Por Tareq Ali | 18/03/2025 | Palestina y Oriente Próximo

Fuentes: Rebelión [Foto: El británico David Lloyd George, el francés Alexandre Millerand y el italiano Francesco Nitti lideraron la Conferencia de San Remo, en la que se oficializó el reparto de Medio Oriente]
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El botín, para los vencedores. Hace cien años, al acabar la Primera Guerra Mundial, el Imperio británico y su aliado francés fragmentaron el antiguo mundo árabe que había estado dominado por los otomanos y crearon países nuevos (Iraq, Líbano, Arabia Saudí), principados y puestos de avanzada (los Estados del Golfo, Yemen del Sur) y Estados títere (Egipto, Irán), además de sentar las bases sobre las que se iba a crear el Estado de Israel después de la Segunda Guerra Mundial.
El botín, para los vencedores. Unos cien años después, tras el colapso del mundo comunista, el triunfante Estados Unidos se apresuró a balcanizar el mundo árabe y eliminar todas las amenazas reales e imaginarias a su hegemonía. El balance del recuento de las guerras del siglo XXI que han devastado Asia Occidental es atroz desde cualquier punto de vista. Desde la perspectiva de los estrategas imperialistas de Washington, ¿cómo es la situación que crearon? La “libertad” y la “democracia” están aún más lejos que bajo las dictaduras autoritarias y nacionalistas árabes. Hasta a los ocupantes más cínicos de la Casa Blanca y del Pentágono les resulta difícil justificar en público el caos que han creado.
Solo en el último año, la parte palestina ocupada del mundo árabe ha sufrido el ataque más salvaje por parte de Occidente, que actúa a través de su siempre leal sustituto, Israel. Las Cruzadas medievales fueron brutales, pero la ausencia de superioridad técnica en las armas que empuñaban ambos bandos supuso una ventaja para los árabes, que luchaban en su propia tierra. Esta vez Israel y sus aliados occidentales han matando de hambre y asesinado a la población palestina. Las imágenes de cadáveres de bebés devorados por perros que deambulan por calles desiertas son un escalofriante símbolo de la naturaleza completa de esta destrucción. El primer ministro británico pretende ahora convencer a Trump de que cambie la definición de genocidio, para evitar futuros problemas legales. Está en juego la civilización occidental frente a la barbarie. Resulta curioso que, a juzgar por sus propios comentarios, Trump puede ser menos partidario de matar que el líder del Partido Laborista británico.
La hegemonía estadounidense en la zona es, a primera vista, casi total. Estados Unidos se embarcó en una política global de dividir, ocupar, comprar y gobernar. Lo que empezó en serio con la guerra civil yugoslava se ha convertido ahora en una característica habitual de la estrategia estadounidense apoyada por Gran Bretaña y la mayor parte de la Unión Europea. Han sido increíbles los beneficios obtenidos por Occidente en la zona más rica del mundo en el ámbito energético desde la derrota de las potencias del Eje en 1945. Un breve repaso de la zona puede ayudar a poner de relieve lo que se ha perdido e indicar la dirección en la que se dirige.
Arabia Saudí
La primera llamada al extranjero que hizo Trump tras asumir la presidencia en 2025 fue al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán (conocido como MBS), lo cual sorprendió a pocas personas. Es verdad que MBS había ordenado ejecutar y descuartizar a una persona crítica, Jamal Khashoggi, que apoyaba a otra facción de la familia real y escribía regularmente para la prensa estadounidense donde criticaba regularmente a MBS por su ultraliberalismo y su implicación en la guerra de Yemen. La célebre tetralogía del novelista saudí exiliado Abdurrahman Munif Ciudades de sal (1) había satirizado a la familia Khashoggi. El tío de Khashoggi fue el médico personal del monarca fundador de la dinastía, Ibn Saud, y llegó a ser un rico e influyente hombre de negocios. Esta cercanía con las familias reales jordana y saudí llevó a Jamal Khashoggi a suponer que era intocable, un error que le costó la vida. Acudió alegremente al consulado saudí en Estambul para recoger un documento oficial. Fue capturado por un equipo de asesinos de MBS o firqat el-nemr (“escuadrón del leopardo”), asesinado a tiros y descuartizado, y las distintas partes de su cuerpo fueron empaquetadas cuidadosamente por separado. La policía secreta turca lo filmó todo, puesto que, como es natural, el consulado estaba bajo vigilancia. Impidieron que los restos de Khashoggi salieran del país y Erdoğan expuso al escrutinio público mundial al “Príncipe Leopardo”. Los colegas estadounidenses de Khashoggi afirmaron estar conmocionados y se le concedió a Khashoggi una portada en el Time y una esquela a juego, pero MSB quedó a salvo. El escándalo se calmó en seguida. Después de que los israelíes hayan asesinado a más de doscientos periodistas en Gaza, un solo saudí parece una bagatela, por muchos contactos entre la alta sociedad que la víctima tuviera en Riad y Washington.
