakistán, Marruecos y otras de tal condición, en procura de arraigarse en esa vasta franja sobre el Índico, de un importantísimo valor geoestratégico, desde donde se puede monitorear el tránsito hacia el estrecho de Bab el-Mandeb (Estrecho de las lamentaciones) así como la puerta de entrada al Mar Rojo y controlar la navegación en el Golfo de Adén y lo que va y viene del Golfo Pérsico, zonas de inestimable valor estratégico y comercial por el ubérrimo tráfago de petróleo y gas.
Desde entonces cada uno de los cinco presidentes norteamericanos que se sucedieron tuvo que hacer o deshacer de manera directa en Somalia, incluido Biden.
En el marco de la postguerra civil y la correspondiente invasión norteamericana, el colapso somalí se profundizó hasta convertir a ese país en el epítome del “Estado fallido”, a lo que hoy se suma la crisis climática que ha condenado a la muerte por hambre a millones de somalíes.
Producto de estas razones y los largos procesos de la marginación de muchos sectores de la comunidad y el importante ascenso del integrismo wahabita, tomando ejemplo de los muyahidines afganos que estaban venciendo al ejército soviético, y hechos puntuales como la toma de Masjid al-Haram (Gran Mezquita) de La Meca en 1979 y el asesinato del presidente egipcio Mohamed Anwar al-Sadat en 1981, junto a la guerra civil (1991-2002) que se libraba en Argelia entre grupos alentados por veteranos argelinos llegados de la guerra afgana contra el ejército regular de ese país. Además de la guerra de Bosnia, donde solo en Srebrenica en julio de 1995 fueron asesinados más de 8.000 civiles bosniaks (musulmanes serbios), dieron lugar a que millones de jóvenes musulmanes dentro y fuera del mundo del islam se lanzaran a una guerra, casi irracional, que financiada por Arabia Saudita y los regímenes monárquicos del Golfo, llegó a nuestros días.
Los jóvenes somalíes emergidos de algunas de las madrassas y mezquitas, de las que por miles Riad diseminó en todo el mundo musulmán con el obvio consentimiento de Estados Unidos para difundir la versión más rigorista del Corán, el wahabismo, conforman junto a veteranos de las guerras civiles y la guerra de Ogaden (1977-1978) contra Etiopia en 2006, la Unión de Cortes Islámicas (UCI), en somalí, Midowga Maxkamadaha Islaamiga, con su brazo juvenil Harakat ash-Shabaab al-Muyahidin (Movimiento de Jóvenes Muyahidines), mejor conocido como al-Shabaab, que continuaría la guerra tras la disolución de las UCI, y que en 2012 haría su ba`yat (juramento de lealtad) a al-Qaeda, organización a la que siguen asociados, más allá de las vicisitudes de la “casa central”.
Desde su expulsión en 2011 por fuerzas de la Misión de la Unión Africana de Mogasisho,ciudad que había tomado el año anterior, al-Shabaab se convirtió en la organización terrorista más letal del oriente africano y una de las más tremendas en el contexto islámico.
Desde sus primeras acciones al-Shabaab ha sabido golpear con precisión, convirtiendo los ataques a hoteles, unidades militares y edificios gubernamentales, en su marca registrada. Con un método casi siempre infalible: un auto-bomba estalla a las puertas del objetivo, a lo que le puede seguir un segundo y detrás de las explosiones la irrupción de fusileros combinados con algunos shahid -combatientes suicidas- portando chalecos explosivos para finalmente tomar el edificio y exterminar cualquier resistencia. Con este método han atacado una docena de hoteles en el centro de Mogadiscio provocando centenares de muertos.
Su operación más letal fue en octubre de 2017 con la explosión combinada de dos camiones-bombas con pocos minutos de diferencia y apenas a un par de cuadras uno del otro, que dejaron 512 muertos mientras 63 personas siguen desaparecidas.
Si bien la fuerza al-Shabaab no está en condiciones operativas de tomar grandes centros urbanos y mantenerlos, sí controla amplias zonas rurales e incluso pueblo y aldeas, teniendo también capacidad para atacar en Kenia y Etiopía.
