Podríamos acercarnos al término cultura como la consecuencia que se produce del vivir en sociedad; es decir, los valores, el sentido, las tradiciones, la representatividad y por supuesto la simbología que hace que nos sintamos grupo y nos identifiquemos como tal.
Por lo tanto, la cultura es generadora de identidad colectiva al tiempo que produce colectividad. La cultura de alguna manera nos hace ser lo que somos en un sentido amplio, percepciones, emociones, manera de pensar, modos, mundos y estilos de vida, repito, la cultura nos hace y se hace. Se hace a través de esas construcciones valorativas y sentido que construimos de nuestras interrelaciones, convertidas en símbolos que dan como he dicho sentido de vida y ante todo sentido de colectividad.
Lo que nos acerca al símbolo que y desde una definición más o menos objetivable, podríamos afirmar que representa un contenido significativo en el que un grupo de personas coincidirían y compartirían. De alguna manera, los símbolos son una asignación que se le da a un objeto; experiencia colectiva irracional no exenta de cierto misticismo que se apoya en un relato, acompañado incluso de ciertos rituales, signos, ideología y toda una retahíla de afines que redundan en el fortalecimiento y creencias de dicho grupo. Ahora bien, el símbolo siempre está abierto a evaluación a resignificar y a cambiar, no es inmutable. Pues la esencia, el sentido y funcionalidad del símbolo es lo que los agentes (colectivo) dicen y hacen sobre él.
En línea, las banderas sin la menor duda vienen a jugar su papel simbólico irrefutable y paradigmático, como producto de expresividad y significación humana. Es decir, objetivación de un proceso por medio del cual se construye un mundo intersubjetivo, al tiempo que accesible, comprensible y compartido por una colectividad, recogiendo así su potencial labor como símbolo de representatividad en casos de manera institucional, la de una colectividad que se organiza políticamente a través de un Estado-Nación. Sin miedo a equivocarnos podríamos afirmar que las banderas son productos culturales que emergen de la acción social y representan y dan sentido al grupo.
Por lo tanto y aproximándonos a la concreción de la bandera española, vemos que como cualquier otra no está exenta de premisas, usos e histografía y entender que la misma en su momento representó unos colores, que, si bien y ulteriormente se formalizó bajo una constitución de todos y para todas, no es menos cierto que entró como tantas otras cosas en un único paquete en el que se asumía como tal o se podría poner en juego la tan deseada y necesaria democracia como elemento mínimo de superación de una dictadura de más de 40 años. Ahora bien, como he sugerido, pretender obviar en el ideario en el imaginario social que de hecho esos colores representaron durante el golpe de Estado y ulterior guerra civil, a una parte, la golpista, no lo podemos o no lo deberíamos eludir para entender. Y es que obviar esa máxima sería no ir a la raíz de que hoy existan sentimientos y emociones encontradas en torno a una bandera que si bien puede recoger parte de su significación no tiene por qué ser igualmente identificativa y sobre todo pretender que recoja de manera global el sentido de su simbología.
Pues y como he señalado, la cultura, de alguna manera, nos hace ser lo que somos sobre todo en emociones y percepciones. Es por esto que puedan darse emociones encontradas en torno a la representatividad ya no institucional y sí emocional de una bandera como la que nos ocupa. Máximo cuando nos encontramos que una parte del marco ideológico de nuestro país se ha ido significando, en los últimos y presentes tiempos, en sus discursos, mítines y demás convocatorias, bajo la representatividad exclusiva de la bandera española, lo que insiste más si cabe en generar diferencias simbólicas y sobre todo dé sentido de una bandera que a la postre debería representar al todo y no a una parte.
Insisto, grave error el uso partidista, interesado y sobre todo torticero de quienes lo vienen haciendo de manera sistematizada y sin rubor alguno, bajo la máxima España, como si esa preferencia no viniera si cabe a señalar y recordar más histografía y cultura de una patria nunca compartida. Considero que a estas alturas y aun estando en condiciones de afirmar que niego toda prohibición, sí al menos constatar que seamos consciente de que el sentimiento bicolor de la bandera española y su retorcido uso sesgado de aquellos que ni conocen su función integradora y mucho menos desean hacerlo, ha hecho que la bandera española como institución ha ido perdiendo sentido como consecuencia de su “ideologizado” uso, por una parte, contra otra, y el decirlo así, es afrontar la cruda realidad de que los usos importan más que el propio símbolo y el sentido, insisto y manoseo de una parte, ni fue, ni es ni será motivo de unidad. Y sí de todo lo contrario que nos lleva a una bandera de la exacerbación de unos y a la desafección de otros, de manera inversamente proporcionar.
¿Qué hacer? me interesa aquí focalizar la atención de sus potenciales ideas, ideologías, bajo la imagen de la bandera española. En gran medida entiendo un error de bulto el intentar integrar una bandera a base de repetir gestos, signos, incluso discursos que se asemejan en demasía a una histografía y a un imaginario de enfrentamiento y que perfectamente viene a representar el manido fundamento orteguiano de las dos Españas. El discurso casi único alrededor de la bandera española no lleva sentido integrador ni inclusivo y se viene convirtiendo de uso exclusivo de la derecha y ultraderecha de nuestro país. Y pregunto ¿habría que hacer algo al respecto? Y volveríamos al inicio del párrafo… ¿qué?
La inclusión aquí resuena más como una urgencia que como una propuesta, así lo creo y eso podría pasar por llevar a cabo una pedagogía cínica, aun no sintiéndome cómodo, de la prohibición, pero como digo desde una pedagogía del cínico, empezar a pautar, pensar, practicar el uso restringido de la bandera, enriquecido porque no con otras banderas que puedan responder a las necesidades identitarias del mestizaje y la enculturación colectividad en la que nos conformamos. Los cínicos, en origen, hablaban de prescindir de todo aquello que nos encierra y no nos deja ser felices a la vez de la necesidad de vivir en paz y ante eso todo valdría… ¿verdad, Maquiavelo? Prescindamos de la simbología de una bandera que su sentido no es inclusivo y dejemos si pudiera ser la bandera en paz, para que ésta asuma su sentir social de una colectividad que construye y da sentido a la simbología de cualquier bandera, incluida la actual bandera española, aunque para ello hagamos un uso restringido de la misma, que y de alguna manera posibilitemos la construcción objetiva de intersubjetividades en torno a un nuevo concepto y sentido, en definitiva, simbología de la bandera española. Mientras… seguiremos esperando a Godot.
José Turpín Saorín es antropólogo.
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