Los cínicos saudíes que apoyan al MBS podrían afirmar que la modernización de Arabia Saudí siempre ha exigido eliminar a las disidencia. Cuando los británicos crearon el reino después de la Primera Guerra Mundial, Harry St John Philby, de los Servicios de Inteligencia británicos, ideó sus estructuras. Harry St John Philby hablaba perfectamente árabe, era experto en las interpretaciones de El Corán y tenía la misión de encontrar aliados fiables contra el Imperio otomano. Eligió la secta islámica más fanática disponible, los wahabíes, la unió a una tribu local fácilmente controlable y cuyos líderes eran poco inteligentes, rechazó y aisló a no wahabíes de la Península que eran más capaces y volvió esta combinación contra el Imperio otomano. Los wahhabíes consideraban enemiga la principal corriente del islam, la sunní y chií. Se puso en la nómina imperial británica a personal clave, lo cual fue un golpe maestro: el fruto tardío de este matrimonio (lo que queda de al Qaeda y el ISIS) sigue hoy en día la misma tradición.
Durante la Segunda Guerra Mundial Gran Bretaña entregó el reinó saudí a Estados Unidos en una ceremonia que tuvo lugar el día de San Valentín de 1945 en el navío Quincy de la Marina estadounidense amarrado en el Canal de Suez. El presidente Roosevelt y el rey saudí Ibn Saud firmaron un concordato que iba a garantizar el gobierno monárquico perpetuo de una sola familia. Roosevelt mantuvo la monarquía como salvaguarda frente a lo que se consideraban amenazas nacionalistas radicales y comunistas (2). No se habló de ellas, sino que Roosevelt inició la conversación a bordo del Quincy preguntando al Rey su opinión acerca de los refugiados judíos en Europa. ¿Qué hacer? El memorándum de la conversación nos informa de los siguiente: “El presidente preguntó a Su Majestad su opinión respecto al problema de las personas judías expulsadas de sus hogares en Europa. Su Majestad contestó que, en su opinión, los judíos debían volver a vivir en las tierras de las que habían sido expulsados. Se debía conceder a aquellos judíos cuyos hogares habían sido completamente destruidos y que no tenían medios de subsistencia en sus países de origen un espacio para vivir en los países del Eje que los había oprimido. El presidente señaló que Polonia podría ser un buen ejemplo. Al parecer, los alemanes habían matado a tres millones de judíos polacos, por lo que debería de haber espacio en Polonia para reasentar a muchos judíos sin hogar…” (3).
Ibn Saud quería que se le garantizada que las tierras árabes no iba a ser tomadas por los judíos: “Su Majestad afirmó que la esperanza de los árabes se basa en la palabra de honor de los Aliados y en el bien conocido amor por la justicia de Estados Unidos, y en la previsión de que Estados Unidos les apoyará”.
Los hijos de Ibn Saud gobernaron el Estado con puño de hierro. En la década de 1950 el rey y sus príncipes empezaron a tratar de aumentar su cuota de ingresos procedentes de la producción de petróleo saudí, que gestionaba la empresa Aramco controlada por Estados Unidos, la cual se aseguró de que se aplastaban salvajemente las huelgas, se deportaba a su país de origen a los trabajadores y que los empleados saudíes no pudieran entrar en el cine de la empresa. Prevalecieron las leyes Jim Crow (4), lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que gran parte de los empleados blancos pertenecían al Ku Klux Klan. La ola anticolonial que barrió el mundo árabe no dejó de afectar al Reino. El líder egipcio Gamal Abdel Nasser desafió a Gran Bretaña y Francia en 1956, nacionalizó el Canal de Suez y afirmó: “Que los imperialistas se ahoguen con su rabia”. Las potencias imperialistas invadieron Egipto junto con Israel, que entonces contaba con 8 años de existencia. Robert Vitalis proporciona en su obra America’s Kingdom un relato único de este periodo, relato que acaba con muchos mitos (5). Las dos figuras saudíes que mejor paradas salen son el antiguo ministro del Petróleo, Abdullah Tariki, y el veterano diplomático saudí Ibn Muammar. Tariki, que era un tecnócrata astuto, hábil e incorruptible, defendió a finales de la década de 1950 que el Estado se hiciera cargo del petróleo saudí y fue demonizado por Aramco. Desde un principio ambos hombres defendieron incondicionalmente los intereses saudíes frente al gigante petrolero estadounidense.
Tariki contribuyó a dividir a la familia real al sacar a la luz la corrupción del entonces príncipe heredero Faisal. En 1961 Tariki y el príncipe disidente Talal, partidario del nacionalismo árabe, acusaron a Faisal de exigir y obtener una comisión permanente de la Arabian Oil Company (AOC), de propiedad japonesa. Se hizo publico en un periódico de Beirut. Un Faisal enfurecido lo negó y exigió pruebas. Se las proporcionaron. Faisal quedó desacreditado. Tariki fue despedido y huyó al exilio. Vitalis nos informa de que un espía de Aramco que se encontró con él mientras estuvo en El Cairo informó a sus superiores de lo siguiente: “Le pregunté cómo concebía un cambio de régimen. Me dijo que sería muy sencillo. Un pequeño destacamento del ejército puede hacer el trabajo matando al rey y a Faisal. El resto de la familia real correrá a esconderse como conejos asustados. Entonces los revolucionarios pedirán ayuda a Nasser” (6).
Esta opción ya no es válida, pero el constante caos que reina en la zona podría desestabilizar al Reino como ocurrió tras el 11 de septiembre [de 2001] (los atentados organizados por Osama bin Laden que llevaron a cabo sobre todo ciudadanos saudíes).