La tenacidad como arma imbatible
Más allá de altibajos y golpes recibidos que hicieron presumir, en algún momento, la extinción del grupo, al-Shabaab ha sabido replegarse para aparecer siempre más fuerte. Por lo que en mayo pasado, contraviniendo la decisión de Trump de enero del 2020, de retirar todas las tropas norteamericanas de Somalia, el presidente Biden ordenó el retorno al país africano, por sugerencia del Pentágono, de unos 500 efectivos, aunque en realidad nunca sabremos cuántos batallones de la CIA estaban operando en el país hasta mayo y cuantos más se han agregado desde entonces.
Sea el número que sea, los norteamericanos se están mostrando muy activos en su nueva guerra contra al-Shabaab y cada vez son más frecuentes las acciones contra esta organización, centrándose en ataques aéreos y evitando enfrentamientos directos, ya que la intención es evitar más muertos norteamericanos en su encarnizada guerra por la paz y la concordia mundial.
Se acaba de conocer que las fuerzas de seguridad somalíes, en el marco de la “guerra total” anunciada en agosto pasado por el nuevo Gobierno del presidente Hassan Sheikh Mohamud, han matado a unos 200 presuntos muyahidines en Jicibow, en Hiiraan, la región central del país.
En la ciudad de Beledweyne (Hiiraan), la semana pasada se produjo un triple atentado que provocó la muerte de unas 20 personas, entre ellas el ministro de Sanidad regional y el vicegobernador. El ataque se había producido en respuesta de la contraofensiva del ejército y acompañado de grupos de autodefensa, consiguiendo recuperar en las últimas semanas importantes áreas en los estados de Galmudug e Hirshabelle.
En un ataque aéreo de Estados Unidos el pasado primero de octubre, se produjo la muerte de Abdullahi Nadir, uno de los cofundadores de al-Shabaab, lo que nominalmente no es muy significativo, ya que los mandos son más horizontales. A diferencia de otras organizaciones similares carece de un emir que centralice el poder. Si bien Ahmed Umar es la figura más relevante de la organización, las comandancias son regionales y generalmente compartidas, por lo que las sustituciones son rápidas y poco traumáticas, como cuando se produce la muerte de un líder de gran preeminencia.
Abdullahi Nadir fue un importante jefe de la organización en el sur del país. Desde 2012 era uno de los siete emires de al-Shabaab, por los que Estados Unidos ofrecía una recompensa de tres millones de dólares. Según la versión de Washington, la muerte de Nadir no habría provocado víctimas civiles. En otro ataque a finales del mes pasado Estados Unidos, asesinó a otros 27 terroristas, en las proximidades de la ciudad de Bulobarde, en la cada vez más caliente frontera con Etiopía.
Al-Shabaab ha contestado golpe tras golpe a las acciones del Gobierno somalí y de los Estados Unidos con ataques y atentado puntuales, como el que produjo la muerte del jefe de la policía de Mogasisho, Ferhan Aden, cuando una mina terrestre en la carretera estalló al paso de su vehículo en la región de Balcad, a unos 30 kilómetros al norte de la capital el pasado 30 de septiembre. Aden era un veterano de la guerra contra la organización terrorista, habiendo dirigido la lucha en la región Central Shabel en el centro del país.
Días antes el grupo había asesinado a una docena de operarios en Gariley, en la región sureña de Gedo, que trabajaban en la perforación de un pozo de agua. Los terroristas, tras asesinar y quemar los cuerpos, inutilizaron toda la maquinaría.
En el marco de la intensificación de la guerra se ha conocido que el gobierno ha declarado que serán castigados los medios de comunicación que publiquen información que podría ser considerada propaganda para al-Shabaab, como operaciones, ataques y atentados y cuestiones que hablen sobre su ideología y ha suspendido más de 40 cuentas de Facebook y Twitter.
La decisión de censurar la información sobre el conflicto claramente apunta a desatar las manos de las fuerzas de seguridad locales y las estadounidenses para eliminar a cualquier sospechoso de terrorismo, dar la posibilidad de confundir, sin cargo alguno, poblaciones civiles con campamentos terroristas, realizar ejecuciones sumarias, torturar y desaparecer con el loable fin de instalar la pax americana.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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