La necesidad real de un pensamiento latinoamericano propio continúa siendo una vieja utopía, no porque no haya materia pensante en nuestro continente sino porque todas las formas propias fueron reprimidas y demonizadas desde el año 1492.
Desde entonces, el continente ha pasado de mano en mano hasta nuestros días, en que la ideología dominante y neocolonial del mercado asfixia cualquier alternativa, bajo el antiguo y efectivo recurso de la demonización, pagada por las corporaciones financieras y propagadas por los medios que la sirven y por los fanáticos que la sufren.
Aunque en proporciones diversas, el poder ha estado siempre en manos de una minoría. Si consideramos como progreso social la distribución equitativa de poder en una sociedad, podemos ver que, por lo menos en los últimos quinientos años en Occidente, todos los progresos políticos, sociales y económicos han sido consecuencia de otras minorías alejadas del poder. Estas minorías fueron criminalizadas, demonizadas, desacreditadas y sufrieron amenazas, ejecuciones, matanzas o, simplemente, el silencio de las mayorías cómplices del poder. Así, mientras estas minorías criticaban y resistían la brutalidad del sistema esclavista, no pocos negros, indios, mujeres y pobres enseñaban a otros negros, indios, mujeres y pobres a ser buenos negros, indios, mujeres y pobres.
Ahora, no sin paradoja, los islamófobos están llevando a Occidente al mismo proceso que produjeron las potencias occidentales en el mundo persa-árabe, transformando países seculares y socialistas en paradigmas del fanatismo religioso (“El lento suicidio de Occidente”, 2002). La teocratización de la política actual no se reduce a presumir de que Dios vota a nuestro partido político y nos ayuda a ganar campeonatos de fútbol, sino al entrenamiento cultural (producto de una adoctrinación que comienza en la infancia) por la cual el mayor mérito intelectual es tener fe a cualquier precio. Si bien esto es incuestionable dentro de cualquier religión, pierde sentido cuando esos mismos individuos salen de sus tempos y confunden su religión con su ideología y su iglesia con su país.
Para cualquier ciencia, hasta una evidencia está condicionada a nuevos datos de la realidad que la corrija. En una religión ocurre precisamente lo contrario: si la realidad contradice nuestros deseos, peor para la realidad. No existe ninguna institución o filosofía más radicalmente negacionista que una religión. Lo digo desde un punto de vista técnico de la palabra, en principio sin valoración de juicio. Si este negacionismo está bien dentro de un dogma o un credo religioso, no podemos decir lo mismo en lo que se refiere al mundo factual.
De ahí, por ejemplo, la nueva moda de la negación de las elecciones sin indicios para hacerlo y sólo cuando los fanáticos las pierden. Ocurre en todo el mundo donde esta cultura religiosa madurada en el sur esclavista de Estados Unidos se ha propagado, probando una vez más la naturaleza neocolonial de un centro hegemónico, decadente pero todavía con dientes.
11 necesidades a considerar:
1. Un nuevo paradigma democrático y ecologista, que supere el consumismo y el dogma del mercado. Para ello, es urgente limitar las donaciones corporativas a los políticos.
2. Un derecho universal a la verdad y la transparencia. Las corporaciones que crezcan más allá de un límite de poder político y social desproporcionado deberán ser limitadas de diferentes formas, como la inclusión de representantes del pueblo con idoneidad en el área para controlar las acciones de la corporación. Estos comités deberán tener una naturaleza internacional.
3. Reducción radical de la concentración del poder acumulado por las corporaciones privadas y transnacionales. No existe democracia ni trasparencia en sus acciones ante un poder desbordado.
5. Descentralización del poder, tanto de las corporaciones como de los países que las protegen con sus gigantescos poderíos militares.
6. Eliminación de las agencias secretas como órganos ejecutivos de gobiernos paralelos.
7. Recuperación de una neoilustración, donde el paradigma del individuo culto, de la lucha por la igual-libertad vuelva a ser tenida en cuenta como elemento fundamental en la lucha por la verdad y contra el actual fanatismo neomedieval.