El rey Faisal fue asesinado en 1975 por un sobrino, que también se llamaba Faisal y que había estudiado en Berkeley y en la Universidad de Colorado Boulder a finales de la década de 1960, pero el rey asesinado había sentado las bases de la Arabia Saudí actual, con su dependencia del wahabismo para el control social. Aunque su hermano y su padre antes que él habían intentado institucionalizar las creencias wahabíes, fueron más flexibles. Después de la primera guerra del Golfo en 1990 llegó el ejército estadounidense; las bases estadounidenses en Arabia Saudí y Qatar se utilizaron para lanzar la guerra contra Iraq. A lo largo de la historia los ejércitos extranjeros han proporcionado un tipo de protección; la teología wahabí, otra.
El reino wahabí ha servido desde hace casi un siglo a las necesidades de Occidente. MBS es nieto de su fundador. A su padre, Salman (nacido en 1935), no le queda mucho tiempo de vida y, salvo una guerra civil, hay poco que pueda impedir que MBS se convierta en rey. Incluso en el caso improbable de que hubiera oposición interna, MBS tiene el firme respaldo de Estados Unidos e Israel, lo mismo que Jordania y los Estados de los Emiratos Árabes Unidos (un amigo catarí bromeó una vez: “Somos los Estados Emiratos Árabes Unidos de América”). MBS estaba dispuesto a sellar un pacto con su rival [Israel] a cambio del respaldo de Estados Unidos en la región, pero Israel le defraudó al reaccionar al ataque de Hamás del 7 de octubre con una respuesta genocida en toda regla que le aisló de la mayoría del mundo no occidental. Los saudíes no hicieron nada. Su diminuto rival, Qatar, los volvió a eclipsar: las imágenes y los reportajes de Al Yazeera ofrecieron un fuerte contraste con las noticias falsas de las cadenas occidentales. De no haber sido por Gaza, no cabe la menor duda de que MBS y Netanyahu ya habían hecho un pacto. Ni de que lo harán.
Egipto
Egipto ha sido el mayor éxito de Estados Unidos en Asia Occidental desde la década de 1970. Las conversaciones en los cafés cairotas suelen estar jalonadas de días en vez de años: el día en que el rey Faruk fue derrocado por una rebelión de oficiales radicales, el día en que Nasser nacionalizó el Canal de Suez, el último día de la Guerra de los Seis Días, que prácticamente marcó el final del nacionalismo árabe. Anwar Sadat, el sucesor de Nasser, tomó el poder en 1970, luchó contra Israel en 1973 y después, en 1978, firmó la “paz” con Israel en Camp David. Tres años después murió asesinado por los disparos de soldados magnicidas durante un desfile militar en conmemoración de la Guerra Yom Kippur [de 1973]. Su sucesor, el vicepresidente Hosni Mubarak, se salvó por poco de ser asesinado también. Mubarak reforzó las relaciones con Israel, prohibió el uso de munición real en los desfiles ceremoniales y se dispuso a disfrutar de los corruptos frutos de una dictadura brutal. Su nombre pasó a ser equivalente de tortura, amoralidad, cinismo, hipocresía, corrupción, codicia y oportunismo, y, lo que es más importante, de lealtad ciega a Estados Unidos e Israel. El Alto Mando del Ejército egipcio no fue obligado a seguir este camino, sino que aceptó venderse. En 2024 el ejército recibió 1.300 millones de dólares.
En 2011 estalló en Túnez el movimiento de masas conocido como la Primavera árabe, derrocó al dictador [tunecino, Ben Ali] y se extendió rápidamente a Egipto, donde la lucha para librarse de Mubarak llegó a ser inmensamente popular. Su cuartel general se estableció en la Plaza Tahrir. Cuando quedó claro que era muy popular, los Hermanos Musulmanes se unieron a la lucha. Al Jazeera retransmitió en directo el espectáculo de la Plaza Tahrir, donde había una reivindicación: “¡Democracia!”. El ejército egipcio estacionó sus tanques en la plaza y los estudiantes lo saludaron como salvador de la democracia. La consigna “el Ejército y el pueblo son uno” se convirtió en un cántico popular, aunque era más una expresión de esperanza que un hecho.
Mubarak pidió ayuda a sus amigos de Estados Unidos e Israel. Los Clinton trataron de salvarlo, pero ya era demasiado tarde. El ejército se dio cuenta de que, para poder conservar su propio poder, Mubarak tenía que marcharse. Los dirigentes militares que tomaron el mando no tenían interés alguno en la democracia. Empezaron a dividir a las masas y se dedicaron en particular a las mujeres. El movimiento, por su parte, no ocupó el edificio de la televisión estatal, que estaba situado justo detrás de la Plaza, para difundir sus reivindicaciones y permitir que la voz del pueblo se oyera día y noche. La conciencia política creció rápidamente, pero la “revolución” fue extremadamente cautelosa. Se dio prioridad a la libertad, pero la fraternidad (la unidad árabe) y la igualdad (la justicia social) permanecieron en la sombra. Estados Unidos e Israel habían apoyado la dictadura de Mubarak, pero se vio muy poca oposición a ninguno de los dos países: no se quemó simbólicamente la bandera de las barras y estrellas, ni se vieron banderas palestinas, ni se pidieron elecciones a una asamblea constituyente para preparar una nueva constitución. Las fuerzas de izquierda eran minúsculas. Los liberales dominaron el espectáculo antes de que los Hermanos Musulmanes, liderados por Mohamed Morsi, decidieran unirse. Entonces se convirtieron en la única fuerza política que estaba seriamente organizada. Se había expulsado a los líderes más brillantes [del movimiento popular] que tenían cierta idea de estrategia y táctica política, y quedó al mando a un sector muy mediocre.
Como escribí en su momento, aunque los levantamientos árabes se parecía a la Europa de 1848, no se cuestionaron todos los aspectos de la vida: “Los derechos sociales, políticos y religiosos están siendo objeto de una feroz controversia en Túnez, pero en otros lugares todavía no. No han surgido nuevos partido políticos, lo cual indica que las futuras batallas electorales se librarán entre el liberalismo árabe y el conservadurismo bajo la forma de los Hermanos Musulmanes, que siguen el modelo de los islamistas en el poder en Turquía e Indonesia, y se ha instalado con el apoyo de Estados Unidos” (8).
La hegemonía estadounidense en la zona se había visto ligeramente dañada, pero nada más: el rasguño se podía curar fácilmente. Los regímenes instalados después de los déspotas seguían siendo débiles. A diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador, nunca hubo nuevas constituciones que consagraran las necesidades sociales y democráticas. El ejército garantizó en Túnez y Egipto que no ocurriera nada precipitado. Los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones [en Egipto] y Morsi fue nombrado presidente, pero fue un inepto en todos los frentes. Se ofreció muy poco a la población y los Hermanos Musulmanes se volvieron muy impopulares. El ejército tomó el mando y el general al-Sisi, un antiguo jefe de los servicios de inteligencia, organizó unas elecciones rápidas y obtuvo el respaldo liberal.
Al-Sisi continúa en el poder (ahora es más impopular que Mubarak) y hace lo que le ordenan Washington y Jerusalén. El culto que se creó para él fue grotesco, incluía sujetadores y ropa interior masculina con su imagen. La euforia liberal no duró mucho. Ahora le odia gran parte de la población y eso le pone nervioso a la hora de acoger a un millón de gazatíes para vaciar la Franja por orden de Estados Unidos e Israel, y entregarla al sector inmobiliario mundial. Si lo hiciera, es probable que tuviera que buscarse asilo en otra parte. Y aunque el pueblo árabe ha sido cauto desde 2011, su quietud no se debería dar por sentada.
La Primavera Árabe fue diferente en cada país, pero en ninguno se desafió el sistema. Era reconfortante pensar que los levantamientos eran revoluciones, pero nunca se llegó a ello. Los levantamientos de masas por sí mismos no son revoluciones, esto es, la transferencia de poder de una clase social a otra, o incluso de una capa social a otra, que provoca un cambio social fundamental. El tamaño real de la multitud no es determinante, solo lo es cuando en su mayoría desarrolla un conjunto claro de objetivos sociales y políticos que puede llegar a serlo. En caso contrario, siempre será superada por quienes sí lo hagan o aplastada por el Estado que se moverá rápidamente para recuperar el terreno perdido.
El Egipto posterior a 2011 es el mejor ejemplo de ello. No surgió ningún órgano de poder autónomo. Entre los errores que cometieron los Hermanos Musulmanes se incluyeron el faccionalismo, la estupidez y un excesivo afán en asegurar a Estados Unidos, Israel y los aparatos de seguridad nacional que todo iba a continuar igual. Por lo que se refiere a una asamblea constituyente, poco se estaba pensando en ello, en Egipto o en otros lugares. Cuando estallaron nuevas movilizaciones multitudinarias contra Morsi, incluso mayores que las que habían llevado al derrocamiento de Mubarak, la izquierda sugirió que algunos de los que engrosaban la multitud eran unidades del ejército y de la policía vestidas de paisano. Otras personas ya consideraban al ejército su salvador y en más de una ocasión aplaudieron la brutalidad del ejército contra los Hermanos Musulmanes. ¿El resultado? El ancien régime no tardó en volver al poder. Si lo primero no fue una revolución, lo segundo apenas fue una contrarrevolución. El ejército simplemente reafirmó el papel que desempeñaba en la política nacional. Fue él quien había decidido deshacerse primero de Mubarack y luego de Morsi.
¿Quién se deshará del ejército? ¿Otra movilización multitudinaria? Hasta que se produjo el ataque israelí a Gaza respaldado por Occidente, resultaba difícil de imaginar. Los movimientos sociales que son incapaces de desarrollar una política independiente están destinados a desaparecer. Pero, en contra de las apariencias, Gaza ha resucitado la conciencia política. El ejército permitió unas cuantas grandes manifestaciones propalestinas que permitieron a la población dar rienda suelta a su ira, pero eso también contribuyó a concentrar la atención en las debilidades del ejército y en la vergüenza que había supuesto para el país su incapacidad total a la hora de ayudar a la población gazatí. Netanyahu tenía sometidos a los generales egipcios. Y no solo a ellos: Jordania no prohibió las manifestaciones multitudinarias, pero tampoco hizo nada por la población palestina. Los saudíes y sus primos del Golfo padecieron una autoparálisis. Poco más que un poco de ruido amistoso. Los dirigentes del mundo árabe nunca han estado tan unidos tras la bandera de las barras y estrellas mientras se masacraba a sus pueblos.