8. Necesidad de una democratización efectiva. A principios del Renacimiento europeo, el capitalismo significó una forma de democratización, reemplazando en cierta medida los privilegios hereditarios de la nobleza por el valor más impersonal del dinero. Pero el capitalismo no inventó la democracia ni siquiera la democracia moderna. Por el contrario, la usó cuando no pudo destruirla. El proceso de democratización en Europa comenzó con los humanistas a mediados del siglo XV, y muy probablemente hubo una forma de proto democracia en los primeros tres siglos del cristianismo, cuando sus miembros eran inmigrantes perseguidos y su forma de subsistencia comunitaria había estimulado por primera vez la idea de igualdad. Por su parte, los nativos americanos no sólo eran menos machistas que los europeos, sino que practicaban diferentes formas de democracia, tolerancia y diversidad, como los iroqués en Norteamérica, aún antes de que llegaran los conquistadores que los masacraron y corrompieron con una sobrada arrogancia racista que continúa hasta hoy. El capitalismo corporativo de los últimos siglos es la reproducción del sistema esclavista americano y del feudalismo europeo al que se opuso en sus inicios.
9. Internacionalización de derechos básicos, no solo en sus declaraciones sino en su ejecución. La ONU es un perro sin dientes, donde se da el absurdo de que, por ejemplo, desde hace décadas casi todas las naciones del mundo votan contra el bloqueo de Cuba y éste se mantiene con el voto de dos países. Es un organismo necesario, pero anacrónico en su arquitectura, la cual debe ser reestructurada, por ejemplo, en el aumento de numero de países con derecho al veto en el Consejo de seguridad. O directamente eliminando el derecho discriminatorio al veto.
10. Salario Universal. La crítica a esta propuesta basada en la promoción de holgazanes es arbitraria. Los holgazanes siempre han existido en cualquier clase social. Aunque se repite que los pobres son pobres por no esforzarse lo suficiente, podemos entender que los ricos no son ricos por esforzarse más que el resto. Más allá de los méritos, que existen en casos ejemplares y excepcionales, éstos no explican la realidad: el sistema capitalista acumula los beneficios de una forma patológica, y una vez que este proceso comienza casi al azar, luego no hay espacio para ninguna competencia. Un multimillonario y expresidente como Trump lanzó su propia red social para competir con Twitter y fracasó. Las super compañías crecen y monopolizan un mercado hasta que mueren por nuevos inventos, ninguno de los cuales es producto de sus propietarios, aplaudidos como genios por la masa obediente. El salario universal no eliminará al salario tradicional ni a los nuevos emprendimientos; por el contrario, los potenciará. La mayoría de la actividad creativa se ha realizado siempre de forma gratuita o sin pensar directamente en los beneficios. El salario universal no solo potenciará las fuerzas creativas de los individuos sino que, al no depender su existencia de un salario condicionado a su obediencia, también los liberará de su miedo a exigir verdad, justicia y más democracia, algo que la minoría en el poder teme como a la muerte.
4. Descomercialización de la información. Casi todos los grandes inventos tecnológicos, como los descubrimientos científicos y los progresos sociales fueron realizados por gente que no estaba pensando en las ganancias económicas de su esfuerzo. Cuando no fueron desarrollos de los Estados. Tanto la radio como Internet no se desarrollaron por la inversión de ninguna empresa privada. Ambas fueron secuestradas (privatizadas) en su plena madurez: la radio en los 30s e Internet en los 90s. La información se corrompió cuando se convirtió en un producto, sobre todo en un producto al servicio del poder de turno bajo el disfraz de la libertad y el pragmatismo. Como en tiempos de la esclavitud, la libertad del dueño del dinero y del látigo. Sin caer en la tentación de la censura estatal (para eso los comités de control antes mencionados) los gobiernos del mundo pueden hacer mucho si se deciden a regular (es decir, a revertir) el poderoso mercado de la opinión pública. Mucho más si coordinan esfuerzos y se logra, por ejemplo, una unión de naciones latinoamericanas.
11. Inversión en educación pública y descomericalización de la educación. Reestablecer un equilibrio entre las humanidades y las asignaturas técnicas. Volver al estudiante como educando y no como cliente. La (1) comercialización de la educación, como (2) la salud y (3) los comercialización de los medios de comunicación, han producido una comercialización de la vida. Es decir, una nueva forma de esclavitud voluntaria, lo que hasta el siglo XIX se llamaba indenture y servidumbre.
(VII Congreso Interoceánico de Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. 17 de noviembre de 2022.)
Video de la conferencia: https://www.youtube.com/watch?v=WHMrb-DROM8
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