Libia
La OTAN destruyó el viejo régimen de Libia tras seis meses de bombardeos que mataron a unas 50.000 personas. Hay pruebas convincentes de que al-Gadafi estaba dispuesto a negociar y había hecho muchas concesiones a su propio pueblo y a Occidente. Hugh Roberts ha echado por tierra de forma convincente en su libro Loved Egyptian Night el argumento de la “intervención humanitaria” que sostenía la asesora de Obama Samantha Power y algunas personas situadas a su izquierda (9). El objetivo de la intervención de la OTAN era provocar un cambio de régimen y acabar de eliminar lo que quedaba de nacionalismo árabe. Tres grupos yihadistas tomaron el poder mientras que bandas armadas tribales de distinto signo deambulaban por el país exigiendo su parte del botín. No era en absoluto una revolución, desde ningún punto de vista.
Los británicos y los franceses habían adulado a al-Gadafi para que abandonara sus pretensiones nucleares y por otros motivos. El degradado asesor político de Blair, Anthony (Lord) Giddens fue a Trípoli para darle las gracias en persona, comparó los horribles escritos del líder libio con su propia obra, La Tercera Vía, y volvió para informar a los lectores de The Guardian de que Libia pronto se iba a convertir en la Noruega de África. Una generosa propina a la London School of Economics garantizó que el hijo favorito de a-Gadafi recibía un doctorado, que había sido elaborado por Anne-Marie Slaughter. Los elogios de Sarkozy fueron igual de generosos y eso le valió el apoyo financiero libio para su campaña electoral. Todo parecía ir bien hasta que la Primavera Árabe permitió a Occidente salirse con la suya. Primero fue la campaña de propaganda sobre el “deber de proteger” ante a un supuesto genocidio en ciernes, después el bombardeo aéreo de la OTAN y el linchamiento de al-Gadafi, que supuestamente fue sodomizado con una barra de hierro al rojo vivo después de que la inteligencia estadounidense filtrara su paradero, mientras Clinton, la Secretaria de Estado de Obama, cacareaba: “Vinimos. Vimos. Él murió”. Cinco años después, Clinton perdió [las elecciones presidenciales] frente a Trump.
Siria
En la década de 1960 hubo serios intentos de establecer las bases de un mundo árabe unificado, con tres grandes países, Egipto, Siria e Iraq, que estaban dirigidos por gobiernos populares nacionalistas radicales y en los que muchas personas habían puesto sus esperanzas. Se malogró debido a sus propios errores. Egipto fue comprado, Iraq fue colonizado de nuevo y divido. ¿Cuál fue el destino de Siria? También en este caso, el levantamiento masivo de 2011 fue en gran medida genuino y reflejó un deseo de cambio político. Las potencias occidentales se implicaron, pero se las podría haber evitado. Si Assad hubiera aceptado negociar durante los primeros seis meses, o incluso después, se podría haber llegado a un acuerdo constitucional, pero en vez de ello emprendió la represión. Se reiniciaron las trágicamente familiares rencillas entre sunníes y chiíes. En cuanto la oposición decidió tomar las armas, la suerte estaba echada. Empezó una guerra civil y gran parte del movimiento se integró en un paraguas confesional respaldado por Estados Unidos y sus aliados. Turquía, Qatar y los saudíes suministraron armamento y voluntarios a su bando. La idea de que la Coalición Nacional Siria (SNC, por sus siglas en inglés) fuera la fuerza portadora de una revolución siria era tan ridícula como la idea de que los Hermanos Musulmanes desempeñaban el mismo papel en Egipto. Siguió una brutal guerra civil en la que ambos bandos cometieron atrocidades. ¿Utilizó el régimen gas u otras armas químicas? No lo sabemos. Los ataques previstos por Estados Unidos estaban destinados a impedir que el ejército de Assad derrotara a la oposición. Los iraníes y rusos mantuvieron al régimen en el poder hasta diciembre de 2024. La mayoría de las y los refugiados sirios establecidos en Líbano y Jordania, incluidas muchas personas que había iniciado el levantamiento, sabían muy bien que los ataques estadounidenses no iban a mejorar la situación de su país. Quienes permanecieron en Siria temían a ambos bandos.
Después de muchos ataques contra la población palestina, los israelíes se han extralimitado y han ocupado parte de Siria en una alianza informal con el HTS, la filial de Al Qaeda apoyada por Turquía, y los kurdos sirios. La alianza entre israelíes y kurdos se está convirtiendo en una característica de la zona. Los dirigentes kurdos están tan preocupados por su propia situación que se han unido al cártel estadounidense-israelí. Parece que no se han enterado de las matanzas en Palestina. Se volverán a decepcionar. Por supuesto, muchas personas celebraron en Siria la partida de Assad, y es comprensible, pero Netanyahu y Washington también se alegraron. La alianza es un matrimonio celebrado en el infierno y las noticias que vienen del país “liberado” no son buenas. Proliferan los asesinatos por venganza. Siria ya no es un Estado soberano. Ha terminado el periodo postcolonial. Estados Unidos quiere que el modelo del Golfo se adapte a los territorios conquistados. No será fácil.
Irán
¿Por qué Israel está tan desesperado por eliminar a Irán? Los dirigentes sionistas consideran que cualquier Estado soberano bien armado de la zona supone una amenaza a su existencia. Han tenido una racha de éxitos en los últimos veinte años: Iraq destruido, Libia dividida, Siria ahora tomada por una combinación turco-israelí que ha llegado a un acuerdo con sectores del aparato baathista. Pero ha tenido algunas consecuencias no buscadas. La decisión de Estados Unidos de provocar un cambio de régimen en Iraq en 2003 implicaba ceder cierta autoridad a los grupos clericales chiíes de Irán, lo que cambió el estatus de este país de un día para otro. Al tener a sus correligionarios en el poder en Bagdad, la República Islámica se convirtió en un actor fundamental en la zona, más fuerte que nunca y con más influencia. También está llegando a un momento en el que podría adquirir armas nucleares relativamente rápido, y la clase dirigente militar y de inteligencia sionista se siente amenazada. A pesar de que el mundo entero sabe que Israel tiene 300 cabezas nucleares y misiles que podrían llegar a cualquier lugar de Europa o Asia Central, con todo hay que destruir a cualquier rival potencial.
La soberanía de Irán y su petróleo es una combinación peligrosa para Estados Unidos. Washington quiere controlar ambas cosas, de modo que China y Rusia deberán obtener la luz verde estadounidense antes de poder comerciar con la República Islámica. La dirigencia clerical, por su parte, está dividida. Ya se ha engañado antes a quienes llevan turbante. Apoyaron a Estados Unidos en Iraq y Afganistán, y obtuvieron muy poco a cambio. Su antiimperialismo es el de los tontos. Lo que verdaderamente importa es el interés nacional y eso significa impedir que colapse el sistema clerical. Se debe evitar a toda costa otra revuelta al estilo de la de 2022. Desde Teherán se informa de que muchas mujeres se pasean hoy en día por las calles con la cabeza descubierta, como en Beirut. Se ha anulado la ley sobre “el hijab y la castidad”, que aprobó el Mijalis [el Consejo Legislativo]. Pero la crisis económica provocada por nuestras sanciones, simbolizada por los cortes de electricidad generalizados, ha afectado duramente a la población, y las clases medias urbanas detestan el régimen. Algunas personas querrían que se produjera un cambio de la mano de una intervención extranjera, pero muchas otras valoran la relativa paz y seguridad de su Estado, en comparación con la devastación que las intervenciones occidentales han provocado en sus vecinos de Afganistán e Iraq. En Irán sería prácticamente imposible una operación al estilo sirio. Por muy afectada que se haya visto por sus recientes derrotas, la Guardia Revolucionaria no es un pelele y en el país no existe fuerza alguna que la pueda derrotar militarmente. En todo caso, es la Guardia Revolucionaria quien podría ser provocada para sustituir el actual régimen por una línea dura. A pesar de las derrotas en Líbano y Siria, el ejército iraní todavía puede contraatacara Israel. Si Trump exige demasiado y el Guía cede, no es de excluir que los pasdaran [la Guadia Revolucionaria] actúen.
Israel–Palestina
Y ¿qué decir de Israel? Noam Chomsky y Norman Finkelstein, dos importantes críticos judíos de Israel y, sin embargo, firmes opositores durante muchas décadas a la solución de un Estado, han declarado ahora públicamente que Israel ya no debería existir. Por supuesto, quieren decir el Israel tal como está constituido actualmente: un Estado de asentamiento colonial y de apartheid, un monstruo colonial que desde la Nakba de 1948 en adelante ha estado vengándose de los árabes palestinos por los sufrimientos que en el pasado infligieron los europeos a los judíos. A pesar de algunos desacuerdos sobre si debían adoptar una actitud más amistosa respecto al nacionalismo árabe, la mayoría los dirigentes sionistas decidió seguir en la línea de las potencias que los habían creado e ignorar la ayuda fundamental que habían recibido de Stalin en forma de armamento checo en 1948. De ahí la decisión de unirse a Gran Bretaña y Francia para invadir Egipto en 1956 e intentar derrocar a Nasser. Lo hicieron sin el permiso de Estados Unidos y Eisenhower se puso furioso. Ni Israel ni Gran Bretaña cometieron otra vez el mismo error.
Pero el problema persistió. Algunos historiadores revisionistas israelíes como Benny Morris publicaron investigaciones reveladoras que sacaban a la luz la Nakba, que él también siguió justificando. Morris, que había sido paracaidista del ejército israelí, admitió que todo lo que habían dicho los dirigentes e intelectuales palestinos era verdad. Sí, se vació por la fuerza los pueblos, se robaron las casas, las mujeres palestinas fueron violadas por los soldados israelíes. Sí, hubo masacres, pero ¿y qué? Se estaba imponiendo un orden social superior y para el proyecto sionista era fundamental la limpieza étnica a gran escala. Como afirmó Morris a un entrevistador de Haaretz, “ni siquiera la gran democracia estadounidense se podría haber creado sin la aniquilación de los indios. Hay casos en los que el bien general y final justifica los actos duros y crueles que se cometen en el curso de la historia” (10). Este tipo de argumentos supremacistas judíos son frecuentes actualmente en Israel, donde al menos el 70% de la población justifica el genocidio que está teniendo lugar. Con independencia de las diferencias entre partidos o doctrinales, el objetivo de los dirigentes sionistas siempre ha sido la creación de Eretz Israel. La invención de la historia, las disparatadas referencias al Antiguo Testamento, el menospreciar las pruebas genéticas y arqueológicas, la constante utilización como arma del judeocidio, todo ello se puso en juego para dejar claro que nunca sería posible un acuerdo pacífico con el pueblo palestino (11).
Benny Morris acaba de ofrecer un nuevo análisis de los cambios que se han producido en la sociedad israelí desde el 7 de octubre. Empieza afirmando que actualmente Israel no está cometiendo un genocidio en Gaza: “El fiscal de La Haya y todos los sabios profesores que hablan de genocidio, desde Omer Bartov hasta abajo, están equivocados”. Morris afirma que no hay una intención deliberada de eliminar a la población palestina: “Han muerto muchos de ellos, pero no es una política”. No obstante, Morris escribe que el genocidio puede estar en perspectiva: “Puede que Israel esté en camino a ello, metido ya de lleno en el bucle que lleva al asesinato en masa, y conforma los corazones y mentes de la opinión pública”. Morris señala que es posible que algunas personas estén ya en ese punto, personas que refiriendose a la población palestina citan a “Amalek”, el enemigo bíblico que hay que exterminar, y hablan de desarraigarla, de exilios y de trasferencias [de población], como hicieron los nazis antes de 1940. Los sionistas religiosos expresan abiertamente su deseo de arrasar Nablus y Jenin: “Ya está presente la deshumanización que debe arraigar antes de los asesinatos masivos. Érase una vez un ministro de Israel que habló de «cucarachas en una botella» y se le reprendió. Hoy apenas hay reprimendas. La opinión pública israelí parece muy indiferente ante el asesinato masivo en Gaza, en el que se incluye a mujeres y niños. Se muestra insensible ante la hambruna que sufre la población palestina en Cisjordania al prohibirles trabajar en Israel y ante el violento acoso que sufren ahí las y los palestinos, incluso el año pasado, cuando muchos fueron asesinados por los colonos. La deshumanización es evidente cada día, se advierte en los testimonios de los soldados, en la matanza de civiles en Gaza, en la brutalidad demostrada por soldados y carceleros mientras los presos, algunos de Hamás y otros civiles, son conducidos semidesnudos a los campos de detención, en la rutina de palizas y torturas en los propios campos de detención y en las propias cárceles. La opinión pública judío-israelí es indiferente ante todo eso y parece que los políticos también. Las injusticias, la corrupción y las manipulaciones de todo tipo los zarandean sin cesar, de modo que están indefensos ante esta omnipresente crueldad. Todo ello constituyen los signos de deshumanización que preceden al genocidio y lo fomentan” (12).
A diferencia de la BBC, la CNN y las cadenas de televisión francesas, Morris quiere que se conozca esta deshumanización. Aunque Morris no es indiferente, su sionismo se mantiene inquebrantable. Atribuye la misma culpa a la población palestina por su “deshumanización de los judíos”. Morris admite que es verdad que el desarraigo que [las y los palestinos] padecieron en 1948 y la opresión que han sufrido desde 1967 en Cisjordania a manos de los judíos, “a menudo con brutalidad y siempre con humillación”, tuvieron que ver con el hecho de que dejara huella de los corazones y las mentes árabes. “Los asesinatos masivos y los desplazamientos de los últimos 15 meses” no harán más que agravarlo. A continuación Morris “vuelve a la historia”, como Netanyahu y su padre (que también era historiador) para describir todas las masacres infligidas a los judíos “sobre todo por parte de cristianos pero también de musulmanes” en los últimos 2000 años.
Morris quiere otro Estado para la población palestina, pero sabe que es “inimaginable” y si no hay un segundo Estado, habrá un genocidio “propiamente dicho”. No se detiene demasiado en quién ha impedido un segundo Estado: ¿la OLP? ¿Hamas? ¿O la entidad sionista cuya “limpieza étnica” de la población palestina él sigue defendiendo? Todas las pruebas demuestran que Ben Gurion fue quien instigó la Nakba de 1948. Él fue quien ordenó al ejército matar a la población palestina si se resistía a la expulsión, y se resistió. Moralmente no hay diferencia alguna entre el Ben Gurion de entonces y el Netanyahu de hoy (13).
Hace veinte años, el poeta hebreo Aharon Shabtai advirtió a su pueblo sobre Ben Gurion:
Nostalgia
El hombrecillo regordete
con el flagelo en la mano,
en su tiempo libre
recorre con los dedos
las teclas de un piano de cola. . .
Ayudará a resolver los problemas de la economía:
los parados se encargarán de los tanques,
o cavarán tumbas,
y al llegar la noche,
escucharemos a Schubert y Mozart…
Pero ahora, ¿con quién me encontraré
cuando salga a cenar?
¿Con los carceleros de Gramsci?
¿Qué clamor se alzará
a través de la ventana que da a la calle?
Y cuando todo acabe,
mi querido, querido lector,
¿en qué bancos tendremos que sentarnos
los que gritamos “muerte a los árabes”
y quienes afirmaron que “no lo sabían”? (14)
Desde que escribiste estos versos, querido Aharon, las tragedias se han multiplicado. Durante muchos años creí que había dos opciones, dos Estados del mismo tamaño o uno con iguales derechos para todas las personas. Si al sionismo le hubiera interesado, cualquiera de las dos habría sido posible, aunque ninguna fuera totalmente satisfactoria. Pero al final se impusieron Ben Gurion, Morris, Begin, Sharon y Netanyahu. La OLP siguió pensando que Estados Unidos iba a obligar a llegara a un acuerdo y acabó rindiéndose en Oslo. Israel se comporta ahora como un socio menor del Gran Satán. ¿Hay que matar a dirigentes? ¿Hay que bombardear países, dividirlos y volver a bombardearlos? Háganlo. A cambio de ello, Israel se dedica a devorar a más palestinos y palestinas. Y si el millón y medio de personas no quiere convertirse en refugiadas, ¿se permitirá a los sionistas exterminarlas a todas completamente? A fin de cuentas, ellas tienen la culpa, por ser palestinas y palestinos.
Notas:
(1) Véase el retrato hecho por Sabry Hafez, ‘An Arabian Master’, New Left Review 37, enero–febrero de 2006.
(2) Estados Unidos hizo lo mismo en Japón después de la guerra. Se argumentó que a Estados Unidos le interesaba mantener a Hirohito en el trono, a pesar de que había autorizado el ataque a Pearl Harbor.
(3) Office of the Historian, ‘Memorandum of Conversation Between the King of Saudi Arabia (Abdul Aziz Al Saud) and President Roosevelt, 14 February 1945, Aboard the USS Quincy’, Foreign Relations of the United States: Diplomatic Papers, 1945.
(4) N. de la t.: Las Leyes Jim Crow son una serie de leyes aprobadas en 1876 para privar a las personas negras de sus derechos civiles y segregarlas en los espacios públicos. Se aplicaron de iure sobre todo en los estados del sur de Estados Unidos y de facto en los demás. No fueron abolidas totalmente hasta la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965.
(5) Robert Vitalis, America’s Kingdom: Mythmaking on the Saudi Oil Frontier, Stanford 2006.
(6) Vitalis, America’s Kingdom, p. 234.
(7) Hay un relato incomparable sobre el ejército egipcio tras el triunfo de Nasser y de las mezquinas rivalidades y estupideces de la cúpula que provocaron graves reveses políticos en la zona: Hazem Kandil, Soldiers, Spies and Statesmen: Egypt’s Road to Revolt, Londres y Nueva York 2012.
(8) Tariq Ali, “This Is an Arab 1848, But us Hegemony Has Only Been Dented”, The Guardian, 22 de febrero de 2011.
(9) Hugh Roberts, Loved Egyptian Night: The Meaning of the Arab Spring, Londres y Nueva York2024. El primer capítulo ofrece un relato sobrio e irrefutable de lo que ocurrió en Libia. Las páginas 109-113 ofrecen una crítica mordaz a Gilbert Achcar, de SOAS, cuyos argumentos eran “exactamente la postura de las potencias occidentales”. El título del libro es una cáustica referencia al llamamiento de Kipling a la Casa Blanca de [el presidente estadounidense McKinley] en un bien pulido estilo trágico-imperial: ‘Take up the White Man’s burden / And reap his old reward: / The blame of those ye better / The hate of those ye guard / The cry of hosts ye humour / (Ah, slowly!) towards the light: / “Why brought ye us from bondage, / Our loved Egyptian night?”’[“Acepta el fardo del hombre blanco / y recoge su vieja recompensa: / la culpa de los mejores, / el odio de aquellos a los que guardas, / el grito de las huestes a las que lleváis / (¡ah, despacio!) hacia la luz: / «¿Por qué nos sacasteis de la esclavitud, / nuestra querida noche egipcia?»”] (1899).
(10) Véase la sincera entrevista, al parecer destinada a un público exclusivamente israelí, reproducida por New Left Review: Benny Morris, ‘On Ethnic Cleansing’, New Left Review 26, marzo–abril de 2004.
(11) Véase Rashid Khalidi, ‘The Neck and the Sword’, New Left Review 147, mayo–junio 2024.
(12) Benny Morris, ‘It’s Either Two States or Genocide’, Haaretz, 30 de enero de 2025.
(13) Véase el notable estudio sobre las Fuerzas de Defensa de Israel de Haim Bresheeth-Zabner, An Army Like No Other: How the Israel Defence Forces Made a Nation, Londres y Nueva York 2020. [N. de la t. “Fuerzas de Defensa de Israel” es el nombre con el que se autodenomina el ejército israelí, todo menos “de Defensa”].
(14) N. de la t.: el poema en inglés: The dumpy little man/ With the scourge in his hand,/ In his free time/ Runs his fingers/ Over the keys of a baby grand . . . /He’ll help solve the economy’s problems:/ The unemployed will man the tanks,/ Or dig graves,/ And, come evening,/ We’ll listen to Schubert and Mozart . . . / But now, who will I meet/ When I go out for dinner?/ Gramsci’s jailers?/ What clamour will rise/ up through the window facing the street?/ And when it’s all over,/ My dear, dear reader,/ On which benches will we have to sit,/Those of us who shouted “Death to the Arabs” /
And those who claimed they “didn’t know”.
Texto original: https://newleftreview.org/issues/ii151/articles/tariq-ali-conquered-lands
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
https://rebelion.org/tierras-conquistadas/
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